"Manifiesto de Gabriela Mistral al Pueblo Chileno", adhiriendo a
la candidatura derechista de don Arturo Matte. Diario "El Día"
de La Serena, lunes 1° de septiembre de 1952.
Ya escribió una vez con lucidez el académico Luis Vargas
Saavedra sobre la inmortal Gabriela: "Chile era la zona donde
radicales y masones la motejaron de 'beata', los conservadores
de 'comunista' y los comunistas de 'fascistoide'".
El período previo a los 70 años del Premio Nobel de nuestra
insigne poetisa Gabriela Mistral (Lucila Godoy Alcayaga,
1889-1957), cuyo natalicio se celebrará en estos días, parecen
hacer dado sólo para revisar con energía el aspecto de su
orientación sexual (o, mejor dicho, querer confirmar un viejo
rumor que hasta había sido abordado ya por un filme de 2001),
pero nada en verdad importante o esclarecedor sobre otro de los
temas nebulosos que han rodeado a esta extraordinaria mujer: sus
inclinaciones políticas reales, no las que se le han supuesto o
inventado en más de una ocasión.
Ya no es tabú -ni volverá a serlo- escarbar en la relación
sentimental de la literata con su albacea o en cualquier otra
similar que haya tenido en su vida. Sin embargo, sigue siendo un
asunto difuso y a veces impreciso el de su pensamiento e
ideología política, que se hace pasear entre la izquierda tibia
y americanista hasta revolucionaria fan de Gorki, Vargas Vila o
Sandino.
Sería mera exageración ofrecer una Gabriela paseando la bandera
roja por las Américas o Indoamérica, para los siúticos y
devotos de discursos clásicos tipo APRA. Sin embargo, se han
creado también niveles biográficos casi insondables, o quizá
idealizados, lo que permite jalados artificiosamente hacia los
rangos donde mejor sopla el abanico político. Y lo curioso es
que Gabriela no era débil o de opinión suave, menos pusilánime.
No; de modo alguno. Por el contrario, fue bastante decidida y
preclara en sus conceptos. El problema es que sus vientos no
provenían de ningún manual, catálogo o guía ideológica
partidista, haciendo frustrante, así, el esfuerzo de quienes se
empeñaron en establecerle una clasificación dentro de los reinos
de la política, ya sea de manera manifiesta o bien tácita, en
forma casi ladina.
¿Cuál es el secreto que tanto se cuida sobre Gabriela Mistral
con esta falsa prudencia y pinzas de joyería por parte de
ciertos biógrafos, tal como antes se hacía con el asunto de su
sexualidad? Pues, a diferencia de este último tópico, no hay
ninguno en verdad que esconder: creo que sólo se busca no
adolorar más el gran lumbago que punza en la espalda de ciertos
sectores políticos de Chile y del continente, relativo a la
transversalidad del personaje que jamás fue la activista que
esperaron fuera y jamás quemó sahumerios por algún partido
específico.
LA APROPIACIÓN POLÍTICA DE GABRIELA MISTRAL
Aunque muchos intentos de encadenar publicitariamente la imagen
de Gabriela a corrientes políticas, son posteriores a su muerte
-tanto de mitómanos derechistas (por desprecio) como
izquierdistas (por afinidad)-, uno de los primeros y más
descarados parece haberle ocurrido en vida.
Sucedía que, entre el 26 de mayo y el 6 abril de 1953, se debía
realizar en Santiago de Chile el llamado Congreso Continental de
la Cultura de las Américas, que desde el principio fue maquinado
por elementos más propios de la izquierda dura, incluyendo al
mismísimo Pablo Neruda que había vuelto recientemente desde
Moscú con su carpeta de instrucciones y formularios. Grande fue
la sorpresa de Gabriela al ver que su nombre aparecía como
convocadora del mentado Congreso, recibiendo desde el año
anterior respuestas de intelectuales del continente acogiendo la
invitación que creían formulada por ella.
Gabriela negó terminantemente haber convocado a dicho congreso,
y esto generó conflictos dentro de los mismos interesados.
"En realidad, su nombre fue tomado abusivamente, así como los de
muchos otros intelectuales, que se retiraron del Congreso antes
de que se reuniera, en vista de que no tenía nada de cultural y
sí mucho de comunista", reconocía el académico y periodista
español Pere Pages i Elies, con el pseudónimo Víctor Alba en su
"Historia del comunismo en América Latina", de 1953. Aclaremos
que el autor era también un respetado comunista de la época,
pero de declarada tendencia antiestalinista.
De alguna manera, la apropiación continuó hasta mucho después de
la muerte de Gabriela. El dirigente comunista chileno Luis
Corvalán, por ejemplo, escribió en "El gobierno de Salvador
Allende" que, no bien tiene lugar el
Golpe Militar del 11 de septiembre de 1973 y el cierre de la
Editorial "Quimantú" del caído gobierno, "la dictadura
hizo embalar muchos libros de Gabriela Mistral" junto a los
de Neruda o Jack London, para reciclarlos. No cuesta advertir
que sugiere, entre líneas, que se destruyeron estos libros por
un desprecio ideológico a la poetisa similar al que podría
esperarse para con Neruda o London. Pero la verdad es que
"Quimantú" fue reconvertida en otra editorial que no llegó a ser
ni la sombra de la anterior, bautizada Editora Nacional Gabriela
Mistral, precisamente en homenaje a ella y que siguió publicando
con ese sello.
Cualquier otra suposición de censura a su obra durante la
Dictadura, resultaría algo dudosa al recodar que los trabajos de
Gabriela (como los de Neruda y también London), formaron parte
de las lecturas obligatorias del programa escolar en esos mismos
años de rigores militares. También es impreciso -dicho sea de
paso- que el mismo régimen haya reducido su vasta obra a sólo
sus trabajos más "infantiles", poniendo toda la atención
editorial deliberadamente en ellos, en desmedro de otros. Aunque
al gobierno dictatorial le convenía bastante esta situación (de
ahí, quiza, su deseo por apropiarse de los derechos de la obra
mistraliana), la verdad es que ésa era más bien imagen popular
que se tenía en Chile de Gabriela, por alguna razón, y de hecho
hasta la propia
Editorial "Quimantú" había hecho su parte en este
reduccionismo: el único trabajo importante que alcanzó a
publicar especialmente para ella, fue su libro "Todas íbamos a
ser reinas", y no selecciones de sus escritos más sociales y
arengadores, que habríamos esperado en otro caso.
Sin embargo, las creencias persisten. Recuerdo hace muchos años,
un mural cerca de avenida Vicuña Mackenna en La Florida, con los
nombres de Vicente Huidobro, Pablo Neruda y Gabriela Mistral
acompañados cada uno por la frase "Eran X" (la X
era la hoz y el martillo). Y a mediados de los años 90, en la
recientemente desaparecida Universidad de Artes y Ciencias
Sociales (ARCIS), cuando se expuso un trabajo relacionado con el
interés social de la compañera Gabriela (así le llama
un alumno, no yo), se intentó describir allí a una poetisa
furibundamente izquierdista y revolucionaria, pero en base a
nimiedades como su cercanía a Pedro Aguirre Cerda y sus
tempranas manifestaciones favorables a una Reforma Agraria.
