Portada del libro, con retrato de don Joaquín Godoy.
El sábado 4 de noviembre 2017, en el marco de la Feria del Libro de
Santiago (FILSA), se lanzó con lleno total de público en la sala el más
reciente trabajo del experto en comunicación estratégica e investigador
histórico Guillermo Parvex: "Servicio Secreto Chileno en la Guerra del
Pacífico", con sello editorial de Penguin Random House. El evento
tuvo lugar en la Sala Acario Cotapos del Centro Cultural de la Estación
Mapocho, y contó con la presencia y los buenos comentarios para el
libro por parte del destacado periodista Carlos Zárate.
Como
se sabe, Parvex es miembro de la Academia de Historia Militar y había
dado ya un golpe literario importante además de inédito para la
investigación histórica, con la publicación en 2014 de su
interesantísima obra "Un veterano de tres guerras", reproduciendo las
experiencias y vivencias del Coronel José Miguel Varela, aunque con
adiciones de ficción y estructuración narrativa que acercan esta obra al
género novelesco, para desagrado de algunos investigadores más rígidos.
Algún día dedicaré acá un artículo a dicho best seller, que ha
sorprendido al mundo editorial con sus más de 60 mil ejemplares vendidos
hasta el momento de presentar su nuevo trabajo, precisamente.
Más allá de las observaciones que pueden formularse al resultado final de la investigación de Parvex, el "Servicio
Secreto Chileno en la Guerra del Pacífico" no está en menor categoría
de interés y de asombro que las memorias y crónicas sobre el Coronel
Varela: si bien hay algunos datos un poco más conocidos entre los
investigadores históricos, otros resultan escasamente estudiados y
quizás por primera vez podemos hacernos una proporción más completa e
integral de lo que fue el enorme esfuerzo de la inteligencia chilena
durante la Guerra del Pacífico, en el período que va desde la firma del
Tratado de Alianza Perú Boliviano de 1873 hasta la proximidad de la
firma del Tratado de Ancón en 1883. También hay elementos cuya exactitud
quedará para el debate de investigadores e historiadores, por supuesto.
Hasta
ahora, todos estos elementos relativos a tales servicios aparecían en
los textos históricos como actividades dispersas, sin una cuerda
especial de desarrollo ni su observación como parte de una red activa; y
así debían ser recolectadas en los libros de historia militar o
diplomática, si es que aparecían por ellos a la pasada siquiera. Además,
el autor aborda con determinación lo fundamental y categórico que
resultó el desempeño de esos hombres para el desarrollo del conflicto y
su resultado favorable a Chile, vinculando sus informes con la toma de
decisiones que se hicieron durante la guerra.
Llama
la atención también el carácter voluntario y no remunerado en que, a
partir de entonces, trabajaría la mayoría de estos leales agentes, unos
chilenos, otros extranjeros y varios de ellos incuso hijos de los
propios países que eran espiados. En la nomenclatura de los agentes
diplomáticos observada por Parvex, estos personajes del servicio secreto
eran llamados eufemísticamente "prácticos", "comisionados", "gente de confianza" o "personas dignas de fe".
Formaron parte de ella desde copetudos políticos encargados en las
legaciones hasta chiquillas de vida licenciosa establecidas en los
teatros de operaciones, algunos caídos en el anonimato y el olvido
absolutos. Abogados, comerciantes, militares, marinos y otros figuran en
esa nómina.
El
servicio secreto comenzaría a operar en Perú y Bolivia, desde donde fue
extendiéndose hacia otros destinos. Estos países, en cambio, no
tuvieron la previsión de crear sus propios cuerpos de agentes, salvo por
unos cuantos informantes poco estructurados y carentes de una orgánica
que le diera eficiencia. De 60 a 100 personas formaron parte del cuerpo
chileno de agentes en los terrenos de los países beligerantes, durante
todo el período en que existió y durante las diferentes etapas que tuvo;
y similar cantidad de ellos habrían operado en Centroamérica, Estados
Unidos y Europa. Su trabajo fue tanto o más rotundo para Chile que el de
los propios soldados de los campos de batalla, en muchos aspectos.
