LOS PRIMEROS BOSQUEJOS DE PARTIDOS POLÍTICOS EN CHILE, 1810-1830 (Y UNA PEQUEÑA REFLEXIÓN PARA LA ACTUALIDAD)
Las
primeras agrupaciones políticas chilenas se perfilan con la misma
asamblea del 18 de septiembre de 1810, donde ya se visualizaban al menos
tres corrientes principales, tomando posiciones frente a la naciente
crisis del imperio hispánico. Pintura de la Primera Junta Nacional de
Gobierno, de Nicolás Guzmán (1899), Museo Histórico Nacional.
"PARTIDO: m. Conjunto o agregado de personas que siguen y defienden una misma opinión o causa. /m. Provecho, ventaja o conveniencia. Sacar partido / m. Amparo, favor o protección de que se goza". (Definiciones 5 y 6 para "partido, da", en el Diccionario de la Real Academia de la Lengua Española).
"Evolución histórica de los partidos políticos chilenos", de René León Echaíz,
debe ser uno de los libros más didácticos e ilustrativos sobre el tema
del desarrollo de las fuerzas políticas en la historia de Chile,
sirviendo de guía o de apoyo para poder interpretar muchas de las
situaciones que actualmente se observan en la realidad del país.
Además
de tratarse de un trabajo ligero y básico para introducirse en el tema,
su autor manifiesta algunas observaciones y juicios generales a los
hechos históricos en torno a los partidos, permitiendo comprender y
asimilar muchas situaciones o ciclos que parecen leyes de hierro en la
existencia de los grupos ordenadores de fuerzas políticas en Chile,
incluso en la época actual que quedó fuera del período de tiempo
cubierto por el libro, publicado por primera vez en 1939 y más tarde en
una versión actualizada de 1971.
Aunque
"Evolución histórica de los partidos políticos chilenos" abarca los
principales procesos y acontecimientos históricos del partidismo
nacional, tiene también el mérito de ser uno de los primeros trabajos
que hacen una exposición de los bosquejos de la fuerzas en la primera
mitad del siglo XIX, también anticipando mucho de lo que se podrá
presenciar después sobre la misma clase de conglomerados y sus caudales
de acción.
Veremos
acá un poco sobre cómo se configuraron esas primeras fuerzas de la
realidad política chilena, echando mano a algunos datos aportados por León Echaíz
y otras fuentes, además de tratar de aportar alguna información más al
final de este texto, o mejor dicho una pequeña reflexión.
COMIENZA LA LUCHA DE INDEPENDENCIA: REACCIONARIOS, MODERADOS Y RADICALES DE 1810
La
invasión napoleónica de España y el apresamiento del Rey Fernando VII,
dieron a las colonias americanas la oportunidad para lanzar a la mesa
sus pretensiones de Independencia, el 18 de septiembre de 1810 en el
caso de Chile. Curiosamente, el Gobernador Real don Mateo de Toro
Zambrano, había sido un decidido monarquista al que las circunstancias
históricas llevaron a reclutarse en el bando independentista, asumiendo
la Presidencia de la Junta de Gobierno.
Aunque
se ha cuestionado la validez de la declaración de la Junta como mensaje
con auténtico espíritu de emancipación, por establecer lealtad al
depuesto soberano español, la intención subyacente de esta Primera Junta
Nacional de Gobierno (o de buena parte de sus adherentes, más bien) fue aprovechar la situación desfavorable del
emperador para iniciar el camino de la autonomía bajo las apariencias
de apoyo y reconocimiento a su autoridad. La oportunidad la había dado,
también, el cuestionamiento generalizado y caída del gobernador
Francisco Antonio García Carrasco Díaz, tras verse involucrado en el
escándalo de contrabando del ballenero "Scorpion" y generarse con ello
un gran movimiento de rechazo hacia su persona en Santiago.
La declaración en el acta de la Junta de
1810 resulta casi una obra de joyería retórica, al conciliar las posiciones
absolutamente disímiles sobre el camino que debía adoptar Chile, sin
abusar de la vaguedad: la de los autonomistas que querían hacer valer la
separación de Chile de toda administración virreinal pero manteniendo
también lealtad al rey (antecedente de las propuestas de monarquías constitucionales,
que vimos en una entrada anterior), y los independentistas que estaban
por la total autonomía bajo el alero de la República (mayoritariamente
criollos). Su redacción intentando no ofender el espíritu monárquico
permitiría hablar incluso de tres corrientes en el mismo texto, pues era
claro que había allí partidarios totales de la corona partiendo por el propio Mateo de Toro y Zambrano.
El
autor de "Evolución histórica de los partidos políticos chilenos"
reconoce a las dos tendencias independentistas como las más importantes
en el esbozo de fuerzas independentistas detrás de la histórica proclama "¡Junta queremos!", llamándolas partido moderado y partido radical, respectivamente:
El
primero sostenía un régimen intermedio entre el sistema colonial
español y el régimen recién establecido de independencia nacional. El
segundo, al cual pertenecían Manuel de Salas y Bernardo O'Higgins,
pretendía la abolición absoluta del sistema colonial y la organización
de un gobierno enteramente libre que rigiera los destinos de la nueva
República.
A pesar de lo que señalan incluso algunas afirmaciones ilustradas, salvo por el alcance de nombres no existe un vínculo real entre el partido radical de
aquellos años y el radicalismo moderno encarnado en figuras como
Enrique Mac Iver, Pedro Aguirre Cerda o Gabriel González Videla.
Otra
situación notable del origen del pensamiento político nacional en la
Independencia es que, ya entonces, la influencia de las ideas liberales
involucradas en el proceso motivaran discusiones alrededor de la
expectativa de ordenamiento que se estaba generando. Como salta a la
vista, entonces, el movimiento independentista contaba con bandos que no
necesariamente comulgaron con las ideas del ilustrismo demócrata ni con
los ideales de la república.
En
dicha toma de posiciones frente a la Primera Junta de Gobierno, cabe
señalar que ya había indicios de formación de pensamiento político más
trascendente que en la mera situación contextual. Los monarquistas (o
semi-monarquistas, en ciertas interpretaciones), por ejemplo, creían necesario que Chile se sometiera tanto al rey
como a sus representantes en América, como los virreyes, mientras que
los señalados independentistas pro-república eran los radicales acusados de ser "exaltados" y se los denominaba peyorativamente jacobinos.