Demás está recordar que este último proceso contó, inicialmente
también, con apoyo y respaldo de grupos de la derecha liberal.
Hay quienes, por su lado, echan mano al breve período en que
Gabriela escribió para el periódico "Frente Popular", cercano al
comunismo, como fórmula para intentar estrechar nexos
ideológicos con ese movimiento en particular. Y ni siquiera los
elogios que ella vertería para la obra de Neruda (y viceversa)
se han salvado de ser interpretados "políticamente", buscando
deslizar por el jabón de la esperanza interesada el deseo de
también colgar su grandeza en una percha específica. Que nuestro
segundo Premio Nobel se haya referido a ella alguna vez como
"mi compañera Gabriela Mistral", creo que alentó también el
deseo ardiente de suponerla en esas filas, al menos en mis
tiempos universitarios.
El célebre periodista Alone (Hernán Díaz Arrieta), había
conocido profundamente a Gabriela. Como se sabe, además de
encontrarla en distintas partes del mundo, la Fundación
Rockefeller lo invitó a Nueva York para ordenar los escritos
inéditos de la poetisa sólo dos años antes de ser galardonado él
con el Premio Nacional de Literatura. Tuvo, entonces, el
privilegio de profundizar en ella tal cual era y tal cual fue,
plasmándolo en la famosa biografía de la autora. Y como su amigo
(con algunas diferencias y desencuentros, como toda amistad),
además de buen conocedor y confidente, Alone fue enemigo de la
imagen de Gabriela revolucionaria, por lo mismo.
Es difícil decir que la desconfianza y obstinación de Alone
contra el comunismo le pudo haber quitado alguna vez,
objetividad de juicio sobre las ideas políticas de ella,
habiendo sido uno de los grandes promotores de la obra de Pablo
Neruda, por ejemplo. Sin embargo, en algún momento fue tal el
deseo de secuestrar la imagen de la autora de "Desolación" y
"Los sonetos de la muerte", especialmente cuando muere
físicamente, que Alone decidió golpear la mesa. Otros,
simplemente, han preferido desestimar las opiniones expertas y
ceder al deseo, suponemos que con suficiente utilidad como para
asumir los riesgos del negocio.
Y es así que leo, a pesar de todo, ciertas especies echadas a
correr sobre ella siendo creídas con ceguera asombrosa. La
encuentro en la proclama de una lacrimógena carta abierta en
Perú: "¡Pero sepan que grandes comunistas han elevado la
calidad humana: Picasso, Saramago, García Lorca, Blanca Varela,
Gabriela Mistral...!". Afirmación hecha nada menos que por
una docente, vinculada al movimiento comunista del vecino país.

Nuestros dos Premios Nobel de Literatura, Gabriela Mistral y
Pablo Neruda (que aún no lo recibía), en el año 1954.
AMÉRICA Y LA IMAGEN DE SANDINO
El caso de historiadores comunistas es más sofisticado que la
hablilla política más popular o las declaraciones de corte
universitario, como sucede con el veterano escritor Iván
Ljubetic Vargas. Me resulta particularmente interesante en este
esfuerzo, por exaltar el lado más izquierdista de Gabriela,
aunque mucha de su exposición sólo repite un enfoque que había
asumido ya Volodia Teitelboim en su "Gabriela Mistral pública y
secreta", de 1991.
Como estos autores saben fehacientemente que las pruebas no
están a favor de quienes creen que ella tuvo alguna clase de
acercamiento partidista o revolucionario propiamente tal, la
descripción biográfica enfatiza aspectos como la estrecha
relación personal que la poetisa tuvo con conocidas y
prominentes figuras de dicho perfil, incluyendo su entrañable
amiga Laura Rodig; o bien destacando su participación como
representante de la Unión de Profesores de Chile (UPCH) en el
Congreso de Educación en Locarno de 1924; y su asistencia al
Congreso de la Paz en México de 1949. Se realza muy
especialmente la censura y despido "fascista" desde el diario
"El Mercurio", por un artículo pacifista de 1950; el mismo
diario que proclamaba su adhesión a los aliados y condenaba el
fenómeno nazi-fascista europeo durante la II Guerra Mundial, a
coro con los de la izquierda chilena, dicho sea de paso.
Con mayor seguridad argumental, en un artículo biográfico con el
nombre de la poetisa, publicado en el diario chileno "El
Espectador" de San Antonio (12 de abril de 2002), Ljubetic
recuerda que cuando Gabriela fue invitada a México para hacer su
valioso aporte en la reforma educacional por el Ministro de
Educación del país azteca, don José Vasconcelos, fue el insigne
diputado comunista Luis Emilio Recabarren (reciente
fundador del Partido Comunista de Chile, en 1922) quien
propuso en la Cámara una indicación para que ella recibiese
$5.000 como viático, ante la limitación de sus propios recursos
para concretar el viaje. Ya entonces, sin embargo, la atrofiada
mentalidad de la derecha chilena creía en esas supuestas
tendencias comunistas de la poetisa, lo que pudo influir en el
indecoroso voto de sus representantes en contra del
financiamiento del viaje.
A pesar del rechazo a la propuesta de asistencia económica,
Gabriela pudo ir con Laura a México ese mismo año de 1922, mismo
en que publicó su célebre "Recado" titulado "El Grito", poco
tiempo antes de marcharse de Santiago. Embriagada de la pasión
bolivariana, proclamará Gabriela en este texto:
¡América, América! ¡Todo por ella; porque nos vendrá de
ella desdicha o bien!
Somos aún México, Venezuela, Chile, el azteca-español, el
quechua-español, el araucano-español; pero seremos mañana,
cuando la desgracia nos haga crujir entre su dura quijada,
un solo dolor y no más que un anhelo.
Una vez en México, imbuida en uno de los núcleos continentales
de este mismo sentimiento americanista, se interioriza sobre la
gran lucha independentista de Nicaragua contra la intervención
de los Estados Unidos, y proclama desde el año siguiente su
admiración por esta causa, exhortando a los países de América a
apoyar y colaborar con esta lucha que compara con el
enfrentamiento de David contra Goliat.
Por supuesto, muchos no dejan pasar las oportunidades que
permite este detalle. En su comentado artículo y en otro
posterior titulado "Gabriela Mistral, Premio Nobel de Literatura
de 1945" (publicado en junio de 2009, pero que ya encuentro sólo
en un blog del Partido Comunista de Ñuñoa), Ljubetic declara
categórico que esta acción de la chilena "se refería a la
lucha por la Independencia de Nicaragua que librada César
Augusto Sandino contra el invasor yanqui". En su entusiasmo
y urgencia, sin embargo, el historiador no reparó en que, para
1923, Sandino era sólo un anónimo muchachón escondido en México,
luego de un altercado personal con un aristócrata nicaragüense,
permaneciendo en este autoexilio y sin tomar las armas
revolucionarias sino hasta 1926, cuando lo sorprende la Guerra
Constitucionalista recién regresado a Nicaragua. Período en el
que comenzará a hacer inmortal su nombre, además, para las
semblanzas revolucionarias de su patria y de toda América.