El
trabajo de investigación y el aporte que hace Parvex al respecto es,
por lo tanto, invaluable, acompañado de un elemento casi romántico en
sus revelaciones y exposiciones desarrolladas en el libro, que Zárate no
dudó en comparar con el mismo perfume de la novela histórica "Adiós al
Séptimo de Línea", de Jorge Inostrosa, en el día del lanzamiento.
En
sus más de 300 páginas, el libro tiene pasajes intensos, otros más
técnicos, pero resulta emocionante y cautivante avanzar por todas esas
páginas sin necesidad de dramatizar; sólo trasladando al lector a los
sentimientos que acompañaron todo ese servicio secreto no exento de
riesgos y de escaso reconocimiento hacia quienes lo ejecutaron, pasando
por las intrigas, los peligros, las limitaciones comunicacionales de la
época, los temores, los sabotajes y los peores riesgos, contrarrestados
con la astucia y el patriotismo de aquellos agentes. De ahí la crítica
comparativa casi poética y fascinante de Zárate para definir la obra.
Cabe
comentar también, que hay una estupenda presentación de los hechos de
servicio secreto por parte de Parvex, contextualizándolos con el
desarrollo de la crisis diplomática, el inicio de la guerra, su
desarrollo y alcances internacionales, característica que se mantendrá
durante todo el libro, de tapa a tapa. Así, como desde ahora "todo
calza", quedarán explicadas muchas decisiones y acontecimientos
diplomáticos o militares que hasta este momento aparecían explicados más
bien como hechos independientes, inconexos y, por lo tanto, carentes de
elementos basales para su más justa inteligencia.

Guillermo
Parvex presentando con lleno total su "Servicio secreto chileno en la
Guerra del Pacífico", junto al periodista Carlos Zárate, FILSA 2017.
El
lector de "Servicio Secreto Chileno en la Guerra del Pacífico",
descubrirá que la tensión previa a la Guerra del 79 fue la que motivó la
creación de un servicio secreto chileno a partir de 1873, complejo año
en el que comenzaron a llegar los rumores sobre una fresca Alianza
Secreta Perú-Bolivia, país este último con el que se sostenía la
controversia por la posesión de Atacama. La situación estaba empeorada
para Chile por la clara intención de Argentina de ingresar al mismo
tratado, en vista de las controversias por la posesión de la Patagonia
Oriental y Magallanes. Todo esto sucedía en medio del aislamiento casi
total la diplomacia chilena en el continente, cabe añadir.
Desde
agosto de 1871, cuando el Presidente de Bolivia Agustín Morales había
declarado desahuciados todos los tratados firmados por su antecesor
Mariano Melgarejo, incluyendo el de Chile en 1866 que dio quimérica
"solución" a la cuestión de Atacama, las cosas estaban complicadísimas
en la región. Un año casi exacto después, el exiliado boliviano en Chile
Quintín Quevedo intentó iniciar una asonada golpista contra Morales en
Antofagasta, quien culpó a las autoridades chilenas por esta calaverada.
Es
entonces cuando se produce el acercamiento entre Perú y Bolivia,
pactando un tratado claramente orientado hacia Chile, en febrero de
1873, lo que no impidió la firma del posterior Tratado Chile y Bolivia
de 1874, que vino en reemplazo del complicado y ya impracticable acuerdo
de 1866 para Atacama. Y al año siguiente, Argentina retomaría su
negociación para entrar al mismo tratado peruano-boliviano de alianza.
Fue
en este intertanto, cuando llegaban a Chile las primeras sospechas de
la firma del Tratado de Alianza, que comienzan a aparecer los indicios
del debut de estas redes de inteligencia, de acuerdo a lo que observa
Parvex. También advierte la existencia de un efímero grupo extraoficial
de la Armada de Chile, en la segunda mitad de la década, que recopilaba
información sobre Perú y Argentina en los momentos de grandes tensiones,
y de la que habría formado parte el Capitán Arturo Prat Chacón con su
viaje al país platense entre noviembre de 1878 y enero de 1879... Una
misión de espionaje fue la suya, en lo fundamental.
