
Vieja imagen de la Plaza de Antofagasta. Imagen
publicada por don Pedro Encina en su Flickr "Santiago Nostálgico".
Nota: artículo del año 2013. Trasladado hasta acá sin actualizaciones ni adiciones, en 2022.
Esto me parece que es un axioma necesario más que un principio formacional: repetir por cien años una mentira nunca, jamás la convertirá en verdad…
Salvo -por supuesto- a los ojos de quienes están culturalmente
predispuestos o educados para creerla a toda costa, como esos pendejos
porfiados que se resisten a abandonar la creencia de que el Viejito
Pascuero es una farsa a pesar de las insistencias de sus compañeros y
amigos más avispados. En la literatura histórica y especialmente en la
política, este cahuín se sostiene desechando incluso los parámetros del
juicio lógico, cronológico o la mera contextualización de los argumentos
que se puedan esgrimir.
Con relación a lo recién descrito, hemos tenido en los titulares noticiosos un ejemplo sumando un nuevo capítulo con el affaire
de los soldados bolivianos detenidos en territorio chileno casi al
mismo tiempo que Bolivia iniciaba una nueva etapa de reclamaciones de
“salida al mar” en foros internacionales. Se trata de la repetición
hipnótica y delirante que el Presidente Evo Morales viene haciendo
obstinadamente sobre el mito victimista y autoflagelador de que el
Tratado de 1904 fue firmado por su país casi con el corvo chileno en el
cuello.
Esta
ficción insistida con más porfía que una pelea de burros, proporciona
sin embargo otro ejemplo notable de los alcances que puede adquirir una
mentira que intenta tener vida propia a través de la repetición
incesante, tozuda y empecinada… Pero la ley de hierro de todos modos se
impone: repetirla por los siglos de los siglos no bastará para
convertirla en algo real.
La
declaración del actual Presidente de Bolivia es, desde hace tiempo,
parte del manual de comportamiento de todo mandatario en La Paz, incluso
para uno que se presumía tan alternativo y distinto al resto. Morales
no dejó pasar la ocasión de repetir el mismo mantra en las celebraciones
del allá llamado Día de la Pérdida del Litoral, el 14 de febrero
pasado, aplastando las pasiones más positivas del Día de San Valentín
para perpetua desgracia del romanticismo altiplánico. Mas, no culparía
de forma particular al Presidente Morales por volver echar mano a la
monserga archiexplotada del tratado supuestamente impuesto por la parte
chilena (ojo: “impuesto” 20 años después del definitivo cese de la
Guerra del Pacífico): ya es un cliché que todo Ejecutivo del país
altiplánico deba arrogarse -en su debida ocasión de recuperar simpatías
electorales- la tarea de volver a extender el mito oscuro y siniestro
del Tratado de 1904, aseverando que se firmó en forma coercitiva y con
una gran oposición boliviana al mismo. Simultáneamente, se lo pretende
presentar como el malvado maleficio que tendría a la pobre Bolivia como
enano acondroplásico: incapaz de crecer y alcanzar las brisas del
ansiado desarrollo.
Por
fortuna (y para desgracia de otros) están perfectamente documentadas
las circunstancias históricas, antecedentes y consecuencias del Tratado
de 1904, como para reconstruir paso a paso su historia y confirmar que,
en su momento, se trató de uno de los más celebrados acuerdos
internacionales firmados por Bolivia, además de corresponder a uno de
los instrumentos diplomáticos vigentes en donde el mismo país
altiplánico tuvo más participación, injerencia e influencia, tanto en su
gestación como en su redacción y, por lo tanto, en su resultado final.
Si
no me cree, lea lo que sigue… Si no me quiere creer, deje su lectura
hasta aquí antes que la amistad empeore y mejor prenda la televisión.
ANTECEDENTES CONCRETOS DEL ARREGLO
En primer lugar, se debe ser enfático en señalar un punto de partida rotundo: la negociación del Tratado de 1904 surgió a raíz del rechazo boliviano a un anterior intento de acuerdo de 1895-1896,
por el cual Chile ofreció a Bolivia incorporar a su soberanía las ex
provincias peruanas de Arica y/o Tacna, que a la sazón se encontraban en
posesión chilena, tras las Guerra del Pacífico.
Para
hacer el cuento corto (porque aquello realmente se pareció a la trama
de un cuento de intrigas y misterios), en aquella ocasión y queriendo
mantener la cercanía estratégica con los afanes reivindicativos de Perú
sobre estas regiones, Bolivia decidió priorizar su ilusa obsesión de
exigir a Chile la entrega de Antofagasta, motivo por el cual abortó la
negociación que, de haber prosperado, la habría dejado con vastas costas
propias; exactamente las mismas por las que ahora llora cada año en el Día de la Pérdida del Litoral.
El autosabotaje lo hizo a través de su Asamblea legislativa que,
desechando el Protocolo de 1895, el 7 de noviembre del año siguiente
exigió su derecho “de calificar si el puerto o zona que pudiese
ofrecer Chile en cualesquiera de los eventos previstos como subsidiarios
de Arica, reunía o no las condiciones establecidas en los pactos” (!!!).
En otras palabras, Bolivia sólo negociaría si Chile le permitía escoger “a dedo” el puerto de su gusto… ¡Chúpate esa!
Se
recordará que, por entonces, como la cuestión de Tacna y Arica no
estaba resuelta entre Chile y Perú, Bolivia seguía atenta las
circunstancias de la controversia a la espera de poder imponer como cuño
alguna de las dos posiciones en disputa dentro del país altiplánico:
los que esperaban “recuperar” Antofagasta o los que preferían alguna
forma práctica y especial de salida al mar por los ex territorios
peruanos más al Norte, muy en especial Arica. Al mismo tiempo, los
grupos políticos bolivianos concentrados alrededor del ex candidato
presidencial el Coronel José María Pando y fuertemente centralistas,
intentaban levantar una gran cruzada revanchista y reivindicatoria en
sus aspiraciones portuarias, atacando sin misericordia al debilitado
gobierno de Severo Fernández Alonso y consiguiendo su primer gran
triunfo electoral en las elecciones municipales de 1898, que erizaron
los pelos al oficialismo al servir como anticipo de lo que se les venía
encima.