Cabe añadir que Gabriela admiró mucho a Sandino cuando su nombre
estalló en la lucha nicaragüense, unos años después del
señalado. Lo elogió en artículos suyos, por supuesto, escritos
desde 1928 y hasta el asesinato del caudillo, cuando aquella
causa era de general simpatía latinoamericana, ya sea desde el
nacionalismo al comunismo revolucionario, por representar un
foco de heroica lucha contra el insolente intervencionismo
imperialista. De hecho, los discursos de Gabriela a favor de
Sandino tienen un claro acento solidario con el nacionalismo
nicaragüense, como lo sugiere el artículo que escribió ya
encontrándose en Nueva York, en 1931 (año en que también recibe
la medalla Benemérita del Ejército Defensor de la Soberanía
Nacional de Nicaragua), titulado "La cacería de Sandino, el
'General del Pequeño Ejército Loco'":
Míster Hoover, mal informado a pesar de sus 21 embajadas,
no sabe que el hombrecito Sandino, montuno, plebeyo e
infeliz, ha tomado como un garfio la admiración de su raza,
excepto uno que otro traidorzuelo o alma seca del Sur. Si lo
supiera, a pesar de la impermeabilidad a la opinión pública
de la Casa Blanca (la palabra es de un periodista yanqui) se
pondría a voltear esta pieza de fragua y de pelotón militar,
tan parecida a los Páez, a los Artigas y a los Carrera, se
volvería, a lo menos, caviloso y pararía la segunda
movilización.
El elogio para Sandino no fue patrimonio revolucionario
especialmente propio de la izquierda continental, recalcamos,
por lo que difícilmente serviría para adivinar alguna clase de
filiación ideológica particular de Gabriela a partir de su
simpatía por la lucha en Nicaragua. Daría también para suponerla
liberal, nacionalista e incluso nacista, considerando el
entusiasmo que despertaba la figura del héroe en el Movimiento
Nacional Socialista Chileno, desde sus primeros años y hasta su
desaparición tras la
Masacre del Seguro Obrero de 1938.
OPOSICIÓN A TODO AUTORITARISMO
También se suele mencionar -a la pasada- que Gabriela Mistral,
ya entrada en la actividad consular que realizaría por otros 20
años, vio frustradas sus labores como Cónsul de Elección en la
representación chilena de Génova, por haber manifestado sus
ideas antifascistas en pleno régimen de Benito Mussolini en
Italia. Esta impresión es verosímil si quiere suponérsela mucho
más cercana a las señaladas ideas revolucionarias, pero el hecho
incontestable es que Gabriela era alérgica a todos los gobiernos
dictatoriales, fuesen o no fascistas.
Para contextualizar, por entonces la poetisa ya era más
apreciada en el extranjero que en Chile. Grande fue la polémica
intelectual cuando dos eminencias de la prodigiosa Generación
del 38, Eduardo Anguita y Volodia Teitelboim, la dejaron fuera
de su "Antología de la poesía chilena nueva", de 1935. Esto
explica que haya recibido el Premio Nacional de Literatura
después del Premio Nobel, además.
Sin embargo, se recordará también que Gabriela aceptó el Premio
Nacional de Literatura posteriormente, en 1951, y siendo
Presidente de la República don Gabriel González Videla, radical
símbolo del período fuertemente anticomunista que se vivía en
esos años en Chile. A la sazón, ya había sido promulgada la
llamada "Ley Maldita" y Neruda se hallaba en el exilio,
reclutando solidaridad internacional de los intelectuales en
contra del Gobierno de Chile. Autores como Jaime Quezada, gran
investigador de su vida, recuerdan que declaró entonces, al
enterarse del premio:
Hace rato que yo cancelé ese tema del Premio Nacional de
Literatura. Sé que lo peor de "mi caso" con Chile es el odio
de mi gremio. Y tal vez sea lo que más me dolió y me duele,
desde que salí de Chile hasta hoy.
Mas, la falsa tregua con el gobierno chileno no duró mucho, y
así le expresaba al año siguiente, al escritor Eduardo Barrios,
refiriéndose a su comentada relación con Doris Dana, su albacea
y secreta compañera, negando otra vez cualquier identificación
con el comunismo:
Así es como una yanqui vive por tiempos con esta comunista,
fabricada ahora por el señor González Videla, su jefe,
señor.
Sigue despreciando el autoritarismo y el militarismo en todas
sus caras. Como hicieron muchos otros intelectuales y
autoridades internacionales, en 1953, Gabriela se une a la
cruzada para solicitar la libertad de la literata argentina
Victoria Ocampo, detenida por el Gobierno del General Juan
Domingo Perón, a quien envía un telegrama diciéndole:
Profundamente contrariada por la noticia del
encarcelamiento de Victoria Ocampo, ruego a vuestra
excelencia liberarla recordando su labor internacional que
ha prestigiado siempre a la Argentina.
Pero un acontecimiento en particular dejará más que confirmado
que la poetisa no tenía ninguna clase de compromiso de lealtad
hacia el bolchevismo, a diferencia de la ciega devoción que
mantuvieron, por ejemplo, Neruda, Teitelboim y otros altos
intelectuales de la época.
El 23 de octubre de 1956, estalló una revolución contra el
régimen socialista de la República Popular de Hungría y su
relación tutelada por la Unión Soviética. Al caer el gobierno
totalitario de András Hegedüs, Rusia no toleró el levantamiento
e invadió Hungría abriéndose paso a fuego y represión, logrando
imponerse el 10 de noviembre con un saldo de 2.500 húngaros
muertos, cerca de 200 mil refugiados escapando al resto del
mundo y el inicio de una de las peores tiranías modernas de
Europa, rechazada incluso por militantes revolucionarios de
otros países.
La violencia y desparpajo con que actuó Rusia provocó una
reacción de rechazo internacional, de la que Gabriela no estuvo
ajena. Así participará de la redacción para el documento
conocido como "Manifiesto de Defensa de Hungría", firmado junto
a otros intelectuales de América Latina. Allí escribe la
poetisa:
Como escritores, artistas y universitarios, como hombres de
América, condenamos la brutal agresión de que ha sido
víctima el pueblo de Hungría, y nos dirigimos al pueblo de
Budapest martirizado para decirle que estamos con ellos. Su
causa es común a cuantos defienden la dignidad humana, como
principio de toda justicia. Nos llena de esperanza la
actitud de las juventudes que tan ejemplarmente han sellado
con su sangre esta verdad. Ni el escritor, ni el artista, ni
el sabio, ni el estudiante, pueden cumplir su misión de
ensanchar las fronteras del espíritu, si sobre ellos pesa la
amenaza de las Fuerzas Armadas, del Estado gendarme que
pretende dirigirlos. El trabajador intelectual no puede
permanecer indiferente a la suerte de los pueblos, al
derecho que tienen de expresar sus dudas y sus anhelos.
