La
célebre Entrevista o Conferencia de Guayaquil de 1822, basada en obra
de Collignon (c. 1840). En la reunión entre Bolívar y San Martín se
decidió poner fin al protectorado de este último en Perú y, como
consecuencia, a los planes de instaurar una monarquía moderada o
constitucional en el mismo.
Suena extraño y casi conspiranoico (o conspirómano,
dirían otros) proponer que los patriotas de Hispanoamérica hayan
barajado ambiciones de sentar monarquías y linajes reales en el
territorio continental, pero esta situación se ajusta a muchos de los
comportamientos de los próceres en esos años: los intentos de José de
San Martín por instalarse como director vitalicio en Perú, el frustrado
interés de don Bernardo O'Higgins por conseguir títulos de nobleza desde
sus abolengos paternos, el bloqueo en Buenos Aires a la escuadra de José Miguel Carrera
para no incomodar al protagonismo de la Logia Lautaro, la defensa del
guatemalteco Antonio José de Irisarri para que el imperio británico
interviniera en América, entre otras situaciones que la romantizada
narración de la Independencia americana suele ofrecer como inconexas, si
acaso las toca.
El
caso más revelador fue el de Agustín de Iturbide, quien terminó
coronándose a sí mismo Emperador de México como vía de ejecución del
Plan de Iguala, en julio de 1822, luego de que no lograra ser convencido
Fernando VII para asumir él o uno de sus familiares el nuevo trono,
anticipándose así a lo que iba a suceder también en el intercambio de
regímenes monárquicos entre Portugal y Brasil, a partir de ese mismo
año, y buscando acoplar a Guatemala en este nuevo imperio.
Sabrosuras
históricas como las descritas, han servido de argumento, por ejemplo, a
parte de la trama de Francisco Ortega en su novela "Logia", que ha
puesto el tema en caliente otra vez a nivel de cultura popular, al
proponer que O'Higgins habría sido una especie de figura protegida de
los monarquistas en la Logia Lautaro, partiendo por San Martín, quien
quería coronar al general chileno en semejante proyecto y en vista de
sus linajes aristocráticos y la sangre de alcurnia que corría en sus
venas.
Sin
embargo, más allá de la ficción hay confirmaciones históricas precisas a
las intenciones monárquicas que anidaron alguna vez entre los próceres
de la Independencia de América Latina.
LA LOGIA LAUTARO
El
alguna vez senador radical chileno, Exequiel González Madariaga, gran
o'higginiano y colaborador de la campaña de Salvador Allende en el
Frente de Acción Popular, escribió en su libro "Nuestras relaciones con
Argentina. Una historia deprimente":
...el
General San Martín no ocultaba sus ideas monarquistas, a tal punto que
después de la destitución del virrey de Pezuela se empeñaba en negociar
la independencia del Perú sobre la base de un gobierno monárquico, se
ofrece para integrar comisiones en busca de un príncipe de sangre real,
escribe reiteradamente a O'Higgins para hacerlo desistir de sus ideas
republicanas y, finalmente, es objeto de un proceso sustanciado por la
masonería argentina, el que fue conocido con el nombre de "Alta Traición
y Monarquismo". Con todo, en Argentina se le sigue llamando "libertador" de Chile y Perú y en este último país se acoge con simpatía
tal aseveración. Sin embargo, la historia acredita que después del "Acta de Rancagua" del 2 de abril de 1819 presidida por Gregorio Las
Heras y seguida de la consiguiente renuncia de San Martín al cargo de
General en Jefe del Ejército de los Andes, O'Higgins se apresura a
contratar a los oficiales y clases del Ejército de los Andes, que ha
desaparecido, los que son incorporados al Ejército de Chile, con el
mismo grado y rango que tenían. San Martín fue designado General en Jefe
del Ejército Libertador del Perú y éste nunca dejó de reconocer en
forma pública la autoridad del Gobierno chileno.
Pero San Martín no estaba solo en la inclinación que denunciara González Madariaga: varios de los máximos lautarinos
argentinos como Manuel Pueyrredón, José Rondeau, Florencio Terrada,
Bernardo de Monteagudo, Tomás Godoy Cruz y Manuel Belgrano, lo
secundaron en este controvertido proyecto.
Remontándonos
un poco, se recordará que la llamada Logia Lautaro (que en realidad
fueron varias, al llegar a América) había sido fundada a como matriz en
Cádiz (originalmente en Londres, según algunas fuentes), por el
humanista venezolano Francisco de Miranda, masón de alto rango
profundamente influido por el enciclopedismo y los revolucionarios
franceses, además de mantener estrechos contactos con hermadades
británicas. Con el título oficial de Logia de los Caballeros Racionales,
los más importantes próceres de la Independencia de América no tardaron
en sentirse atraídos por la organización secreta que buscaba la
expulsión del yugo hispánico en América, como San Martín, Bolívar,
Belgrano, Zapiola, Alvear, Carrera y O'Higgins.
Después
de regresar a Buenos Aires en mayo de 1812 y ya integrado a la Logia de
Cádiz, San Martín comenzó a organizar la sección argentina solicitando
asistencia de la Logia San Juan de Jerusalén, que a la sazón se hallaba
en proceso de decaimiento. Con Alvear y Zapiola instituirá el "Taller" y
triángulo de tres líderes fundacionales, manteniendo las fórmulas,
signos, juramentos y grados de las sociedades masónicas aunque con un
fin político más que religioso, filosófico o de otra índole. Con apoyo
estratégico de Londres y, al parecer, tomando un plan independizador que
había propuesto el estratega militar escocés Thomas Maitland y que
Miranda conocía perfectamente, la organización se afianzó logísticamente
e inició en los ritos a sus primera camada de militantes conversos,
bajo juramento de entregar la vida por sus principios y arriesgarla si
se rebelaban contra ellos.
Habría
sido O'Higgins quien propuso tempranamente a San Martín bautizar la
Logia con el nombre de Lautaro, el caudillo indígena que dirigió la
primera gran rebelión independentista y militar contra Pedro de Valdivia
y los demás hispanos en Chile, en el siglo XVI. El general argentino
quedó encantado con las historias del toqui y no titubeó en elegir su
nombre para la sociedad secreta. De ahí las denominaciones de Logia
Lautaro para señalarla, y lautarinos para referirse a sus militantes.
La
seducción por reponer gobiernos monarquistas en América comienza
prácticamente con la misma entrada de la Logia en América. Se ha
explicado que esto se debería a hechos tales como la falta de una
experiencia institucional que permitiese construir un orden republicano
seguro y confiable entre quienes habían vivido toda su existencia bajo
el dominio de una corona. No obstante, en algunos casos parece haber
sido más bien el deseo caudillista de algunos próceres por instalar sus
propios apellidos en linajes dinásticos o atraer otros de Europa al
continente. Por supuesto, debieron influir también razones sobre
intenciones profundas de la sociedad secreta, hoy desconocidas, además
de la identificación de buena parte de la población americana con la
hispanidad y sus monarcas todavía en plenas Guerras de Independencia.