Vamos
derechito a las pruebas, entonces: una nota enviada desde Santiago a La
Paz por el representante del Alto Perú don Emeterio Cano, fechada el 22
de febrero de 1898, explica perfectamente cuál era el ánimo de aquel
momento y cómo es que era Bolivia la que estaba dispuesta en aquel
momento a renunciar a sus aspiraciones marítimas con tal de recuperar
facilidades aduaneras y comerciales en esos territorios, especialmente ante la eventualidad de que Tacna-Arica regresaran a manos del Perú, su ex aliado:
Si Arica vuelve al Perú por decisión plebiscitaria, Chile no tiene ningún otro puerto que ofrecernos, salvo alguna miserable caleta, tal vez Vítor o Camarones, que no responden a las condiciones del puerto que anhelamos.
Con este antecedente, se presenta el siguiente dilema: o
permanecemos bajo el yugo ominoso del pacto de tregua, o aplazando
nuestras aspiraciones de obtener un puerto en el Pacífico, suscribiremos
un tratado bajo una condición que nos independice de las imposiciones
aduaneras del presente y del futuro. Esto es, que podamos vivir y
desenvolvernos, como existe y progresa Suiza, ejercitando su autonomía
aduanera para fijar rumbos al comercio y proteger sus industrias.
Esta
doctrina, sostenida por mis arraigadas convicciones, es también el
desiderátum del partido liberal y especialmente es la solución invitada
por el coronel Pando y don Avelino Aramayo, al declararse enemigo de la adquisición de Tacna y Arica.
Renunciemos al puerto, pero recobremos nuestra soberanía aduanera.
Aunque
esto demuestra que el interés por renunciar a las aspiraciones
portuarias a cambio de facilidades es muy anterior a la misión König de
la que hablaremos más abajo, sucedía en esos días que los grupos
políticos adictos a la figura de Pando no permanecieron quietos,
protagonizando eficaces levantamientos revolucionarios en La Paz durante
el año siguiente. Los alzamientos dejaron en el poder a la Junta y
luego al propio Pando. Y, como era de esperar, el nuevo gobierno paceño
restauró con virulencia el discurso revanchista y la idea de un
aliancismo regional en contra de Chile, casi con las mismas medidas de
sastrería estratégica que se habían probado ya intentado interesar a
Argentina en esta misma aventura, incluso hasta después de comenzada la
Guerra de 1879.
Fue
en estas circunstancias que Chile sacó un conejo del sombrero y envió
en misión a Bolivia al controvertido representante Abraham König, cuya
declaración de agosto de 1900 ha horrorizado por más de un siglo a los
americanistas y ha dado pábulo a la posterior fábula del tratado impuesto,
cuando declaró allí iracundo, respondiendo a las exigencias y
majaderías por parte del Canciller Eliodoro Villazón, con las que se
encontró prácticamente desde el momento de poner el primer taco en el
país altiplánico:
Chile
ha ocupado el litoral y se ha apoderado de él con el mismo título con
que Alemania anexó al imperio la Alsacia y la Lorena, con el mismo
título con que los Estados Unidos del Norte han tomado a Puerto Rico.
Nuestros derechos nacen de la victoria, la ley suprema de las naciones.
Que
el litoral es rico y valía muchos millones, eso ya lo sabíamos. Lo
guardamos porque vale, porque si nada valiera no habría interés en su
conservación
Terminada
la guerra, la nación vencedora impone sus condiciones y exige el pago
de los gastos ocasionados. Bolivia fue vencida; no tenía con qué pagar y
pagó con el litoral (…) En consecuencia, Chile no debe nada, no está
obligado a nada, mucho menos a la cesión de una zona de terreno y de un
puerto.
Aunque
las palabras de König aún causan escozor a entreguistas chilenos y han
sido hábilmente explotadas por la parte boliviana, éstas corresponden en
realidad a la diplomacia agresiva y decidida que se necesitaba en ese
instante, para poner atajo a las pretensiones de la dictadura del
Coronel Pando, empecinado en retrotraer la discusión con Chile
precisamente al estado germinal de la mismísima Guerra del Pacífico. Y
conste que König pasó por encima del entreguismo del propio Palacio de
la Moneda, histórica y tradicionalmente cobarde en materias
diplomáticas, causando una diarrea de escandaleras cuyo vaho todavía se
huele de cuando en cuando, pues el enviado no tenía instrucciones de
usar este lenguaje o semejantes argumentos, a pesar de lo oportunos que
fueron.
Empero,
prueba de lo necesarias y pertinentes que fueron las expresiones de
König, es que tuvieron exactamente ese efecto de apagar el incendio
reivindicacionista del Gobierno de Bolivia, como lo reconocería el
estadista boliviano Félix Avelino Aramayo pocos años después, en un
folleto de su autoría titulado “El Tratado con Chile y los ferrocarriles
de Bolivia”, basado en sus conferencias leídas en Tupiza y Oruro en
1905. Aramayo dice allí, descalificando las pretensiones litorales
sostenidas por Pando y su Gobierno:
Don Abraham König nos dijo con mucha crudeza ciertas verdades que chocaron a la América sentimental, y las simpatías estuvieron con nosotros, pero las verdades quedaron.