América, en su historia, no representa sino la lucha pasada
y presente de un mundo que busca en la libertad el triunfo
del espíritu. Se sirve mejor al campesino, al obrero, a la
mujer, al estudiante enseñándoles a ser libres, porque se
les respeta en su dignidad. El avasallamiento de Hungría, su
destrucción porque ha querido ser libre, marca un momento
simbólico en la definición de nuestro siglo. Digamos a
tiempo que estamos por los que quieren ser libres, y
movilicemos la opinión de América de una vez por todas, que
se vea claro que no aceptamos ni la servidumbre de la
inteligencia ni el aniquilamiento de los pueblos libres.
Gabriela no sólo colabora con su texto y firma el manifiesto
(que causó escozor en el comunismo chileno más duro de esos
años), sino que su nombre es el primero que aparece allí,
condenando la vesania de los rusos, algo sospechosamente poco
recordado por sus posteriores biógrafos, salvo casos como
Matilde Ladrón de Guevara en su "Gabriela Mistral, rebelde
magnífica" o Dolores Pincheira en "Gabriela Mistral, guardiana
de la vida". Teitelboim, por ejemplo, pasa de largo toda alusión
a este episodio en su suerte de exposición del "lado B" de
Gabriela, donde más apropiado era recordar esto, precisamente.
Cabe comentar que, hasta hace no muchas décadas y antes de la
caída del bloque soviético en la Europa Oriental, existía una
cínica calumnia intentando explicar que la adhesión de Gabriela
al manifiesto de defensa del pueblo húngaro, era un pago de
favores por sus cargos diplomáticos, presiones políticas del
Gobierno o incluso porque la habían "comprado" para adherir al
mismo, pasando la aplanadora en el hecho de que la autora sólo
se ponía del lado de las víctimas inocentes de la brutalidad
bolchevique, como quedó demostrado sobradamente después. Su
partida al año siguiente de firmar el manifiesto, tal vez
impidió que la propia poetisa encarase y se defendiese de
semejantes maledicencias.
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FRAGMENTOS DEL PRÓLOGO DE
GABRIELA MISTRAL A "LA
POLÍTICA Y EL ESPÍRITU", DE
EDUARDO FREI MONTALVA (1940)
"Sus ideas sociales de
reconstrucción se me parecen
mucho al oscuro hierro
forjado de los italianos y
los belgas. Ellas son
sólidas, bien torneadas y
serviciales".
"Debemos confesar que la 'America
inocente' del poeta
romanticón es una Ninfa Eco
de cuerpo abolido, en carne
de fantasma, sin fuerza para
dar el grifo inicial. Y aquí
la función no deriva del
organismo, pues 'el
Continente' es una masa
formidable y Chile un cuerpo
de metal absoluto, por esto
mismo la invalidez para
crear un módulo propio de
vida da un asombro, que
resbala a cólera; tanto leer
de política, gracias a
nuestras empresas que lo
editan todo; tantos años de
vivir una vida americana, es
decir, original; tanto
énfasis como el que corre
por nuestros textos
escolares de Historia, y
venir a parar en que no
hallamos para salvarnos sino
la receta nazi, o la
fascista, o la comunistoide,
o la portuguesa o la
cavernaria, ¡cualquiera,
menos la propia!".
"La dictadura militar no es
ninguna novedad entre
nosotros, como que ella
representa nuestra doble
tradición. La Historia
hispanoamericana no viene a
ser otra cosa que el trance
de una Libertad-Pasión, de
la que llamaría Unamuno una
Libertad-Agónica que hace su
Vía Crucis cayendo y
levantando. Como han llegado
los tiempos del buen comer y
el buen beber traducidos a
doctrina política, los
jóvenes que antes juraban su
fe al ministerio de agonía,
ahora abandonan su
Cristo-Libertad, quien no
puede dar el vino del poder
ni la grosura del logro
fiscal".
"Los nazistas quieren
hacernos un nazismo dizque
superado, careciendo de los
mitos germánicos que
comprenden desde la fabula
familiar hasta los dramas
musicales de Wagner y siendo
este material de embriaguez
heroica lo que ha hecho
posible una curiosa mixtura
de ensueño y de acción, de
terremoto imaginativo y de
realización práctica (...) Y
en cuanto al método
fascista, que tanto tienta a
nuestros reaccionarios, los
pocos hombres con cultura
clásica que tenemos han
dicho ya a los líderes
desaforados que nos faltan
4.000 años de cultura
latina, de esa que los tales
líderes detestan tanto como
la ignoran".
"La vieja disputa entre el
conceder, el negar, o el
retardar el voto mujeril, me
parece más cómica que
astuta. Las izquierdas lo
aceptaron siempre en forma
teórica y mientras fueron
minoría dieron batallas por
el sufragio femenino; los
conservadores lo rechazaron
siempre como principio, por
espíritu tradicionalista,
pero hoy ablandan el ceño
ante la reforma porque
piensan en que nuestros
votos bien pudieran
ayudarles en la encrucijada
donde se hallan. Las mujeres
no ponemos gran cosa en el
debate, que los hombres
prosiguen solos, haciéndose
a la vez jueces y partes...
como nos gusta poco la
demagogia, no nos echamos en
desfiles chillones por las
calles y sólo reímos de la
gran hipocresía de los
dispensadores de vida y
muerte... El Presidente
Aguirre, feminista de
doctrina y hechos, tenga el
coraje de ponerse entre los
dos frentes fariseos y su
intervención nos valga esta
justicia que no necesita
alegato, que es clara como
el cielo chileno y que
agobia a los pleiteadores
con su luz cenital".
"Los ricos viven enamorados
de una religión de pobreza y
a lo menos de austeridad. No
les queda más que acudir al
cumplimiento penitencial de
su deber o renegar del
nombre que adoptaron".
"Tenemos que decir muy claro
y preciso que la clase media
tiene en Chile un
aprovisionamiento tan caro
de sus necesidades que en
cada trance revolucionario
nuestra magra hacienda de
país pobre se queda en poder
de ella y que a nuestra
fabulosa miseria popular,
sólo se aplican las raspas
de la marmita estatal. Y es
que la muy ávida ama
bastante el lujo".
"Los apóstoles de la
dictadura a toda costa,
pueden engreírse de ver las
pobladas a quienes convencen
(no es difícil embriagar a
los pueblos, sean mestizos,
sean caucásicos); pueden los
envalentonados hacer todos
sus cálculos y planear sus
'buenas' venganzas. No
conocen las entrañas de su
América mestiza, como que no
confiesan nunca su mestizaje
(...) Un desasosiego
constante, un malestar vago
o agudo, una sensación viva
de vergüenza, acompasó
siempre a los 21 pueblos
nuestros que han subido la
escala del absolutismo,
desde el jalón más suave
hasta el más agrio".