La
razón principal de la adopción de propósitos monarquistas
correspondería, sin embargo, al deseo de grupos aristocráticos e
hispanistas por frenar las ideas republicanas totalmente autonomistas y
soberanas que ya habían prendido en los grupos patriotas y ciertas
logias, optando por la alternativa de una monarquía constitucional o
moderada a cambio de abandonar directamente la tutela imperial de la
corona española. Era, acaso, un plan B para resguardo de intereses corporativos y de élites. La ruptura de los hermanos Carrera
con la Logia Lautaro y la irrupción del sentimiento federalista en
Argentina, pueden haber sido consecuencias de este choque entre
monarquistas y republicanos al seno de los esfuerzos independentistas, a
pesar de la tendencia a creer que estos eran necesariamente los
liberales partidarios de la República y los jacobinos (ala que, de
hecho, fue llamada despectivamente "de los exaltados" en 1810).
Por
otro lado, los próceres de la Independencia sabían de cómo se había
dado la crisis del Imperio Español en la propia Península, con algunos
militares que participaron directamente allá, como San Martín y Carrera.
Éste último, además, pudo interiorizarse del sistema democrático de los
Estados Unidos, durante su viaje para adquirir la escuadra para Chile. Lo mismo sucedió con Miranda, considerado el ideólogo de la emancipación americana.
Sobre
lo anterior, ya tempranamente encontramos actividades diplomáticas de
Buenos Aires que ponen al descubierto las intenciones de levantar una
corona americana. El contexto histórico también aporta algo más para
entender esta desconcertante situación: después de que Napoleón había
devuelto el trono de España a Fernando VII, tras el Tratado de Valençay,
corrió la noticia de que el soberano implementaba una flota de 15.000
hombres para dirigirla a Sudamérica, partiendo por Río de la Plata, para
hacer frente a las colonias que se habían embarcado en la aventura de
la Independencia aprovechándose de su desgracia. Esto hizo entrar en
pánico a los miembros de la Logia Lautaro, como era de esperar,
evaluando una vía alternativa al republicanismo para eludir un
enfrentamiento.

La
Casa de la Independencia, misma del Congreso de Tucumán, hacia 1868.
Lamentablemente, la mayor parte de esta casa fue demolida poco después
de la fotografía, siendo reconstruida en años posteriores.
PRIMEROS INTENTOS
Con
la creación de una propuesta monárquica no absolutista, según lo que
hemos visto, los independentistas quizá esperaban obtener mayor apoyo de
Londres (Belgrano alertaba que los ingleses se estaban desinteresando
de la causa, por ejemplo) y, en un estado ideal, hasta hacer las paces
con España logrando coronar a algún soberano miembro del clan real
hispano. Herencia de las propuestas de la Constitución de Cádiz de 1812,
en cierta forma, que planteaba ya la idea de la monarquía
constitucional... Casi como quedar bien con Dios y con el Diablo, en otras palabras.
Empero, según prominentes masones y divulgadores del legado lautarino, como el mismísimo Domingo Faustino Sarmiento, el compromiso de los iniciados en la Logia Lautaro exigía lo siguiente:
Nunca
reconocerás por gobierno legítimo de tu patria, sino aquel que sea
elegido por la libre y espontánea voluntad de los pueblos, y siendo el
gobierno republicano el más adaptable al gobierno de las Américas,
propenderás por cuantos medios estén a tus alcances, a que los pueblos
se decidan por este sistema.
Este
juramento habría sido revelado por el General José Zapiola, y muchos
han dado fe de que es auténtico, existiendo algún par de procesos
internos de la sociedad secreta contra miembros acusados de alejarse de
estos preceptos. Suena insólito, entonces, que el general Belgrano y el
futuro presidente Bernandino Rivadavia, mismos que la historia ha
laureado como grandes impulsores del republicanismo continental de la
jura, fueran investidos de plenos poderes el 25 de enero de 1815 para ir
a buscar y tentar a Francisco de Paula de Borbón, hermano del Rey
Fernando VII, erigiéndolo "rey legítimo e independiente de los tres Reinos Unidos: Río de la Plata, Perú y Chile".
¿Se referiría a lo anterior el General Carrera, cuando desde la clandestinidad proclamaba después, que los destinos de Chile estaban echados, y que se convertiría en "una oscura provincia" de La Plata?
Como
si la misión no fuese por sí misma un insulto al espíritu de la
Independencia de los tres países mencionados, los enviados llevaban con
ellos un borrador de la pretendida Constitución Monárquica que iba a
entrar en vigor con la coronación, estableciendo a modo introductorio lo
siguiente, en otra abyecta violación a los principios establecidos en
la Gran Reunión Americana de Londres y en el propio juramento de ingreso
a la Logia:
Don Carlos por la gracia de Dios, Rey de Castilla, etcétera:
A vos, mi hijo primogénito, Don Fernando, e Infantes, mi hermano Don Antonio, hijo segundo Don Carlos, mis hijas Doña Carlota y Doña María Luisa, y todos los de mi Real familia; a vos, Duques, Condes, Marqueses, Ricoshomes; y a los Presidentes, Gobernadores, Gran Canciller, y los del Supremo Consejo de Indias; y a los Virreyes, Presidentes y Oidores de las Audiencias Reales, Gobernadores, Corregidores, Alcaldes mayores y ordinarios, Cabildo, y cualesquiera otros Jueces y Justicia, Contadores de Cuentas y oficiales de la Hacienda Real de los Reinos de Europa y América, Islas y tierra firme del mar Océano, Prior y Cónsules de los Consulados de Comercio, Presidentes, Jueces y Letrados de la casa de Contratación de Cádiz; y vos Generales, Almirantes, Oficiales de todas clases, y cabos de las armadas y Ejércitos y a cualesquiera otras personas a que lo contenido en esta toca o tocar puede; sabed:
Que habiendo llegado a mi real conocimiento por multiplicados conductos las desgracias y desolaciones en que están envueltas todas las Américas Españolas desde los infaustos sucesos de Aranjuez, Madrid y Bayona; reducido por mi situación a no tener otra facultad que la del dolor y la compasión esperé siempre cualquiera oportunidad para desahogar mis paternales afectos hacia aquellos mis muy amados pueblos; ellos hacía ya mucho tiempo que reclamaban con sobrada justicia una reforma muy sustancial; y ésta había hecho un objeto de las más serias meditaciones desde el Reinado de mi Augusto Predecesor el Señor Don Fernando el 6° Mi Augusto Padre (que en Dios descansa) dio a costa de grandes contradicciones, algunos pasos hacia este justo e importante fin; yo di también algunos y las mismas dificultades que demandaron su ejecución, me produjeron el convencimiento de que toda especie de remedio que no fuese radical era cuando menos insuficiente; consulté a este intento a mis más ilustrados Ministros y Obispos, y el resultado de mayores sufragios de más sólidos apoyos fue el establecer dos monarquías independientes en dichas Américas, colocando en ellas a mis muy amados hijos, los infantes Don Carlos y Don Francisco de Paula, bajo las bases que más consultase el interés de la España y el de ambas Américas, estas memorias angustiaban más mi Real Ánimo en la actualidad; pues me demostraban cuánto se había perdido por no tomar en tiempo el recurso que dictaba la justicia y los más bien entendidos intereses de España y América; en medio de estos conflictos no se me presentaba otra esperanza, que la de que cortada la revolución de España y consolidado en ella un Gobierno, los primeros cuidados de éste serían sofocar la guerra civil y sangrienta que asola la América por los únicos medios de eficacia en tales casos, la prudencia, la moderación y una constante buena fe, y disposición a la par. Pero hasta este ligero consuelo se ha arrancado a mi alma; los desastres sangrientos de América son en el día mayores, los ánimos de aquellos habitantes han llegado al último grado de encono y desesperación, la España agota inútilmente el resto de sus recursos, y aumenta su despoblación, en tan apurada crisis las provincias del Río de la Plata han ocurrido a mi Real Persona por medio de Diputados plenamente autorizados, imploran mi Real Beneficencia y reclaman mi Paternal Protección; me he instruido por documentos irrefragables de la verdadera situación de aquel país, de las disposiciones de sus habitantes: Dios y el Mundo me execrarían si pudiendo dar la paz y la felicidad a un rico continente, con tantas ventajas para mi Real Familia y para toda la Monarquía Española, no lo hiciera por respeto a los errores o a las pasiones que han hecho creer un deber el sojuzgar aquellos pueblos o destruirlos. Si mis Reinos de España me han debido tantos sacrificios que tengo aún que continuar, mis pueblos de América no merecen menos de mí, ni yo debo ser para ellos menos generoso.