Lo propio sucedió cuando dijimos que Chile
no tenía puerto que darnos y que nosotros no teníamos litoral que
vender. Muy chocante, muy impolítico cuando se piensa que hay que
halagar los sentimientos delicados y melifluos de los que abrigan
quiméricas esperanzas; pero revelaciones indispensables y necesarias cuando se trata de despertar los sentimientos viriles de un
pueblo que quiere y debe conocer la verdad para buscar su salvación en
propósitos reales y hechos tangibles, y no en ilusiones ridículas.
Éste
era el escenario, entonces, previo a la negociación que conduciría al
Tratado de 1904: y hasta el más terco podría observar en él, más allá de
toda duda, que el arreglo no fue forzado simplemente porque no necesitaba serlo en tales circunstancias.
No fue coercitivo y tampoco fue producto un imaginario chantaje o
amenaza, en consecuencia. Además, queda a la vista que Chile no era un
peligro para Bolivia: las partes se habían quedado sin elementos de
negociación luego del rechazo a los intentos de acuerdos de 1895-1896 y
el interés manifiesto de La Paz era postergar pretensiones litorales por
beneficios comerciales en los puertos, interrumpido sólo parcialmente
por el gobierno de Pando hasta la irrupción de la misión König, estados
que explican a la perfección lo que iba a suceder a continuación.
EL ORIGEN DE LA NEGOCIACIÓN
Bien:
tengo que ponerme en todos los casos y no sonar como el predicador de
la Plaza de Armas ante los cándidos feligreses de Ugarte o Galeano… Así,
si lo expuesto a este punto no deja claro a los porfiados y cabezaduras
que no hubo coerción ni amenazas en la apertura de Bolivia a la
negociación que condujo al Tratado de 1904, lo que ocurriría
seguidamente, demolerá toda la argumentación central publicitada por el
Presidente Morales y sus seguidores con relación al origen del mismo
acuerdo.
Seguramente
pocos recuerdan ya (y de seguro los defensores de la idea peregrina del
tratado “forzado” nunca lo han sabido) que la negociación del
mencionado arreglo de 1904 no nace por las vías regulares de la
diplomacia, sino a través de una misión confidencial iniciada por
Bolivia dos años antes y motivada por su entusiasmo con la idea de
obtener facilidades aduaneras en costas chilenas a cambio de renunciar a
las pretensiones portuarias. La tarea le correspondió al mencionado
diplomático Félix Avelino Aramayo, a la sazón el representante de
Bolivia en Gran Bretaña.
Secretamente,
Aramayo se puso en contacto con el Encargado de Negocios de Bolivia en
Chile don Julio César Valdés, encontrándose con él durante una visita a
Santiago con el pretexto de ver algunos familiares. Valdés lo colocó al
corriente de todas las negociaciones e intercambios que se habían
realizando con La Moneda hasta ese minuto, y ambos comenzaron a concluir
la redacción de un esbozo que pudiese servir de acuerdo y que incluyese
las principales pretensiones de Bolivia que se le había encargado
presentar a la parte chilena. Una vez terminado el borrador, corrió a
contactarse con su amigo personal y familiar político, el entonces
Senador chileno y ex Ministro de Justicia don Federico Puga Borne, para
proponerle -siempre entre las sombras- la recién diseñada base de
arreglo entre ambos países, cuya solicitud central era otorgarle
independencia comercial y que el Estado de Chile construyese un
ferrocarril boliviano hacia puertos, por 200.000 libras esterlinas
anuales durante diez años.
Ducho
en estas materias, Puga Borne explicó a Aramayo la viabilidad de la
propuesta con una sola observación: estaba seguro de que sólo con una
declaración explícita de Bolivia a cualquier pretensión sobre las costas
de Chile garantizaría su éxito. Acto seguido, se puso en contacto con
el Gobierno de Chile, logrando conseguir que el Canciller Eliodoro Yáñez
recibiera en su despacho a Aramayo para comenzar a discutir los
términos del acuerdo… Ya entonces, pues, la entelequia política de la
aristocracia chilena tenía esta clase de accesos privilegiados al Poder
Ejecutivo para ella y para sus amigos, pisando las cabezas de la chusma
que hiciera fila.
Pero
aún hay más sorpresas para frustrar el mito de la “imposición” del
Tratado de 1904: Aramayo notificó al Gobierno de Bolivia, el 11 de junio
de 1902, enviándole la totalidad de la base de acuerdo que quería
presentar a La Moneda y recibiendo por respuesta una rotunda y
entusiasta aprobación de La Paz, de modo que al iniciar sus
conversaciones con Yáñez, el enviado altiplánico contaba no sólo con la
venia, sino también con la atenta mirada de su Gobierno, expectante y
deseoso de que Chile las aceptara dando inicio a la formulación del
tratado.
Listo
todo para seguir adelante con la negociación y asumido ya en Chile el
flamante Gobierno de Germán Riesco, La Moneda envió a La Paz a don
Beltrán Matthieu como su representante, en tanto que Bolivia hizo llegar
a Santiago a don Alberto Gutiérrez para consumar el acuerdo, arribando
el 12 de octubre. Es sumamente interesante leer la declaración de
intenciones que hizo al presentar credenciales, y que reflejan no sólo
el verdadero estado de ánimo en que se encontraban ambos países en aquel
minuto, sino también el interés de Bolivia en avanzar hacia un tratado:
Afianzar
y estrechar los vínculos de amistad y de intereses que unen a nuestros
dos países y propender al desarrollo de sus relaciones comerciales y
políticas mediante acuerdos basados en la justicia y en la conveniencia recíprocas, como los fines primordiales de mi misión.