"Los acontecimientos, que
llegan con una rapidez sólo
parecida a la de los sueños,
no pueden vernos defendidos
sino a condición de que
estemos acordados. Es
difícil que una legión de
traidores pueda hacernos más
daño del que nos hace un
millón de chilenos decididos
a pelear... el poder que
reparte los cargos públicos.
Es un espectáculo que parece
de tribus el que estamos
dando a la hora en que a
ningún pueblo con juicio le
importa el partido A ni Z,
porque no se discute en
medio del fuego y ante todo
es preciso salir de la
hornaza para cambiar unas
cuantas razones".
|
A la creencia anterior y como una "reafirmación" de su
antifascismo (en realidad, antiautoritarismo, sin banderas
específicas), se ha sumado el temor que expresaba Gabriela en
cartas y declaraciones públicas por el regreso del General
Carlos Ibáñez al poder, imaginando que, entre otras cosas,
desencadenaría una alianza de dictaduras entre Chile, Brasil y
Argentina.
Retrocedamos un poco... Se habla de la simpatía electoral que la
escritora tuvo por Pedro Aguirre Cerda y luego, según parece,
por Juan Antonio Ríos, el presidente que después hizo algunas
gestiones para que Gabriela recibiese el premio de la Academia
Sueca, a diferencia de lo que ha propalado la creencia de que
prácticamente fue dejada sola por las autoridades chilenas
frente a la posibilidad cierta de recibir el Nobel de 1945. No
fue mucho, se dice, pero algo fue. Y correspondió a González
Videla la entrega del Nacional de Literatura en 1951, como
vimos.
Así estaban las cosas para ellas, cuando se entera de las
reñidas campañas presidenciales que se desarrollaban en su
patria.
Al respecto, no está clara la certeza de cierta afirmación hecha
por Quezada y otros autores, respecto de que Gabriela se
involucró por primera y única vez en cuestiones electorales, ese
año de 1952. Sin embargo, tal conclusión fue confirmada por la
propia literata, en una carta a don Héctor Álvarez que veremos
más abajo, donde reconocía también que un partido le había
ofrecido un cargo senatorial, que ella rechazó.
Sin embargo, también es sabido que el resquemor de la poetisa
con la figura Ibáñez era muy anterior a las elecciones 1952, de
origen casi personal: cuando éste la bajó del servicio consular
hacia 1927-1928, sin goce de pensión. Se supone que esto fue
(nuevamente), otra consecuencia de la ridícula filfa derechista
de que Gabriela estaba casada con la izquierda más dura.
La condición de "milico de botas largas", como le llamaba
ella peyorativamente, le provocaba desconfianzas enormes sobre
el candidato, y así fue que cuando ganó la Némesis de Ibáñez en
las elecciones de 1932, Arturo Alessandri Palma, ella había
declarado: "Me alegro del triunfo de Alessandri por el hecho
de que tengamos un gobierno civil". Cabe recordar que los
otros candidatos de entonces incluyeron a los izquierdistas
Marmaduke Grove (el militar golpista que levantó la República
Socialista, ahora obteniendo el segundo lugar en votos) y Elías
Lafertte (comunista de vieja guardia, con el quinto y último
lugar).
No obstante, es notable un hecho doble sucedido ya en las
elecciones presidenciales de 1952, que vuelve a poner en
entredicho el espejismo de la Gabriela revolucionaria y de línea
dura. Primero, nos encontraremos a la poetisa apoyado
decididamente al liberal Arturo Matte Larraín a pesar de las
inclinaciones esperables de una mujer de izquierda que fue. Si
bien Matte reunía fuerzas populares a su alrededor, el yerno de
Arturo Alessandri Palma había sido Ministro de Hacienda del
radical Ríos y ahora se presentaba como candidato apoyado por
dos conglomerados con banderas de derecha: el Partido Liberal y
el Partido Conservador Tradicionalista. Por esta razón, hizo
llegar a sólo días de la elección su "Manifiesto de Gabriela
Mistral al Pueblo Chileno", donde leemos (diario "El Día" de La
Serena, 1° de septiembre de 1952):
Los chilenos han encontrado en Arturo Matte a un conductor
que propicia la utilidad y la alegría fecunda de superar las
divisiones mezquinas que impidan coordinar una acción
gubernativa beneficiosa para todos.
Una floración de extraordinarias virtudes cívicas e
intelectuales acredita como a ningún otro al abanderado
nacional.
Por esto en su programa se encarnan preferentemente los
ideales de justicia social, que resplandecen en su
concepción austera de autoridad. Nunca ha solicitado un
mando ni ha buscado cargos decorativos o ajenos a su
modestia, pero nunca ha rehusado también las grandes
responsabilidades; y si ha aceptado su postulación a la
primera magistratura es porque el poder y el deber se
confunden en su mensaje y porque se siente llamado al
Gobierno por las mejores fuerzas civiles de la nacionalidad.
Gabriela Mistral.
A mayor abundamiento, Gabriela había sido contactada en junio de
ese año para adherir a dicha candidatura, por intermediación de
don Héctor Morales, oficial de campaña de Matte. Cuando ella
responde la invitación, en principio titubeante, le había
advertido de vuelta el 18 de agosto:
Naturalmente es para mí, una gran satisfacción el que
nuestro futuro mandatario tenga las prendas morales de este
ilustre ciudadano, pero yo, Señor Álvarez, no me he ocupado
de política en lugar alguno de este mundo ni aún en mi
patria. Tuve una amistad larga y fraternal con don Pedro
Aguirre; le debí casi toda mi carrera pedagógica, pero no
puse palabra en la lucha electoral que lo llevó a la
presidencia.
Esta absoluta prescindencia mía no corresponde ni
remotamente a una indiferencia o frialdad cívica sino a mi
ausencia de veinte y tantos años del país. Es probable que
corresponda también a no tener yo un temperamento de lucha
ni partido alguno, cosa que me ha dañado bastante en mi
carrera consular. Sigo siendo cónsul de última categoría
pero no pienso salir de esta abstención que tal vez forma
parte de mi temperamento.
En segundo lugar, debe observarse que Gabriela no manifestó
apoyo a Salvador Allende, el candidato de la izquierda,
respaldado por el Frente Nacional del Pueblo integrado por el
Partido Comunista, el Partido Socialista y el Partido Socialista
Popular. Claramente, esto es un indicio de los sentimientos
políticos que la podían inspirar ya cerca del final de su vida.
Ni siquiera estuvo por el candidato oficial, el radical Pedro
Enrique Alfonso, a pesar de la continuidad que se quiso dar a
sus propuestas con respecto al Frente Popular y la figura de
Aguirre Cerda. Alfonso venía respaldado por el Partido Radical,
el Partido Conservador Social Cristiano, la Falange Nacional y
el Partido Democrático.