Las Provincias del Río de la Plata han sido las primeras que postradas a mis Reales pies protestan que no han reconocido, ni pueden reconocer otro soberano legítimo que Yo, y como de su Rey y Padre claman y piden de mí el remedio de los males que padecen y de la ruina que les amenaza; sus justas quejas, las sólidas razones en que fundan su solicitud han penetrado mi Real Ánimo, y las luces e impulso de la Divina justicia me han decidido a acceder a sus humildes súplicas; consultando en ello el deber de Padre para con mi amado hijo, el Infante Don Francisco de Paula, cuya desgraciada situación exige de mí el ponerle en tiempo en un Estado independiente; por todo ello, por estar convencido que este es el único medio de acabar con una guerra exterminadora entre aquella parte de la América y la España y de poner a ambos países cuanto más antes en disposición de que contraigan sus esfuerzos a adquirir la prosperidad e importancia política que les corresponde, usando de mis imprescindibles derechos, y de la plenitud de facultades que me reviste, después del más maduro examen y serias meditaciones y consultas, he venido en ceder, como de hecho cedo, y renuncio por acto libre, y espontáneo y bien pensado a favor de mi nominado hijo tercero, el Infante Don Francisco de Paula de Borbón, el alto dominio y señorío que he recibido de mi Augusto Padre (que de Dios goza) de todas las ciudades, villas y lugares con todas sus dependencias y territorios que formaban el Virreinato de Buenos Aires, la Presidencia del Reino de Chile y Provincias de Puno, Arequipa, Cuzco, con todas sus costas e islas adyacentes, desde el Cabo de Hornos hasta el puente de (ilegible), cuyo territorio lo creo indispensable atendida su población para mantener la dignidad de Rey e importancia de una Monarquía.
En consecuencia, elijo e instituyo a mi nominado hijo por Rey y Soberano independiente de dichos Reinos y Provincias; y a fin de que los gobierne y viva con el mayor acierto y conformidad a las luces del presente siglo he adoptado las bases de Constitución siguiente, los que ordeno y mando a mi amado hijo, el Infante Don Francisco de Paula y a la Nobleza, Autoridades, Ejército y Pueblos de su nuevo Reino que respeten, guarden y cumplan dichas bases constitucionales como principios sagrados e inalterables, y el primer fundamento de su Monarquía.
Y habiendo vos, mi hijo, Don Francisco de Paula, aceptado ante mi Real Persona la cesión que os hago, y el Reino que os dono con el valor y fuerza de última voluntad irrevocable sin necesidad de confirmación ulterior; y prometido observar y cumplir fielmente las bases prefijadas como condiciones esenciales de la donación, os mando que luego que lleguéis a tomar posesión de vuestro Reino juréis con la solemnidad de estilo guardarlas y cumplirlas y hacer que todos las guarden y cumplan, ocupándoos seriamente de la buena administración de vuestro Reino, reparando los males que han sufrido esos pueblos y contribuyendo a una sabia legislación que haga en todo tiempo el honor vuestro y la felicidad de vuestro Reino. Os ordeno igualmente que así que estéis en posesión de vuestra nueva dignidad y hayáis recibido el juramento y homenaje de los nominados pueblos, me deis sin pérdida de tiempo aviso de ello para dirigir mis cartas a vuestro hermano mayor y mi hijo primogénito, Don Fernando, y a todos los demás que corresponda y crea convenir; no obstante, que por éste ordeno y mando a dicho mi hijo primogénito, a todos los demás Infantes y Príncipes de mi Real Sangre y Familia, y pido a todos los Soberanos de Europa, y a mi muy amado hijo e hija, Príncipes Regentes de la Corte del Brasil, el que os reconozcan por Rey legítimo e Independiente de los tres Reinos Unidos, Río de la Plata, Perú y Chile, que como a tal os traten y respeten; entendiéndose con vos en todo lo relativo al territorio demarcado como el único y absoluto Soberano de dicho País. Por ser ésta mi expresa Real Voluntad espontánea y bien deliberada con toda plenitud de derecho; cuya determinación declaro que sirva de descargo a mi conciencia, y que alivia en mucha parte el gran peso de desgracias y pesares que me hace descender al sepulcro; por lo tanto quiero que sea tenida por válida y firme, no obstante, la falta de cualesquiera cláusula, requisito o condición que por ley o costumbre, o por cualquiera otro título se juzgue necesaria, pues mi situación y la urgencia del caso hace una justa excepción de cualesquiera disposiciones generales en contrario y así para darle todo el valor bastante, y todo el que necesario sea, firmo éste de mi Real Puño y Letra, sellado con el sello de Mis Reales Armas, y refrendado por mi Secretario en comisión especial para este caso en (ilegible) a (ilegible) de (ilegible)...