Joaquín
Godoy Cruz, abogado, político y la sazón plenipotenciario de Chile en
Perú, tuvo un papel protagónico en dar inicio a estas complejas
actividades de inteligencia, al conformar los primeros grupos operativos
que actuarían en el país incásico, al igual que otros diplomáticos
chilenos lo harían también en Bolivia. Godoy aparece retratado en la
portada de "Servicio Secreto Chileno en la Guerra del Pacífico", de
hecho.
Don
Joaquín era amigo del presidente peruano Mariano Ignacio Prado desde
que éste se había exiliado en Chile años antes, asumiendo el mando de su
patria en 1876. Tan fuerte era su amistad, que muchos peruanos tomaron
como una traición del chileno el que después utilizara a favor de Chile,
todos esos conocimientos que le permitió el acceso confiado a los
círculos íntimos de Prado en aquellos años, volviendo así a su séquito
informantes involuntarios.
Enterado
ya de la existencia de una posible alianza gracias a su red de
contactos, Godoy propuso la creación de un servicio secreto al Canciller
de Chile, Adolfo Ibáñez Gutiérrez. Su grupo de operaciones partió con
él y otros tres o cuatro hombres a sus órdenes, empleados de la
legación. Parvex identifica a los que irían dando cuerpo a esta red,
hacia mediados de 1878: Ramón Rivera Jofré en el Callao (quien espió muy
eficazmente la situación de la Marina de Guerra de Perú), Manuel
Villagrán en Arica, Antonio Solari Millas en Iquique, José Lañas en
Paita, Diego Bruce en Trujillo, Carlos González en Pisagua y Clemente
Torreti en Tacna.
Fueron
las valiosas informaciones obtenidas en esta etapa de actividad, las
que motivaron al Presidente Federico Errázuriz Zañartu a profundizar la
actividad del servicio en esos países, coordinadas desde Santiago por el
Canciller Ibáñez antes de ser relevado éste en el Ministerio de
Relaciones Exteriores y la propia dirección del servicio por don Enrique
Cood Ross en 1875, seguido de José Alfonso Cavada entre 1875-1878 y de
Alejandro Fierro Pérez de Camino entre 1878-1879.
También
se suscribió a la causa el ingeniero danés Holger Birkedal, a partir de
ese mismo año, con un papel que iba a resultar fundamental levantando
planos de tierras, puertos, caminos y comarcas peruanas que ya había
conocido desde su llegada y labores en ese país, a partir de 1870. Sus
informes sobre topografía, ferrocarriles, suministros de agua y
fortalezas en el Callao, después resultarían vitales también para el
desarrollo de la guerra. Llegó a estar apresado por algún tiempo a causa
de estos servicios, aunque nada pudieron demostrar sus captores
peruanos. Veremos que participó casi hasta el final de las operaciones
del servicio secreto.
Otro agente en Perú fue el chileno Fernando Luis Juliet, apodado impropiamente como el francés Juliet.
En "Servicio Secreto Chileno en la Guerra del Pacífico" uno puede
enterarse de los detalles de su trabajo, con muy exactos levantamientos
de terrenos y costas, útiles a la Oficina Hidrográfica dirigida por el
Comandante Francisco Vidal Gormaz, además de algunas impresiones suyas
sobre las capacidades militares peruanas que comunicó a las autoridades
chilenas.
Paralelamente
a las labores de Godoy, el Canciller Ibáñez había designado al abogado y
escritor Carlos Walker Martínez en la legación de Chile en La Paz, para
llevar adelante similar procedimiento. Una vez allá, el representante
diplomático también pudo obtener confirmaciones de la existencia de un
tratado secreto, gracias a sus contactos bolivianos. Su matrimonio con
una dama de alta sociedad boliviana seguramente le abrió nuevas puertas
para completar sus informes, además.
Walker
Martínez había formado su propio grupo de informantes, pequeño pero
eficiente, compuesto por amigos personales, comerciantes, empresarios y
hasta militares bolivianos, entre estos últimos el Sargento Mayor Juan
Patiño y el Capitán Francisco Zúñiga, aunque Parvex manifiesta no haber
claridad si actuaban por iniciativa personal en esta labor o por mera
falta de discreción y por infidencia, volviéndose informantes
accidentales.