Para lamentos de Gabriela, sin embargo, la elección fue ganada
por Ibáñez con el 46,79%, mientras que su candidato Matte
alcanzó el 27,81%. Por su lado, Alfonso llegó al 19,95% y
Allende sólo un 5,45%, en su primera presentación como candidato
presidencial. Se sabe que Neruda y su amiga Delia del Carril,
persuadieron en esos días a Gabriela de no alarmarse por el
triunfo del general de Ibáñez, apartar prejuicios y espera a ver
cómo avanzaría su gobierno.
Ya asumido el general, gran parte de esta enemistad con él se
amortiguó en 1954, cuando fue recibida con honores por el mismo
Gobierno de Ibáñez. Gabriela aceptó la invitación del presidente
a pesar de las advertencias que le hacía su joven amigo
falangista, Radomiro Tomic, de que quizá fuese utilizada
políticamente la visita planificada para septiembre y primeros
días de octubre de ese año. Su último regreso a Chile le
permitió confirmar el cariño popular, reencontrarse con su Valle
de Elqui e incluso agradecer en público al presidente el proceso
de Reforma Agraria que ella venía defendiendo como propuesta
desde hacía tanto tiempo, gesto que ha generado confusiones y
controversias de interpretación, pues Ibáñez no fue quien lo
implementaría.
Al final, pues, acabó haciendo las paces con Ibáñez, y esto
sirvió después para formularle su petición de indulto a favor de
la escritora María Carolina Geel, en 1956, luego de que ella
asesinara a su amante Roberto Pumarino en el Hotel Crillón. El
propio Ibáñez tendría la infeliz tarea de darle un funeral de
honor a Gabriela, al año siguiente.
¿CÓMO DEFINIRLA, ENTONCES?
Las revisadas creencias sobre los compromisos políticos de
Gabriela eran deducidas, en parte, por detalles tan secundarios
como la relación que su hijo adoptivo Juan Miguel Godoy, apodado
Yin Yin, tuvo con algunos muchachos de militancia comunista en
Brasil, por algún breve período y antes de su suicidio con sólo
17 años. Así lo explicó el autor peruano y también amigo de la
poetisa, Ciro Alegría, en su trabajo "Gabriela Mistral íntima".
Teorías posteriores han propuesto que Yin Yin era en realidad su
hijo biológico, pero ni siquiera eso explicaría que el vínculo
potencial del chico con la ideología comunista alcanza para dar
por automáticamente reclutada a su madre en la misma, como
pretendieron sus enemigos derechistas.
He escuchado también la propuesta de que Gabriela hizo una
suerte de apología de la Unión Soviética durante su servicio
diplomático en Lisboa, cuando escribió en octubre de 1936 un
sentido homenaje al intelectual y dirigente bolchevique Máximo
Gorki. Es verdad que esto alimentó las creencias alarmistas y
neuróticas de los mismos grupos, pues ya habían hecho correr la
calumnia de que Gabriela militaba secretamente en el comunismo,
con razones tan malas y débiles como las que inflaban de orgullo
a quienes creyeron la misma patraña. Sin embargo, aún
comprendiendo que se trataba de un panegírico póstumo para el
personaje (Gorki había fallecido pocas semanas antes), la
poetisa hace una exposición elogiosa de la obra escrita del
finado, repasando sus temáticas, sus inspiraciones, la
orientación y trascendencia de su prosa, mas nada que haga
sospechar que no escribe desde la objetividad crítica y la
mesura que siempre mantuvo.
En la otra trinchera, tan convencidos estuvieron algunos
editores argentinos sobre la militancia o, cuanto menos, la
identificación de Gabriela con ciertas corrientes
revolucionarias que, en los años 50, el entonces joven
periodista platense Osvaldo Soriano, que publicaba en el
suplemento "La Prensa" autores comunistas y antifascistas como
Neruda, Salvatore Quasimodo y Amaro Villanueva, incluyó a la
chilena entre los elegidos convencido, según parece, de estar en
la misma línea política dura que quería promover desde este
medio.
Gabriela no era apolítica, y lo sabemos; incluso más de lo que
parecía saberlo ella. En 1946, le había escrito también a Alone
defendiendo el elemento indígena y autóctono americano por sobre
el hispánico, que era de más simpatía para el escritor:
Estos civilizadores, estos cristianizadores y ahora
comunistizadores, no perdonan nunca el que alguien, en la
masa de los mestizos degenerados, ame al indio, lo sienta en
sí mismo y cumpla su deber hacia ellos en forma mínima de "saltar" cuando lo declaran bestia y gente de color, es
decir negroide.
Lo quisiera o no Gabriela, sin embargo, ser política era algo
que le requería la misma actividad consular. Lo mismo sucedía
con su marcado sentido social y su americanismo que la llevó,
por ejemplo, a ser una de los firmantes de 1932, solicitando al
Gobierno de la República Argentina que le otorgase el Premio
Nacional de Literatura a Manuel Ugarte, autor de "La Patria
Grande".
Fue amiga de Aguirre Cerda y de Eduardo Frei Montalva, a quien
conoció en los años 30 en España, generándose después una
intensa correspondencia entre ambos. El que le haya prologado a
Frei su libro "La Política y el Espíritu" de 1940,
afortunadamente, no ha estimulado a los creativos a especular
sobre la identificación de Gabriela con la Falange Nacional, a
pesar de la admiración que reconoce por el futuro fundador del
Partido Demócrata Cristiano y Presidente de la República.
Tampoco se han sacado conclusiones suspicaces de su complicidad
y relación de confianza con Tomic.
Sin embargo, ni toda participación directa o indirecta en la
política y su relación con figuras prominentes del estadismo
chileno o internacional -por cuidadosamente que sean
seleccionados-, podría permitir montar la fábula de la Gabriela
Mistral adherida a alguna corriente dura, cavilaciones que ya no
se sostienen por ninguna de sus innumerables débiles patas de
ciempiés seco.
El
comunismo europeo -escribió Gabriela a Luis Oyarzún-
se parece a las inundaciones de los ríos tropicales. Falta
una cosa: Dios. Pero no sabemos si Él está cansado de
nosotros.
El marcado acento ideológico que se permitieron autores como
Vicente Huidobro, Pablo de Rokha, Neruda o Teitelboim, al menos
en algunos períodos de sus vidas, ha hecho creer que la
clasificación política de los escritores son fáciles y siempre
posibles. Sin embargo, figuras como Gabriela, al igual que
sucede con Joaquín Edwards Bello, Daniel de la Vega, Enrique
Bunster o Nicanor Parra, a veces hacen difícil tratar de cumplir
con esa obsesión moderna por ordenar puntillosamente el estante
humano. Y, si no resultare, marear cuando no se puede
convencer: llenar de puntos ambiguos y oscuros, aún si son
contradictorios. Puntos que sólo confirman lo iluso que es
seguir insistiendo en clavar un INRI categórico y definitivo de
identificación política y hasta partidista en la cruz de quienes
no la tuvieron, o sólo la manifestaron efímeramente.
En conclusión, creo que sólo dos cosas se pueden decir con
seguridad de Gabriela Mistral, sobre su pensamiento político: 1)
Sus tendencias eran de izquierda en su sentido social y
humanista, y 2) que era especialmente americanista, de abolengo
boliviariano e indigenista.