A vos, mi hijo primogénito, Don Fernando, e Infantes, mi hermano Don Antonio, hijo segundo Don Carlos, mis hijas Doña Carlota y Doña María Luisa, y todos los de mi Real familia; a vos, Duques, Condes, Marqueses, Ricoshomes; y a los Presidentes, Gobernadores, Gran Canciller, y los del Supremo Consejo de Indias; y a los Virreyes, Presidentes y Oidores de las Audiencias Reales, Gobernadores, Corregidores, Alcaldes mayores y ordinarios, Cabildo, y cualesquiera otros Jueces y Justicia, Contadores de Cuentas y oficiales de la Hacienda Real de los Reinos de Europa y América, Islas y tierra firme del mar Océano, Prior y Cónsules de los Consulados de Comercio, Presidentes, Jueces y Letrados de la casa de Contratación de Cádiz; y vos Generales, Almirantes, Oficiales de todas clases, y cabos de las armadas y Ejércitos y a cualesquiera otras personas a que lo contenido en esta toca o tocar puede; sabed:
Que habiendo llegado a mi real conocimiento por multiplicados conductos las desgracias y desolaciones en que están envueltas todas las Américas Españolas desde los infaustos sucesos de Aranjuez, Madrid y Bayona; reducido por mi situación a no tener otra facultad que la del dolor y la compasión esperé siempre cualquiera oportunidad para desahogar mis paternales afectos hacia aquellos mis muy amados pueblos; ellos hacía ya mucho tiempo que reclamaban con sobrada justicia una reforma muy sustancial; y ésta había hecho un objeto de las más serias meditaciones desde el Reinado de mi Augusto Predecesor el Señor Don Fernando el 6° Mi Augusto Padre (que en Dios descansa) dio a costa de grandes contradicciones, algunos pasos hacia este justo e importante fin; yo di también algunos y las mismas dificultades que demandaron su ejecución, me produjeron el convencimiento de que toda especie de remedio que no fuese radical era cuando menos insuficiente; consulté a este intento a mis más ilustrados Ministros y Obispos, y el resultado de mayores sufragios de más sólidos apoyos fue el establecer dos monarquías independientes en dichas Américas, colocando en ellas a mis muy amados hijos, los infantes Don Carlos y Don Francisco de Paula, bajo las bases que más consultase el interés de la España y el de ambas Américas, estas memorias angustiaban más mi Real Ánimo en la actualidad; pues me demostraban cuánto se había perdido por no tomar en tiempo el recurso que dictaba la justicia y los más bien entendidos intereses de España y América; en medio de estos conflictos no se me presentaba otra esperanza, que la de que cortada la revolución de España y consolidado en ella un Gobierno, los primeros cuidados de éste serían sofocar la guerra civil y sangrienta que asola la América por los únicos medios de eficacia en tales casos, la prudencia, la moderación y una constante buena fe, y disposición a la par. Pero hasta este ligero consuelo se ha arrancado a mi alma; los desastres sangrientos de América son en el día mayores, los ánimos de aquellos habitantes han llegado al último grado de encono y desesperación, la España agota inútilmente el resto de sus recursos, y aumenta su despoblación, en tan apurada crisis las provincias del Río de la Plata han ocurrido a mi Real Persona por medio de Diputados plenamente autorizados, imploran mi Real Beneficencia y reclaman mi Paternal Protección; me he instruido por documentos irrefragables de la verdadera situación de aquel país, de las disposiciones de sus habitantes: Dios y el Mundo me execrarían si pudiendo dar la paz y la felicidad a un rico continente, con tantas ventajas para mi Real Familia y para toda la Monarquía Española, no lo hiciera por respeto a los errores o a las pasiones que han hecho creer un deber el sojuzgar aquellos pueblos o destruirlos. Si mis Reinos de España me han debido tantos sacrificios que tengo aún que continuar, mis pueblos de América no merecen menos de mí, ni yo debo ser para ellos menos generoso.
Las Provincias del Río de la Plata han sido las primeras que postradas a mis Reales pies protestan que no han reconocido, ni pueden reconocer otro soberano legítimo que Yo, y como de su Rey y Padre claman y piden de mí el remedio de los males que padecen y de la ruina que les amenaza; sus justas quejas, las sólidas razones en que fundan su solicitud han penetrado mi Real Ánimo, y las luces e impulso de la Divina justicia me han decidido a acceder a sus humildes súplicas; consultando en ello el deber de Padre para con mi amado hijo, el Infante Don Francisco de Paula, cuya desgraciada situación exige de mí el ponerle en tiempo en un Estado independiente; por todo ello, por estar convencido que este es el único medio de acabar con una guerra exterminadora entre aquella parte de la América y la España y de poner a ambos países cuanto más antes en disposición de que contraigan sus esfuerzos a adquirir la prosperidad e importancia política que les corresponde, usando de mis imprescindibles derechos, y de la plenitud de facultades que me reviste, después del más maduro examen y serias meditaciones y consultas, he venido en ceder, como de hecho cedo, y renuncio por acto libre, y espontáneo y bien pensado a favor de mi nominado hijo tercero, el Infante Don Francisco de Paula de Borbón, el alto dominio y señorío que he recibido de mi Augusto Padre (que de Dios goza) de todas las ciudades, villas y lugares con todas sus dependencias y territorios que formaban el Virreinato de Buenos Aires, la Presidencia del Reino de Chile y Provincias de Puno, Arequipa, Cuzco, con todas sus costas e islas adyacentes, desde el Cabo de Hornos hasta el puente de (ilegible), cuyo territorio lo creo indispensable atendida su población para mantener la dignidad de Rey e importancia de una Monarquía.
En consecuencia, elijo e instituyo a mi nominado hijo por Rey y Soberano independiente de dichos Reinos y Provincias; y a fin de que los gobierne y viva con el mayor acierto y conformidad a las luces del presente siglo he adoptado las bases de Constitución siguiente, los que ordeno y mando a mi amado hijo, el Infante Don Francisco de Paula y a la Nobleza, Autoridades, Ejército y Pueblos de su nuevo Reino que respeten, guarden y cumplan dichas bases constitucionales como principios sagrados e inalterables, y el primer fundamento de su Monarquía.
Y habiendo vos, mi hijo, Don Francisco de Paula, aceptado ante mi Real Persona la cesión que os hago, y el Reino que os dono con el valor y fuerza de última voluntad irrevocable sin necesidad de confirmación ulterior; y prometido observar y cumplir fielmente las bases prefijadas como condiciones esenciales de la donación, os mando que luego que lleguéis a tomar posesión de vuestro Reino juréis con la solemnidad de estilo guardarlas y cumplirlas y hacer que todos las guarden y cumplan, ocupándoos seriamente de la buena administración de vuestro Reino, reparando los males que han sufrido esos pueblos y contribuyendo a una sabia legislación que haga en todo tiempo el honor vuestro y la felicidad de vuestro Reino. Os ordeno igualmente que así que estéis en posesión de vuestra nueva dignidad y hayáis recibido el juramento y homenaje de los nominados pueblos, me deis sin pérdida de tiempo aviso de ello para dirigir mis cartas a vuestro hermano mayor y mi hijo primogénito, Don Fernando, y a todos los demás que corresponda y crea convenir; no obstante, que por éste ordeno y mando a dicho mi hijo primogénito, a todos los demás Infantes y Príncipes de mi Real Sangre y Familia, y pido a todos los Soberanos de Europa, y a mi muy amado hijo e hija, Príncipes Regentes de la Corte del Brasil, el que os reconozcan por Rey legítimo e Independiente de los tres Reinos Unidos, Río de la Plata, Perú y Chile, que como a tal os traten y respeten; entendiéndose con vos en todo lo relativo al territorio demarcado como el único y absoluto Soberano de dicho País. Por ser ésta mi expresa Real Voluntad espontánea y bien deliberada con toda plenitud de derecho; cuya determinación declaro que sirva de descargo a mi conciencia, y que alivia en mucha parte el gran peso de desgracias y pesares que me hace descender al sepulcro; por lo tanto quiero que sea tenida por válida y firme, no obstante, la falta de cualesquiera cláusula, requisito o condición que por ley o costumbre, o por cualquiera otro título se juzgue necesaria, pues mi situación y la urgencia del caso hace una justa excepción de cualesquiera disposiciones generales en contrario y así para darle todo el valor bastante, y todo el que necesario sea, firmo éste de mi Real Puño y Letra, sellado con el sello de Mis Reales Armas, y refrendado por mi Secretario en comisión especial para este caso en (ilegible) a (ilegible) de (ilegible)...