Las
primeras funciones del grupo chileno en Bolivia, a partir de 1874,
fueron buscar las confirmaciones a la existencia del tratado secreto de
la alianza, a lo que se fue sumando la recolección de información de
carácter estratégico-militar y sobre las intenciones bolivianas de
apoderarse de la industria salitrera chilena en Antofagasta.

Canciller Adolfo Ibáñez Gutiérrez.
Tratamientos
especiales merecen aquellos agentes que fueron parte de la epopeya
romántica de "Adiós al Séptimo de Línea" y con bases reales, como sucede
con el Profesor Abelardo Núñez Murúa, quien casi encima del estallido
de la Guerra del 79 se encontraba de viaje en una misión diplomática
hacia Estados Unidos y Alemania, siendo contactado por Godoy justo al
tocar puerto en el Callao. Allí se acercó al danés Birkedal y elaboró
una detallada observación de las instalaciones defensivas del puerto
peruano, haciéndose pasar por colombiano y llegando a ser guiado por el
propio Presidente Prado.
Esto
ocurría sólo unos días antes de que llegara a Chile el diplomático
peruano José Antonio Lavalle, en su controvertida misión "mediadora"
ante el conflicto que se aproximaba ya entre Chile y Bolivia por la
violación paceña de las restricciones impositivas pactadas en el Tratado
de 1874.
Las
labores en Bolivia, en tanto, arrojaban nuevos resultados ya
aproximándose el estallido de la guerra. Basándose en datos
proporcionados por el Capitán Zúñiga, la legación chilena había
notificado a Santiago, a fines de 1878, con contenidos de información
militar y sobre armamentos. Estos reflejaban ya el estado de agudización
de la crisis.
Dichas
tareas las continuaría exitosamente el representante chileno en La Paz,
don Pedro Nolasco Videla, quien había reforzado el servicio reclutando
en él otros agentes. Entre los nombres de los voluntarios ejerciendo
labores de inteligencia en el territorio, estuvieron el empleado
salitrero chileno Evaristo Poblete y el comerciante y explorador español
Pedro Garré, también tomado erróneamente por francés y quien, instruido
por el nuevo Canciller de Chile don José Alfonso Cavada, instaló una
pulpería en Potosí que sería el centro de operaciones para los tres
espías que operaban en Bolivia. Garré actuaba asistido por su amigo
chileno Juan Francisco Campaña, además de Enrique Villegas y el
secretario de la gobernación en Antofagasta, don Alejandro González.
También participó de la red del Altiplano don Víctor Alfaro que, si bien
era chileno, estaba enrolado como soldado de tropa boliviano en
Antofagasta. En "Servicio Secreto Chileno en la Guerra del Pacífico" se
pueden conocer algunos detalles de la valiosa información proporcionada
por estos agentes.
A
Pedro Nolasco Videla correspondió también la amarga responsabilidad de
enfrentar y asumir la ruptura final entre ambos países, al estallar la
guerra por la precipitación del actuar del Presidente Hilarión Daza.
Hasta el último instante de sus funciones antes de tener que abandonar
la capital altiplánica, el embajador mantuvo informado de los detalles
del inminente quiebre a La Moneda, por la violación boliviana del
Tratado de 1874, la apropiación de las instalaciones de la Compañía
Salitrera de Antofagasta y la expulsión de los trabajadores chilenos
allí residentes.
Echada
la suerte, entonces, el Gobierno de Chile notificó secretamente a su
cónsul en Antofagasta, don Nicanor Zenteno, avisando de la ocupación y
reincorporación del territorio, sucedida en 14 de febrero de 1879, acto
al que Bolivia respondió con la posterior declaración de guerra. Por
encargo de la legación en Bolivia, además, Zenteno asumió como jefe de
los agentes en el territorio enemigo, asistido por el Teniente Coronel
Joaquín Cortes Arriagada, y había reclutado en el servicio al ingeniero
en minas chileno Matías Rojas Delgado, cuya actividad en terreno y como
periodista lo liberaba de sospechas, trayendo con él a su amigo
ecuatoriano partidario de Chile, don Gonzalo Clavero. Es notable la
descripción que Parvex hace de todas estas intrigas y madejas.
