Primer
diseño presentado para el Monumento a Arturo Prat de la Plaza Sotomayor
de Valparaíso, por el escultor francés Denys Pierre Puech. El héroe
aparece acompañado del Ángel de la Gloria, que lo corona. La imagen está
en el Museo Naval de la ex Aduana de Iquique. Un diseño muy parecido
fue usado por el artista en otras obras suyas, como el Monumento de
Leconte de Lisle del Jardín de Luxembourgo, en París.
Frecuentemente en nuestra época, esta en donde el determinismo online
ha dejado de lado los esfuerzos de la fundamentación a nivel de
divulgaciones populares, podemos verificar cómo los hechos pasan a ser
relativizados con procesos culturales que -en apariencia- podrían ser
tomados por espontáneos y connaturales, so pretexto de adoptar visiones nuevas, revisoras o anticonservadoras, aunque frecuentemente escondidas tras algún burladero político.
No cabe duda de
que hay instancias de esas últimas categorías que sí han sido aporte a
la historiografía y la programación cultural chilena; a las ciencias
sociales en general, mejor dicho. Pero con relación a las celebraciones de este
21 de mayo, quisiéramos enfocarnos acá en aquellas que, pretendiendo ser
tales, no lograrían pasar la prueba de blancura pues sólo
pertenecen a exhibiciones comunicacionales o intelectuales inspiradas en
meras inclinaciones viciosas, a veces incluso en la herofobia, en el
ajuste a un discurso y en los infaltables sesgos del mal relato
histórico.
Aun aceptando
que la objetividad sólo se cumple en las matemáticas, muchas veces el
heroísmo del capitán Arturo Prat ha tratado de ser pasado por esta misma
licuadora, generalmente acogiendo mitología y folclore nacido desde el
nacionalismo ajeno y herido por la misma Guerra de 1879 en que se diera
la epopeya de la corbeta Esmeralda en Iquique. Han paseado estos juicios por
infantilismos tales como llamar peyorativamente "el marino" a
Prat, suponer que murió golpeado con un sartén en la cabeza por un
cocinero peruano del monitor Huáscar, o por la metralla que se hacía desde la
propia Esmeralda; pero muy especialmente, en la fábula de que no saltó
a la cubierta del monitor enemigo, sino que "se cayó" accidentalmente
en su cubierta, entre otras racionalizaciones y alivios a las quemaduras
de la pasión patriota.
No nos
corresponde proponer alguna clase de tesis al respecto para estudios históricos, por supuesto,
pero sí nos permitiremos comentar algunas observaciones sobre la muerte del capitán Prat y su famoso abordaje del monitor Huáscar, ya que la
totalidad de las mismas visiones pretenciosamente críticas están basada
en grandes desconocimientos o directamente en fantasías, más
relacionadas con la fe en el discurso que con los hechos, especialmente
entre los que han caído posesos del sentimiento entreguista tan propio
de la posmodernidad.

Combate Naval de Iquique, en el cuadro de Thomas Somerscales.
Partamos con la
situación concreta del cuestionamiento del heroísmo de Prat en su famoso
y épico "salto" al buque enemigo que, en realidad, fue un acto de abordaje, en
términos más técnicos. O digamos -más bien- que sondearemos los caminos que se han
tomado entre los iconoclastas de diario mural para intentar relativizar y
minimizar el poder de esta escena histórica.
La primera es asegurar (con las únicas pruebas de la imaginación fecunda) que Prat "se cayó"
en la cubierta del monitor durante un espolonazo del Huáscar. Es
decir, su abordaje al mismo habría sido totalmente accidental y no
planificado. La segunda es tratar de sentar la burla de que se arrojó
solo, sin nadie que lo secundara, "observación" que ha dado más
argumento a chistes escolares que a trabajos realmente interesados en
demostrar el burdo punto.
A aquellas
creencias y otras parecidas -si es que se las puede llamar tales- han
adherido como rémoras desde historietas gráficas de un conocido
humorista financiadas por el Fondart (ojo: sólo un año antes de una
polémica por cierta obra de teatro que ponía en entredicho la gallardía
del mismo héroe, también financiada por este fondo), hasta el ladino
deslizamiento de posibilidades por parte algunos profesionales de las
letras pero no buenos conocedores de la historia militar ni,
particularmente, de la historia naval. Por estos últimos nos referimos a
algunos autores que han llegado al disparate de confundir los tiros de
tarro de metralla o carga de fragmentación para evitar abordajes de
naves, con armas de fuego continuo como ametralladoras (interpretando
mal el significado de metralla y ametrallar) en sus
textos. No no nos haremos cargo de corregirlos, por supuesto, pero confesamos que
también hemos sido testigos de cómo era propagada una idea de
estas, entre otros, por una rabiosa profesora de historia y de militancia bastante
definida, hace pocos años, siempre respondiendo con el anatema de
"derechista" y "conservador" cuando alguien refuta.
Vamos a esas
versiones más "conservadoras" de lo ocurrido el 21 de mayo de 1879 en Iquique,
y que se ponen en duda, entonces: de acuerdo a los testimonios de observadores,
sobrevivientes y testigos de la época, formalizados y quizá idealizados
también en la versión oficial chilena, con el primer espolonazo del Huáscar, al costado de babor de la Esmeralda y disparando su batería
sobre cubierta, Prat saltó sable y revólver en mano, gritando en medio
del ruido y el caos: "¡Al abordaje muchachos!". Otras versiones
dicen que lo hizo con un arma de fuego y un hacha, lo que reforzaría más
aún la idea de un abordaje de combate, aunque es raro que esta
herramienta aparezca usada por un oficial. La escena es el símbolo
trascendente y más repetido de toda la epopeya, siendo su pasaje más
conocido: el salto de Prat.
Aquí ya encontramos la otra muy rumiada niñería, sin embargo: que Prat acabó saltando solo,
como dijimos, pues nadie lo escuchó. El hecho es, sin embargo, que lo
seguía -cuanto menos- el adolescente corneta Cabrales, el sargento Juan
de Dios Aldea y el marino Arsenio Canave. El rápido retroceso y los
disparos permitieron que sólo Aldea quedara acompañando a Prat en
cubierta, pero técnicamente formaba parte de una orden de abordaje que
queda confirmada en los hechos que siguieron durante el siguiente
espolonazo.
Que el corneta
intentara saltar con Prat, pone en entredicho la "accidentalidad" del
abordaje y confirma más bien que había intenciones reales de llevar el
combate en la cubierta enemiga, pues el chico debía dar las
instrucciones a la tripulación con su instrumento. Cabrales ocupaba el
rol de tambor para referir instrucciones a través de códigos de
ejecución instrumental, lo que significaba que en situación de
zafarrancho de combate, debía permanecer al lado del comandante,
explicándose por sí sola la situación, entonces. Lamentablemente,
Cabrales murió casi al instante mismo de intentar el salto, fulminado
por la metralla (la de ametralladora, que sí había en el Huáscar), sin
alcanzar el buque acorazado ni completar la orden de abordaje con el
toque de corneta.