Y a continuación, el Artículo 1° decía con desparpajo insólito:
La
nueva Monarquía de la América del Sur tendrá por denominación el Reino
Unido del Río de la Plata, Perú y Chile; sus armas serán un escudo que
estará dividido en campo azul y plata; en el azul que ocupará la parte
superior se colocará la imagen del Sol, y en el Plata dos brazos con sus
manos que sostendrán las tres flores de los distintivos de Mi Real
Familia, llevará la Corona Real, y se apoyará sobre un tigre y una
Vicuña: su pabellón será blanco y azul celeste.
Y además de establecer que la corona se heredará por linaje familiar reconociendo la "real sangre",
junto con títulos nobiliarios de primer grado (Duque), segundo (Conde) y
tercero (Marqués), la Constitución, en el artículo 4°, indica una
sumisión total al monarquismo, absolutamente reñida con el ideario de
igualdad de la república:
La
persona del Rey es inviolable y sagrada. Sus Ministros son
responsables. El Rey mandará las fuerzas de mar y tierra; declarará la
guerra, hará la paz; tratados de alianza y comercio; distribuirá todos
los empleos, estará a su cargo la Administración Pública, la ejecución
de las leyes y seguridad del Estado a cuyos objetos dará las órdenes y
reglamentos necesarios.
La
misión de 1815-1816 también se evaluó enganchar en esta oferta
monárquica a la infanta Carlota, hermana de Fernando VII, y al Príncipe
Pedro de Portugal.
PROCLAMA MONÁRQUICA EN EL CONGRESO DE TUCUMÁN
Convencido
de las bondades de este proyecto y que las monarquías europeas no
reconocerían otro gobierno que no fuera equivalente a los suyos, en el
célebre Congreso de Tucumán de marzo a julio de 1816, Belgrano propuso
la forma monárquica constitucional tipo inglesa como nuevo gobierno a
instalar, discutiéndose primero sobre elegir a algún príncipe europeo y
luego a algún soberano de origen inca.
Su
informe en la asamblea fue transcrito y comentado por Tomás Manuel de
Anchorena en una carta muy posterior (4 de diciembre de 1846), dirigida a
Juan Manuel de Rosas. Del texto se desprende el siguiente contenido de
la propuesta Belgrano, donde informaba:
...que
había acaecido una mutación completa de ideas en Europa en lo
respectivo a la forma de gobierno. Que como el espíritu general de las
naciones, en años anteriores, era republicarlo todo, en el día se
trataba de monarquizarlo todo. Que la nación inglesa, con el grandor y
majestad a que se ha elevado, no por sus armas y riquezas, sino por una
constitución de monarquía temperada, había estimulado a las demás a
seguir su ejemplo. Que la Francia la había adoptado, que el rey de
Prusia, por sí mismo, y estando en el goce de un poder despótico, había
hecho una revolución en su reino, y sujetándose a bases constitucionales
iguales a las de la nación inglesa; y que esto mismo habían practicado
otras naciones.
...en
su concepto la forma de gobierno más conveniente para estas provincias
sería la de una monarquía temperada; llamando la dinastía de los Incas
por la justicia que en sí envuelve la restitución de esta Casa tan
inicuamente despojada del trono.
Sólo
cuatro días después de hacer esta proclama, tuvo lugar el gran anuncio
de la Independencia de Argentina, con una gran mayoría de los
asambleístas optando por la forma monárquica sugerida que, además, debía
tener sede en la ciudad del Cuzco, la capital del proyectado Nuevo
Reino. Sólo Godoy Cruz y parte de sus colaboradores exigieron que dicha
capital estuviese en Buenos Aires, aunque de todos modos se suscribieron
al plan monárquico americano, apoyado por personajes de la talla de San
Martín y Martín Miguel de Güemes.
Sin
embargo, los delegados porteños y elementos aristocráticos manifestaron
su rechazo total a la delirante idea, casi sin ser escuchados. Se
cuenta que uno de ellos llegó a gritar allí: "¡Prefiero estar muerto que servir a un rey con ojotas!"; y que los periodistas de Buenos Aires se mofaban de la decisión asegurando que ahora tendría que ir a buscarse "un rey patas sucias en alguna pulpería o taberna" en el Altiplano.
Entre
los incas que se pretendía proponer entre los argentinos como
candidatos a la flamante corona, destacó Juan Bautista Túpac Amaru,
hermano menor del líder cuzqueño José Gabriel Túpac Amaru que,
rebelándose contra los abusos españoles y el régimen de trabajo de "mita"
al que se sometía a los indígenas, en 1780 se había proclamado
Emperador del Perú declarando la guerra a los europeos. Ambos hermanos
aseguraban ser descendientes del Inca Tupac Amaru (por eso cambiaron sus
apellidos originales a éste), lo que facilitaba las cosas al no tener
que inventar linajes reales para fabricar el estatus de un soberano. Sin
embargo, para cuando se tuvo intenciones de coronar a Juan Bautista,
éste ya estaba anciano y cerca de la muerte.
Nada
de esto pertenece realmente a conocimientos recientes o novedosos, por
cierto. En el archivo epistolar de Miguel Luis Amunátegui, existe una
carta del escritor y diplomático Diego Barros Arana, enviada al
Presidente Aníbal Pinto (28 de marzo de 1877) durante su misión en
Buenos Aires buscando una salida a la cuestión de la Patagonia Oriental.
Dice allí el historiador, en una parte de su iracunda misiva, en donde
intenta desmentir una a una las creencias que ha escuchado en las
fiestas patrias argentinas y en las que Buenos Aires se adjudicaba un
papel fundamental en la Independencia de todas las repúblicas América
del Sur:
Los
revolucionarios argentinos eran monarquistas; ellos enviaron a Europa a
don Juan José Sarratea, a don Miguel Belgrano y a don Bernardino
Rivadavia, a buscar un príncipe para coronarlo aquí. Otros buscaban
algún indio de las familias de los Incas para hacerlo rey. Estos grandes
liberales, libertadores de los dos mundos, no declararon siquiera la
libertad de los esclavos; y las cosas quedaron en ese estado hasta 1840,
en que Rosas, para engrosar su ejército, abolió la esclavitud.
Lo
expuesto hasta ahora, explica que los asambleistas del ala liberal
liderada por Rivadavia crearan ese mismo año de 1816, además, el Partido
Unitario, que sostenía el centralismo administrativo de las Provincias
Unidas del Río de la Plata en Buenos Aires para bloquear así el avance
de los republicanos y los federalistas. Además, la Logia Lautaro ya
iniciaba en los ritos a Pueyrredón, arreglando las elecciones de ese año
para dejarlo a la cabeza de la dirección platense y siendo un decidido
partidario de la opción monárquica.
Después de considerar el compromiso que los lautarinos
asumieron en Tucumán, cuesta creer en interpretaciones según las
cuales, convivían en una suerte de "guerra fría" dentro de las logias
independentistas las corrientes republicanas y monarquistas. Parece más
bien que, en algún momento, las ideas de coronar un soberano superaron
la inspiración de la causa republicana original y jurada de los miembros
de tales grupos, si es que acaso existió, pues autores posteriores a
Sarmiento incluso han puesto en tela de juicio la información sobre el
supuesto juramento republicano de la Logia que reportara Zapiola.

Triángulo
de la Logia Lautaro de Buenos Aires, con los rostros del "taller" de
San Martín, Alvear y Zapiola. Dibujado por Osorio para publicación de la
Logia Gran Oriente Federal Argentino.
