"KAINGA, UNA HISTORIA FAMILIAR": UN LIBRO SOBRE LO MUCHO QUE AÚN FALTA EXPLORAR DE LA ISLA DE PASCUA

El viernes 10 de noviembre de 2017 asistimos al
lanzamiento del libro "Kainga, una historia familiar" de nuestro amigo
Marcos Moncada Astudillo, en la Feria del Libro de Santiago.
Eso sucedía sólo un día antes de que hiciéramos lo propio, con nuestras "Crónicas de un Santiago Oculto".
La
publicación de tan interesante e ilustrativa obra fue financiada por el
Consejo Nacional de la Cultura y las Artes, con sello editorial de Rapanui Press.
Es introducida por las presentaciones del arqueólogo Sergio Rapu Haoa y
del Doctor en Historia Cultural Ricardo Cicerchia, en sus primeras
páginas. Cuenta con bastantes imágenes de base fotográfica y
reproducciones gráficas de documentos pertinentes.
El
nombre del libro podría generar alguna expectativa errada, induciendo a
creer que se trata de alguna narración novelada o de
un argumento ficticio. En realidad, es un completo y exhaustivo esfuerzo
de investigación patrocinado por el Programa de Magíster en Historia de
la Pontificia Universidad Católica de Valparaíso y por el Instituto de
la Historia de la misma casa universitaria, relacionado con uno de los
aspectos culturales menos divulgados de la Isla de Pascua: la
comprensión y alcances de la propiedad en la cultura Rapanui,
especialmente la correspondiente a la
posesión y administración de la tierra.
Moncada
Astudillo, egresado en Licenciado en Historia mención Ciencia Política
en el instituto, actualmente es alumno del programa de magíster que
respalda su trabajo. Es conocido
su esfuerzo en estos círculos y tiene presencia en internet, a través
sitios y grupos como el de investigación de piedras tacitas y
las publicaciones en Polinesia Chilena,
notable website que recomendamos hace algunos años acá mismo y que se
relaciona directamente con los contenidos relativos a la cultura
Rapanui, que Moncada conoce bastante bien como exresidente.
Antes
de comentar sobre el libro, cabe observar que ha existido una enorme
interferencia para la comprensión de los
conflictos sobre el tema de la propiedad en la isla, especialmente los
últimos, con irritaciones
que se producen por la fricción entre los intereses particulares, por lo
general
advenedizos, y los de sus propios habitantes. Esta historia de choques
van desde la oscura época de Merlet y la Compañía operando en la isla,
hasta las últimas controversias por los terrenos de proyectos hoteleros
en Hanga Roa.
Tales
interferencias contaminantes y adversas al conocimiento cabal del
asunto, van desde aquellos que intentan batir malteadas leguleyas
escasamente ajustadas al fondo de los problemas, hasta personajes que
-tal vez con la mejor y más solidaria de las intenciones- se adhieren a
los discursos y a las proclamas, desconociendo el trasfondo y el peso
cultural del asunto, enredando más aún su comprensión con enfoques
errados y hasta interpretaciones tendenciosas. No han faltado también
los que, empujados por el genio oportunista de la política, han tratado
de apropiarse de una tajada de las denuncias o demandas, blandiendo
espadas ajenas de indigenismo e independentismo,
pero con propósitos bastante diferentes.
"Kainga,
una historia familiar" es como una linterna encendida en dicho
escenario: nos alumbra la ruta de los conflictos entre la identidad
Rapanui y la del continente, como un documento que explica sin excesos
técnicos ni exageraciones, la esencia y médula del problema, aportando
una necesaria claridad para disipar prejuicios, creencias,
idealizaciones e imprecisiones. Moncada se permite incluso ser
casi majadero en el esfuerzo de explicar, hasta -el detalle minucioso
cuando es necesario- cuál es la idea real de propiedad que se manejaba
entre los isleños antes de su contacto con los europeos, acudiendo a
abundantes citas, ejemplos y contrastes con aspectos y datos
sociológicos, antropológicos, culturales, políticos, históricos y
arqueológicos para demostrar
cada punto.
El
libro desarrolla y explica de manera fresca
muchos contenidos que se habían tocado ya en trabajos como los de
Alberto Hotus, Grant McCall o Víctor Vergara, pero trayéndonos un
estudio novedoso y más amplio sobre el tema de la propiedad de la tierra
Rapanui, tan deficientemente tocado por la historiografía oficial o,
cuanto mucho, sólo desde su enfoque
reducido a "conflictos", generalmente ligados a asuntos de
reivindicación histórica, derecho o etnología. Es, por lo mismo, un
texto imprescindible para quien quiera conocer más de estos complejos
asuntos,
enfatizándonos muchos puntos que hasta ahora se habían abordado en forma
más
bien floja o ambigua.