Canave, por su
parte, tiene rasgos de misterio no bien aclarados. Soldado de
guarnición, saltó al final del grupo y quedó colgando de un cable o cabo
del monitor, antes de caer al agua por el veloz retroceso del Huáscar, pero
muchos no lo reportaron en los primeros informes o lo tomaron como
héroe anónimo. Aunque en algún momento hasta se le dio por muerto,
parece haber sido el único sobreviviente de los tres o cuatro conocidos
que respondieron a la orden, pues Prat y Aldea encontrarían su heroica
muerte sobre el navío. No obstante, otros estudios se inclinan a creer
que sí murió en la cubierta del Huáscar, como el artículo "¿Hubo un
segundo tripulante que acompañó a Arturo Prat en el primer abordaje el
21 de mayo de 1879?", del ingeniero naval Germán Bravo Valdivieso,
publicado en 2009 por la "Revista de Marina". Ciertas versiones que lo
dieron por vivo, dicen que incluso formó parte después de la dotación
del Huáscar ya con bandera chilena, por curiosa ironía.
Empero, como sólo capitán y sargento lograron penetrar la cubierta del monitor, ha quedado en la memoria a medias la fantasía de que Prat prácticamente estaba sólo en el navío enemigo, al momento de su muerte.
Al acercarse el segundo espolonazo del Huáscar,
alentados y conducidos por el teniente Ignacio Serrano, saltarán con él,
ahora, los marinos Benjamín Reyes, Agustín Oyarzún, Santiago Romero,
Luis Ugarte y Agustín Coloma; el fogonero Francisco Ugarte; el capitán
de altos José María Rodríguez; los timoneles Elías Aránguez y Eduardo
Cornelio; el soldado José Domingo Díaz; y los grumetes Santiago Salinas y
Luciano Bolados. Aunque todos ellos perecieron fulminados en la
cubierta, la intencionalidad del abordaje es evidente, a diferencia de
los imaginativos que prefieren suponer a los chilenos de la Esmeralda
como un montón de palitroques cayendo hacia el monitor en cada golpe del
mismo contra la corbeta.
El tercer y
último espolón ya será a la corbeta inclinada y moribunda, dando trágico
fin a más de sus hombres con las mortales descargas. Los últimos
segundos del buque, tras cuatro horas de lucha sin arriar bandera clavada en el palo de mesana, son con la banda tocando el himno nacional
y el guardiamarina Ernesto Riquelme tirando el último cañonazo, ya casi
a nivel del agua.
Hasta ahí la
versión conocida del Combate Naval de Iquique, o más precisamente Batalla Naval con dos combates... Pero veremos que la
caricaturización de la muerte de Prat es algo que comenzó casi al
instante mismo en que el episodio llegó a la capital peruana y al ardor
de las pasiones de la guerra. Se puede entender, sin embargo, que los
periodistas peruanos cargaban con la urgencia tanto de minimizar el
heroísmo del enemigo chileno como diluir ante la opinión pública la
gravedad de haber perdido el buque Independencia persiguiendo a la Covadonga en los bajos de Punta Gruesa, gracias a la astucia y temeridad de Carlos
Condell.
Esta tensión, pues, se traspasó a las imprentas... Y desde ahí al relato.

"Prat guiado al sacrificio guiado por el genio de la Patria", cuadro de Cosme San Martín. Obra al óleo de 1883.
Aunque la prensa
centralista de Perú hizo eco de las descritas versiones que intentaron
opacar el heroísmo de los chilenos de la Esmeralda, hay certeza de que las palabras del
periodista peruano del diario "La Patria", Benito Nieto, publicadas a
las pocas horas de los hechos, eran las siguientes:
Lo último
que desaparece en las aguas es el pabellón chileno. No se oye el más
leve grito, ni clamor alguno. Todo permanece mudo, tétrico, pavoroso.
Nos tiene anonadados el horror de la tremenda escena.
Otro cronista
peruano, el periodista Modesto Molina, testigo de los hechos y redactor
de una extensa descripción de lo sucedido en el diario "El Comercio" de
Iquique, al día siguiente del combate, no se guardó su admiración por el
desempeño de los chilenos, aunque expresando algunas imprecisiones que
son propias de la ansiedad de toda noticia fresca (los destacados son nuestros):
...el comandante Prat de la Esmeralda, saltó, revólver en mano, sobre la cubierta del Huáscar, gritando: al abordaje, muchachos!
Lo siguieron un oficial Serrano, que llegó hasta el castillo, en donde
murió, un sargento de artillería y un soldado. Todos estos quedaron en
la cubierta muertos.
La presa
chilena, por supuesto, exaltó con grandilocuencia el sacrificio de Prat y
los otros héroes, como "El Independiente" del 31 de mayo, en artículo
del conocido cronista Zorobabel Rodríguez titulado "El combate legendario":
Vanamente
repasamos los anales de las guerras antiguas y modernas buscando
comparaciones: iguales encontraremos algunos, ninguno superior. El comandante Prat, al saltar sobre la cubierta del Huáscar,
subió de un paso a las inaccesibles alturas en que brillan los héroes,
mostrando a cuantos aquí a abajo arrastramos el fardo de la existencia,
entre la esperanza y el desaliento, cayendo y levantando como se lucha y
se muere y se ganan los lauros inmortales.
En tanto, el
parte preparado por el comandante de la Esmeralda (en reemplazo del
fallecido Prat), el teniente Luis Uribe, con fecha de ese mismo 21 de
mayo y dirigido a la Comandancia General de Marina de Chile, decía en
uno de sus párrafos:
El capitán Prat, que se encontraba sobre la toldilla desde el principio del combate, saltó a la proa del Huáscar, dando al mismo tiempo la voz de abordaje.
El mismo Uribe comentará después, el 15 de junio, en una carta dirigida a su tío:
Como Ud. sabrá, el capitán Prat saltó a la cubierta del enemigo, y murió allí como un héroe. Yo me encontraba en el castillo de proa, desde donde vi caer muerto a nuestro valiente comandante. Inmediatamente me fui al puente y tomé el mando del buque.
Al día
siguiente, el sobreviviente de origen chilote, teniente Francisco
Sánchez Alvaradejo, escribía lo siguiente, reafirmando la intención de
Prat y los hombres de la Esmeralda de abordar el Huáscar:
El valiente comandante Prat abordó al enemigo en el primer espolonazo,
que tuvo lugar más o menos, a las once y media A.M., y nuestro buque
desapareció de la superficie, a la una y media P.M. con poca diferencia.
Se deduce de aquí que nos hemos batido sin nuestro comandante, con poca
diferencia, dos horas.
Cuando
recibimos el primer choque, habíamos perdido poca gente, y el Huáscar se
retiró con tanta precipitación, que a pesar que lo recibimos en la
aleta de la guardia de bandera, que está formada en la toldilla,
precisamente en el lugar del espolonazo, sólo uno que fue el sargento
alcanzó a saltar. Muchos dirán ¿cómo es que no se tomó alguna
providencia para asegurar el abordaje? En la guerra marítima el combate
con espolón era casi desconocida...