El ala que no participaba del interés independentista general pero que juraba lealtad al soberano depuesto, en tanto, sería llamada en forma despectiva partido reaccionario o partido godo,
caracterizándose por su oposición total al proceso y su deseo de
mantenerse bajo el dominio colonial hispánico en los mismos términos que
se había dado durante la Colonia. Dice León Echaíz que esa ala reaccionaria o goda representó "un fenómeno sociológico que se produce en presencia de todo un movimiento de evolución".
Cabe añadir que el partido reaccionario
fue mucho más grande de lo que pudiera creerse hoy, perdurando durante todo
el proceso y llegando a aportar después sus propios elementos a las
fuerzas militares realistas, y más tarde a facilitar bastiones de
resistencia al proceso emancipador, como Valdivia y Chiloé. Algo vimos
al respecto, en una anterior entrada identificando la verdadera nacionalidad del personaje que es atropellado por el caballo de O'Higgins en su monumento de la Alameda de Santiago.
No fue un proceso de total armonía y acuerdo nacional el de la Primera Junta y sus consecuencias, entonces, encendiendo duros debates en la misma plaza mayor de Santiago y hasta enfrentamientos físicos entre unos y otros bandos. Curiosamente, además,
ambos sectores inconciliables entre sí tenían sus sedes de debate y
reunión en lugares vecinos, en los edificios del contorno norte de la
Plaza de Armas: mientras los realistas debatían en la Real Audiencia, en
donde está hoy el Museo Histórico Nacional, los patriotas lo hacían
exactamente al lado, en el Edificio del Cabildo, donde se encuentra
ahora la Municipalidad de Santiago.
Al
elegirse el Congreso Nacional de 1811, en un ejercicio utópico de
representatividad la Junta de Gobierno estimó ahora que las tres corrientes
debían quedar presentes de alguna forma: reaccionarios-realistas, patriotas moderados y patriotas radicales, con 26,8%, 51,2% y 21,9% de los diputados, respectivamente. Gran
influencia en esto tuvo en este proceso el mendocino Juan Martínez de
Rozas, por cierto, ex secretario del renunciado García Carrasco y devenido ahora en
su enemigo, además de ser un exaltado patriota, especialmente al asumir
como Presidente Interino de la Junta, luego de morir el anciano Toro
Zambrano en febrero de ese año.

Idealizada ilustración de lo que después sería llamada Primera Junta Nacional de Gobierno, publicada en "La Nación" en las Fiestas Patrias de 1947.

LOS O'HIGGINIANOS Y LOS CARRERINOS, ENTRE 1811 Y 1823
El
primer Congreso Nacional fue presentado el 4 de julio, iniciándose la
discusión sobre el tipo de gobierno que debía tomar el país. Aunque hubo
medidas notables en lo inmediato, como el proyecto de la Ley de
Libertad de Vientres, la corporación no tardó en quedar entrampada en
sus propias ambiciones e intereses.
Los moderados eran mayoría en aquel Congreso, pero el ala reaccionaria
resultó más influyente y decidida, protagonizando varios abusos y
arrogándose atribuciones reñidas con las disposiciones de la Junta, como
doblar su número de diputados en Santiago para cercar a los
independentistas pro-republicanos.
Lo anterior, sumado a la pasividad de los moderados, generó una fuerte molestia entre los patriotas y loas grupos radicales
más exaltados, que acabó en el Golpe del 4 de septiembre, protagonizado
por José Miguel Carrera y sus hermanos, y que fue seguida de las
tensiones entre Santiago y Concepción por la constitución de la Junta
rebelde en esta última ciudad.
Las
irritaciones sólo cesaron al declararse ambas ciudades decididas por la
vía de la Independencia, con un gobierno representativo.
El mencionado golpe parece dar inicio al movimiento carrerino o carreristas,
que se agruparía en torno al liderazgo del General Carrera y al cual
pertenecieron algunas prominentes figuras públicas de la época,
partidarios de las ideas republicanas.
El nuevo escenario dejó a los radicales
como fuerza dominante del Congreso Nacional, eligiéndose como
Presidente del mismo a Joaquín Larraín, y como Vicepresidente a Manuel
Antonio Recabaren. Además de reducirse los escaños de Santiago y
ajustarse la distribución de cargos públicos a favor de los
independentistas, la asonada tuvo como consecuencia no planificada el
que las sesiones del Congreso comenzaran a ejecutarse abiertamente y con
público.
Sin
embargo, el deterioro de las confianzas entre los Carrera y los Larraín
por el nepotismo de esta última familia, además de otras tropelías
administrativas que siguieron teniendo lugar, llevó a los hermanos a
protagonizar un segundo golpe en demanda de una asamblea popular, el 15
de noviembre. Ante la presión, serían elegidos en el gobierno una nueva
Junta integrada por Gaspar Marín, Bernardo O'Higgins y el propio
Carrera, este último como su Presidente.
Debilitado
y a la deriva, el Congreso Nacional había perdido todo su objetivo,
especialmente después de la renuncia de Salas a la secretaría del mismo,
volviéndose más bien un obstáculo a la legitimidad del camino
republicano. Por esta razón, y en un acto que sus detractores nunca le
perdonarían, Carrera protagoniza un tercer golpe ese mismo año, el 5 de
diciembre, exigiendo su disolución para asumir con plenos poderes la
dirección suprema de la nación e iniciar la etapa más audaz de
construcción del sistema republicano durante la Patria Vieja.
Como
vimos, la Declaración de Independencia de 1810 había sido más bien
tácita en sus intenciones de fondo y hasta timorata, si así se la quiere
ver, de modo que -entre muchos otros logros e iniciativas- fue mérito
de Carrera y su bando el haber publicado una auténtica declaración ex profeso
de independización chilena en su Reglamento Constitucional Provisorio
de 1812, a pesar de seguir reconociendo la autoridad real de Fernando
VII "que aceptará nuestra Constitución en el modo mismo que la de la Península". Así pues, el artículo 5° de este ensayo constitucional, dice:
Ningún
decreto, providencia u orden, que emane de cualquier autoridad o
tribunales de fuera del territorio de Chile, tendrá efecto alguno; y los
que intentaren darles valor, serán castigados como reos del Estado.
