Imagen
de la entonces flamante estatua ecuestre, publicada por Recaredo Santos
Tornero en "Chile Ilustrado", de 1872 (mismo año de su inauguración).
Se observa el dramatismo del soldado que es atropellado por el caballo
de O'Higgins en el Desastre de Rancagua de 1814. La tradición lo
identifica como un soldado español.
El traslado de la
estatua ecuestre del general José Miguel Carrera hasta el sector del ex
Altar de la Patria, en los preparativos de las celebraciones del
Bicentenario Nacional, contó con la venia de buena parte de la comunidad o'higginiana
que participó del proceso y de la inauguración, de hecho. No obstante,
era inevitable que otros personajes alzaran la voz contra lo que
consideraron casi una blasfemia, al colocarse la imagen carrerina
al lado y a la misma altura de la la figura de don Bernardo O'Higgins,
en el lugar que por tantos años dominó con su solemnidad en el inicio de
la actual plaza en el acceso al Paseo Bulnes.
Entre los ofendidos por
la decisión, se reclamaba no sólo por el grado de reconocimiento de
Carrera dado en aquel contexto y lugar, sino también por los simbolismos que quedarían cruzados en la
nueva instalación, debido al contenido de ambas obras: don Bernardo es
retratado en el Desastre de Rancagua, mientras don José Miguel aparece
mirando sereno su obra, desde su montura en paso.
Más aún, se recordará que la derrota de Rancagua de 1814 ha sido siempre un tema de controversia en el corazón o'higginiano,
con culpas que se ha querido endosar a Carrera alegando que le negó
ayuda en la descabellada aventura de atrincherarse en la ciudad. A su
vez, los carrerinos responden que aquella imprudencia hizo
desperdiciar la oportunidad de los patriotas para enfrentar al enemigo
en la Angostura de Paine y salvar Santiago. Como la opción tomada por O'Higgins resultó en un desastre y la segunda no pudo tener lugar, se han perpetuado las conjeturas sobre cuál debió ser la correcta y estratégicamente más adecuada en aquel momento.
Entre la vorágine de los
malestares más apasionados y radicales de aquel momento, el reputado historiador Sergio
Villalobos, mismo que tanto parece disfrutar refutando y desautorizando
opiniones de quienes no considera profesionales de la Historia, salió
con esta curiosa afirmación en una carta de su autoría a la prensa
(diario "El Mercurio", martes 7 de septiembre de 2010), titulada
"Farándula y bicentenario", donde criticaba ácidamente los preparativos
de las celebraciones de 2010:
El Gobierno trata de
reconciliar hasta los muertos. Se ha colocado una estatua de Carrera
junto a la de O'Higgins, rebajando el lucimiento de esta última, pero la
historia no va a cambiar con una medida tan infantil.
Sólo falta que algún
ministro avispado sugiera sacar al español arrollado por el caballo de
O'Higgins para devolvérselo a la Madre Patria.
Por alguna razón, sin embargo, el
exigente historiador acoge aquí como real una extendida leyenda sobre la
formidable estatua de don Bernardo, en la prolongación del Barrio
Cívico del Palacio de la Moneda, cruzando la Alameda que lleva también
su nombre. En ella se lo observa saltando dramáticamente las filas del
cerco realista de Rancagua, y dice la creencia popular que, con su
musculoso y valiente corcel, pasa por encima de un soldado español. Este
último se ve representando a sus pies como el enemigo monarquista que, a
pesar del aspecto derrotado que le otorga la composición de la obra del
francés Albert-Ernest Carrier-Belleuse, pertenece en realidad al bando
victorioso de aquella lid del 2 de octubre de 1814.