Es preciso
corregir en parte al autor, sin embargo. Aunque el uso del espolón casi
había sido olvidado en el combate, lo cierto es que Heródoto ya mencionaba
su uso en batallas navales de los siglos V y VI antes del Cristo. Fue
recuperado en lides del siglo XIX como la Batalla de Hampton Roads, en
el que el CSS Virginia usó y hundió con su espolón al USS Cumberland, en marzo de 1862. Habría sido precisamente por las
noticias de este combate naval que Perú solicitó las características
específicas del Huáscar a los astilleros británicos de Laird Brothers,
tres años después.
Veamos cómo prosigue su carta Sánchez Alvaradejo:
En medio de ese inmenso eco del combate, de los gritos de los heridos, etc., nuestro comandante tuvo la inspiración de abordarlo, y acto continuo dio la voz de "al abordaje",
voz que no fue oída sino por los que estaban muy cercanos. Abordar al
Huáscar en esas circunstancias era una empresa imposible. La sangre fría
que hasta en esos momentos manifestó el comandante Prat, le hizo
concebir la sublime idea de morir como hay pocos ejemplos de tanto
heroísmo, en la cubierta del enemigo, y acto continuo saltó, viéndolo un momento después caer con su espada en mano al pie de la torre.
Y, a pesar de las pasiones solidarias pro-aliadas con las que -en un primer momento- se tomó en Argentina la noticia del hundimiento de la Esmeralda,
el editor Héctor F. Valera publicó en el periódico "La República" del
17 de junio, en Buenos Aires, la elogiosa nota "Heroísmo Americano",
en la que leemos:
En presencia
de la conducta sublime, en el heroísmo, en la resolución y su valor,
del comandante Prat de la corbeta Esmeralda, tenemos también una palabra
entusiasta de admiración, en favor de un hombre que ha sabido ser héroe y mártir, glorificando su patria con subliminalidad de su martirio.
No son los
chilenos quienes lo dicen: son por el contrario, los mismos peruanos, a
cuyas manos ha muerto el intrépido Prat, quienes ponen la corona sobre
su frente, con una hidalguía que mucho realza el carácter de la nación
peruana.
Viéndose perdido el joven marino, antes de sumergirse con su buque, que ya se iba a pique, salta sobre la cubierta del Huáscar revólver en mano, dispuesto a matar al primer enemigo de su patria que en el camino encuentre.
Varios
observadores independientes de los hechos, como el vicecónsul del Reino Unido en Iquique, Maurice Jewell, también dejaron una versión bastante
clara sobre lo sucedido aquella jornada en el puerto. Así se expresa en
carta a su hermano Ralph, fechada sólo dos días después del Combate
Naval:
El capitán, en el último momento, trató de abordar al Huáscar y consiguió saltar sobre cubierta, matando a un teniente y siendo ultimado él mismo.
Su nombre era Prat, uno de los hombres más simpáticos que he conocido.
Si algún hombre ha merecido una estatua por su valor, Prat la merece.
Ese mismo día
23, autorizado por sus captores, el sobreviviente de la "Esmeralda" el guardiamarina Vicente Zégers, escribía a su padre:
Entre las víctimas tenemos que lamentar a nuestro valiente comandante Prat, que fue el primero en saltar al abordaje.
Poco después, en una segunda y más extensa carta del día 28, Zégers informaba ahora con mayor detalle:
Pocos
instantes después, y a pesar de habernos movido lo que la máquina nos
permitía, sentimos un choque horrible que el Huáscar daba a la Esmeralda
en la parte de popa a babor; al mismo tiempo el comandante gritó: "al abordaje, muchachos!" precipitándose él, el primero sobre la cubierta del enemigo;
mas, desgraciadamente, la voz no fue bien oída, y el Huáscar mandó
atrás inmediatamente, y nadie más que él se desprendió, no alcanzando a
pasar nadie más que él y el sargento de la guarnición que era el que
estaba más inmediato.
Lo mismo informa
a su propio padre, el también sobreviviente Arturo Fernández Vial,
futuro fundador de la Asociación Atlética Nacional y cuyo nombre ostenta
un importante Club Deportivo:
Entre los muertos está nuestro valiente capitán Prat; murió al pie de la torre del Huáscar, y fue el primero en el abordaje.
Y también Juan Cabrera Gacitúa, por carta del 29 de mayo, decía estando aún prisionero:
El bravo capitá Prat, tomando una resolución heroica, gritaba: "al abordaje muchachos", y saltaba sobre la cubierta del Huáscar acompañado
por los soldados de la guarnición que fueron los únicos que pudieron
hacerlo por la rapidez con que se separaron los buques.
Lo propio reportaría Antonio Wilson el 14 de junio, en carta que escribe estando todavía en Iquique:
Este primer espolonazo no nos hizo gran cosa; sólo fue notable por haber saltado a la cubierta del Huáscar nuestro bravo comandante Prat con dos más, dando antes la voz de ¡al abordaje! la
que no se oyó a tiempo por disparar en esos momentos nuestra
artillería, y haberse retirado el Huáscar inmediatamente después.
Después de algunos pasos que dio el comandante, tuvimos el dolor de
verlo caer junto a la torre.

Otro cuadro de Thomas Sommerscales, del mismo combate naval.
Previendo que
todas las reproducidas descripciones no resultarían suficientes para doblegar la porfía
más dura y testaruda, hemos reservado las más importantes y decisivas... Así, para despejar
dudas, veamos qué decía el propio almirante peruano Miguel Grau, en
el parte que había enviado a la Comandancia General de la Primera
División Naval, el 23 de mayo, donde nos encontramos con el siguiente
párrafo escrito de su puño y letra:
Finalmente,
emprendí la tercera embestida con un velocidad de diez millas y logré
tomarla por el centro. A este golpe se encabuzó y desapareció
completamente la Esmeralda, sumergiéndose y dejando a flote pequeños
pedazos de su casco y algunos de sus tripulantes. Eran las 12:10 P.M. El comandante de ese buque nos abordó, a la vez que uno de sus oficiales y algunos de sus tripulantes; por el castillo y en la defensa de este abordaje, perecieron víctimas de su temerario arrojo.
Luego, en sus
célebres cartas a la viuda de Prat, doña Carmela Carvajal, fechadas el 2
de junio de 1879 en Pisagua, Grau le comenta muy sentidamente:
...su digno y
valeroso esposo, el capitán de fragata don Arturo Prat, comandante de
la Esmeralda, fue, como Ud. no lo ignorará ya, víctima de su temerario arrojo en defensa y gloria de la bandera de su patria.