Sin
embargo, conforme fue creciendo la figura del General O'Higgins tras su
participación en la Junta y más tarde su brillante desempeño en el
Combate del Roble (17 de octubre de 1813), comenzó a perfilarse el ala
que marcaría la dualidad de pareceres de los patriotas sobre los
liderazgos, en contraposición a los carrerinos: los o'higginianos, también llamados o'higginistas.
Además, la ruptura y desobediencia de Carrera a la Logia Lautaro
necesariamente iba a terminar siendo respondida por O'Higgins y su
bando, así que éste comenzó a armar su propio ejército en Concepción, en
1814, con el que se aprestaba ya a partir a enfrentarlo cuando justo
tuvo lugar el desembarco español que volvió a reunir los caldeados
ánimos contra un enemigo común.
Si los carrerinos eran declarados partidarios de la república autonomista y nacional, los o'higginianos,
haciendo eco del pensamiento del Libertador, insistían en la idea de
reforzar también el principio de autoridad y centralismo administrativo
para toda condición de gobierno suscrito. Esta separación de ambos
bandos resulta crucial para comprender los hechos de aquel pésimo año
para los patriotas: la firma del Tratado de Lircay por parte de
O'Higgins (3 de mayo), que devolvía la dominación hispánica a Chile y
prácticamente pretendió entregar la cabeza de los Carrera a las fuerzas
realistas; después, la derrota que le propinó Carrera a O'Higgins en el
Combate de las Tres Acequias (26 de agosto), singular batalla que
enfrentó a patriotas contra patriotas; y, finalmente, el Desastre de
Rancagua (2 de octubre), tras la negativa de O'Higgins a acatar las
órdenes y estrategias de Carrera, poniendo fin a la Patria Vieja.
Rancagua
pesó mucho en el prestigio y en el orgullo de O'Higginis, a pesar del
apoyo que encontró en el General José de San Martín, en Mendoza, quien
marginó a Carrera de la siguiente etapa de lucha. No cabe duda de que el
aislamiento de este último en la causa independentista, sin embargo,
había dado ya un triunfo definitivo al bando 0'higginiano frente a la principal aspiración de sus adversarios, que era ver de vuelta al artífice de la Patria Vieja en Chile.
La facción o'higginiana
cobraría cuerpo con los decisivos triunfos del Ejército de los Andes y
la designación de O'Higgins como Director Supremo, período en que vivió
en constante tensión con los carrerinos liderados por personajes
como Manuel Rodríguez y con los hermanos Carrera en exilio, todos ellos
terminando sus días fusilados.
Volviendo a las palabras de León Echaíz, es poco el valor político trascendente que éste observa al surgimiento y legado de ambos grupos:
Tales
tendencias, de carácter netamente personal, no podrían desempeñar en el
país ninguna misión trascendental, y estaban condenados a desaparecer
bien pronto, junto con las personas cuyo proselitismo las había
generado.
Como suele suceder con todos los movimientos políticos con apellido, entonces, tanto o'higginianos como carrerinos
terminaron muy desperfilados, desgastados y convertidos en agrupaciones
de escasa relación con los próceres originales que las inspiraron.
Mientras los primeros se vieron divididos durante el exilio de O'Higgins
(quien no callaba sus simpatías por el proyecto del Protector Andrés de
Santa Cruz, todavía en plena Guerra de 1836-1839), además del fracaso
de todas las tentativas por traerlo de vuelta a Chile, los segundos
acabaron reducidos y descabezados tras el asesinato del prócer,
convirtiéndose en un grupo que se iría apagando hasta integrar el bando pipiolo
derrotado en la Batalla de Lircay de 1830. Las correrías
revolucionarias de su hijo José Miguel Carrera Fontecilla, en 1851 y
1859, sirvieron para restaurar el carrerismo como ideario político vigente, fuera de las miradas románticas o nostálgicas.
Como se sabe, en nuestros días, o'higginianos y carrerinos
ya no forman parte de grandes sustentos político-ideológicos
propiamente tales, salvo su identificación con el patriotismo de la
Independencia. Menos aún conforman alguna clase de perfil con
características de partido, sino más bien representan a sectores
intelectuales de estudio y difusión de los respectivos legados, obras,
biografías, documentación y conmemoración de cada prócer.

El
Palacio del Consulado hacia 1920, con la estatua de don Andrés Bello en su
exterior y la inscripción de la Biblioteca Nacional en la fachada, antes de
desaparecer para la construcción del Palacio de los Tribunales de Justicia.
Fue la sede de la Primera Junta y del primer Congreso. Fuente imagen:
Biblioteca del Congreso Nacional.
LA "ANARQUÍA" ENTRE 1823-1827: LIBERALES, FEDERALES Y ESTANQUEROS
El triunfo de O'Higgins sobre los carrerinos
no libró a su gobierno de una constante inestabilidad, situación que le
llevó a profundizar procedimientos dictatoriales. La crisis generada en
gran medida por los enormes desembolsos que significó la Expedición
Libertadora a Perú y por los cuestionamientos a la legitimidad de su
liderazgo, fueron creciendo hasta precipitar su caída y abdicación, el
28 de enero de 1823, tras lo cual partió al exilio en Perú.
Del período que iba a comenzar, Domingo Amunátegui Solar comentó una vez:
La
época de nuestra Historia Nacional más censurada, más vilipendiada, más
ridiculizada, ha sido la que empieza con la abdicación de O'Higgins y
termina con el triunfo conservador de Lircay.
Reemplazado
O'Higgins en el gobierno por Ramón Freire, héroe de la Independencia y
gran instigador de su caída, el proceso de ordenamiento en que se
encaminaba la floreciente república se reflejaría en la aparición de
nuevos intentos de movimientos y partidos políticos, respondiendo
también a las circunstancias históricas por las que transitaba el país.