Cabe recordar que el
monumento de O'Higgins surgió de una propuesta hecha durante el gobierno
de Manuel Bulnes, para traer a Chile los restos del Libertador y
construirle un gran homenaje público conmemorando esta repatriación. El
proyecto fue postergado hasta que, recién hacia 1863, una campaña
periodística repuso estas intenciones y así pudieron ejecutarse ambas
tareas. Unos años después, la comisión destinada al monumento, presidida
por Manuel Blanco Encalada, llamó a concurso en Francia
preestableciendo detalles del aspecto que esta debía tener y la escena
específica que debía mostrar:
El monumento
histórico elegido es aquel en que el general O'Higgins, cerrado en la
Plaza de Rancagua en 1814 por cuádruples fuerzas españolas, se abrió
paso, espada en mano, a la cabeza de los pocos héroes que sobrevivían a
una carnicería de treinta y seis horas.
Vemos, entonces, que ya
en las bases mismas de la obra, se sugería que el personaje que debió
haber saltado O'Higgins en su futura estatua, era miembro de las
"fuerzas españolas" que dieron combate a los patriotas en Rancagua.
Revisadas las seis
propuestas presentadas al concurso y pasadas algunas polémicas con
autores que no quisieron participar, ganó la de Carrier-Belleuse, el
prestigioso mismo autor del primer monumento a las víctimas del incendio de la Compañía de Jesús.
Sin embargo, los comisionados sugirieron reducir la
violencia y la cantidad de los elementos bajo el caballo según se veían en la
maqueta, precisamente donde está el soldado que es atropellado bajo las
herraduras.
La fundición en bronce del monumento se confió a la casa Fourment, Houillé & Cía.,
y el escultor nacional Nicanor Plaza estaba encargado previamente para
producir dos de los relieves del pedestal. Estas planchas artísticas retratan episodios cruciales en la
semblanza de O'Higgins El Roble, Maipú, el zarpe de la Escuadra y la
Abdicación. La pesada obra llegó a Chile en 1871, siendo instalada en la
Alameda de las Delicias durante el gobierno de Federico Errázuriz
Zañartu. Fue inaugurada el 19 de mayo de 1872, en medio de una gran
fiesta pública y con todo el centro de Santiago engalanado para la
ocasión.
Prácticamente desde el mismo momento en que fuera presentada la obra, descubriéndola al
quitar un manto con los tres colores patrios, se ha interpretado de
forma popular e invariable sobre esta escena congelada en el metal, que
el personaje que O'Higgins salta debe ser un español, casi necesariamente.

La
Batalla de Rancagua, en lámina publicada en la obra "El ostracismo del
General D. Bernardo O'Higgins", de Benjamín Vicuña Mackenna. Fuente
imagen: EducarChile.cl.

Plano
de la ciudad de Rancagua y la ruta de escape de O'Higgins y sus
oficiales, según datos de Barros Arana y de un diagrama de Olmos de
Aguilera publicado por el mismo historiador. Se observa la cruz de
trincheras alrededor de la Plaza de los Héroes, dispuestas por las
fuerzas patriotas.

Los Monumentos de O'Higgins y Carrera al inicio del Paseo de Plaza Bulnes, entre Zenteno y Nataniel Cox, frente al Palacio de la Moneda y la Plaza de la Ciudadanía.

El caricaturista Moustache (Julio Bozo) ironizando sobre el "español" debajo del caballo de O'Higgins, en revista "Zig-Zag" de 1910.
¿Es realmente la figura de un español, entonces,
o esto deriva sólo de una interpretación equivocada de los hechos,
clasificando en gentilicios más cómodos las fuerzas que esencialmente se
enfrentaban en aquella cruzada independentista?... Un anticipo a la
respuesta correcta la aportó el director supremo don Francisco de la
Lastra cuando dijo, en mayo de 1814 en su "Manifiesto":
Esa guerra
desoladora devoraba una parte de la población de Chile por las victorias
de la otra parte. Los chilenos eran al mismo tiempo los vencedores y
los vencidos. Ellos eran los que en un mismo instante cantaban las
victorias y lloraban las desgracias de la guerra.