PLANES PARA CHILE Y MISIÓN IRISARRI
Coincidentemente,
el 14 de junio de 1816, San Martín le había escrito a Tomás Guido desde
Mendoza, usando el argot masónico secreto tan bien manejado dentro de
la Logia:
Sería conveniente llevar desde ésta a Chile ya planteado el establecimiento de la educación pública (la Logia) bajo inmediata dependencia de esa ciudad (Buenos Aires).
Esto sería muy conveniente porque el atraso de Chile es más de lo que
parece. Hágalo Ud. presente al Gobierno, para si es de su aprobación,
empezar a ojear algunos alumnos (iniciados). Yo creo que, aunque
no sea más que por conveniencia propia, no dejaría a Pueyrredón de
favorecer el establecimiento de pública educación.
Meses después, el 17 de enero de 1817, Pueyrredón autorizaba reservadamente a San Martín para nombrar a O'Higgins "en clase de presidente o director provisional de Chile"
después de que fuese liberada la capital chilena. Así de poderosa era
la Logia Lautaro: dando permiso incluso las elecciones de las
autoridades en Chile, desde Buenos Aires.
Al respecto, el controvertido historiador chileno Oscar Espinosa Moraga,
de fuerte acervo nacionalista, publicó algunas otras observaciones
bastante polémicas sobre O'Higgins, San Martín y la Logia en su libro
"El Precio de la Paz Chileno-Argentina", tan comprometedoras que su
amigo González Madariaga debió salir a responderlas y minimizarlas en un
"acápite o'higginiano" de uno de sus libros sobre el mismo tema de las relaciones exteriores Chile-Argentina.
Todo
lo expuesto, entonces, cambiaría por completo el enfoque que
tradicionalmente se ha tenido de las Guerras de Independencia en la
siguiente etapa, con la participación argentina en el cruce de los Andes
y después la expedición libertadora a Perú. Se nos ha repetido hasta el
hastío que la cruzada fue un enaltecimiento del espíritu republicano,
pues... No obstante, los hechos derivados del Congreso de Tucumán
demostrarían, más bien, que todo el esfuerzo de esta etapa se orienta a
unir Argentina, Chile y Perú bajo el trono de una nueva monarquía
constitucional, muy ajena a la idea patriota concebida durante la Patria
Vieja de Chile y al modelo de República que se había procurado ya en
los días de Carrera, e incluso antes, si nos remontamos a la inspiración
franco-revolucionaria de la conspiración de los Tres Antonios, de 1780.
Por
fin, el 12 de febrero de 1818, O'Higgins puede firmar con Miguel
Zañartu, Hipólito de Villegas y José Ignacio Zenteno la Proclama de
Independencia de Chile, que decía en su parte central:
...hemos
mandado abrir un gran registro en que todos los Ciudadanos del Estado
sufraguen por sí mismos libre y espontáneamente por la necesidad urgente
de que el gobierno declare en el día la Independencia o por la dilación
o negativa: y habiendo resultado que la universalidad de los Ciudadanos
está irrevocablemente decidida por la afirmativa de aquella
proposición, hemos tenido a bien en ejercicio del poder extraordinario
con que para esta caso particular nos han autorizado los Pueblos,
declarar solemnemente a nombre de ellos en presencia del Altísimo, y
hacer saber a la gran confederación del género humano que el territorio
continental de Chile y sus Islas adyacentes forman de hecho y de derecho
un Estado libre Independiente y Soberano, y quedan para siempre
separados de la Monarquía de España, con plena aptitud de adoptar la
forma de gobierno que más convenga a sus intereses.
Pero
la sorprendente resistencia de Buenos Aires a reconocer la
Independencia de Chile durante los meses que siguieron, parecen
confirmar el deseo lautarino de someter la autonomía del país a
una administración superior; a una nueva corona. Ya agotadas todas las
excusas para seguir dilatando el acto diplomático, el 4 de agosto de
1818, Chile hizo presentar credenciales a Miguel Zañartu y así, el 12 de
diciembre, el Congreso del Plata accedió a reconocer su Independencia,
lo que parece haber sido el primer gran revés a la causa monárquica que
había anidado en tan importantes personeros de la Logia.
Sin
embargo, los hechos demostrando cuál era el pensamiento por el que se
deslizaban los próceres han estado siempre a la vista, casi como
evidencia de los cargos. Ni siquiera da para hablar de revelación de aspectos ocultos
de la historia de Chile. De hecho, es algo conocido que las tendencias
favorables a la monarquía moderada estaban presentes en Chile desde la
propia declaración de la Junta de 1810 y la constitución del Congreso
Nacional en el año siguiente.
El
Director Supremo O'Higgins, envió ese mismo año de 1818 a su entonces
ministro de relaciones exteriores, el mencionado señor Irisarri, hasta
Londres, Francia y algunas casas monárquicas europeas, para hallar
financiamiento para la Expedición a Perú y, supuestamente, buscar
también el reconocimiento de la Independencia de Chile. Empero, Irisarri
iba con una instrucción secreta precisa en su artículo 10, según la
transcribe Ricardo Donoso en su trabajo titulado "Antonio José de
Irisarri, escritor y diplomático":
En
todas las sesiones o entrevistas que tuviere con los Ministros de
Inglaterra y con los Embajadores de la potencias europeas, dejará
traslucir que en las miras ulteriores del Gobierno de Chile entra
uniformar al país con el sistema continental de la Europa, y no estaría
distante a adoptar una monarquía moderada o constitucional, cuya forma
de gobierno, más que otra, es análoga y coincide en la legislación,
costumbres, preocupaciones, jerarquías, método de poblaciones, y aun a
la topografía del Estado chileno; pero no existiendo en su seno un
príncipe a cuya dirección se encargue el país, está pronto a recibir
bajo la Constitución que se prepare a un príncipe de cualquiera de las
potencias neutrales que bajo la sombra de la dinastía a que pertenecen, y
con el influjo de sus relaciones en los gabinetes europeos, fije su
imperio en Chile para conservar su independencia de Fernando VII y sus
sucesores y metrópoli, y todo otro poder extranjero.
El
diputado jugará la política de este punto con toda la circunspección y
gravedad que merece; y aunque podrá aceptar proposiciones, jamás
convencionará en ellas sin previo aviso circunstanciado a este gobierno,
y sin las órdenes terminantes para ello. Las casas de Orange, de
Brunswick, de Braganza presentan intereses más directos y naturales para
la realización del proyecto indicado, en que se guardará el más
inviolable sigilo y para cuya dirección se incluye la clave número 1.
Un
detalle salta a la vista: mientras en Argentina se había proclamado
abiertamente la intención de instalar la monarquía constitucional, en
Chile nunca se hizo pública semejante intención. Lejos de verificar que
Chile no participaba del interés monarquista expresado en las
instrucciones para Irisarri, más bien confirma que la voluntad política
de Santiago aún estaba totalmente sometida a las prioridades de Buenos
Aires, de manera nunca confesada y soterrada.
Por
otro lado, cuando Irisarri -ducho en asuntos de protocolos y trámites-
descubrió ya de paso por Argentina que la minuta con estas
controvertidas instrucciones no venía firmada ni por O'Higgins ni por su
ministro Joaquín Echeverría Larraín que se las habría entregado, la
remitió desde San Luis de vuelta a Santiago, esperando que fueran
formalizadas con las rúbricas. O'Higgins, sin embargo, las retuvo y no
las remitió, desconociéndolas totalmente hacia 1820. Después de
regresadas, además, por un acuerdo del Senado Conservador creador por
Ramón Freire en 1823, se hizo quemar todos los documentos relacionados
con esta polémica intención monarquista en Chile, según informan
investigadores de prestigio como Selim Carrasco Domínguez en "El
reconocimiento de la independencia de Chile por España: la misión
Borgoño".