En
tanto, la relación estrecha e íntima ente Godoy y el Presidente Prado,
le permitió confirmar al primero que Perú acataría el Tratado de Alianza
con Bolivia. Incluso, había sostenido una reunión secreta con el
Almirante Manuel Grau, en el Hotel Maury de Lima, buscando alguna última
oportunidad para evitar el conflicto. Al dejar el cargo en Lima,
priorizando el deber sobre la amistad, Godoy informó a La Moneda de la
voluntad de Prado de cuadrarse con Bolivia... La guerra había comenzado.
El
drástico cambio de escenario obligó a realizar ajustes y refuerzos de
la red por parte del Ministerio de Relaciones Exteriores y el Ministerio
de Guerra y Marina. Zenteno y Cortés prácticamente reorganizaron el
servicio de operaciones que incluía la actividad de Garré en Potosí y
Birkedal en Lima. A su vez, el danés tomó la cabeza de las operaciones
en Perú asistido por el ingeniero mecánico británico Robert Harvey
Northey, inspector de salitreras con libertades de tránsito en el
territorio y futuro socio del empresario del rubro John Thomas North.
Sin embargo, Harvey encontró dificultades para sus funciones, cuando
perdió a varios de sus informantes con el decreto que expulsó a los
chilenos con menos de 10 años de residencia desde Perú, el 17 de abril
de 1879.
Otro
de los informantes de Birkedal fue su amigo peruano el Sargento Mayor
de Ingenieros don Antonio Carrasco, haciendo llegar las minutas secretas
por manos de marinos de la Compañía Inglesa de Vapores del Pacífico al
entonces Canciller Domingo Santa María y, después, a su sucesor Miguel
Luis Amunátegui.
En
Tarapacá, en tanto, Zenteno había escogido como agente al chileno José
Antonio Silva Montt, de larga residencia en la zona y buen conocedor de
la misma. Se sumaron a Silva Montt el comerciante español Matías Granja
Nagel, poseedor de una tienda en Antofagasta y también con licencias
para desplazarse por el territorio, y el Capitán de Ingenieros Manuel
Romero. Por su lado, el Capitán del Cazadores a Caballo, Manuel
Rodríguez Ojeda, realizaría observaciones de las fuerzas peruanas y
bolivianas en el mismo territorio tarapaqueño.
Durante
el mes de mayo, Birkedal se trasladó a Santiago. Cuenta Parvex de su
acercamiento al intelectual Benjamín Vicuña Mackenna, de quien se volvió
un colaborador y tuvo, gracias a él, acceso a Amunátegui poco antes de
que éste formase parte del gabinete del Presidente Aníbal Pinto,
discutiendo latamente sobre el asunto del servicio secreto en territorio
enemigo.
Poco
después de estos encuentros, el danés partió hasta Antofagasta para
reunirse con Zenteno y luego con Garré. Con este último, tanteó las
posibilidades de que Bolivia se alejase de la alianza con Perú a cambio
del puerto de Moquehua, haciendo llegar una propuesta al Presidente Daza
a través del empresario chileno Justiniano Sotomayor y por
intermediación del empresario boliviano Eustaquio Guerra, amigo del
mandatario, pero que acabó siendo rechazada y revelada con escándalo.
A
las peligrosas tensiones diplomáticas que generaba el escenario
continental adverso, el servicio de inteligencia de Chile enfrentó
situaciones tales como la detención del entonces recién nombrado
plenipotenciario en Colombia, don Domingo Godoy Cruz, hermano de Joaquín
Godoy, quien había sido el encargado de asegurar la neutralidad de ese
país y de Panamá, además de sabotear las redes peruanas de inteligencia y
de adquisición de armas, asistido por el agente chileno Belisario Vial.