Cartografía
y conflicto de Rapanui, 1942. Levantamiento topográfico de los terrenos
entregados a la Autoridad Marítima y los nativos, hecho por Hermann
Ried en colaboración con los locales Miguel Teao y Pedro Atán. Imagen de
Rapanui Press, pueblicada en "Kainga,
una historia familiar", de Marcos Moncada.
Retrocediendo,
de hecho, podemos comenzar la cuenta
de controversias históricas con la época de los esclavistas peruanos que
diezmaron la población isleña en el siglo XIX,
hacia 1860, obligando a los capturados a trabajar en las covaderas de la
costa, y cuya liberación tras la Guerra del Pacífico, paradójicamente,
también dañó a la isla cuando regresaron portando enfermedades
contagiosas desconocidas entre sus habitantes.
El
primer censo realizado en la isla, en 1892 y por parte de la Armada de
Chile, determinó que había sólo 101 habitantes, y de ellos apenas 12
eran varones adultos. Este colapso, sumado al contacto con los europeos y
las modificaciones forzadas de las estructuras de poder
o jerarquía, modificaron mucho el entendimiento de la propiedad familiar
de la tierra Rapanui y también la comprensión continental de la misma.
Kainga
es la identificación de propiedad de la tierra comunitaria y familiar,
la que era común a un clan y con ciertas características de uso y
administración determinadas por un patriarca, mientras que Henúa
se refería a todo el territorio de la isla. El concepto ya es conocido
por los expertos, pero quizás resulte novedoso a quienes leemos el libro
con nuestras propias cargas de contaminación cognitiva, provenientes de
los
señalados discursos esencialmente errados, incluso de connotados
historiadores,
y de los vacíos informativos. Moncada nos demuestra hasta lo
irrefutable, por lo mismo, la existencia de esa ancestral idea isleña de
propiedad, que no es exactamente contrario a lo que conocemos como tal
en nuestra sociedad. Empero, en su caso también involucra los aspectos
colectivos, por tratarse de una definición desarrollada a lo largo de
siglos en la estructura étnico-social-familiar y la propia cosmovisión a
la que pertenece.
Cabe
indicar que el mismísimo Capitán Policarpo Toro, gestor y ejecutor de
la incorporación de la isla a Chile en 1888, manifestó conocer y acatar
la condición de los isleños como "primitivos dueños y señores" de
la misma. Empero, la visión e interpretación de esta relación de
propiedad nativa, reducida sólo a la distribución de hijuelas en algún
momento, estaría influida por noción la imperante en la sociedad
continental de entonces. La propiedad en la mentalidad nativa isleña
procede, pues, de una concepción polinésica de ocupación territorial de
cada clan, y la administra el máximo jefe familiar determinando los
patrones de explotación de la misma tierra y asegurando la distribución
de sus productos.
La
presencia de una demarcación ancestral de los terrenos de Isla de
Pascua, fue rescatada por algunos autores e investigadores como la
inglesa Katherine Routledge, hacia 1913.
Aún las comunidades recuerdan algo sobre las distribuciones de los
clanes familiares en la isla, grupos llamados mata, y es posible encontrar también pilas de piedra llamadas pipi horeko,
que marcaban los deslindes de esos terrenos sirviendo como altares de
veneración funeraria a los ancestros deificados en figuras tutelares o aku aku. Estos espíritu custodiaban los límites remotos e impedían que violaran la restricción de invadirlos, conocida como Tapu.
El
arriendo de terrenos a la compañía concesionaria en la isla y el arribo
de los colonos particulares, que abusaron de estas prebendas y de los
propios isleños, gozando de gran autonomía e impunidad para operar en
"su" campo geográfico, confirmaría el desajuste y la dualidad anómala
entre ambos conceptos de la propiedad de la tierra. Se impuso el de
propiedad particular por sobre la idea local, y así fue inscrita la isla
en el Conservador de Bienes Raíces de Valparaíso, como privada. Muchos
denunciaron, en su momento, la esquizofrenia administrativa que imperaba
allá y sus graves consecuencias para la sociedad Rapanui: entre otros,
Alberto Sánchez Manterola, Nicolás Palacios, Monseñor Rafael Edwards, el
misionero capuchino Bienvenido de Estella y hasta la propia Armada de
Chile.