Sobre esta
última cita, se ha oído alguna vez en fuentes poco serias de
divulgación, que Grau no habría sido claro en definir la razón de la
presencia de Prat en el Huáscar en su carta a la viuda y, por lo
tanto, que no aclara si hubo o no abordaje intencional del capitán. Sin
embargo, antes de enviar su famosa correspondencia a doña Carmela, el almirante Grau había remitido una carta a su querida cuñada, la dama
peruana Manuela Cavero Núñez, quien era, para la curiosidad de las cosas
de la guerra, esposa del capitán de Fragata chileno Oscar Viel y Toro, a
la sazón al mando de la corbeta "Chacabuco". Ahí explicaba con toda
claridad y sin posibilidad de interpretaciones ingeniosas que Prat,
efectivamente, intentaba un abordaje sobre el Huáscar.
En el dramático texto de
la señalada carta a la aristocrática dama limeña, que revela mucho de los aspectos fraticidas involucrados en la guerra, dice Grau
escribiendo en la mar con fecha 29 de mayo de 1879, con los hechos y las
sensaciones de Iquique aún muy frescos:
Dentro de
una hora estaré de regreso a Iquique donde distingo el vapor que va para
el sur; y he querido aprovecharlo para dirigirte estas cuatro líneas
con el singular objeto de saludarte y mandarte muchísimos cariños para
mis siempre recordadas sobrinitas.
Desde que
salí del Callao, que fue el 16 del presente no he vuelto a tener
noticias tuyas ni de Dolores; es probable que en el vapor que acabo de
ver llegar a Iquique del norte, tenga alguna carta de Uds.; lo que deseo
vivamente.
Ya estarás
informada del encuentro de nuestro buque con la vieja Esmeralda y
Covadonga; ambos buques se han defendido con una bizarría
extraordinaria; a mí me tocó batirme con la Esmeralda a la que me vi
obligado a echar a pique porque nada había logrado hacerle con los 40
cañonazos que le había disparado en cerca de tres horas de combate. El
Huáscar ha sufrido también algunas averías, y perdí a uno de mis mejores
oficiales.
El
valiente Comandante de la Esmeralda murió como un héroe en la cubierta
de este buque, en momentos en que emprendió un abordaje temerario. Yo
hice un esfuerzo supremo por salvarlo, pero desgraciadamente, fue ya
tarde. Su
muerte me amargó la pequeña victoria que había obtenido y pase un día
muy afligido. Conservo de Prat, su espada con los tiros y algunas otras
frioleritas que te remitiré oportunamente para que se las hagas entregar
a su pobre viuda; que las estimará como un triste recuerdo de su
infortunado esposo.
Mi excursión
al sur, supongo que también la conocerás, por los telegramas de
Antofagasta. Ignoro como habrán juzgado en ese país mi conducta, pero,
lo que puedo asegurar es, que habría estado en mi derecho de quemar ese
puerto después que ellos principiaron haciéndome cañonazos de tierra, en
circunstancias que yo dejaba al citado puerto, persiguiendo un
transporte.
Corté el cable, como ellos han hecho en nuestros puertos, pero no he ejercido ninguna hostilidad temeraria.
Al cielo le
pido que me separe siempre de la Chacabuco, porque para mí sería la más
grande desgracia tener que combatir con Viel, a quien tanto quiero.
Cuando le escribas salúdalo con afecto.
Muchas
caricias a mis ahijaditas y tu recibe un abrazo que desde aquí te envía
con todo su corazón tu hermano y compadre que tanto te quiere.
M. GRAU
P.S.: Acabo
de fondear y por las noticias traídas por el vapor se sabe que la
escuadra chilena había estado en El Callao. Prado está en este puerto
desde el domingo. La desgracia de Moore ha sido inmensa; al querer
atacar con el espolón a la Covadonga se fue contra una roca.
Cabe añadir que,
en otra coincidencia trágica de la guerra, el capitán Viel estuvo
encargado de reunir después los restos del almirante Grau tras morir en el
Combate Naval de Angamos y caer el Huáscar, resguardándolos en su
cripta familiar hasta que fueron repatriados a Perú durante el bobierno
del presidente José Manuel Balmaceda.
Como podemos
concluir luego de leer todas estas referencias a la muerte del héroe
chileno y muy especialmente la del Almirante Grau, entonces, la versión
de que Prat cayó "accidentalmente" y no como el inicio de un intento de
abordaje, además de desajustada a los testimonios de los protagonistas,
es posterior a las descripciones expuestas y perteneciente a personajes
que no fueron testigos directos del gran suceso de Iquique en 1879.
Veremos, a continuación, de dónde procederían tales creencias.

Busto de Prat en Plaza Juan XXIII de Providencia, Santiago.
En 1883, el
sacerdote franciscano italiano Fray Benedicto Spila de Subiaco, agregado
del colegio de misioneros de Chillán y residente en Chile desde 1871,
se refería con desprecio y rudeza a las descripciones tendenciosas de
los hechos que circulaban ya en Perú. Todos sus descargos lo hace en una
obra titulada "Chile en la Guerra del Pacífico", publicada en Chillán
por su propia iniciativa.
Aquella obra, de una sola edición por más de cien años, estaba
prácticamente olvidada hasta que fue republicada en versión facsimilar
en nuestra época, por Ediciones Patria Nuestra, sacándola del olvido y de desconocimiento compartido incluso entre eruditos hombres de letras e investigación histórica.
Veamos qué dice Spila sobre las comentadas versiones de la propaganda aliada de entonces:
Los
escritores peruanos de Lima hicieron prodigios de habilidad para quitar a
los denodados de la "Esmeralda" el mérito de su admirable valor,
asegurando que Prat, así como los que siguieron al audaz abordaje,
habían caído involuntariamente sobre el puente del "Huáscar" cuando éste
se lanzó con el espolón contra la gloriosa corbeta.
Podemos
disculparlos: el combate de Iquique referido en toda su verdad, habría
sido de funestas trascendencias en el ejército peruano; de modo que era
prudente desvirtuarlo para evitar los efectos que habría naturalmente
producido.
A mayor
abundamiento, se sabe que incluso hubo festejos en Perú por lo ocurrido
en Iquique, algo incomprensible para una mirada más estratégica y
realista sobre las consecuencias que iba a tener lo sucedido,
especialmente por la pérdida de la Independencia. La noticia tuvo efectos diplomáticos en Argentina
en lo que, a la larga, sería la salida de la nación platense del pacto
de alianza con Perú y Bolivia contra Chile, que en ese momento sólo
esperaba su aprobación del Senado en Buenos Aires.
Si bien Spila
disculpa a los publicistas peruanos por estas acciones de propaganda de
guerra (que historiadores posteriores y algunos entreguistas chilenos han
tratado de acoger como hechos), Spila fustiga enérgicamente en contra de
su compatriota el historiador Tomás Caivano, quien había escrito -en lo
que, en principio, habría sido un encargo del propio Gobierno de Perú-
un famoso libro doble de 1882, titulado "Historia de la Guerra de
América", en pleno conflicto. Esta obra, con cerca de 20 reediciones, ha
sido almohada y cabecera de muchos historiadores posteriores del
nacionalismo peruano, aunque es frecuente que intenten decorar o retocar
su lenguaje cargado en desprecios del autor hacia Chile, contrastado
con su exagerada adulación a las fuerzas peruanas.