Al respecto, el 6 de agosto de 1945,
el escritor Joaquín Edwards Bello recibió una carta del señor Rafael de
Larrea C. en donde se informaba de los datos históricos concretos que
cuestionan la afirmación de que dicho personaje en el bronce fuera un
soldado español, a pesar de sí corresponder a las filas enemigas de
O'Higgins en el sitio de Rancagua. Edwards Bello no se refirió a este
texto hasta buen tiempo después, en uno de sus artículos de octubre de
1952 ("El soldado bajo el caballo de O'Higgins"), aunque aprovechándolo
para libertar su exagerado desprecio a la figura de Carrera como una
innecesaria nota introductoria. El texto aparece recopilado en "El
Subterráneo de los Jesuitas" de editorial Zig Zag y su versión para
Nascimento titulada "Mitópolis".
En la mencionada carta,
el señor De Larrea hace algunas observaciones sobre la distribución de
fuerzas y sus nacionalidades, durante la Batalla de Rancagua. E
independientemente de lo novedosos o no que pudiesen sonar por entonces
aquellos datos, recordaban algo que sí se ha perdido de vista varias
veces en la narración histórica más clásica: que la Guerra de
Independencia tuvo mucho también de guerra civil, pues gran parte del
contingente realista estaba integrado por los propios chilenos
partidarios de la corona o de territorio hostil a los patriotas,
destacando penquistas, valdivianos y chilotes.
Se recordará así que, tras
la negativa a validar al indecoroso Tratado de Lircay, tanto por el virrey José Fernando de Abascal en Perú como por el jefe militar chileno
el general Carrera, las divisiones entre los patriotas llegaron al
enfrentamiento en el Combate de Tres Acequias cerca de San Bernardo, en donde O'Higgins debió
aceptar la derrota y subordinarse a su mayor rival en el seno de las
propias fuerzas patriotas, justo cuando los realistas de Mariano Osorio
desembarcaban a la altura de San Fernando y se aprestaban para acatar
Santiago.
¿Cómo estaba compuesta aquella fuerza del general Osorio? Poco antes, en enero de 1813, el brigadier Antonio Pareja había armado en Ancud un ejército realista con
chilenos leales a la corona, cerca de 2.500 hombres distribuidos en los
batallones Chiloé y Valdivia, fuerza que pasó a manos del coronel Juan
Francisco Sánchez, tras morir Pareja ese mismo año. En nota a pie de
página de su "Historia de Chile", Diego Barros Arana comenta al
respecto:
El ejército
realista, como sabemos, era compuesto todo él de soldados chilenos,
nativos de las provincias de Chiloé, de Valdivia y de Concepción. Entre
sus jefes y oficiales, según recordamos, no había más españoles europeos
que el comandante en jefe Sánchez, el comandante de artillería
Berganza, el comandante de voluntarios Castro Ballesteros, y los dos
voluntarios Eleorreaga y Quintanilla. Aun estos cinco vivían en Chile
desde largos años atrás, los tres últimos casi desde la niñez, si bien
Ballesteros había pasado también largo tiempo en el Perú. Parece que al
virrey Abascal no inspiraba mucha confianza este estado de cosas, y por
eso, cuando trató de enviar otros oficiales al Ejército de Chile, se
empeñó en que fuesen españoles. Se sabe que esos oficiales cayeron
prisioneros en la fragata Thomas. Sólo en agosto de 1814 llegó a
Chile con el coronel Osorio un batallón del regimiento Talavera, cuyos
oficiales y soldados eran todos españoles.
Mientras tanto, en el
ejército patriota servían no pocos españoles de nacimiento, entre los
cuales recordamos los siguientes: el comandante de milicias don José
Samaniego, el sargento mayor don Carlos Spano, el capitán de artillería
Hipólito Oller, el capitán de asamblea Raimundo Sessé (ayudante de
Carrera), y el subteniente Francisco Javier Molina, famoso guerrillero.
El Batallón Talaveras,
que traía 550 españoles comandados por Rafael Maroto, formó una fuerza
de ataque con los chilenos que sumaban, a la sazón, cerca de 2.500 a
5.000 cabezas (la información varía en las fuentes). Con todo este
recurso militar, Osorio salió desde Chillán decidido a reconquistar
Santiago. Su ejército se componía de las siguientes unidades y
nacionalidades, cada una con su compañía de artillería y con las
siguientes cantidades de miembros según el general Indalicio Téllez en
su "Historia militar de Chile. 1541-1883":
- La División al mando del coronel Ildelfonso Elorreaga, compuesta por Carabineros de Abascal, Lanceros de Los Ángeles, Batallón Fijo de Valdivia (502 chilenos) y Batallón Cívico de Chillán (600 chilenos).