Tras
una larga negociación, en la que Chile al mismo tiempo debió lidiar
también con los graves conflictos territoriales que persistían con Perú a
consecuencia de la Guerra del Pacífico y con Argentina por la
interpretación del Tratado de Límites de 1881, las bases definitivas
fueron suscritas por fin el 24 de diciembre de 1903. De hecho,
observando el escenario regional de aquellos años, salta a la vista que
era Chile y no Bolivia la que se encontraba en la parte negociadora más
vulnerable y “con el corvo al cuello”, situación que aprovechó
Bolivia para ir adelante con esta negociación y darle a La Moneda la
oportunidad de preocuparse de sus dos grandes focos de irritación
diplomática y territorial.
Para evitar suspicacias, sin embargo, cabe señalar que ya
en ese momento las bases incluían la renuncia a perpetuidad de Bolivia a
toda clase de aspiraciones en territorios litorales chilenos a cambio
de la gran cantidad de exigencias que formuló en él, incluyendo
liberación total de usos portuarios y aduaneros, facilitaciones de
accesos y tránsito, además de la construcción del ferrocarril Arica-La
Paz. Este texto quedaría señalado en el tratado de la siguiente manera:
Por el presente Tratado quedan reconocidos del dominio absoluto y perpetuo de Chile los territorios ocupados por éste en virtud del articulo 2° del Pacto de Tregua, de 4 de abril de 1884.
Así,
sólo una visión muy tendenciosa y antojadiza podría decir que a Chile
le asistía alguna clase de urgencia por resolver el reclamo de Bolivia
imponiéndose de manera amenazante para lo mismo, dado que el gran
conflicto de aquel instante era la disputa por la posesión definitiva de
Tacna y Arica, y sólo un acuerdo con el país altiplánico que pudiese
orientarse en beneficiar la posición chilena frente a la señalada
controversia con Perú podría revestir auténtico interés para Santiago,
como finalmente sucedió con el Tratado de 1904. Más aún, el gancho de
Bolivia para acelerar el acuerdo (y que explica en parte el
desprendimiento excesivo de Chile en el mismo) era fortalecer la
posición chilena frente a la peruana en el asunto de Tacna y Arica,
precisamente poniendo a Bolivia de un eventual lado nuestro, utopía que
en la práctica estuvo bastante lejos de ser tal o de resultar útil
siquiera.
Por otro lado, salta a la vista que fue Bolivia y no Chile el principal interesado en iniciar una negociación,
presentando las bases de acuerdo redactadas por sus propios
representantes y conteniendo sus propias ambiciones de facilidades
portuarias y comerciales, dejando atrás voluntariamente y marginando sin
cuchillos al cuello o bayonetas en la espalda aquellas románticas y
revanchistas pretensiones litorales. Bolivia sabía desde un inicio
que Chile accedería a un acuerdo, si éste servía indirectamente en
mejorar la posición estratégica de este último en el litigio de
Tacna-Arica.
Vale hacer una advertencia más en este punto: en
esos mismos instantes en que se definía el texto del Tratado de 1904,
Bolivia llegó a similares acuerdos con Brasil tras la Guerra del Acre. En dicho acuerdo, La Paz formuló exigencias a Brasil basándose
precisamente en el tipo de facilidades que desde 1902 también había ido
aceptando incluir Chile en su respectiva línea de negociación,
siendo firmado tal arreglo en 1903 sin se lo haya expuesto por los
bolivianos como una “imposición” por parte del país amazónico, a pesar
de estar muchísimo más cerca del final de la guerra que lo motivó (y que
también perdió Bolivia) y de que los territorios que cedieron los
bolivianos en aquellos conflictos sumaban 490.430 km. cuadrados, en
contraste con los 120.000 km. que asegura haber perdido con Chile.
En lo fundamental, el articulado de ambos tratados establecían los mismos compromisos en favor de Bolivia, porque
eran reflejo de sus propios intereses a la sazón: la construcción de
extensas vías férreas interiores y las facilitaciones financieras o
comerciales a cambio de su renuncia definitiva a los respectivos
territorios pretendidos… No obstante, La Paz ha pretendido que sólo
uno de estos acuerdos paralelos fue totalmente “injusto” e “impuesto”,
pretendiendo su revisión.
¿QUÉ SUCEDIÓ CUANDO SE FIRMÓ EL TRATADO?
Coincidentemente,
ese año de 1904 en que se había aceptado el borrador final del acuerdo,
concluía el Gobierno de Pando y se llamaba a elecciones presidenciales y
parlamentarias para el mes de mayo, en un ejemplar período de
transición democrática poco frecuente en la conflictiva y convulsionada
realidad política boliviana.
Esto
sucedía, además, en medio del período final de la negociación del
Tratado de 1904, y la forma en que este contexto influyó en el proceso
demuestra categórica e irrefutablemente que jamás hubo la pretendida “imposición por la fuerza” que alegará después el vecino país.
El
principal candidato a las elecciones fue el General Ismael Montes,
quien había formado parte del gabinete ministerial del Presidente Pando.
Competía con Lucio P. Velasco y Aniceto Arce. Totalmente sintonizado y
simpatizante del proyecto de acuerdo con Chile, Montes consideraba una
ambición insensata la idea de aspirar a otorgarle a Bolivia puertos
propios en lugar de priorizar los puntos que había planteado ya el
Gobierno de Pando, por lo que se abanderó con el mismo arreglo en
discusión y presentó al tratado como eje de su campaña presidencial. El
electorado boliviano, suponemos que debidamente informado del tratado en
proyecto, premió a Montes con una masiva votación a su favor, siendo
elegido presidente con holgada mayoría durante los comicios de ese año,
además de una mayoría absoluta de representantes de su sector en la
Asamblea. Aquella votación marcó un hito histórico en el país: hasta
entonces, nunca un candidato presidencial de Bolivia había recibido
semejante cantidad de sufragios.
Así
pues, dejemos que el propio ex enviado boliviano Alberto Gutiérrez, nos
describa la situación y las condiciones reales en que fue aprobado por
su patria el texto del Tratado de 1904, que ha querido ser presentado
como “impuesto” y “forzado”:
Todos los pueblos de Bolivia pudieron conocer ese programa y pudieron meditar en sus alcances y en sus proyecciones.