La
descrita situación ha servido a muchos historiadores e intelectuales
o'higginianos decididos a proteger la figura del Libertador, para
asegurar que las instrucciones jamás fueron suyas ni representaron su
parecer. Sin embargo, es notable que este documento haya sido el único
que se salvara de la señalada quemazón, en circunstancias poco conocidas
y casi como si se lo hubiese guardado como prueba incriminante. También
parece un absurdo mayúsculo creer que un ministro como Echeverría iba a
actuar con autonomía suficiente para redactar tal borrador a espaldas
de O'Higgins, y eso sin contar que, después de retenerse la devuelta
minuta, Irisarri continuó en su misión como Ministro de Chile en Londres
hasta la caída de su gobierno, en 1823, cuando poco y nada quedaba ya
de la Logia en la práctica.
Sólo para la suspicacia, vale recordar que ni la Constitución de 1818 ni la de 1822 incluyeron la palabra "República" en su texto, apareciendo esta recién en la de 1823, redactada por Juan Egaña y promulgada por Freire.
EL PROYECTO MONARQUISTA EN PERÚ
Posteriormente,
las confusas actuaciones de San Martín durante la expedición a Perú,
que lo pusieron de punta con Lord Thomas Cochrane y parte de la propia
expedición (leer las memorias del célebre marino británico), parecen
estar relacionadas con su idea de negociar un cargo de alto privilegio
en el país incásico y con la señalada expectativa mayor de instaurar
allí una corona.
A
mayor abundamiento, buena parte de esta gestión para captar simpatías a
la corona en proyecto la dirigió el siniestro Monteagudo, tradicional
consejero y asesor de San Martín. Personaje oscuro que, además de ser
uno de principales responsables de los asesinatos de Manuel Rodríguez y
los hermanos Carrera, era un convencido monarquista, quizá uno de los
más decididos por esta opción. Desde el Congreso de Tucumán, además, se
sabía entre los lautarinos que parte de las élites del Alto Perú y
de Perú mismo comulgaban con esta propuesta, proponiendo por ello la
instalación de la capital del reino en el Cuzco.
Hay
que comprender también que, al margen del relato heroico y de las
influencias de Monteagudo, el General San Martín era un europeo más que
un americano. Vivió muy poco en tierra nativa, sólo durante la temprana
infancia y después durante las Guerras de Independencia, poco de este
período en Argentina. Quizá no haya sumado más de 20 años en suelo
americano, por lo mismo. Su formación, su madurez y su muerte tuvieron
lugar en el Viejo Mundo, así que culturalmente estaba influido por la
idea de los imperios de Europa más que por proyectos republicanos casi
experimentales. Se ha propuesto, por lo mismo, que quizá adhirió a ideas
monárquicas como una forma de garantizar un camino alternativo hacia la
República, opinión que parece más bien un salvavidas arrojado para
sacar a flote, otra vez, la creencia de que sus principios
incondicionales no estaban con las monarquías, al igual que ha sucedido
con O'Higgins.
Proclamado
gracias a sus negociaciones como Protector, entonces, San Martín estaba
convencido de instalar una monarquía en Perú, aunque no se atrevió a
tomar pasos decididos en este sentido durante su confuso mando en Lima,
pese a contar con apoyo de la acaudalada nobleza local para este
propósito. Prefirió, en su lugar, un camino más cauto y así, en las
Conferencias de Paz de Punchauca de mayo de 1821, otra vez trató de
verter sus dotes de negociador, proponiéndole al Virrey José de La Serna
que se coronase en Perú un príncipe de la Casa Real de España. Sin
embargo, esta vez fallaron sus encantos: De la Serna se opuso, y la
propuesta naufragó.
Empeñado
en no frustrarse, el perseverante San Martín hizo buscar por su cuenta
también algún príncipe europeo, enviando a Buenos Aires, España y
Londres una misión compuesta por el colombiano Juan García del Río, a la
sazón su secretario de relaciones exteriores en Perú, y el médico y
comerciante inglés James Paroissien. Como sucedió antes con la misión
Irisarri de Chile, los enviados partieron bajo la fachada de ir a lograr
el "reconocimiento" de la Independencia de Perú, aunque estaba escrito
que no conseguirían ni lo uno ni lo otro.
Parece
increíble que los patriotas hayan estado dispuestos a semejante
retroceso político, como si se tratara del objetivo de todos los
esfuerzos desplegados desde 1810 hasta la fecha, superando en
humillación incluso al infame Tratado de Lircay de 1814, que reponía el
dominio español sobre Chile y dejando de manifiestas las verdaderas
fuerzas esenciales que chocaban en esta lucha: las de la República y las
de la monarquía.
A
pesar de la afanosa búsqueda de un príncipe de las casas reales de
Inglaterra, Austria, Rusia, Francia y Portugal, pasando por el Duque de
Luca en España y la entonces naciente casa de Saxe-Coburgo-Gota, la
misión encomendada por San Martín resultó en otro rotundo fracaso. De
hecho, cuando Paroissien se enteró de la caída del protectorado de San
Martín estando ya en Londres, en 1822, consideró que sus servicios ya no
tenían sentido y se quedó en la capital inglesa, misma donde recibiría
después al general argentino ya en sus días de decaído lustre.
Las
intenciones de San Martín se habían visto frustradas no sólo por la
irrupción de Simón Bolívar en el destino de la Independencia, sino por
la fuerte oposición que encontró entre algunos de los propios peruanos y
en el desprestigio que le arrastraron los errores y dislates de
Monteagudo, perpetuado como uno de los personajes más nefastos para la
historia de la emancipación de América. Poco antes de bajarse del cargo,
San Martín escribía muy afligido desde Lima a su amigo el ministro
Echeverría, el 11 de mayo de 1822:
En
Buenos Aires paso por un desobediente por no haber querido, como el
Gobierno me mandó, sacar los gastos de la expedición, y no haber
marchado con la división de los Andes a meterme en la guerra de los
montoneros, abandonando el principal objeto que era la expedición al
Perú. En Chile, excepto un corto número de hombres que me conocen y son
amigos míos, dicen que soy un desagradecido, que después que he tomado a
Lima no he querido enviar un solo cuartillo para socorrer sus
necesidades a cuenta de la expedición; que he disuelto el Ejército de
ese Estado, que se halla en ésta; que he querido apoderarme de su
Escuadra, y otras sonseras de esta especie, que excepto don Bernardo y
un par de docenas de hombres, las creen a puño cerrado. En el Perú,
cuando estaba en el mando activo, y aun ahora en el día, que soy un
tirano, que mi objeto es coronarme y que los voy a dejar por puertas. En
fin, mi amigo, aquí tiene Ud, a este pobre capellán que después de once
años de pellejerías no ha hecho más que granjearse el odio universal.
Agobiado
por la situación, deja el protectorado en septiembre, tras la
misteriosa y controvertida Entrevista de Guayaquil que sostuvo con
Bolívar, de cuyo contenido se ha especulado con ríos de tinta. Esto
marcó el final de los intentos monarquistas de la Logia en Perú.