El que estos dos alcances de su genialidad (nos gusten o no)
quieran a ser jalonados hasta ciertas definiciones más cercanas
a las antípodas, es lo que acaba engendrando esas
interpretaciones torcidas, tendenciosas y antojadizas. Pero, por
sobre todo, interpretaciones deliberadamente vaporosas y
difusas, buscando abrirle en la confusión y el engaño, un
pequeño espacio a las falsas posibilidades.

Gabriela Mistral y Carlos Ibáñez del Campo en el Palacio de La
Moneda, visita a Chile de 1954. Imagen del banco fotográfico del
Museo Gabriela Mistral de Vicuña.

Titular de la portada del periódico "Las Noticias de Última
Hora", con la muerte de Gabriela. Se puede deducir del texto,
que la "infantilización" de su imagen, en base a esa parte de su
obra dedicada a niños, no es posterior a su muerte como muchos
suponen, sino un rasgo que la acompañó en vida.
PALABRAS DE ALONE
(diario "El Día" de La Serena, sábado 6 de abril de 1957)
Hernán Díaz Arrieta, más conocido como Alone,
escribió un artículo titulado "Gabriela y los
comunistas" poco después de su fallecimiento. El
autor era un declarado enemigo del comunismo, por lo
que muchos de sus juicios ciertamente deben tener
este sesgo. Sin embargo, es interesante su
meditación sobre lo que sucedía en los días
posteriores a la muerte de la poetisa. La transcribo
completa:
"GABRIELA Y LOS COMUNISTAS
Por ALONE
Naturalmente, han querido apropiársela. Todos han
experimentado la tentación de apropiársela un poco,
de adquirir ese inmenso prestigio de bondad y
sabiduría que pasaba para convertirlo en fuerza
propia y utilizarlo. La intención se percibe
nítidamente en los discursos, las entrevistas, los
recuerdos, etc.
Pero, sobre todo, entre los comunistas.
No sin cierta razón: la tuvieron, podría decirse, en
sus manos.
Nacida en las capas más modestas de la sociedad,
Gabriela se considerada extraña en Santiago, lejos
de La Serena, distante aun de su Vicuña natal. Decía
que nació allí por azar y la recordaba
principalmente por los padecimientos que sufrió, el
prolongado suplicio de su infancia abandonada. Ella
pertenecía a Monte Grande, cuyos niños pobres son
unos de sus herederos predilectos. De allí venía y
allá quiso reposar. Monte Grande, ¿se sabe algo de
esa aldea montañesa? A través del vasto mundo, sin
embargo, como Victoria lo dijo, Gabriela viajaba con
su valle alrededor.
Durante sus primeros años pudo conocer un tipo de
existencia patriarcal en que, prácticamente, no
había mío ni tuyo. Su madre, una mujer de la Biblia,
solía decirle gravemente, cuando chiquita, que fuera
a la casa tal donde se habían cosechado bien las
manzanas, cogiera cierta cantidad y se la llevara a
tal pobre mujer desprovista que la necesitaba. Y
ella iba, saludaba al dueño en la puerta, penetraba
en la arboleda y salía llevando en la falda las
frutas ajenas hacia una morada ajena.
Ese recuerdo no se le borró: Gabriela practicaba,
hasta en el Viejo Mundo, una hospitalidad sin
medida. A su casa de México iban a asilarse los
escritores chilenos como en su propio hogar. Siempre
tenía para ellos una habitación disponible. A veces,
la habitación carecía de mobiliario. Gabriela
proporcionaba los fondos para habilitarla. Alguno,
al partir, vendió los muebles y, como eran suyos se
llevó el producto, ella lo refería sonriendo, sin
demasiada extrañeza. El sentimiento de la propiedad
particular no la tiranizaba y las cuentas de dinero
formaron siempre un misterio que no descifraría.
Por lo mismo, los comunistas, organizados en una
férrea maquinaria, con autoridades absolutas y una
disciplina de hierro, le inspiraban una especie de
horror. La fascinaban y les temía. Atribuíales
ingenuamente una especie de habilidad diabólica y un
poderío agudo capaz de herir en la intimidad
recóndita. Veía el mundo poblado de conspiradores
pronto a hacerlo estallar para la gran catástrofe en
que ella misma perecería. Refería anécdotas casi
milagrosas. Presidida por un Lord inglés celebrábase
en Roma una reunión de altas personalidades enemigas
del heroico partido. Hubo al principio dificultades
para las sesiones preliminares, hasta que, no se
sabe de dónde, apareció un personaje internacional,
conocedor de varias lenguas y con un don de
autoridad que se impuso de manera casi mágica. En
seguida las sesiones marcharon, se discutió con
orden y se tomaron acuerdos; la empresa parecía ir
sobre rieles. Cuado llegaba a las últimas etapas,
aquel individuo, que había tomado irresistiblemente
en su poder la marcha de las deliberaciones, se alzó
teatralmente y declaró quién era. Aborrecía a los
burgueses, anatematizaba al régimen capitalista y
predijo a cada cual el fin que le aguardaba,
próximamente, el día del triunfo total de las ideas
comunistas. Hizo un reverendo saludo, dejó a todos
estupefactos y desapareció. Era una de sus anécdotas
favoritas y muchos pudieron escuchársela más de una
vez; porque, como los grandes charladores, Gabriela
no temía repetirse. La pasada de aviones a
retroimpulso por el cielo de Italia hacíale señalar
el espacio e imponer silencio. ¿Había llegado ya el
momento? Vivía en perpetuo temblor, buscando algún
refugio y sin hallarlo en parte alguna: todo parecía
arrasado en una convulsión apocalíptica.
Los anticomunistas exaltados la creían afiliada
secretamente a la secta.
Estaba en el polo opuesto.
Aborrecía la política autoritaria. Todas las
políticas absolutas basadas en el éxito de la acción
directa y los dogmas la espantaban. Un tiempo
seducida por la metafísica de los teósofos, se
entregó a las prácticas orientales: hacía ejercicios
de respiración, creía en las sucesivas
transmigraciones del espíritu. Abandonó todo eso
cuando pudo advertir que iba perdiendo el equilibrio
y que la realidad vacilaba. Comprendió que su
aspiración suprema, encendida en la vehemencia
violenta de su alma, la llevaba por senderos
peligrosos.
Más tarde se volvió hacia la fe de sus padres,
reanudó las prácticas religiosas, tornó a asistir a
misa y parecía de nuevo incorporada a la Iglesia que
la había bautizado, que le había dado la primera
comunión.
¿La decepcionó la jerarquía eclesiástica, con sus
preceptos demasiado rotundos y llena de
minuciosidades rituales?