Los llamados liberales,
por ejemplo, comenzaron a agrupar a todos los sectores dispersos que
habían encontrado un punto de convergencia en sus intenciones de
derrocar a O'Higgins, aunque con una gran falta de cohesión y de
propuestas comprensibles para un gran proyecto político propiamente
dicho. Anidaban en su seno desde grupos partidarios tanto del
liberalismo más modernista y afrancesado, hasta algunos de cierto
conservadurismo social puritano e inquisitivo que llegó a promover leyes
sancionando hasta las malas palabras de la ciudadanía.
De
alguna manera, la abdicación de O'Higgins había dejado de brazos
cruzados a este amplio y diverso sector político, encontrando
dificultades para estructurarse y debiendo persistir, en sus inicios,
quizás sólo del apoyo comprometido al nuevo gobierno. Sin embargo, debe
aclararse que estos liberales no guardan relación de continuidad
con el muy posterior Partido Liberal de Chile fundado en 1849, a pesar
de la majadería de algunas opiniones por establecerlo como antecedente
del mismo.
Un segundo grupo lo representaron los federales,
partidarios de desarrollar en Chile el mismo modelo que se peleaba en
Argentina y que se había consolidado en los Estados Unidos, dando cierto
grado de autonomía las provincias. Para León Echaíz,
éste es quizás el primer grupo político donde predomina una auténtica
propuesta ideológica más allá de intereses circunstanciales, de cultos a
la personalidad o de ambiciones personales de sus miembros, pues los federales
aseguraban que el gobierno unitario de la república iba a traer, a la
larga, una serie de males y problemas para la prosperidad y para el
ordenamiento nacional.
Finalmente, el tercer grupo político gestado también en el fructífero pero complicado gobierno de Freire, fue el de los estanqueros, singular partido de don Diego Portales
que se propuso encarar, de alguna manera, el período de anarquía que se
prolongaría después de la renuncia del último Director Supremo y en el
que hubo una sucesión de gobiernos de corta duración con grandes embates
intestinos de conflicto.
Se recordará que, en 1824, el Gobierno Interino de Fernando Errázuriz había entregado el llamado Estanco del Tabaco (monopolio por 10 años del tabaco, naipes, licores y otros artículos) a la sociedad Portales, Cea y Cia.,
quizás la casa comercial más importante de aquel momento. La medida
buscaba pagar en cuotas de amortización de las odiosas deudas que se
habían prolongado desde la misión de don Antonio José de Irisarri a Inglaterra,
enviada por O'Higgins, y que entre otros objetivos debía obtener fondos
de financiamiento de la Expedición a Perú, cosa que logró en agosto de
1819 por un contrato por un millón de libras con la casa Hulett Brothers & Co.
Aunque a la larga el Estanco del Tabaco
estaba condenado a fracasar haciendo que el monopolio fuese devuelto al
Fisco, el hecho de que se le dieran a la sociedad ciertas atribuciones
políticas y fiscalizadoras, motivó a Portales y a sus socios a
involucrarse en cuestiones de la administración pública. Como el asunto
no había tardado en volverse una cuestión política, sin embargo, fue
agrupándose cierta cantidad de ciudadanos en lo que sería el partido de los estanqueros,
de ideas con visos conservadores, centralistas y una mentalidad
bastante pragmática. El partido fundado por Portales se erigía, así,
como una especie de propuesta "salvadora" a la situación de decadencia
moral, el caudillismo y la inestabilidad política de Chile, en un
fenómeno no pocas veces visto en períodos de crisis.
A
todo esto, el Congreso Nacional, había dictado una ley en octubre de
1826 para revertir los daños provocados por el fracaso del estanco,
creando una factoría general que se hiciera cargo del mismo y
solicitando verificar en un plazo de tres meses, un juicio de
liquidación del contrato anterior. Los tribunales le dieron la razón a Portales, Cea y Cía.,
obligándole a fisco a indemnizarlo por el retiro unilateral del acuerdo
y las pérdidas. Pero Portales, en una excelente jugada para aplastar a
sus muchos enemigos erigiéndose como adalid de moralidad y probidad
pública, decidió no cobrar al Estado la suculenta indemnización de más
de 87.000.
La súbita aparición y recepción de los estanqueros,
se combinaba con aspiraciones de orden y respeto a la autoridad, que
interpretaban a buena parte del deseo civil de entonces, aunque el
encono de muchos autores hacia la figura de Portales dificulte reconocerle esta característica. Pese a no tener aspiraciones presidenciales ni electorales, además, los estanqueros encarnarían el ideario de su fundador, que ha sobrevivido como el espíritu portaliano,
también con sus propias ambigüedades y concentración en un liderazgo,
aunque no carente de una ideología que se ha representado en el concepto
del llamado Estado en Forma.
Por su parte, los federales mantenían aún cierta influencia y muchos militantes de importancia cuando los estanqueros
ya se perfilaban como fuerza política, como fue el caso de don José
Miguel Infarte, por lo que no le costó al grupo lograr la mayoría
absoluta del Congreso Nacional de ese mismo año de 1826, también elegido
bajo el gobierno de Freire. Con esta ventaja, dieron inicio a un
proceso federal en el país, dividiéndolo en ocho provincias que iban a
tener presidencia y asamblea legislativa propias.
Sin
embargo, al regresar de la expedición al Sur de Chile contra los
últimos reductos realistas en el territorio, Freire encontró un ambiente
hostil que precipitaría su renuncia, dejando el cargo en mayo de 1827.
Mientras se esperaban las elecciones del siguiente mandatario, su
sucesor Francisco Antonio Pinto derogó las leyes de organización
federal, tras ver las inconveniencias del sistema y el poco apoyo que le
quedaba a las mismas, defendidas por sólo un puñado de idealistas
liderados por Infante, que continuó publicando con vehemencia artículos
apoyando tal opción de organización política y administrativa en el
periódico "El Valdiviano Federal", bastión periodístico de la frustrada
cruzada.
Para
el autor de "Evolución histórica de los partidos políticos chilenos",
es aquí donde termina el bosquejo inicial de los primeros partidos
políticos chilenos, aunque las consecuencias de este primitivo
ordenamiento de fuerzas se verán muy marcadas en el siguiente período
histórico.