Excediendo lo
que permite su calidad de testigo de estos hechos de la guerra, dice
allí Caivano acogiendo la versión al paladar de las circunstancias en
el vecino país y con una notable inyección de charlatanería de su parte,
que la muerte de Prat se habría dado en la siguiente situación casi
teatral:
Habiendo
sucedido en la segunda embestida dada por el Huáscar a la Esmeralda, que
el Comandante y un sargento de esta cayesen de resultas del choque
sobre el puente de aquel, (donde fueron muertos por los marineros cerca
de los cuales cayeran, antes que el Comandante del Huáscar pudiera
impedirlo) los chilenos pretendieron que no habían caído, sino saltado al abordaje.
Y no contentos con esto, añadieron además, que en el momento en que la
Esmeralda se fue a pique, al recibir la tercera embestida del Huáscar,
su tripulación se hallaba toda preparada para correr también ella al
abordaje, siguiendo el ejemplo de su difunto Comandante, y que solamente
la celeridad con que se sumergiera su propio buque les impidió cumplir
semejante propósito.
Hay tanta
fantasía en estas afirmaciones, que hasta cuesta escoger por dónde
empezar a refutarla. Incluso Caivano manifiesta creer que había marinos
peruanos en la cubierta del Huáscar al momento de "caer" Prat y Aldea
sobre ella, los que le dieron muerte, cuando en realidad esta estaba
desierta en tales operaciones de combate: es casi imposible permanecer allí
sin accidentarse o salir volando en una acción de golpe de espolonazo,
salvo que llevaran inexistentes botas con suelas de ventosas.
Demás
estaría extenderse, por cierto, en que aquel archirrepetido comentario de
algunos historiadores, incluso los de renombre, respecto de que el Huáscar estaba vacío y sin marinos peruanos en su cubierta casi como
una casualidad, peca del desconocimiento de que la característica de los
monitores en combate era precisamente esa: la tripulación no necesitaba
estar en cubierta durante el enfrentamiento, operando armas desde la
seguridad tras las rendijas y ventanillas de sus estructuras.
Pero ahorremos
palabras y usemos las que ya ofreció Spila para responder a Caivano
observando el "detalle" de que la distribución de los espacios en un
buque hacen absurda la idea de que el espolonazo pudo enviar al
comandante no sólo hasta la cubierta del Huáscar, sino varios metros
más adentro de la misma y no caer por el borde de la nave al agua:
Podríamos demostrar de un modo irrefutable cuanto sea absurda la información de Caivano que Prat desde el puente de mando,
que como todos saben ocupa el centro del buque, fuese caído
involuntariamente sobre la nave enemiga; pero preferimos sentar una
declaración que no puede ser sospechosa, la palabra autorizada del
propio almirante Grau.
Dicho de otro
modo, si la versión del historiador italiano fuera la correcta con
relación a Prat cayendo accidentalmente al Huáscar, tenemos entonces
que el propio almirante Grau se ha hecho cómplice de la "falsa" versión
chilena sobre el Combate Naval de Iquique en el que echara a pique a la Esmeralda, como observa también Spila al recordar las famosas cartas
del héroe naval peruano a la viuda de Prat, doña Carmela Carvajal, que
citamos más arriba. De nuestra parte, agregamos el aclaratorio parte
oficial que envía a sus superiores de la Marina de Guerra de Perú, en donde
no necesitaba hacer exaltaciones de su enemigo ni retocar con decoro la
forma en que había muerto.
A pesar de todo,
la interpretación de Caivano ha tratado de ser defendida explícita o
tácitamente por algunos autores, en este segundo caso usando lenguajes
ambiguos para abrirle paso a la posibilidad. Tal es el caso, por
ejemplo, del capitán de fragata Manuel I. Vegas en su "Historia de la
Marina de Guerra del Perú. 1821-1924" (publicado por el Ministerio de
Marina y la Secretaría General de Marina), quien a pesar de sus débiles
intentos por mantener la objetividad, no resiste en comentar esta frase
para el bronce:
En uno de
los dos primeros intentos de espoloneo cayeron o saltaron a la cubierta
del monitor el Comandante Prat y algunos tripulantes de la "Esmeralda".
Si fue deliberada o no su caída, la juzgan de distinto modo aquellos que
presenciaron el combate o han escrito sobre él.
Para dar algo de sustento a sus dudas, entonces, Vegas asegura después que hay referencias de que "un testigo lo vio caer a la cubierta"
a Prat, que toma de los comentarios de otro autor. Según esta versión,
el capitán chileno después se levantó, se dio vueltas confundido por el Huáscar y cayó muerto alcanzado por proyectiles.
Mas, lo único
evidente hasta ahora es que Caivano prefirió apartarse de aquellos hechos y
tomar los mitos patriotas que circulaban en el vecino país durante la
guerra; su objetivo narrativo es Chile, no los hechos del conflicto que
da título a su obra. Y no satisfecho con la denigrante y hasta
adolescente descripción que hace de los hechos de Iquique, viene ahora
su arremetida sociológica:
De carácter
esencialmente fanfarrón, el pueblo chileno sentía la necesidad de
celebrar una clamorosa victoria, que cubriese ante él, y ante el mundo
la impericia desplegada por su escuadra en los 45 días trascurridos
desde su entrada en campaña, durante los cuales no supo hacer mas que
enfurecerse contra pueblecillos indefensos, y llegar tarde, después de
43 días, donde habría podido y debido llegar en menos de una semana al
Callao. Ardía del deseo de proclamarse grande, de crearse héroes
chilenos; y festejó como victoria chilena una desventura del enemigo, de
la cual fue el caso único autor, y cuyos únicos resultados fueron el
dejar a medias la derrota sufrida por sus armas.
Esta burda y
obsesiva explicación que se centra en la ineficacia de los bloqueos,
desconoce -sin embargo- la positiva actuación del almirante Juan José
Latorre en la "Magallanes" durante el Combate de Chipana, del 12 de
abril, primero de carácter naval en la Guerra del 79. Empero, la acusación gratuita de Caivano motiva otra rotunda respuesta de Spila en su obra, al referirse a
la captura del Huáscar en Angamos del 8 de octubre de 1879, aunque
bastante hiriente para el orgullo peruano y la de su abogado literario italiano:
Ahora, Grau,
peruano como era, y por lo tanto formado con la misma tímida pasta,
¿cómo no se rindió inmediatamente al verse rodeado de enemigos ansiosos
de capturarlo, y por el contrario opuso tanta resistencia? Los valientes
se forman en la escuela de los valientes, bajo la dirección de maestros
que no enseñan sólo frías teorías, sino que infunden el valor con la
potente fuerza del ejemplo, en medio de los peligros y los horrores de
las batallas. Si Douglas se lanzó contra los sarracenos en lo más rudo
del combate y afrentó intrépido la muerte, lo hizo sólo después de haber
tirado en medio de los enemigos el corazón del valeroso Bruce, que
hasta aquel momento había llevado sobre su pecho, acompañando aquel acto
con estas significativas palabras: "anda tu primero a la lucha, como
acostumbras en vida, y Douglas te seguirá o morirá".