La
incomprensión sobre su naturaleza e interacciones, además,
abonó a los prejuicios de los viajeros y observadores, que creyeron ver
en la comunidad isleña señales de desinterés, flojera y ratería, en
muchos casos. Se habló, por ejemplo, de una falta de iniciativa para
demarcar los terrenos de las propiedades, que en realidad eran dejados
intencionalmente abiertos y confiados al acatamiento de los topónimos
indicados en rocas naturales o puku, mientras que los
hitos artificiales eran llamados muku, como informó en su época
el Oficial de la Armada Carlos Charlin Ojeda. Todos estos datos están
disponibles en el libro de Moncada,
por supuesto.

Hojeando el libro "Kainga,
una historia familiar". La imagen de la isla muestra el mapa con las divisiones ancestrales precisadas por Katherine Routledge,
tras consultar a los nativos y los miembros del Consejo de Ancianos Rapanui.
En
una mirada más amplia a la historia, de hecho, por
la ausencia de una idea estricta de la propiedad privada y la existencia
de un concepto distinto al respecto, los polinésicos fueron señalados
varias veces como ladrones innatos, existiendo en la Isla de Pascua el
nombre de kori para señalar hurtos "juguetones" y toke toke para
referirse a apropiaciones más violentas o con fuerza. Tan marcado
estaba este rasgo cultural, que la legislación chilena incluso debió
establecer penas más bajas en la isla para los delitos contra la
propiedad, consideración que ha causado cierta polémica e intenciones en
revisarla en nuestra época.
Es
la profundidad que subyace en el choque de ambas visiones, entonces, lo
que ha ido desatando los conflictos en la isla
sobre posesión y propiedad, de la misma manera que provocó muchos otros
anteriores, en los que el Estado no ha podido actuar más que como un
intermediario de relativa injerencia o incluso con complicidad, salvo
contados casos históricos en que se intentó enderezar el curso de los
hechos
y se lograron mejorías.
Prueba
de las grandes diferencias de comprensión del asunto de la propiedad en
la isla, es otro dato más reciente que nos deja a la vista Moncada,
consultando sus muchas fuentes: en el año 2000, de 645 propiedades, sólo
217 estaban inscritas en el Conservador de Bienes Raíces. La
legitimidad de la propiedad sigue siendo evaluada en términos
legalistas, por consiguiente, mientras que en la mentalidad de los
isleños se funda más bien en la tradición local histórica.
Siguiendo
las observaciones de Dennis Kawaharada, el autor nomina también los
siete elementos más importantes y definitivos en los patrones
culturales influyentes sobre el concepto de propiedad o, más bien, de
"ocupación" de la tierra en la Polinesia, que se conservan de diferentes
formas todavía en la isla:
-
Pae Pae: Plataformas de piedra sobre las que se instalaba la residencia de una familia. En Isla de Pascua son las Hare Paenga, hechas de rocas y pilares de origen vegetal, por falta de buen material pétreo en la geografía.
-
Ua Ma: Foso cercano a las viviendas hecho en suelos arcillosos, en donde se fermentaba el llamado árbol del pan, tradición que en la isla guardaría relación con el taro, pues no existe la planta original ni el terreno para cavar tales fosas.
-
Tohua o Tahako'ina: Explanada para actividades comunitarias, equivalentes a las Maea Poro en Rapanui, nombre que recibe de las piedras usadas, de canto rodado y tomadas del mar.
-
Me'ae o Marae: Especie de templo dedicado a actos ceremoniales y culto a los ancestros, que entre los isleños fue asimilado al altar Ahu, en donde se montan las estatuas moai.
-
Tiki: Imágenes de espíritus tutelares y ancestros deificados, los aku aku de la Isla de Pascua, en donde los tikis corresponden a los característicos moais, siendo el más semejante a la tradición iconográfica el llamado moai sentado de Turi Turi, desenterrado por Thor Heyerdahl.
-
Pa: Fortificaciones militares y refugios, de los que se conservan sólo murallones de piedra. Por falta de este material, el concepto se trasladó al de la cueva o Ana en Rapanui, y las cavernas usadas en terrenos familiares como escondites, se llamaban Ana Kionga.