Don Diego Portales Palazuelos, que entró al mundo político como líder y fundador de los estanqueros.
PIPIOLOS Y PELUCONES ENTRE 1828-1830
Como sucede en la continuidad de todos estos movimientos políticos, sin embargo, los estanqueros serían la base de un posterior referente: el llamado partido pelucón, que encontraría a su Némesis en el partido pipiolo,
devolviendo al país hasta el repetido esquema de dualidad en las
disputas del poder político. Ambos grupos fueron consecuencias
previsibles de las tendencias inestables surgidas tras la abdicación de
O'Higgins y la anarquía, además.
El grupo liberal de los pipiolos
vino a ser como un resurgimiento de las ideas libertarias e
igualitarias vertidas por el mundo por la Revolución Francesa. Incluso
hay quienes sostienen que habrían utilizado su Declaración de 1789 como
base para un nuevo proyecto constitucional en Chile.
El extraño nombre de este partido surge de un mote peyorativo con que se les denominaba, ya que pipiolo equivalía a decir joven, ingenuo, inexperto.
Sus miembros solían ser personas de estratos modestos y generaciones
más nuevas de "exaltados", aunque en principio sólo con relativa
representación, que compensaban con algunos liderazgos de importancia
entre sus filas. Su visión ya anticipaba elementos del ordenamiento
democrático y de valoración de las organizaciones sociales, aunque con
ciertas influencias caudillistas y personalismos en su quehacer.
Remontados hacia 1823 ó 1824 según algunas opiniones, integraban este grupo los carrerinos (ya descolgados de su matriz original, pero aún identificados con el nombre) y restos del bando de los moderados de la Independencia, además de algunos radicales y liberales. Según una declaración del diputado Juan Bello, una frase que resume la filosofía pipiola era "Libertad aun en la anarquía".
En
tanto, los grupos provenientes de conservadores que habían pertenecido
al Senado de 1823 creado por Freire, además de representantes del clero y
de la aristocracia más rancia, estaban convencidos de que no se podía
apostar a un sistema que no supusiera la continuidad de un Estado
fuerte, autoritario, con acervo institucional fundado en órdenes
coloniales y bajo la estructura social imperante en la época. También
desconfiaban del militarismo y de las señales del Ejército en cuanto a
no someterse al poder político o darse atribuciones para deliberar e
influir en el poder.
Así,
tal como sucedía en otros países del mundo frente al mismo ideario
afrancesado, este grupo comenzó a reaccionar a los novedosos afanes de
democracia e igualdad, naciendo casi espontáneamente el bando
conservador del partido de los pelucones, nombre que le fue dado como una burla al clásico uso de pelucas entre los miembros de la aristocracia.
Formaban parte de este sector comerciantes, restos de los o'higginianos y estanqueros,
a pesar de ser conocido el distanciamiento que habían experimentado
O'Higgins y Portales, por cuestiones personales y de mentalidades. Para
Juan Bello, sus principios podían resumirse en "Orden aun en el despotismo".
De alguna manera, ambos bandos ya estaban en disputa durante el gobierno de Freire, con sus raíces representadas en estanqueros y federales-liberales,
respectivamente. Mas aún, los intentos del Director Supremo por abolir
algunos dictámenes de O'Higgins, como la Legión de Honor, fueron
bloqueados por su ministro Mariano Egaña, demostrando que había bandos
instalados también en el propio gobierno. Se recordará que su padre, don
Juan Egaña, había redactado la efímera Constitución de 1823, que
regulaba hasta la vida privada de la ciudadanía, aunque tenía el mérito
de ser la primera donde aparecía el concepto de "República" para Chile (ahogando los resabios pro-monarquistas que aún quedasen).
Por otro lado, el golpe dado a continuación por Freire en origen a los gobiernos pipiolos, fue precisamente el intento por deshacerse de lo que serían después los pelucones.
Gabriel Salazar aporta una visión interesante de este período, desde el
enfoque de la historia social, en su trabajo "La Construcción de Estado
en Chile. 1800-1837".
Pero Freire no había logrado estabilizar el mando, debiendo renunciar. Esto facilitó el camino a los pipiolos para
avanzar en el poder, una vez que Pinto asume en forma interina y llama
de inmediato a elecciones para febrero de 1827, enfrentando a los pelucones. Con apoyo de su gente en el Congreso Nacional, en 1828 el partido pipiolo
publica una nueva Constitución de espíritu esencialmente liberal, que
fuera redactada en forma no del todo óptima como proceso constituyente y
principalmente por el controvertido español José Joaquín de Mora quien,
además, no se mediría en atacar e incitar a la violencia
anticonservadora en un pasquín titulado "El Defensor de los Militares",
lo que a larga, jugó en contra de estas y otras iniciativas.
Como
síntesis, la Constitución de 1828 establecía dos cámaras elegidas por
votación popular; un Presidente, Vicepresidente y tres ministros; y
asambleas para los gobiernos provinciales (residuo de la influencia de
los federales en el grupo). Curiosamente, sin embargo, y a pesar
de la mucha idealización que hacen algunos en nuestros días de esta
carta, la misma señalaba que la religión del Estado era la católica
apostólica romana, muy seguramente como reflejo cultural y sociológico
irrenunciable en aquella época. Aunque
no se trataría de una experiencia plena de asamblea constituyente
propiamente tal y en los estándares posteriores de nuestra historia
constitucional, sí fue un claro antecedente de ello.
Pinto
traspasó el cargo a Francisco Ramón Vicuña, en calidad de delegado,
pero volvió a ganar las elecciones de 1829, asumiendo en octubre. Los pipiolos
también habían mantenido la mayoría de los puestos del Congreso. Sin
embargo, algo había cambiado su suerte, en esta ocasión: la elección de
Vicepresidente no les había favorecido, y ninguno de los tres candidatos
con más votos obtuvo la mayoría absoluta: José Joaquín Prieto,
Francisco Ruiz Tagle o Francisco Ramón Vicuña. De ellos, sólo Vicuña era
de ideas liberales, mientras que los dos primeros se identificaban con
el bando pelucón.