Pues bien,
Grau tuvo una sublime escuela en la rada de Iquique; tuvo más célebre
maestro en el ilustre Prat; tuvo un ejemplo de extraordinario valor en
la tripulación de la Esmeralda; y él, verdadero marino, con aquellos
sentimientos de nobleza, de que dio repetidas pruebas, debía
necesariamente llevar ineludible en su memoria el ejemplo de su maestro;
debía sentir su espíritu, el espíritu de Prat, en su corazón el fuego
de los valientes y el deseo de hacerse inmortal como aquél.
Con el tiempo,
Caivano ha incomodado incluso a algunos autores peruanos, ya después de pasados
los ardores de la guerra. No obstante, su visión malévola y
ridiculizante que tanto ha servido para alimentar pequeñas válvulas de
escape al sentimiento herido del patriotismo de algunos y a la endofobia
de otros, no tiene más sustento que el de la creencia "selectiva" y
motivada por la preferencia del simpatizante, entonces, al menos en lo
referido al Combate Naval de Iquique.

"La muerte de Prat", cuadro de Thomas Somerscales.
Empero, clavando
su atención en las minucias para seguir escarbando en injurias, Cavaino
no se rindió hasta la última página de su obra. Llegó a torpezas y
ojerizas tales como cuestionar la "vida gloriosa" que se le
adjudicó en la prensa chilena a la siniestrada Esmeralda, alegando
ahora que sólo registraba en su hoja la captura de la Covadonga como "víctima de una traición; y ciertamente, ninguno afirmará que este hecho sea glorioso".
Todo indica que
el italiano también desconocía o quería desconocer, entonces, que la
tradición de los navíos se sitúa en identidades más que en unidades
propiamente, en este caso remontándola a la primera Esmeralda, fragata
capturada por Lord Thomas Cochrane en 1820; por eso su lema "Gloria y Victoria",
que era el santo y seña de los captores. Esta realizó operaciones
durante ese año hasta que, en 1821, se le cambió el nombre a Valdivia,
acabando destruida en un temporal. Restos de este navío reaparecieron
en la Plaza Sotomayor de Valparaíso por el año 1998.
Por otro lado,
Caivano ignoraba que, además de la captura de la Covadonga en 1865, la
segunda Esmeralda sobrevivió a una violenta tormenta en mayo de 1875
en Valparaíso, ocasión en la que fuera salvada del inminente naufragio
por el propio capitán Prat quien, hallándose enfermo y afiebrado, nadó
desde un bote hasta ella, se ató a uno de los mástiles realizó las
maniobras para evitar el desastre en tan angustiante situación. Cabe
recordar que Prat ya había demostrado sangre fría ante el desastre
anteriormente, con su actuación siendo muy joven, en el incendio del
pontón Infernal, en octubre de 1861.
El historiador
italiano también desconoce que la Esmeralda realizó enormes travesías
de guardiamarinas hasta Isla de Pascua, uno de los antecedentes de
incorporación de la isla a Chile, y además a Haití... Pero parece que
para Caivano la gloria sólo se mide en cañonazos.
Tampoco dejaremos pasar el que, en la época, se describía como "desnudo"
también al que se quitaba parte o todas sus prendas del uniforme, en este
caso ante una emergencia, no sólo al carente de toda prenda. Sin
embargo, veamos cómo usa este adjetivo Caivano en su mencionada obra, al
referirse a las afirmaciones chilenas sobre el glorioso desempeño de
los héroes de Iquique:
Para
saber cual dosis de verdad haya en esto, basta recordar que los
náufragos de la Esmeralda, si bien recogidos casi instantáneamente por
las chalupas del Huáscar, se encontraban en su mayor parte completamente
desnudos; lo que prueba que se desnudaron antes de recibir la tercera y
última embestida del Huáscar; y no es ciertamente en semejante estado
adamítico que se va al abordaje de un buque enemigo. Todos saben por el
contrario que en tales casos, eso quiere decir prepararse a salvar la
piel, y no a combatir. ¡Ha aquí unos héroes de nuevo cuño!
No sabemos si la
hipérbole con la que enfatiza Caivano esto de la desnudez chilena surge
también de algún otro deseo de ridiculizar el pasaje, pero es algo
sabido que los tripulantes de navíos naufragados se "desnudaban"
quitándose dormanes, chaquetones, pantalones de tela gruesa y botas en
los naufragios, algo que incluso podían hacer segundos antes o ya en
agua si no alcanzaron, por una razón bastante conocida: estas prendas
dificultaban la flotación e incluso podían ahogar a quien las usara por
el peso que adquirían al empaparse.
Está demás recordar que la mayoría
de la población de aquellos años prácticamente no sabía nadar, además, lo que
explica la cantidad de ahogados en cada naufragio y las precauciones que debían tomarse con urgencia en cada buque que comenzaba a hacer aguas.
Así las cosas, la sola
idea descontextualizada de chilenos desnudos haciendo fila para saltar al agua y como si lo
hicieran en una cola de ducha, habla muy bien de las motivaciones
íntimas que animaban la pluma de Caivano, desconociendo deliberadamente
incluso los reportes de los observadores internacionales que
reconocieron la determinación de los marinos chilenos, luchando hasta el
final, elogiando a los héroes de Iquique como demostrara Spila.
Lo anteriormente
expuesto, lo confirma también Sánchez Alvaradejo en carta redactada dos días
después de la epopeya, al señalar que la Esmeralda se hundió "con la gente pie de los cañones, y la última presión de nuestros tripulantes, fue la de ¡viva Chile!", informando en el párrafo siguiente que fueron rescatados por botes, hallándose "completamente desnudos una gran parte".
Por su lado, la carta que enviara Vicente Zégers a su padre ese mismo
día en que Sánchez redactaba la suya, señala por un lado que "La
mayor parte de la tripulación pereció al pie de sus cañones; la otra
parte se ahogó, y sólo 50 hemos salvado de los 200 que íbamos a bordo"; y por otro detalla que "Al hundirse el buque, quedamos flotando los que habíamos salvado de las balas".
La conclusión de
Caivano de hombres desnudos en la cubierta y esperando saltar al agua en pleno combate,
entonces, puede surgir de la interpretación siempre sesgada y selectiva
del maniqueísmo de este autor, que parece haberse propuesto como misión
denostar y minimizar el desempeño chileno, sea en triunfo o en derrota,
incluso con estos infantiles recursos. También se aparta como puede del
conocido testimonio del periodista peruano Molina, que ya vimos.
Por último, tampoco es verdad que fueron recogidos "inmediatamente"
por los botes peruanos, como aseguraba el italiano: los botes no
salieron hasta después de sumergida totalmente la Esmeralda y
desaparecida su bandera entre las aguas. Grau pidió terminar también la
metralla sobre los sobrevivientes que flotaban, a pesar de que la ley de
guerra facultaba dar muerte a todos los marinos de un buque que no se
entregó en rendición y se hundió con bandera al tope. Y, para dar un toque dramático, muchos botes de
rescate del Huáscar habían quedado dañados en el combate, por lo que
el rescate fue dificultoso y lento, y muchos perecieron ahogados en la
demora a pesar de la voluntad humanitaria de Grau.