Estaban de camino hacia Colombia cuando los peruanos -enterados por la
prensa chilena de su viaje- los apresaron a ambos en mayo de 1879, en el
Callao, violándose la inmunidad diplomática y motivando una nota de
protesta del Gobierno de Colombia y otros países. Y comentemos que
varias otras veces, sucedió que los peruanos se enteraron por la prensa
regular chilena, muy imprudente en ocasiones, de movimientos
estratégicos de Chile en plena guerra.
Los
dos agentes chilenos permanecieron detenidos en Tarma mientras la
prensa peruana festinaba con su captura y la celebraba como su venganza
contra el vecino. Recién en diciembre pudieron ser liberados, gracias a
una mediación de Gran Bretaña.
Además de la abundante información que Parvex proporciona sobre estas operaciones, destaca el carácter rudimentario y casi artesanal
en que se desarrollaban las mismas, por la falta de experiencia y de
herramientas de inteligencia apropiadas a la demanda de la delicada
situación diplomática y militar en que estaban los países involucrados
en el conflicto.
Don Alberto Blest Gana.
Desatada
la guerra y llevándose adelante ya las primeras acciones militares, los
agentes como Silva Montt, Granja y Harvey se concentraron en
proporcionar, a petición de Zenteno, información destacada sobre las
capacidades estratégicas y defensivas de las fuerzas enemigas, también
reproducida por Parvex.
Un
dato asombroso que confirma o bien coincide con antiguos rumores, se
nos asoma en estas páginas de "Servicio Secreto Chileno en la Guerra del
Pacífico": la mujer real que pudo haber inspirado al hermoso personaje
de la espía Leonora Latorre en "Adiós al Séptimo de Línea", que en la
ficción se vuelve amante del General Juan Buendía, jefe de las fuerzas
aliadas en Tarapacá. Parvex recuerda también que Leonora se inspiró en
otro personaje llamado Ema, que aparece en la obra de Ramón Pacheco (el
célebre autor de "El Subterráneo de los Jesuitas") intitulada "La Generala Buendía", de 1885.
No
obstante, tanto la Leonora de Inostrosa como la Ema de Pacheco, se
basan en la figura de una chica de la que sí existirían antecedentes
históricos, aunque difusos, entre otros los del diario de campaña del
oficial Alberto del Solar.
A
mayor abundamiento, la famosa fémina correspondería a una chilena
llamada Anita, amante del General Buendía en esos mismos días y que,
según autores como el historiador Manuel Ravest, usó esta cercanía para
servir al espionaje chileno. De hecho, Buendía fue acusado en Arica por
faltas a sus deberes y comportamiento irresponsable con esta muchacha.
Según Del Solar, Anita tenía a por entonces 18 años y era una de las
muchas prostitutas que podían encontrarse en Iquique, aunque destacando
sobre todas ellas por su belleza y sensualidad. Los importantes secretos
que conoció de Buendía en esta actividad los proporcionó a los agentes
chilenos, aparentemente a través de Granja. Hay otros datos de ella
expuestos en su capítulo, por supuesto.
Mientras
seguía en curso esta primera etapa de la guerra, hubo militares que
también se unieron al servicio secreto por solicitud del Teniente
Coronel José Joaquín Cortés Arriagada. Fueron los casos de los soldados
José María Lira y José del Carmen Muñoz, ambos de la Tercera Compañía
del Batallón Bulnes, que recibieron pasaportes haciéndose pasar por
comerciantes de telas españoles y realizaron exploraciones del sector
Iquique, Tarapacá y Pisagua. Lo propio haría el soldado Manuel Jesús
Arenas, del mismo batallón. Tanto Arenas como Muñoz ofrendarían sus
vidas en la Batalla de Chorrillos.
En
el libro se repasan también las misiones en tierras peruanas que
recibieron otros soldados, como un adolescente del Batallón de
Artillería de Marina, Abdón Rey Stuardo, reproduciéndose su interesante y
completo informe al respecto.