- La División al mando del coronel José Rodríguez Ballesteros, compuesta por el Batallón de Voluntarios de Castro y el Batallón Fijo de Concepción (1.500 chilenos, entre ambos).
- La División al mando del coronel Manuel Montoya, compuesta por el Batallón Veteranos de Chiloé y el Batallón Auxiliares de Chiloé (1.050 chilenos, chilotes).
- La División al mando de Rafael Maroto, compuesta por Húsares de la Concordia (150 chilenos), el Batallón Talavera de la Reina (550 españoles) y dos Compañías del Real de Lima (200 peruanos).
Como se ve, sólo una
pequeña fracción estaba compuesta por españoles propiamente tales y por
un puñado de peruanos, siendo chilenos en su inmensa mayoría. Lejos de
sentirse hispanos adoptivos, tan conscientes eran estos de su condición
local que, cuando en el combate Maroto ordenó al coronel Barañao
intentar un ingreso a la plaza con los Húsares de la Concordia, este gritó a los Talaveras, al salir: "¡Vean cómo se pelea en América!". También fueron conocidos después los enfrentamientos callejeros entre fuerzas realistas de chilenos sureños destacados en Santiago y los soldados talaveras, obligando a las autoridades a tomar ciertas medidas preventivas y disciplinarias durante la Reconquista.



Con el general O'Higgins aún sometido a la autoridad de los hermanos Carrera
tras los enfrentamientos de Tres Acequias, estos se habían manifestado
decididos a enfrentar a Osorio en la Angostura de Paine,
que juzgaron estratégicamente más conveniente que cualquiera de los otros escenarios
geográficos que había en el camino de los realistas hacia la capital.
Pero O'Higgins, decidido
otra vez a actuar por su cuenta y descartando retroceder hasta la
Angostura, prefirió atrincherarse en Rancagua y hacer caso omiso a las
insistencias que le hacía llegar Carrera a través de su amigo, el
presbítero Julián Uribe. Se instaló en la plaza de la ciudad, la rodeó
de barricadas y esperó allí el paso del enemigo, al tiempo que exigía
por notas que se le enviaran más fuerzas a lo que se ha considerado un
verdadero acto suicida entre sus detractores, desatándose así la funesta jornada del 1 y 2 de
octubre de 1814 junto al río Cachapoal.
La Plaza de Armas de
Rancagua está al centro del tablero de calles, formando manzanas
cuadradas en la ciudad por todos sus costados. De acuerdo a lo que
detallan autores como Téllez, las fuerzas que los patriotas vieron
llegar desde el campanario de la Iglesia de la Merced, se distribuyeron
alrededor de la plaza de la siguiente manera:
- Por el Sur: la División de Maroto, donde estaban el batallón español de Talavera, únicos españoles, además de los peruanos, parapetándose en la calle antigua de San Francisco.
- Por el Este: la División de Montoya, todos chilenos, o más precisamente chilotes.
- Por el Oeste: la División de Ballesteros, con chilenos penquistas y chilotes.
- Por el Norte: la División de Elorreaga, con chilenos chillanejos y valdivianos.
Al ver perdida su
posición tras tantas horas de agobiante combate y ya sin municiones
para seguir resistiendo, O'Higgins armó la célebre carga final con sus
oficiales para romper las líneas, y escapó así dejando atrás una gran
cantidad de hombres que quedaron indefensos. Fue una acción que, por
heroica y conmemorada que aún sea, sus adversarios y críticos aún no le perdonan.
Algunas versiones ponen al frente de la carga incluso a Ramón Freire, no
a O'Higgins como la preferido la historiografía oficial, caso de los hermanos Amunátegui, por ejemplo.