Así pues, hubo
abundante información que Caivano ciertamente debió conocer; pero su
necesidad de no ceder pan ni pedazo a la parte chilena, lo llevó a
apartar conscientemente, marginándola de la balanza de sus
controvertidos juicios, simientes de algunos de los más enraizados mitos
sobre la Guerra del Pacífico.

Cabrestante
y trozo de cadena de la corbeta "Esmeralda", rescatados desde entre sus
restos en la tumba submarina. Actualmente, en vitrinas del Museo Naval
de Iquique.
Ahora bien,
considerando un hecho incontestable que Prat saltó al Huáscar, ¿por qué lo hizo?
Apartémonos de
aquella historia sobre Prat asegurando al entonces comandante de la
Escuadra de Chile, el almirante Juan Williams Rebolledo, que "si viene el Huáscar, lo abordo",
expresada por él poco antes de que la flota partiera al Callao dejando a
las viejas naves Esmeralda y Covadonga en Iquique. Como se trata de
una revelación póstuma (confesada por Williams en su libro "Operaciones
de la Escuadra Chilena mientras estuvo a las órdenes del
Contraalmirante Williams Rebolledo", de 1882), no faltará quien sospeche
que fue sólo un mito de insuflación patriótica abonando a la euforia
popular que provocó la valentía y el heroísmo de los hombres de la Esmeralda. De hecho, consta que ha sido puesta en duda
explícitamente por autores peruanos.
Sin embargo, aún
prescindiendo de ese supuesto anuncio de Prat en Iquique, el abordaje
del barco enemigo era algo que, si bien estaba en retirada, permaneció
largamente vigente en el concepto y la cultura de combate marinera de
esos años y particularmente en él, imitando una escuela que había sido
bastante bien conocida desde tiempos coloniales: las operaciones de
piratas y corsarios por aguas del mundo.
Cabe recordar
que la Armada de Chile, casi desde sus orígenes, había adherido a los
códigos de la Ordenanza General de la Armada Española de 1793, normativa
todavía vigente en los días de la Guerra del Pacífico. Esta ordenanza
disponía que los abordajes de navíos en combate podían efectuarse por
oleadas o ser ejecutados de manera general con participación de casi
toda la tripulación, pudiendo el comandante ir a la cabeza del ataque en
el último caso.
Entre el tipo de
equipamientos que llevaban los barcos a la sazón, estaban precisamente
los necesarios para el abordaje, que incluían cabos con remates de
ganchos, hachas de abordaje y otros instrumentos tanto para subir al
barco adversario, como para liberar el combate cuerpo a cuerpo con sus
tripulantes. La Esmeralda no contaba con todos ellos, es cierto, pero
no porque hubiese renunciado a la posibilidad del abordaje: habían sido
distribuidos en el resto de la flota que había partido al Callao, en
esos mismos momentos.
A su vez, los tarros de metralla que se disparaban
desde las baterías tenían, entre otras funciones, evitar también los
abordajes del enemigo. Y si la motivación de los clásicos piratas era no
hundir el barco atacado para apoderarse de la valiosa carga, el de los
marinos de guerra era tratar de salvar -en la medida de lo posible- el
buque completo para agregarlo a sus respectivas flotas.
El investigador
del Instituto Histórico Arturo Prat, don Juan Diego Dávila, por ejemplo, mencionaba en su folleto "El sacrificio de Arturo Prat" de 2005,
que aquella acción de abordaje fue realizada durante todo el siglo XIX por
la Armada de Chile, como sucedió en los siguientes casos de capturas de
naves:
- La fragata española Reina María Isabel, por el almirante Blanco Encalada en Talcahuano, en 1818.
- La fragata Esmeralda virreinal (o primera Esmeralda), de 40 cañones, por Lord Thomas Cochrane en El Callao, en 1820. Cochrane fue herido y casi murió en esta acción.
- El buque Aquiles, tomado por Angulo y otros diez hombres, luego de estar prisionero en Isla de Guam, llegando así a Valparaíso en 1825 y regalándolo para la escuadra chilena.
- Los navíos de la Confederación Perú-Boliviana llamados Peruviana, Arequipeño y Santa Cruz, además del destruido bergantín Congreso, capturados en 1836 por unos 80 hombres del Aquiles.
Agregamos de
nuestra parte que, en enero de 1839, en el Combate Naval de Casma,
ocurrido durante la misma guerra de Chile contra la Confederación
Perú-Boliviana, el bergantín Arequipeño al mando del peruano Juan
Blanchet, quiso capturar por abordaje la corbeta chilena Confederación, pero fracasó: Blanchet murió en combate y fue su
bergantín el que acabó abordado y apropiado por los chilenos.
Más aún, durante
la Guerra contra la Flota Española de 1865-1866, en la que Chile se
involucró precipitada y eufóricamente a favor de Perú y en contra de la
ocupación española de las Islas Chincha, Arturo Prat estaba designado en
el cargo de jefe del grupo de abordaje de la goleta cañonera española Virgen de la Covadonga, que iba a ser capturada por la Esmeralda en
el Combate de Papudo (26 de noviembre de 1865). Prat tenía sólo 17 años a
la sazón, y su desempeño fue premiado con el ascenso a teniente 2°.
Aquella acción de
abordaje en sus manos se abortó en el último momento, pues la nave
española no logró ponerse en fuga y el comandante Luis Fery prefirió
optar por la rendición antes que exponerse a más ataque de baterías de
la Esmeralda, entregando el mando al capitán Manuel Thomson no sin
antes intentar hundirla abriendo las válvulas. Rebautizada Covadonga a secas,
la misma goleta combatiría con su captora la Esmeralda en Iquique, en
1879, curiosamente.
En su artículo
"¿Por qué Arturo Prat saltó al abordaje del 'Huáscar' en el Combate
Naval de Iquique", del capitán de Navío Patricio Villalobos Lobos,
publicado en la "Revista de Marina" de 2009, podemos leer el siguiente
aporte para la comprensión del salto de Prat:
...para
aquellos que desconocen el verdadero significado del concepto de
abordaje en un combate, de acuerdo a lo establecido en aquella época,
constituía la acción de maniobrar la nave propia a una posición en que
se atracara, borda con borda, con la nave enemiga y asegurarla con
ganchos o rezones de abordaje, de manera que no pudiera separarse. Hecho
esto, la tripulación de la nave atacante o la más osada, abordaba (se
pasaba) a la nave enemiga y en un combate cuerpo a cuerpo, se apoderaba
de ella. El propósito del abordaje era tomar el control de la nave
enemiga. Y por lo tanto, lo que intentó hacer Arturo Prat era apoderarse
del "Huáscar", aprovechando sus vulnerabilidades.