Sin
embargo, en los preparativos del desembarco de Pisagua, otro cambio
radical afectó al servicio secreto alejando a los pioneros como Alfonso,
Zenteno y Cortés. La nueva coordinación de operaciones quedará en manos
del delegado de la Intendencia General en el Ejército y la Marina, don
Máximo Ramón Lira, exdiputado y hombre de confianza del Ministro de
Guerra don Rafael Sotomayor.
Tras
la epopeya de Pisagua, Lira se valió de militares para seguir reuniendo
información sobre el enemigo, por vía tanto de agentes solitarios como
de pequeños grupos dedicados a explorar y reconocer territorios. Aunque
los detalles están, por supuesto, en "Servicio Secreto Chileno en la
Guerra del Pacífico", cabe comentar que el principal encargado fue el
Capitán Andrés Layseca Despott, ingeniero hijo de un médico colombiano y
buen conocedor de la zona.
Las
observaciones de Layseca fueron esenciales en algunos casos, pero
desoídas en otros y con trágicas consecuencias, por la tozudez del
Comandante de Guardias Nacionales don José Francisco Vergara, secretario
del General Erasmo Escala y después sucesor de Rafael Sotomayor en el
Ministerio de Guerra y Marina. El Desastre de Tarapacá, del 27 de
noviembre de 1879, por ejemplo, con 516 chilenos caídos en brutal
combate, en gran medida fue el sangriento resultado de esta inexplicable
desconfianza de algunos a los informes que proporcionaba por entonces
Layseca, como queda claro con la detallada descripción de Parvex sobre
estos acontecimientos.
A
todo esto, Harvey había informado ya al servicio de Lira, establecido
aún en Iquique, algo sobre la crisis política de la autoridad peruana y
luego la indecorosa huida del depuesto Presidente Prado. Había sido
informado por sus contactos en Lima de esta trama. Los detalles de la
fuga de Prado los entregó en un informe del 26 de diciembre.
El
autor nos trae a colación también los errores del General Buendía tras
la Batalla de Tarapacá, mal informado por el argentino Juan Soza y dando
oportunidad a los chilenos para que salieran tras su caza mientras
escapaba camino a Arica. Entre otros, Layseca y Silva Montt volvieron a
entrar en acción en estas operaciones militares, como lo testimonió
Diego Dublé Almeyda. Al llegar Buendía a Arica, Granja se encargó de
informar al mando chileno de su presencia allí.
Silva
Montt, además, realizó inspecciones sobre las vías de comunicación
entre Ilo y Moquegua ya hacia fines de 1879, lo que unido a las
cartografías de Juliet, facilitó la incursión chilena en esta última
localidad, el 31 de diciembre, acto que dejó muy desconcertados a los
aliados.
Por
esos mismos días, de acuerdo a una libreta de notas personales del Jefe
de Estado Mayor Coronel Luis Arteaga -que es estudiada por Parvex en el
Archivo Histórico Militar-, otros agentes militares realizaban labores
secretas de inspección, reconocimiento y observación táctica (no había,
por entonces, mucha diferencias entre cada una) bajo su dirección y la
del Ministro Sotomayor. En diciembre recibe también un informe elaborado
por un ciudadano argentino al servicio de Chile, don José Pacheco.
También obtenía Arteaga información de soldados chilenos, como el de
Artillería de Marina don José Ramírez (residente en Perú desde 1868), el
la primera compañía del Chacabuco don Olegario Saavedra (también
residente en Perú y empleado de una casa comercial) y el del Segundo de
Línea don Luis Bustamante (que espiaba valerosamente tras las líneas
enemigas).
La
falta de implementación peruana y boliviana de un buen trabajo de
inteligencia en esos mismos años, fue algo decisivo para el triunfo
chileno en el avance por los desiertos, pues el enemigo operaba a ciegas
muchas veces, tal cual lo reconocen historiadores peruanos como Jorge
Basadre.
Así
las cosas, en mayo de 1880 se estaba ya en los preparativos de las
batallas en Tacna, que en la práctica pondría fin a la alianza
peruano-boliviana; y luego en Arica, con la famosa Toma del Morro, ambas
en condiciones facilitadas por los trabajos de los espías.

Máximo Ramón Lira.