El Congreso, que como vimos era mayoritariamente pipiolo,
debía decidir quién de los tres candidatos asumiría la Vicepresidencia.
Priorizando sus intereses y ambiciones, entonces, los parlamentarios
liberales escogieron a Vicuña, en mérito a su compromiso con los pipiolos, a pesar de ser el menos votado de los tres candidatos... Las consecuencias de esta imprudencia serían de enorme costo.
Es aquí donde se desatará la tormenta, entonces, cuando los pipiolos
quisieron pasarse de listos y dando una gran excusa a la oposición
conservadora para cuestionar su legitimidad en el poder y así alzar las
espadas.
BATALLA DE LIRCAY EN 1830 Y FIN DE LA ERA PIPIOLA
Como era de esperar, los pelucones acusaron una flagrante violación de los pipiolos
al espíritu de su propia Constitución y, al no encontrar respuesta de
sus adversarios, sobrevino la inevitable ruptura. Tal como había
sucedido en tiempos de la Patria Vieja cuando el Congreso hipotecaba el
camino de la independencia o cuando la ruptura entre O'Higgins y Carrera
se hizo manifiesta, el General Prieto reaccionó organizando una fuerza
revolucionaria en Concepción, que amenazó con irse contra Santiago.
Pinto
deja el gobierno a Vicuña otra vez, y después es asumido por la Junta
presidida por Freire, buscando asegurar la permanencia pipiola en
el poder. En noviembre, vuelve a colocar a Vicuña, pero ya los hechos
están desencadenados y la agitación le obliga a renunciar el 7 de
diciembre. Tras el Pacto de Ochagavía que hizo una pausa en la guerra
civil, don José Tomás Ovalle asume como Presidente de la Junta que toma
el mando tras las dos semanas y media de acefalia gubernamental, el 24
de diciembre de 1829, dando inicio al primer gobierno pelucón de corta duración.
Freire había logrado que estuviese con él la lealtad de Prieto, entonces, en un acuerdo que los pipiolos
interpretaron como la derrota humillante de este último. Sin embargo,
Freire seguía obsesionado con evitar que la Junta Provisoria trajera de
vuelta a Chile a O'Higgins, su peor temor y pesadilla. Comenzó a
intervenir sobre las decisiones de la Junta excediendo sus facultades y
trató de iniciar un golpe en Coquimbo, el 17 de febrero. Al día
siguiente, la Junta cede el mando en forma provisional a Francisco
Ruiz-Tagle Portales, del mismo bando conservador.
En plena guerra civil, don Diego Portales
había jurado como Ministro de Interior, de Relaciones Exteriores y de
Guerra y Marina a inicios de abril de 1830, permaneciendo por cerca de
seis meses en el cargo. Ovalle había recurrido a su persona por tener a
la vista que nadie estaba interesado en sentarse en las carteras de
gobierno, ante la delicada e incierta situación imperante, adelantando
con ello parte de la etapa siguiente que iba a comenzar con la victoria pelucona.
El estanquero sienta desde este primer ministerio las bases de un gobierno autoritario, ordenador, enemigo de la delincuencia y del caudillismo, que fuera del gusto de los pelucones,
bloqueando los intentos de algunos de sus camaradas como José Antonio
Rodríguez Aldea y del propio Prieto, de traer de vuelta a Chile la
figura de O'Higgins, algo que Portales veía ahora como un peligro
inminente para la unidad política nacional, a pesar de la simpatía que
había profesado años antes por el Libertador.
Ovalle
había retornado al poder como Vicepresidente provisional electo, el 1°
de abril de 1830, cuando la nueva ruptura entre Freire y Prieto había
provocado que este último le negara el mando del Ejército del Sur, con
el que que comenzó a marchar decidido a imponerse sobre los pipiolos.
Iba a Santiago con cerca de 2.200 hombres, varios de ellos milicianos
de Concepción y figuras militares de la talla de Manuel Bulnes y José
María de la Cruz.
Freire,
en tanto, tras su calaverada en Coquimbo, había salido embarcado a toda
prisa hasta Constitución, donde armó una fuerza de unos 1.800 entre los
que estaban los ilustres militares extranjeros José Rondizzoni,
Guillermo Tupper y Benjamín Viel, a quienes se culpaba entre los hombres
de Prieto por haber precipitado la guerra. Ambas fuerzas adversarias
iban a encontrarse allí mismo, en la orilla del río Lircay.
Freire
llega a la ciudad de Talca durante la madrugada del 15 de abril,
mientras que Prieto hace lo propio a las pocas horas, deteniéndose en
Cerro Baeza. Siguiendo un consejo de Rondizzoni, el líder de los pipiolos
decidió no dar combate en la ciudad y avanzó hacia el cerro; empero, en
una astuta decisión, Prieto avanzó orillando el río Lircay hacia la
ciudad, haciendo creer a su enemigo que eludía el combate para irse a
Concepción. La cruenta batalla se desató, así, el 17 de abril de 1830,
con muestras de mutuos odios fraticidas que resultaron extremos durante
la lid. Ya aventajando los del bando pelucón, los ejércitos del bando pipiolo
fueron arrasados, muriendo el ilustre Coronel Tupper en la refriega,
con otras 400 víctimas fatales, la mayoría de ellas en la fuerza de
Freire.
Por
ironía del destino, la ruptura entre los dos bandos políticos había
llegado a la sangre en la orilla del mismo río en las afueras de Talca y
donde, tres lustros antes, se había firmado el Tratado de Lircay que
delató la ruptura profunda entre o'higginianos y carrerinos. Ahora, acababan derrotados los pipiolos y entregado el mando a los pelucones
en Concepción y Chiloé, cayendo poco después Coquimbo cuando el general
José Santiago Aldunate doblega a la fuerza que había armado allí Pedro
Uriarte con ayuda del Viel.
Cuando O'Higgins se entera en Lima del triunfo pelucón de Lircay, le escribe a Prieto con fecha 24 de mayo:
La
experiencia de todos los tiempos nos demuestra que la columna más
fuerte del poder nacional es la gloria nacional... y las hazañas de sus
héroes. Los campos de Lircay son monumentos eternos de esta verdad.