Una aproximación al aspecto de la bandera de la Expedición Libertadora de Perú,
que en su diseño llevaba tres estrellas simbolizando la unidad de
Argentina, Chile y Perú, aunque como criptosímbolo podría representar
también la intención de unificar los tres países bajo una corona, idea
vigente entre los lautarinos en aquel momento. La distribución de las
estrellas en la bandera no siempre coincide en las reconstrucciones,
pero sí se sabe con seguridad que eran tres.
OCASO DE UNA QUIMERA
Es
conocido que Bolívar estaba empecinado en instalar en Perú un gobierno
vitalicio, dictatorial y tal vez hereditario. Quizá por esta razón se
hizo atribuir el logro de Antonio José Sucre al conseguir la
Independencia de Bolivia (Audiencia de Charcas) en 1825. Originalmente,
sin embargo, Bolívar no estaba de acuerdo con que Bolivia se separase de
las Provincias Unidas de la Plata o, en caso de proclamar su autonomía,
no aspiraba a que corriera separada del ex Virreinato de Perú, al que
había pertenecido hasta 1776.
De
alguna manera, la visión administrativa y el ordenamiento de tiempos
monárquicos persistía en la mentalidad de los próceres, como se ve. La
propia decisión charqueña de bautizar al país como República de Bolívar y
luego Bolivia, adulando el ego del prócer caraqueño, buscaba también
convencerlo de apoyar el camino autonomista que había tomado la
asamblea. Sin embargo, posiblemente porque Sucre era republicano y se
hallaba lejos de las ideas de perpetuar gobiernos coronados, pasó a ser
eclipsado en la historia de la misma manera que sucedió a José Artigas,
Rudecindo Alvarado y, por supuesto, los Carrera.
Debería estar en esta nómina Gregorio Las Heras, quien rompe con San
Martín en 1821, luego de ser acusado de conspirador; y hay señales de
que Alvear también se habría retirado tempranamente de las seducciones
monárquicas.
Sin
embargo, es notable que Bolívar no visualizara una monarquía como
opción válida para los países independizados, priorizando, dentro de sus
ambigüedades, vaguedades políticas, discursos idealizados de unidad
continental y hasta sus ambiciones personales manifiestas en Perú, una
estructura más favorable al modelo republicano, que a la larga predominó
alejando del ex Virreinato la sombra monárquica. Como había sucedido
antes con Carrera en la Patria Vieja de Chile, entonces, la llegada de
Bolívar a Lima acabaría siendo vital para el aplastamiento de los
delirios monárquicos entre los patriotas, bloqueándolos con la
construcción de un sistema de naturaleza más republicana, aunque con los
matices que exige considerar su actitud dictatorial en el poder, con
claros afanes de prolongarse en el mismo.
Y
si acaso se cree que Chile quedó ajeno a caudillismos antirrepublicanos
tras la caída de O'Higgins, hay un hecho poquísimas veces abordado,
implicándolo ya en su exilio en Perú: el intento sedicioso en mayo de
1826 en Chiloé, en donde habían sido derribados recientemente los
últimos bastiones monarquistas contra la voluntad de la mayoría de sus
habitantes, que seguían siendo pro-hispánicos. El amotinamiento de la
guarnición habría sido instigado desde Lima por el propio O'Higgins,
quien esperaba poder volver en gloria y majestad a Chile tras un
levantamiento para el cual contaba con 4.000 colombianos que le había
prometido Bolívar, como informó el gobernador José Santiago Aldunate y
Toro durante la investigación gubernamental del caso, en junio. Con la
esta fuerza extranjera, el ex director supremo esperaba poder derribar
el gobierno constitucional y asegurar tanto su posición de mando como la
incorporación de Chile al proyecto de Bolívar, tal vez buscando
unificar la administración suprema de la sub-región continental, aunque
ya no bajo las aspiraciones de una corona imaginaria.
Se
puede sospechar que uno de los últimos intentos por retomar para las
repúblicas hispanoamericanas un proyecto de aroma monárquico
constitucional disfrazado de causa patriótica, haya sido el del
ambicioso Mariscal Andrés de Santa Cruz, quien planeaba restituir en el
Protectorado de la Confederación Perú-Boliviana la imagen del Tawantinsuyu
y del Virreinato de Perú, plan para el cual había fundado en 1829, al
ser elegido Presidente de Bolivia, la Logia Independencia Peruana.
Lideraba esta agrupación secreta usando el apodo Arístides, aludiendo al héroe de la unificación greca en las guerras médicas, y su objetivo era erigir a Bolivia como la Macedonia de América del Sur.
Se recordará que Santa Cruz hacía ostentación de su supuesto linaje
relacionado con la nobleza indígena por parte materna; y, como muchos
próceres, había estado también en el Ejército realista antes de
matricularse en la causa de la Independencia.
El
último intento de este tipo, muy explícito además, sucede hacia
mediados del siglo XIX, cuando el primer presidente del Ecuador el
General Juan José Flores, tras retornar del exilio en 1846, se mostró
obcecado con la idea de tratar de coronar en Quito a Agustín Muñoz y
Borbón, hijo del segundo matrimonio de la reina María Cristina, con el
Duque de Riánsares. La Reina Regente incluso había enviado recursos y
apoyo estratégico a Flores, para que consumara este fallido propósito.
No
contabilizamos ni relacionamos con detalles acá los intentos de
mantener el sometimiendo a la corona en México contemplados en el Plan
de Iguala antes de crear su propia corona, o la reposición de una
monarquía con la invasión de los Imperios de Europa al mismo país, ni
las supuestas campañas de "reconquista" que se indican sucedidas en Perú
(caso de la toma de Islas Chincha, aunque claramente no era tal su
objetivo), por pertenecer a invasiones europeas sin relación con las
inspiraciones ni con protagonistas de la Independencia de
Hispanoamérica.
Hasta
hace unas décadas atrás, me consta que en algunos círculos era algo
cercano al tabú hablar de los afanes monárquicos que muchos de los
próceres de las guerras por la Independencia de América manifestaron,
dando la espalda a los idearios republicanos que tantas veces se señalan
como motivaciones esenciales de la lucha patriótica en aquellos días.
Todavía pueden observarse focos de resistencia en algunos historiadores y
académicos, interesados en proteger el discurso heroico y el orgullo
nacional detrás de los nombres más ilustres, pero el caso es que este
tema es bien conocido desde el mismo período de la Independencia cuando
tuvo su gestación, como salta a la vista sólo con la observación de las
pruebas que siempre han estado a mano. Prefiere hablarse en forma
general, a veces, de la existencia de una corriente monarquista
constitucional en la lucha de Independencia, enfatizándose el hecho
cierto de que el independentismo no era necesariamente sinónimo de
republicanismo o de inspiraciones jacobinas.
Aun
apartándose toda opinión de las conjeturas e interpretaciones,
entonces, los registros palpables de estas intenciones, particularmente
entre los lautarinos y sus partidarios, quedan manifiestos en el
proyecto de Constitución de 1815, en la misión Irisarri y en otras por
parte de varios de los próceres para lo que, innegablemente, era buscar
una cabeza noble y de sangre azul que pudiese caber en la quimérica e
ilusoria corona.
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