En vista de ese plan gubernativo, francamente exhibido, los pueblos de
Bolivia respondieron en las ánforas de mayo de 1904 con una mayoría de votos de que no existe precedente en la historia de nuestro sufragio libre.
El plan de Gobierno trazado por el candidato y en que figuraba el
acuerdo con Chile, bajo la base de compensaciones que no sean ilusorias,
como las de 1895, sino que respondan a posiciones efectivas de aquel
país, así como a necesidades comprobadas del nuestro, obtuvo la
adhesión de 38.000 sufragios de Bolivia, es decir, la cifra que puede
llamarse sinónimo de unanimidad dentro de las proporciones de nuestra
estadística electoral.
Entrando
al detalle, los únicos que a la sazón se opusieron al tratado con Chile
fueron los minoritarios grupos nacionalistas y revanchistas encabezados
por Daniel Salamanca, muy reducidos y marchitos tras la espectacular
paliza que sufrieron en las mismas elecciones y en las que perdieron su
poder dentro de la Asamblea, no quedándoles más remedio que acatar
apretando los dientes la firma del acuerdo, el día 20 de octubre de
1904, entre Alberto Gutiérrez por Bolivia y el Canciller Emilio Bello
Codesido por Chile.
Basta
una mirada somera al tratado para comprender la cantidad de beneficios
que Bolivia recibió a través del mismo y las motivaciones que tuvo para
aprobarlo sin dilaciones en 1904, situación bastante distinta a la
caricatura de la pistola en la sien para firmarlo, como se ha pretendido
proponerlo. Beneficios que, dicho sea de paso, Bolivia recibió
íntegramente a cambio de su acatamiento total al tratado, que ya dejó de
cumplir. Más aún, es tal la cantidad de facilidades que este tratado,
que puso a Bolivia más cerca del mar de lo que nunca estuvo antes,
parece más bien redactado por un país altiplánico vencedor y un
derrotado Chile, situación totalmente adversa a la que habían tenido
lugar al final de la Guerra del Pacífico. En su parte central,
establece:
Artículo
3°.- Con el fin de estrechar las relaciones políticas y comerciales de
ambas Repúblicas, las Altas Partes Contratantes convienen en unir el puerto de Arica con el Alto de La Paz, por un ferrocarril cuya construcción contratará a su costa el Gobierno de Chile
dentro del plazo de un año contado desde la ratificación del presente
Tratado (…) Este compromiso no podrá importar para Chile un desembolso
mayor de cien mil libras esterlinas anuales, ni exceder de la cantidad
de un millón setecientas mil libras esterlinas que se fija como el
máximum de lo que Chile destinará a la construcción de la sección
boliviana del ferrocarril de Arica al Alto de La Paz, y a las garantías
expresadas, y quedará nulo y sin valor al vencimiento de los treinta
años antes indicados.
Artículo 4°.- El
Gobierno de Chile se obliga a entregar al Gobierno de Bolivia la
cantidad de trescientas mil libras esterlinas en dinero efectivo y
en dos parcialidades de ciento cincuenta mil libras, debiendo entregarse
la primera parcialidad seis meses después de canjeadas las
ratificaciones de este Tratado, y la segunda, un año después de la
primera entrega”.
Artículo 5° – La República de Chile destina a la cancelación definitiva de los créditos reconocidos por Bolivia,
por indemnizaciones en favor de las Compañías mineras de Huanchaca,
Oruro y Corocoro y por el saldo del empréstito levantado en Chile en el
año 1867, la suma de cuatro millones quinientos mil pesos oro de diez y
ocho peniques, pagadera a opción de su Gobierno, en dinero efectivo o en
bonos de su deuda externa estimados al precio que tengan en Londres el
día en que se verifique el pago; y la cantidad de dos millones de pesos
oro de diez y ocho peniques, pagadera en la misma forma que la anterior,
a la cancelación de los créditos provenientes (…).
Artículo 6°.- La
República de Chile, reconoce en favor de la de Bolivia y a perpetuidad,
el más amplio y libre derecho de tránsito comercial por su territorio y
puertos del Pacífico (…).
Artículo 7°.- La República de Bolivia tendrá el derecho de constituir Agencias Aduaneras en los puertos que designe para hacer su comercio. Por ahora señala por tales puertos habilitados para su comercio los de Antofagasta y Arica.
En el
año siguiente, el Poder Legislativo de ambos países ratificó el
acuerdo. Su única variación fue un Protocolo Adicional firmado 15 de
noviembre de 1904 entre Gutiérrez y el nuevo Canciller chileno don Luis
Antonio Vergara, que establecía el dominio absoluto de Chile en todos
los territorios al Sur del paralelo 23º, a la altura de la Bahía de
Mejillones, donde había estado el principio del límite discutido entre
las dos repúblicas en la semilla de la Guerra del Pacífico.
Casi
de inmediato comienzan a aparecer señales muy concretas del acatamiento
casi alegre y entusiasta de Bolivia al nuevo tratado: ni bien se firmó
el acuerdo, el país altiplánico accedió a firmar también un Protocolo
Confidencial en el que se comprometía a apoyar a Chile en la cuestión
de Tacna y Arica, con lo que descartaba rotundamente la existencia
de alguna clase de aspiración sobre las costas chilenas, de paso.
Seguidamente, la versión de 1905 de la enciclopedia “Geografía de la
República de Bolivia” publicada en La Paz, asumía que Bolivia nunca tuvo
costas propias y no menciona las aspiraciones marítimas recién
renunciadas, ni siquiera como supuestas pérdidas, apreciación que se
repitió en la exposición hecha por los delegados de Bolivia ante el
Tribunal Arbitral de 1906, por la cuestión de la cuenca del Río Madre de
Dios disputado con Perú.