Lo notable es
que Prat podría haber estado consciente de una debilidad del Huáscar:
que el sistema de baterías demoraba alrededor de diez minutos en recargar
por la boca los cañones de 300 libras, cuando estos eran usados al
unísono con cada espolonazo. Esto significa que el Huáscar quedaba
parcialmente vulnerable por varios minutos después de cada embestida de
su ariete contra el enemigo. Era el momento más apropiado para intentar
abordarlo, como quisieron hacerlo Prat y sus hombres.
Hay señales
claras de una preparación para la posibilidad de abordajes, reportada
por el mayor de Ejército J. Arturo Olid Araya en una de sus conocidas
"Crónicas de Guerra", hacia 1888. Dice allí, por ejemplo, que siendo un
aprendiz de mecánico de 14 años en la Covadonga, de camino a Iquique
vio cómo Prat entrenaba a sus hombres en maniobras de abordaje, haciendo
que la tripulación se armara "con sendas hachas y unos sables descomunales cuya sola vista espantaba". Agrega que los hombres se ejercitaban a diario "en tiro al blanco, faenas de embarques y desembarques, instrucciones de abordaje, incendios, colisiones"
y otras exigencias. También hay testimonios de que el el teniente 1° Manuel Joaquín Orella, segundo al mando de la Covadonga,
también dirigió ejercicios de abordaje y artillería a su tripulación,
previendo una situación como la que correspondió a la Esmeralda.
Por otro lado,
la intencionalidad del abordaje al Huáscar y su ejecución como única
posibilidad de enfrentar al poderoso monitor desde una corbeta condenada
a hundirse, se refuerza por detalles del relato de los hechos que
muchos no han sabido interpretar, por desconocer los códigos en
participación, como que el muchacho Cabrales intentaba tocar en su
corneta "al ataque" durante la embestida del buque peruano; y que
al morir este, fuera reemplazado espontáneamente por el cabo Crispín
Reyes para tocar la misma orden. Todavía más, cuando muere Reyes, corre a
tomar el instrumento el grumete Pantaleón Cortés, tocando "a degüello" hasta
que se hundió por completo la Esmeralda, tal como lo testimoniaron en
su momento sobrevivientes como Zégers y Sánchez Alvaradejo.
¿Y qué significan los toques de zafarrancho como "al ataque" o "calacuerda" y "a degüello"
en el código de órdenes de corneta? Pues corresponden a instrucciones
de lucha cuerpo a cuerpo, algo imposible en el escenario del combate
naval si no se da en una acción de abordaje o la expectativa de tal.
No tenemos buenas señales
en testimonios o literatura disponible sobre qué pudo haber pensado Prat en sus
últimos minutos de vida, sobre lo sucedido con la escuadra chilena que
había marchado al Callao, al ver encima al Huáscar y la Independencia, con la que en realidad se cruzaron separados por la
distancia y la oscuridad. Haya supuesto o no que la flota nacional podía
haber sido destruida, no cabe duda de que su salto al Huáscar era el
punto sin retorno para jugarse el todo por el todo, en tan adversa e
irreversible situación de inferioridad en el combate, con los épicos
resultados que decidieron el curso de la Guerra del Pacífico, desde ahí
en adelante.
Monumento a Prat y los héroes del 21 de mayo, bajo la Torre del Reloj de Iquique.
Medallones de bronce de los héroes en monumento de la Torre del Reloj de Iquique.
Otra duda razonable que surge del propio nombre del pasaje, "el salto de Prat", es si correspondió realmente a un salto propiamente tal.
Al respecto, durante el período en que se estuvo construyendo el Museo Corbeta Esmeralda de Iquique, hubo una gran atención sobre la información que iba apareciendo en relación a las
características del navío chileno que se reproducía, ya que muchos de
aquellos datos eran totalmente novedosos y surgieron de la investigación
que se realizó por expertos para ir dándole al proyecto un ajuste fiel a
la realidad.
Relacionado con lo anterior, un dato curioso proporcionado en el
Museo Militar de Iquique, por entonces, señala que la altura del castillo de
proa de la Esmeralda era de unos 4,48 metros, mientras que el del Huáscar
era de unos 5,56 metros, a pesar de ser un navío de cubierta más bajo y
tamaño general un tanto menor; en situación de flotación serían
prácticamente iguales. Este dato en especial nos fue proporcionado en el mismo
período por el profesor militar Enrique Cáceres Cuadra, especialista en
Historia Militar de la Guerra del Pacífico y residente en la misma
ciudad.
Si los datos son
correctos, entonces, esta diferencia de alturas haría más verosímil la
idea de un abordaje por pequeño "escalamiento" o, como mínimo, un
descenso casi frontal por jarcias o cuerdas de cabullería; empero, la
historiografía oficial ha cristalizado la noción del "salto" como la
definitiva, no dando margen a un posible vuelco. Más aún, si sumamos a
ello que el golpe del espolón del Huáscar fue por el costado de la Esmeralda, en donde la cubierta exterior y la altura de las baterías es
bastante menor que el castillo, las preguntas surgen por sí solas,
además del descarte de la caricatura de una caída accidental de Prat
sobre el monitor.
Tenemos entendido
que las alturas de los buques como el Huáscar variaba según la
cantidad de carga y pertrechos que transportaran dentro de su casco,
pero ignorarmos cuánta era la diferencia en su línea de flotación. Quizá algún historiador militar o experto en ingeniería náutica del siglo XIX
pueda aportar información más precisa, que esclarezcan si hubo
diferencias sustanciales de alturas como las señaladas entre ambos navíos, y si acaso
influyeron estas también en la célebre escena del "salto" de Prat al
entonces buque peruano.
Quedará para discusión, entonces, el suponer desde dónde proviene buena parte de la actual alergia
y resquemor hacia la figura del personaje Prat, al menos entre sus propios actuales compatriotas que las acogen y comparten. Las muy deficientes dos representaciones fílmicas que se han
hecho de la epopeya del 21 de mayo, una para la televisión y otra para
el cine, tampoco han aportado mucho para despejar dudas, especulaciones,
creencias maledicientes o falsedades que muchos quieren creer, incluso
sabiendo que puede corresponder a tales.
Así pues, sólo a
quienes desde su cómodo refugio en la posmodernidad desconocen
profundamente los procedimientos utilizados en las guerras de mar, ya
sea por su área específica de conocimientos o por falta de interés en
indagar sobre los mismos, podría parecerle inexplicable, cuestionable y
caricaturizable el salto de Prat al Huáscar, como efectivamente ha
sucedido -de cuando en cuando- entre los efluvios creativos del mundo
del periodismo, la literatura, las artes escénicas o la gráfica.
Sólo me queda
cerrar siempre la efeméride con un feliz 21 de mayo que, a estas alturas, identifica a todos los hombres de mar en sus
diferentes profesiones y oficios... Y, en plenos Mes del Mar, a celebrar se ha dicho.
Mensaje recuperado desde el primer lugar de publicación de este artículo, en el sitio URBATORIVM:
ResponderEliminarUnknown13 de julio de 2018, 18:51
creo que debio haber sido necesario que el cabrestante estuviera un año en agua destilada. Ese es el procedimiento para material que que ha estado bajo el agura durante años