Ellos fueron lo más inexpugnables baluartes de los libres contra la
barbarie y la violencia; ellos gritan por la libertad civil de una
patria oprimida y degradada; ellos llevan los esfuerzos del hombre
honrado, del filantropista y del patriota; ellos solamente los que
pudieron rolar la oliva de una lucha venturosa...
Para
el juicio histórico de muchos, Lircay representó el difícil pero
necesario final de un proceso de caótica anarquía y de desorden
político, que en otros países de la comunidad americana se prolongó por
largo tiempo más a falta de fuerzas que resistieran a la entropía
gubernamental, con graves consecuencias para ellos. Para otros muchos,
en cambio, Lircay es el símbolo de la destrucción de un proyecto de
gobierno liberal y constituyente de acervo democrático y popular, por
parte de la reacción de las élites mejor representadas en las figuras de
Portales y Prieto. "Así como la reconquista española de 1814 barrió
con todos los progresos implantados por los patriotas, la revolución de
1829 destruyó de raíz las instituciones liberales", anotaba Amunátegui Solar en su obra "Pipiolos y Pelucones".
Lircay
fue, también, el ocaso del brillante General Freire. Si bien su
genialidad siempre convivió con una verdadera adicción a las
conspiraciones, el ex mandatario había logrado un notable desempeño en
el esfuerzo de construcción de una institucionalidad republicana, aunque
las inclinaciones caóticas del período perjudicaron su obra y el
posterior reconocimiento de la misma. Ahora, después de haber salido a
galope de Lircay dejando a sus hombres que lucharon hasta morir
decididos a no rendirse, su vida pública se reducirá a exilios y a
continuas marchas a la deriva, echándose encima el desprestigio tras
participar en los movimientos sediciosos del Mariscal Andrés de Santa
Cruz contra Chile.
León Echaíz, que como liberal y desde su época parece simpatizar tanto con el bando pipiolo,
sin embargo no se guarda reproches para el actuar de ellos, en su
conclusión de estos hechos, a diferencia de la visión victimista y
complaciente de Amunátegui Solar para los mismos. Les imputa el cargo de
haber "adolecido del defecto de tratar de imponer, precipitadamente, principios liberales", que para su éxito e introducción apropiada "eran necesarias diversas etapas, y una larga evolución de las condiciones sociales e intelectuales del país", además de indicar que "el
defecto mayor que estigmatizaba al gobierno liberal de entonces, era la
poca consistencia de los elementos pipiolos que lo acompañaban".
Esta miopía o candidez fue, acaso, la causa general de la inestabilidad que imperó durante toda la era pipiola, además del avance de algunas simpatías populares por las exigencias peluconas de
orden y tranquilidad más allá de los meros intereses de las elites,
dificultando con ello la elección de un Vicepresidente liberal.
Plaza de Armas de Santiago, sector de calles Ahumada con Compañía, en 1850. Pintura sobre papel, de las colecciones del Museo Histórico Nacional.

Primera
hoja de la circular "Aviso al público" del bando pipiolo, durante la
Guerra Civil, publicado por la Imprenta Republicana el 16 de diciembre
de 1829. Se intenta presentar el efímero pacto de Prieto con Freire como
un triunfo sobre las fuerzas del primero, y el lenguaje anticipa un
poco los odios que iban a ser volcados unos meses después en Lircay.
Fuente imagen: Memoriachilena.cl.
¿ANALOGÍAS CON LA SITUACIÓN ACTUAL DE LOS PARTIDOS CHILENOS?
Con
Lircay, habría de comenzar el período de la República Conservadora, con
el gobierno de Prieto y la enorme influencia que tuvo en su
administración el ministro Portales y su concepto del Estado en Forma proveniente del pensamiento estanquero,
seguido de los mandatos de Manuel Bulnes y Manuel Montt que completarán
el largo trecho de los conservadores en el poder, resultantes de la
imposición de los pelucones sobre las ideologías liberales.
Sin
embargo, con el ascenso de Prieto había terminado también otra etapa,
correspondiente a la de formación y configuración de las fuerzas
políticas chilenas revisadas, que dan origen e impulso al partidismo
político tal como lo conocemos en nuestros días.
Se
podría conjeturar, a modo de reflexión, que los escenarios que
esbozaron estas primeras fuerzas políticas puestas en marcha en Chile,
desde la lucha por la Independencia hasta terminado el ordenamiento
republicano, coinciden con ciertos aspectos del escenario de la actual
crisis de los partidos de la política nacional. Entre otros puntos,
podemos observar los siguientes:
- Fuera de sus declaraciones de principios y manifiestos para el público, los partidos tradicionales siguen siendo canales de intereses de grupos muy específicos y definidos entre los actores de la realidad nacional. Intereses con fines loables o mezquinos, quizás, pero personificados, como era en los orígenes de las agrupaciones políticas de este tipo en Chile. Si bien no se trata ya de partidos que nacen con este vicio en su propia fundación, al menos sí es claro que lo adoptan y hacen propio en un ambiente de decadencia de principios, existiendo grupos de intereses que son transversales a los partidos existentes y con tentáculos de izquierda a derecha, según ha quedado en relieve con los más recientes casos de corrupción política o de influencias indebidas en el Poder Legislativo, Municipalidades, Ministerios y candidaturas varias.
- Persiste como norma una tendencia a la división en dos sectores principales, que atraen y separan gravitatoriamente a la mayoría de los partidos políticos tradicionales e incluso los que, en estas mismas reglas del juego, se fundan como variaciones o disidencias, revelando la existencia de duopolio connatural más allá de la revisión del sistema binominal o de la ampliación de distritos y circunscripciones. Dos sectores que, además, eclipsan a todas las alternativas auténticas de organización política y, por lo tanto, son los grandes favorecidos en el esquema electoral.
- La órbita que acaban asumiendo también muchas de las propuestas "alternativas" o supuestas terceras vías políticas, con relación a los intereses de alguno de esos dos sectores principales, atrapadas por el efecto gravitatorio de la política que también es connatural de los propios partidos como modelo de representatividad popular (por exitoso o fallido que se lo estime).