Otras
ratificaciones bolivianas a la vigencia, beneficio y satisfacción del
tratado abundan en este período: el 27 de junio de 1905, por ejemplo, el
Canciller Pinilla y el Ministro Mathieu firman en La Paz la Convención
para la Construcción y Explotación del Ferrocarril de Arica a La Paz. El
24 de julio siguiente, se firma otra Convención para la demarcación de
límites según el mismo Tratado de 1904, cuya Acta Constitutiva da inicio
a las labores de las comisiones el 7 de junio de 1906.
La
fábula de una masiva y potente oposición o resignación siquiera a la
firma del Tratado de 1904, de este modo, no resiste análisis ni se
sostiene a la luz de los hechos concretos en que se inserta dicho
acontecimiento, a pesar de las pataletas pseudo-revisionistas
insistiendo en la fantasía de la “imposición”. De hecho, en octubre de
2004 -cumpliéndose el centenario de la firma del tratado- la Asamblea
Boliviana quiso hacer una burda perfomance en una sesión
rindiendo homenaje a aquellos parlamentarios que se negaron a ratificar
el acuerdo en 1904 y que no fueron más que una escuálida minoría
condenada a raspar el fondo del tarro, además objetándolo más por
razones políticas que por auténtico patriotismo, muy posiblemente.
COMIENZAN LOS CUESTIONAMIENTOS AL TRATADO
Además
de las pequeñas huestes políticas de Salamanca, los primeros en
intentar sabotear la negociación fueron los agentes peruanos, quienes
comprendieron que el Tratado de1 1904 fortalecía la posición chilena en
los disputados territorios de Tacna y Arica, como le fue informado por
el Gobierno del Brasil al representante de Chile en Río de Janeiro, don
Anselmo Hevia Riquelme, quien fue advertido reservadamente en la ocasión
de que la diplomacia peruana estaba buscado apoyo estratégico del
Canciller argentino Luis María Drago, para conseguir el protectorado de
los Estados Unidos sobre tales territorios y provocar así un incidente
celebrando “la humillación de Chile”, según palabras del Ministro
argentino enviadas a su ministro en Brasil. El propio Gutiérrez comenta
de esta lunática y alucinógena predisposición peruana en “La Guerra de
1879″:
El Gobierno del Perú lo comprendió con su fina percepción política y envió a Santiago una misión especial encargada de estorbar la terminación de un pacto,
cuyas bases esenciales parecían acordadas. Don Javier Prado Ugarteche,
uno de los políticos más hábiles de Lima, fue incumbido en esa comisión y
habría conseguido sin duda su propósito si no hubiera encontrado a la
cabeza de la cancillería un hombre convencido, enérgico y persistente,
como era don Emilio Bello Codesido.
Sin
embargo, por falta de presupuesto y de apoyo internacional, Lima sólo
pudo presentar un inocente reclamo a Santiago en enero de 1905, poco más
de una semana después de haberse enterado de la aprobación del tratado
con Bolivia por parte de la Cámara de Diputados de Chile, reclamando por
no haberse incluido a Perú en el acuerdo final. Trasquilado y
desprovisto de todo su voluminoso pelaje, entonces, del león furioso y
amenazante había quedado a la vista sólo un inocente gatito entumido y
esforzándose por rugir.
En
tanto, la ratificación y aplicación del tratado habían comenzado a ser
celebradas ampliamente por la parte boliviana, como quedó registrado en
el libro de Gutiérrez titulado “El Tratado de Paz con Chile”, donde
virtualmente rinde un homenaje al arreglo y a los que lo hicieron
posible. En 1907, además, ambos países firmaron voluntariamente un
Protocolo para invocar a la Corte Internacional de La Haya en caso de
cualquier divergencia de los comisionados para la demarcación del límite
establecida en el Tratado de 1904, demostrando el interés por mantenerlo vigente y acatarlo en todos sus puntos.
Esto
sucedía especialmente cuando los dineros comprometidos por Chile
también le permitieron a Bolivia ampliar la gran red ferroviaria
interior, conectando así Uyuni, La Paz, Potosí, Beni, Cochabamba y Santa
Cruz con la consumación de una gran aspiración que permanecía pendiente
e incumplida. Al mismo tiempo, la construcción del ferrocarril Arica-La
Paz demandó al Estado de Chile la estratosférica cifra de 4.063.561
libras esterlinas, siendo cubiertos responsable y cabalmente por los
Gobiernos que siguieron al de Riesco, a pesar de los problemas y de las
vicisitudes que provocaron al erario nacional. Esto sin contar las
reparaciones y créditos a particulares, que también debieron ser
asumidas por Chile, liberando a Bolivia de esta carga.
Todo aquel
crecimiento en el transporte y las entradas de recursos al fisco,
derivados del mismo tratado, introdujeron a Bolivia en uno de sus
períodos históricos de mayor prosperidad y desarrollo experimentados
hasta entonces, a diferencia de los años de vigencia de los Tratados de
1866 y 1874 antes de la llamada “pérdida del litoral”, en los que
la cesión de Antofagasta por parte de Chile terminó siendo más bien un
beneficio para especuladores sin grandes efectos en las arcas fiscales
bolivianas, además un escandaloso y corrupto desorden de las cuentas
públicas que sólo unos pocos historiadores han mencionado alguna vez.
Mucho de estas consecuencias positivas para Bolivia como consecuencia
del tratado, aparecen descritas en el libro “El despertar de una
Nación”, de Jaime Molins.