En todo caso, se abrazó de San Francisco, que, para
ella como para Renán, tenía un sitio apartado entre
los santos, no hería, no batallaban, desconocía el
anatema individual y amaba a todos los seres y las
cosas, sin excluir las bestias, pájaros, flores y
nubes, poeta del Sol y de la piedad universal, sobre
el cual compuso un estudio admirable que le valió
cierto título de la Orden Franciscana, nombrada por
su testamento custodia de las reliquias célebres.
Era un homenaje a San Francisco de Asís, un recuerdo
del Pobrecillo que no fue sacerdote como ella no fue
pedagoga.
Se ha dicho que su visita al Papa, después del
Premio, le produjo decepción. Es sólo parte de la
verdad. En esa audiencia con el Santo Padre sufrió
Gabriela una de las emociones espirituales más
profundas de su vida. Parecíale tocar una creatura
que no vivía de la material y los ojos del Pontífice
la transportaron. Él le dijo, al fin de esa
conversación, que le pidiera una gracia.
Recogiéndose Gabriela, pensando confusa. Al fin le
habló de los indios americanos oprimidos, pidiendo
para ellos la ayuda de la Iglesia Católica. Fue
escuchada con suma atención pero no sin sorpresa,
comprobó que el Jefe de la Cristiandad confería a
ese problema racial diferente importancia. Le
prometió acceder a su pedido y cumplió, aunque no en
la medida exaltada que ella esperaría. Pero la
impresión máxima de esa entrevista fue la presencia
de un ser todo espíritu, pura llamita inextinguible,
alimentada de un aceite divino.
Nada semejante entre los poderosos de la Tierra.
Y nada más opuesto a las intrigas subterráneas, la
técnica política, la administración burocrática del
Partido Comunita, igual a todas las organizaciones
reaccionarias de la historia, afirmada en un
gobierno policial, con sus tentáculos esparcidos y
apremiantes.
El horror -es la palabra- a esa red masónica la
obsesionaba.
Tenía en Nápoles como Secretaria del Consulado, a
una joven estudiante de castellano, de aspecto
inocente y de una singular belleza, con la
maravillosa tez trigueña y los ojos negros de su
raza. Un día advirtió que leía sus cartas
particulares "sin tener aficiones de tipo
literario". Eso bastó. Poco después la despedía.
Como sota causal casi supersticiosa, dijo: -Pero si
Europa está llena de espías comunistas!
Los veía por todas partes.
Gabriela perteneció fundamentalmente a la izquierda.
No sólo por su origen, sino por el medio en que se
formó y también, diríamos, que por el momento. No se
tienen las amistades que ella tuvo desde la infancia
ni se admira tanto, impunemente, a Vargas Villa, al
revolucionario romántico y rebelde. Todo eso deja
huellas. Los ricos y la gente de arriba, las
autoridades sagradas o consagradas, se le aparecían
con los malos caracteres, mientras que los humildes
eran para ella, y continuaron siendo hasta el fin,
los pobres del Evangelio.
El trato de las clases altas la convenció de que no
eran peores ni mejores que las bajas. Hombres con
todas las cualidades y defectos de la condición
humana, con algunos atractivos más y otros de menos,
preferibles en un sentido, no en todos. Pero esa
experiencia, común a cuantos 'tienen ojos para ver',
sólo penetró en su mente: su corazón siguió
inclinado, por instinto, a la izquierda, a la
oposición, a la reforma, no sólo en el orden
agrario...
Llegaron una vez, entre caravanas de visitantes, a
su casa de Nápoles unos muchachos de Venezuela, algo
levantiscos y que sabían poco. Hablaron mal de don
Andrés. Evidentemente, lo desconocían, tenían del
maestro una imagen completamente falsa. Lo
defendimos. No sin sorpresa, a poco andar, notamos
que Gabriela se ponía de parte de ellos y pronto
apareció Sarmiento, el maestro antigramatical, con
la idea fija de instruir primero a las capas
inferiores y, después, a las superiores. ¿Cómo
podría realizarse el milagro sin quienes enseñan la
cultura, la belleza, la moral, sin la existencia de
una 'elite' de maestros formada antes? Misterio.
Pero Gabriela no insistía demasiado. Poseía el don
de gentes y solía hacer, suponiendo, sus
concesiones. Hablando de educación, le oímos que se
consideraba demócrata en todo, excepto en cuestiones
pedagógicas. Agregó, con uno de los pocos rasgos de
ironía que le escuchamos:
- Será porque es lo único que entiendo.
Pero entre las dos grandes razas de espíritus que
comparten el mundo, los que creen y afirman,
dogmáticos dominados por una fe mística y capaces,
si llega el caso, de imponerla, y la de quienes
examinan y dudan, los que prefieren la libertad,
porque permite dejar a las cosas seguir cierta
corriente sin violencias y gustan dejar al hombre
crearse por sí mismo, según sus aptitudes, su alma
la hacía inclinarse a los primeros; aunque de buena
cabeza, el corazón la dominaba.
Creemos que se apartó del comunismo cuando esta
doctrina fue una potencia armada, un gobierno
profesional con determinada jerarquía y agentes
oficiales. La crueldad sangrienta en que cae todo
régimen dogmático, científico o religiosos, la
inquietaba, no le permitía cerrar los ojos. Jamás
hizo la apología de un tirano. Se ha supuesto que
habló en favor de Hungría presionada por quienes
ninguna acción tenían sobre ella. Error. Bastaba que
hubiera víctimas inermes y verdugos acorazados, con
tanques y ametralladoras, para que protestara. No
contra las víctimas.
Se saben las aprensiones con que divisó el triunfo
del Presidente Ibáñez. Los acontecimientos le
demostraron su equivocación. Sin embargo, allá, muy
adentro, como si todavía no creyera, temía algo. En
casa de la señora Errázuriz, delante de muchas
personas, nos dirigió una pregunta desconcertante.
Le pedían que se quedara, que no volviera a Nueva
York, le decían que su patria la amaba y quería
conservarla. Ella nos dijo que nosotros que
'conocíamos esas cosas' podíamos decirle si el
Ministerio de Relaciones le daría permiso para
permanecer en Santiago unos dos meses más; porque
ella estaba con permiso y ese permiso iba a
terminar. Le replicamos si creía que a todos los
Cónsules llegados a Chile los recibían como a ella,
suspendiendo el tránsito en la Alameda para
manifestaciones colosales que ella había recibido.
No acababa de convencerse de que era Gabriela
Mistral. Los honores sin precedentes, esa adoración
de la multitud y de "las esferas oficiales",
mirábalos como si fueran dirigidos a otra persona,
no se los incorporaba. Seguía viéndose pobre
muchachita de Elqui arrojada de la Escuela Primaria,
joven detenida en el umbral de la Escuela Normal de
La Serena por una intriga oscura y torpe.
Era una creatura singular.
Va a dar mucho que hablar a los psicólogos. Será
materia de opuestas interpretaciones. ¿Cómo
extrañarlo? Ella misma se ignoraba; iba de la mano
del destino de las fieras, tranquila, familiar,
objeto de admiraciones fanáticas y de viles
cálculos, entre envidias sanguinarias y una especie
de culto apasionado".
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