De los cerca de 1.000
patriotas que se habían atrincherado en la ciudad (1.700 según Barros
Arana), unos 200 escaparon del sangriento cerco con O'Higgins a la
cabeza, mientras que 400 habían muerto, más unos 250 a 300 heridos
acabaron prisioneros y luego ejecutados. Los números varían en cada
fuente, pero rondan más o menos los que acá transcribimos.
El lugar por el que
emprendieron el escape es la actual calle Estado, en donde estaba la
barricada patriota de Santiago Sánchez, con 100 infantes, junto a la
cuadra del templo de la Merced... Es decir, al norte. Desde allí, los
caballos doblan por calle Cuevas, vuelven a enfilar al Norte en Almarza, viran a una cuadra por Cáceres, y huyen desde por Zañartu, otra vez a
galope hacia el norte y rumbo a Santiago, dejando atrás la grave derrota
de Rancagua que ponía fin a la Patria Vieja e iniciaba el doloroso
exilio de los chilenos en Mendoza, con una última justa librada por
Carrera en la retaguardia de la caravana cruzando Los Andes, al contener
a los realistas que les intentaban dar caza en la Batalla de los
Papeles.
Si los patriotas
salieron de la plaza de Rancagua hacia el norte, entonces, el célebre
salto de O'Higgins rompiendo el asedio realista, debió suceder en el
lado en donde se había destacado la unidad de Eloerreaga y en la que
estaban los chilenos distribuidos entre Carabineros de Abascal, Lanceros
de Los Ángeles, Batallón Fijo de Valdivia y Batallón Cívico de Chillán;
chillanejos y valdivianos, dirigidos por los también
chilenos Clemente Lantaño y Juan Nepomuceno Carvallo.
En rigor, entonces, a
quien debe estar saltando el general Bernardo O'Higgins en su gallardo
monumento ecuestre de la Alameda de Santiago y con copia en la mismísima Plaza de
Rancagua, sería a otro chileno, aunque caiga bajo las patas del caballo
empuñando un estandarte hispánico en la composición. La tradición y el simbolismo, sin embargo, se han cristalizado prefiriendo identificarlo con un enemigo español, dejándolo instalado así en la memoria conmemorativa.
Pero De Larrea va más allá en
la exposición que hace a Edwards Bello y sugiere que aquel soldado
chileno, ese que nunca fue español y que es atropellado en la estatua, podría
tener incluso nombre y apellido, si se lo ajusta a los hechos
históricos conocidos: aunque hubo poco más de un centenar de muertos
entre los realistas en Rancagua, se sabe que las fuerzas de Lantaño y
Carvallo tuvieron muy pocas bajas, destacando en esta división un joven
soldado llamado José María Riesco, "perteneciente a una familia de veintitantos hermanos" y cuya familia habría sido fuente informante de las investigaciones de
don Benjamín Vicuña Mackenna. Según conjetura De Larrea:
Riesco, amigo de
Lantaño, se alistó como soldado voluntario bajo sus banderas a los 19
años. Resultó herido en Rancagua, y por su entusiasmo y valor se le debe
considerar capaz del acto temerario de tratar de contener a un
adversario montado en brioso animal.
Después de Chacabuco,
en el Perú, y al saber que se organizaba la segunda expedición de
Osorio, se incorporó de los primeros y recibió el nombramiento de
Oficial del Batallón Arequipa. Murió el 8 de febrero de 1819, en la
ciudad argentina de San Luis, en la masacre que de los prisioneros de
Maipú organizó el sanguinario Monteagudo.
Sea o no Riesco aquel al
que salta O'Higgins en su caballo, el caso es que se trataba de un
chileno; tanto o más chileno de lo que incluso era él, considerando su
línea paterna. Y en todos los casos, igualmente nativo, de Chile. La simbología heroica y conmemorativa, en cambio, prefirió verlo como español.
Se ve que la lucha de la
Independencia, pues, tuvo mucho de guerra fraticida, aunque por una
cuestión técnica y emocional queremos ver siempre a la chilenidad
reflejada sólo en los patriotas, y el hispanismo únicamente en los
realistas.
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