En definitiva, el Estado de Chile desembolsó la delirante suma de 6 millones de libras esterlinas en cumplimiento de estos acuerdos,
haciendo un enorme sacrificio con una enorme proporción de su
presupuesto nacional que, en 1904, era de sólo 300 mil pesos, y que en
1908 era de sólo 209 mil pesos, obligando al fisco a solicitar
empréstitos para cumplir con el arreglo. Tal como en los años en que
Chile financió la expedición libertadora al Perú, el “Moya” ciudadano
pagó hasta el último peso de esta saga.
Sin
embargo, pasó lo que tenía que pasar: recrudecidas las cuestiones entre
Chile y Perú, y viendo consumada la mayoría de las exigencias del
Tratado de 1904, el Canciller Daniel S. Bustamante comenzó a probar con
una “pesca” diplomática a nombre del Gobierno Boliviano, y dirigió una
nota con fecha 22 de abril de 1910 a Lima y Santiago donde, tocando
ladinamente el tema de Tacna y Arica, alegaba entre líneas la
persistencia de derechos soberanos de Bolivia en el litoral, fundiéndolo
con las históricas ambiciones de su patria sobre los mismos territorios
en controversia:
Bolivia
no puede vivir aislada del mar: ahora y siempre, en la medida de lo
posible por llegar a poseer, por lo menos, un puerto cómodo sobre el
Pacífico; y no podrá resignarse jamás a la inacción cada vez que se
agite este asunto de Tacna y Arica que compromete las bases mismas de su
existencia. Ha seguido, en los últimos años, una conducta de
absoluta lealtad a los pactos que la privaron de su litoral, y ha
concluido sus cuestiones de fronteras con el Perú, sacrificando mucho de
lo que su deber y su derecho se lo presentaban como indeclinable,
confiada en que algún día los hechos y las altas previsiones impondrían
la única solución posible de este grave problema sudamericano: la
incorporación definitiva de todo o parte de Tacna y Arica al Alto Perú.
Curiosamente,
el Presidente de Bolivia era entonces el propio ex Canciller Villazón,
el mismo que había aceptado la renuncia de las aspiraciones marítimas
bolivianas por cualquier parte del territorio chileno, como base de
compromiso para el Tratado de 1904. Y para más sorpresa chilena, no fue
el único que se pegó tamaña voltereta de carnero acróbata: Gutiérrez, el
mismo encargado de dar cuerpo definitivo al arreglo y de firmarlo, el
mismo autor alegre y saltarín de “El Tratado de Paz con Chile”, ahora
estiró el caracho y redactó su célebre libro “La Guerra de 1879″, donde
ataca y cuestiona decididamente el Tratado de 1904 que él mismo
engendrara, en un singular caso de esquizofrenia literario-narrativa,
aunque todavía sólo roza con la tesis absurda del “tratado impuesto” que
después adoptará la religión de la demanda marítima en Bolivia.
Pero
la dualidad irresoluta de la diplomacia boliviana era generalizada ya
entonces: otra cosa que sorprende profundamente es que, justo en esos
días, La Paz volvía a ratificar la vigencia y su conformidad con el
Tratado de 1904, demostrando los innumerables beneficios recibidos a
través del mismo, como se verifica en la firma de una Convención de
Libre Tránsito de 1912, que permitió reglamentar los trámites aduaneros
de los derechos de exportación o importación por suelo chileno considerados en el mismo tratado que comenzaría a poner en discusión y a señalar como firmado bajo amenaza o peligro.
Pero
aún quedaba otro balde de agua fría para La Moneda: Ismael Montes, el
mismo que llegara a la Presidencia de la República de Bolivia llevando
como estandarte electoral al Tratado de 1904, durante un siguiente
mandato comenzó un nuevo intento de negociación bajo cuerdas similar a
la que se había realizado en 1902 para dar nacimiento al tratado de
marras.
Así las cosas, estando de visita en Chile, el 22 de abril de 1913 convocó a
una reunión especial y sin anticipar materias en el “Grand Hotel” de
Santiago donde se encontraba alojando, a la que asistieron importantes e
influyentes políticos de la fronda aristocrática chilena de
aquellos años, como Manuel Salinas, Arturo Besa, Eliodoro Yáñez, Joaquín
Walker Martínez, Maximiliano Ibáñez, Guillermo Subercaseaux, Ismael
Valdés Vergara y Beltrán Matthieu, entre otros. En este encuentro,
Montes explicó de manera “no oficial” que Bolivia requería de un puerto
propio en Tacna o Arica, a lo que el Senador Yáñez se mostró de
inmediato en desacuerdo, aunque le propuso estudiar alguna forma de
cesión compensada. Montes, sin embargo, abandonó la presidencia en 1917
sin haber presentado jamás alguna idea como la que se le propuso.

Al
asumir en Bolivia el Presidente Juan Gutiérrez Guerra y los grupos
liberales que lo respaldaban ese mismo año, el reclamo cobraría ahora
una fuerza excepcional e inusitada, comenzando a ser promovida
“oficialmente” la tesis de la imposición por la fuerza del Tratado de
1904 y de las injusticias a las que Bolivia supuestamente había sido
sometida por el mismo… Formuladas -por curiosidad sospechosa- sólo
después de que prácticamente todos los compromisos y regalías exigidas a
Chile a través del mismo ya se habían cumplido o iban ya en su punto sin retorno de avance. Todo esto sazonado con un nuevo brote aliancista con Perú, siempre en relación a la controversia de Tacna y Arica.
Las
circunstancias ideales para golpear a la diplomacia chilena vinieron
con la Primera Guerra Mundial, conflicto en el que Chile quedó en una
pésima posición internacional, señalado como país “germanófilo” por
haber mantenido distancia de los vencedores de la conflagración. El 14
de enero de 1917, el mismo ex Presidente Montes otrora adalid del
proyecto de tratado con Chile y ahora en la representación de Bolivia en
Francia, comenzó una campaña comunicacional contra el Tratado de 1904,
objetándolo completamente y reponiendo las aspiraciones de su país por
los territorios de Arica y Tacna. Alberto Gutiérrez, por su parte y
siendo Canciller, el día 24 de enero siguiente adhirió a la campaña,
arrastrando a la misma a Villazón, Bustamante y Aramayo… Es decir, exactamente los mismos políticos bolivianos que gestaron el acuerdo, ahora vilipendiado y anatematizado.