-
Los petroglifos: Utilizados como registros ceremoniales y verdaderos sellos de identidad del territorio ancestral aludiendo al mundo divino, en la Isla de Pascua son conocidos los de las roqueras de Orongo, con los característicos hombres pájaros.

Un
pipi horeko o cúmulo de piedras que, a la vez de altar, servía par
demarcar los primitivos terrenos de los clanes. Imagen de Brett
Shepardson, publicada por Rapanui Press en el libro de Marcos Moncada.
Moncada
explica este asunto de la propiedad de la tierra en la isla como parte
de la visión esencialmente familiar-comunitaria de la misma en la órbita
polinésica, relacionada con clanes... De ahí el nombre del libro, de
hecho.
Con
gran prolijidad, además, se detalla el concepto de la familia en esta
misma vieja sociedad isleña, que no coincide del todo con lo que
entendemos de este lado del Pacífico: los hijos vivían hasta la adultez
con padre y madre, sumando al grupo a las nueras y los nietos, en una
convivencia común en el hogar o Hare Paenga. Mientras padre y madre vivieran,
llamándolse koro y nua, respectivamente, todos los que habitaban alrededor de ellos eran considerados una misma generación familiar
y hogar. Koro y nua eran títulos que perduraban sin
distinguirlos
de pasar a ser abuelos o bisabuelos respecto de hijos de hijos y así,
sucesivamente. Del mismo modo, los hermanos y primos se reconocían en
una categoría común de tainas.
Todos
estos elementos de la cosmovisión Rapanui relativos a la propiedad,
sobrevivirán a la irrupción del derecho continental en la isla y a la
introducción de los
preceptos de la Iglesia Católica entre los nativos, tras el vacío de
religiosidad en que quedaron las mismas comunidades a consecuencia de
los azotes de esclavistas y
las epidemias en la segunda mitad del siglo XIX. La mentalidad
originaria logra convivir y mantenerse a pesar de los cambios, y el
concepto atomizante
o reduccionista de la familia occidental judeo-cristiana hallará
resistencia en
el recuerdo de lo que Moncada define como el de las "grandes familias
indivisas" propio de la isla, que describe tomando observaciones de
Alfred Metraux. Sin embargo, la renovación
sí dejará atrás muchos elementos fundamentales de la cultura local, como
los Hare Paenga, por ejemplo, desplazados a inicios del siglo XX por las más cómodas aunque modestas viviendas modernas de esos años.
Uno
de los capítulos mas interesantes, hacia el final del libro, está
referido a los reasentamientos que se ejecutaron hasta el siglo pasado y
que tienen antecedentes previos a la incorporación de la isla a Chile.
El autor pasa por documentos inéditos relativos a la estructura de
organización política local al momento de aquella incorporación, basado
en los "jefes de familia". Además, nos recuerda algo sobre los estudios
que hizo en la isla la folklorista Margot Loyola, residiendo con la
familia Hito en la década del cincuenta y produciendo algunos trabajos
inspirados en esta rica experiencia. Se repasan, finalmente, casos
polémicos de la relación con el continente, como la cuando funcionarios
del Estado de Chile defraudaron a la misma familia Hito para despojarlos
de sus terrenos y cederlos a un consorcio chileno-alemán.
De esta manera, en "Kainga,
una historia familiar" nos encontramos con un enfoque y una perspectiva que se aparta de sesgos tradicionales
o conceptos preestablecidos, jalando el tema en uno u otro sentido, permitiéndonos comprender así que en la isla sí existió una
rotunda noción de propiedad, muy propia, pero que su entendimiento e
inteligencia precisas no coinciden con el concepto de propiedad particular de la sociedad occidental moderna,
el que hemos hecho nuestro en el continente.
El
libro,
en otras palabras, explica con esmero y precisión el fondo del problema,
echando
mano a un rango completo de valiosos argumentos que van desde
disciplinas de la arqueología hasta la exploración satelital,
dando por resultado un trabajo excepcional que nos describe el cómo
había sido ancestralmente
comprendida la cuestión de la propiedad en la vida Rapanui, y el porqué
se ha
entrado en controversia al intentar su ajuste con la visión continental
del mismo concepto, con todo el telón cultural e histórico que da fondo
al tema.
Comentario recuperado desde el primer lugar de publicación de este artículo, en el sitio URBATORIVM:
ResponderEliminarUnknown21 de abril de 2020, 19:22
Agradecido por tan completa y positiva revisión, lamento haberme demorado tanto en llegar a ella. Saludos! Editorial Rapanui Press
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