- El protagonismo que, a veces, toman las individualidades de grupos políticos emergentes o de sectores "díscolos" internos a partidos preexistentes, por encima de las líneas de definición que representan a los partidos a los que se asocia su origen y que motivan reordenamientos entre fuerzas, cambios intestinos, acusaciones de "falta de lealtad" o bien aplausos por el "sinceramiento", aunque no cambian esencialmente la situación imperante pues, mientras estén atrapados en el mismo campo gravitacional de dos polos y sus reglas, son más bien parte del problema que parte de la solución.
- El asomo de movimientos internos o bien superiores a los partidos, agrupados en torno a apellidos e identidades, en virtud de inclinaciones electorales o de simpatías generales en un contexto de gobierno o candidatura de no mucha longevidad (bacheletismo, piñerismo, laguismo, etc.), fenómeno muy relacionado con el punto anterior. Curiosamente, en este momento vivimos también una crisis de identificación con figuras vigentes, como consecuencia o daño colateral de la propia ausencia de representatividad y por el estado mustio de los partidos chilenos en general.
- La existencia de un mismo fenómeno de las ideologías con apellido más trascendente que el anterior, manifestándose como una persistencia y como un referente genérico de identidades políticas, específicamente con respecto a la toma de posiciones frente a los hechos de la historia de nuestro país, ciertos ideales o banderas de lucha (allendismo, pinochetismo, freísmo, etc.), aunque en la práctica no manifiesten más que algunos principios muy generales y muy abstractos sobre objetivos o aspiraciones, degradados ya por la misma política y por la prioridad que siempre tendrán los partidos para con sus propios intereses por encima de los compromisos sociales o ciudadanos, en todo el espectro.
Sin
embargo, diríamos que los partidos revisados en los orígenes del Chile
independiente, manifiestan más bien los ciclos y procesos de existencia
de los referentes políticos, mas no una continuidad con los que
existirán después y hasta nuestros días. Se trataba, pues, de aventuras y
experimentos, espejos del proceso histórico de ordenamiento que se
vivía en todo aquel período. León Echaíz es enfático en este punto:
Ha
sido un error común de los glosadores políticos y de muchos
historiadores nacionales, considerar a estos primeros bosquejos de
partidos, como antecedentes de las actuales colectividades políticas del
país.
Como se observó con el fenómeno de los o'higginianos y los carrerinos,
además, la sobrevivencia de inclinaciones políticas ligadas a un
liderazgo personal siempre siguieron siendo de corta duración en la
arena política, convirtiéndose más exactamente en expresiones de apoyo
mientras vivieron sus motivadores, y de idealización, simpatía e incluso
reivindicación después de sus muertes, sin líneas categóricas que las
definieran como propuestas políticas ante realidades posteriores.
Tenemos así, los casos del partido montt-varista y del partido balmacedista, además de movimientos que se identificaron en su momento con el alessandrismo, el ibañismo, el allendismo o el pinochetismo;
parecido al caso de los intentos de partidos políticos asociados a
candidaturas más que a contenidos políticos trascendentes, desde el
retorno de la democracia, como la Unión de Centro-Centro, Chile Primero y
quizás otros más recientes que, para no ofender, me reservaré (aunque
es fácil adivinar cuáles están asociados a un candidato y su programa
más que a un planteamiento amplio y de largo plazo). Incluso importantes
e históricas experiencias de países vecinos, como el peronismo argentino o el velasquismo
ecuatoriano, también han ofrecido ciertas características viciosas por
el mismo sentido, enfriándose su época de oro al alejarse también la de
sus inspiradores.
En
cuanto a la vida de los partidos como depositarios de pensamiento,
ideología y propuestas, los mismos hechos políticos y sociales de los
últimos años han demostrado que la representación directa opaca al
sobrevalorado partidismo y su intermediación con los intereses y
exigencias de la ciudadanía. La vía correcta sería ésa, entonces:
facilitar la representación social específica, objetiva, en lugar de
seguir fundando nuevos movimientos o conglomerados de intermediación
"alternativa", que sólo resultan de la unión de los restos náufragos de
los mismos viejos partidos, más la adición de militantes para el
recambio generacional dentro de las mismas cofradías.
Confieso
que me he ganado varios rencores por manifestar, a veces, mi opinión
sobre los partidos políticos actuales: creo que responden a una
estructura de representatividad y de reserva ideológica totalmente ajena
a la realidad de los procesos y mareas políticas de nuestra época.
Decir en estos tiempos que no se puede gobernar sin partidos políticos,
suena a aquella época en que se aseguraba que era imposible gobernar
desde un Estado separado de la Iglesia.
Como
en los casos en que se meten goles con legislaciones que intentan
mantener modelos de negocios obsoletos (por ejemplo a nombre de
determinados derechos creativos o de propiedad intelectual en la
industria de la música), también se ha construido un sistema político y
electoral destinado a asegurar la vida a los partidos, como únicos
agentes de las fuerzas de representación electoral... Partidos que son,
en verdad, cada vez más pequeños, atrofiados e inoperantes, pero
sostenidos sólo desde el exceso de poder que les da aquel ordenamiento
electoral, la distribución geográfica de las representaciones y el
propio monopolio del quehacer político entre los descritos dos polos
magnéticos.
Empero,
desconozco si estamos en un período de desintegración de los partidos
tradicionales e históricos con similitudes a lo que les tocó -en su
momento- a los primeros esbozos partidistas de Chile. Se ha proclamado
desde referentes políticos más nuevos la idea de una renovación total,
siendo claro que experimentan una crisis de representatividad y de
aceptación popular que dejará sus marcas profundas en el desarrollo de
la historia política contemporánea y futura.
José Enrique Rodó, escritor y dramaturgo uruguayo, dijo: "Los partidos políticos no mueren de muerte natural: se suicidan"...
Quizás ese viejo primer período de gestación y ordenamiento de las
primeras fuerzas políticas dejó una huella que aún persiste y un ejemplo
para explicarse, de alguna forma, buena parte de los actuales procesos y
vaivenes del partidismo.
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