Gutiérrez Guerra fue derrocado por los militares en julio de 1920, ocasión en que la “reivindicación marítima”
sonó muchísimo entre las proclamas con que los golpistas clamaban
legitimidad y simpatía popular, por lo que aún con el cambio radical de
Gobierno las líneas de insistencia en la cuestión del Tratado de 1904 no
sólo se mantuvieron, sino que se profundizaron.
Terminada
la Gran Guerra y con Chile en la descrita situación, la diplomacia
boliviana pasó ahora a la acción y comenzó a redactar un reclamo
internacional contra el vecino ante la Liga de las Nacionales,
presentado el día 1º de noviembre de 1920 por una delegación dirigida
por el propio Aramayo. Era la primera vez que aparecía formalmente en
esta clase de instancias la acusación del tratado “impuesto por la fuerza”
chilena en contra de Bolivia, siendo en lo fundamental, el mismo grupo
de argumentos repetidos hasta nuestros días por el organillo de la
diplomacia altiplánica:
Bolivia
invoca el artículo décimo noveno del Tratado de Versalles para obtener
de la Liga de las Naciones la revisión del Tratado de Paz firmado entre
Bolivia y Chile el 20 de octubre de 1904.
A
fin de justificar esta demanda, Bolivia, reservándose el derecho de
presentar en el momento oportuno sus derechos y alegaciones, llama la
atención sobre los hechos siguientes:
1º La violencia bajo la cual fue impuesto el Tratado;
2º La inejecución por parte de Chile de algunos puntos fundamentales del Tratado que estaban destinados a asegurar la paz;
3º Este estado de cosas constituye una amenaza permanente de guerra.
Una prueba de ello es la actual movilización de grandes cuerpos del
ejército que hace Chile sobre la frontera boliviana a pesar del estado
de paz existente entre estos dos países;
4º Como consecuencia del Tratado de Paz de 1904, Bolivia se ha convertido en un país absolutamente mediterráneo y privado de todo acceso al mar.
La
representación del Perú ante la Liga respaldó en principio al reclamo
del vecino, brindándole apoyo. Empero, al advertir que el mismo podía
comprometer sus ex territorios de Tacna y Arica, echó raudamente pie
atrás y no tardó en retractarse. Sin renunciar, Bolivia volvió a
insistir en su propósito en septiembre de 1921, durante la Segunda
Asamblea de la Liga, aunque nuevamente sin éxito. Frustrado, el Ministro
boliviano Eduardo Diez de Medina envió a La Paz una nota del 3 de marzo
de 1923 donde declaraba casi cortándose las venas:
El
Gobierno de Bolivia ha comprobado, con pesar, la voluntad en que está
Chile para dejar intacto e inamovible el Tratado de Paz y sin
interrumpir la continuidad del territorio de Chile.
Tozuda
como un ebrio con sueño, la delegación probó de nuevo casi exactamente
un año después, en la Tercera Asamblea y con Gutiérrez al mando, pero
los resultados inmediatos fueron nulos otra vez. Sin embargo, estos
esfuerzos no serían en vano en el largo plazo: por un lado, demostraron
que la voluntad de Bolivia desde allí en adelante era alterar o incluso
anular el antes tan celebrado y aplaudido Tratado de 1904, mientras que
por otro, quedó sentada la línea argumental para sostener el mito de la
“imposición” por las armas y la coerción del mismo por parte de Chile,
afirmación tendenciosa y falsa que ya es parte del abecedario político y
diplomático de la República de Bolivia, y que vuelve a ser repetido tal
cual por el Presidente Evo Morales en nuestros días, como lo seguirán
haciendo sus sucesores per secula, seculorum.
Había nacido la leyenda negra del Tratado de 1904, entonces.
Pero,
para hacer más confuso e intrincado el asunto, revelando de paso
también la falsedad de fondo de las acusaciones, poco tiempo después
Bolivia firmó animadamente el Protocolo y Actas de Entrega de 1928,
volviendo a revelar la vigencia y conformidad con el Tratado de 1904 a
través de este instrumento, correspondiente a la protocolización de la
entrega del tramo del ferrocarril Arica-La Paz para que quedara a entera
y total disposición de Bolivia, tal como lo establecía el tratado tan
odiado y despreciado. ¿O acaso se debe suponer que Bolivia también firmó
bajo amenaza y coerción chilena estos protocolos, en cumplimiento del
supuestamente oprobioso tratado?
En
fin: a estas alturas me importa una callampa si alguien comienza a
blandirme sobre la nariz la espada exhibicionista de la típica acusación
de ser “conservador” o la picantería de “facista” (sic)
que ya conozco bastante bien, por aventurarme a intentar demostrar -con
esta breve exposición- la deshonestidad de las acusaciones bolivianas
contra Chile por el argumento central de su demanda marítima, respecto
de que el Tratado de 1904 fue injusta y despiadadamente impuesto por la
fuerza de las armas y la amenaza de los cañones, situación que jamás
sucedió en este planeta ni esta dimensión.
En
temas históricos mezclados con exhibicionismo de acrobacias patrioteras, entonces,
siempre sucederá lo mismo: que la gente ve y entiende sólo lo que quiere
ver y entender… Pero bueno: los hechos son los hechos, y las “verdades”
atrincheradas en discurso son para la fe, la política y el fútbol. Como
dije al principio, repetir una mentira por toda la eternidad, no
bastará para convertirla en cierta.
Por mi parte, pues, prefiero seguir viviendo en los hechos.
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