Paralelamente
a la actividad desarrollada en el teatro de los países beligerantes,
hubo otra de suma importancia ejecutada en escenarios diplomáticos del
Hemisferio Norte, por cerca de 60 personas en total, a las que Parvex
dedica un capítulo completo; uno de los más interesantes de "Servicio
Secreto Chileno en la Guerra del Pacífico", de hecho.
Destacaron
en esta instancia del servicio el escritor, político y diplomático
Alberto Blest Gana, Ministro Plenipotenciario de Chile en Gran Bretaña y
Francia. Fue vital también la participación en Europa del Capitán de
Navío Luis Alfredo Lynch de Zaldívar, hermano del oficial Patricio
Lynch.
La
labor de Blest Gana incluía acciones fundamentales para la posición
chilena en el desarrollo de la guerra, como bloquear las ventas de armas
y pertrechos de países neutrales a Perú y, a la inversa, lograr
conseguir las necesarias para Chile eludiendo las restricciones y
controles, para lo cual echó mano a sus talentos como negociador con
diferentes empresarios y casa comerciales. A pesar de la vital
importancia de sus responsabilidades, el presupuesto asignado a ellas
era bajísimo, por lo que Blest Gana varias veces debió meter las manos
en sus propios bolsillos para completarla con su peculio personal.
Resultaba todo un desafío conseguir el material y poder enviarlo a
Chile, por ejemplo, con el peligro de que fuesen detectados y retenidos
por violarse los códigos de neutralidad durante la guerra, por lo que la
red a veces embalaba armas haciéndolas pasar por mercaderías,
especialmente las que se compraban desde Inglaterra y Alemania a través
de triangulaciones de sociedades locales, incluso en los poco confiables
Estados Unidos de América, mucho más cercanos a los aliados que a
Chile.
Luis
Lynch fue pieza clave en la detección de las compras clandestinas que
intentaba hacer Perú en Europa, como las que logró detener en España.
Gracias a su astucia y a información que recibió de Francois Feuilliet,
cónsul de Chile en La Havre, también pudo ser detenida la venta a Lima
de los buques acorazados "Solferino" y "La Gloire", por parte de Francia
y a través de la intermediación de Nicaragua, países ambos que tampoco
escondían su compromiso con la causa de los aliados en el conflicto del
Pacífico Sur.
Aquel
bloqueo a la compra de naves francesas, impidió que Perú pudiese
rearmar su escuadra tras la pérdida de la poderosa "Independencia" en
Iquique, algo que a la larga aseguró el triunfo chileno y ayudó a detener la entrada de Argentina a la Alianza.
La información obtenida por Lynch fue entregada a Blest Gana y éste la
llevó hasta el sorprendido Ministro de Relaciones Exteriores de Francia,
William Henry Waddington, quien ordenó investigar y detener la
operación.
Lynch
también descubrió una adquisición en proceso de Perú a Turquía: la del
acorazado "Felhz Bolend", noticia que le hizo viajar a Estambul para
tomar nota del asunto, por encargo de Blest Gana. Enterado de que la
compra se hacía a través del banquero y magnate griego Apostolos Jafiri,
enviando la nave primero a Japón y, desde ahí, a Perú, sobornó a los
consejeros del Sultán de Turquía para que le comunicaran e hicieran ver
el engaño, logrando así que éste se retractada de la venta.
Otro
caso abordado por Parvex es el de las fragatas "Sócrates" y "Diógenes",
que estaban siendo terminadas en Kiel, Alemania, para la marina de
Grecia. Sin embargo, don Guillermo Matta Goyenechea, que era a la sazón
el jefe de la inteligencia chilena en el país germano, detectó la
presencia de agentes peruanos en los astilleros y las oficinas
diplomáticas griegas, poniendo en alerta sus sospechas. Estuvo
vigilándolos con sus hombres por varios días, y Lynch también viajó
hasta allá para asistirlo valiéndose de sus amigos en Alemania. Todas
las dudas se despejaron al observar que el gobierno griego había
recibido un pago en dinero proveniente de la Legación de Perú en
Londres, y así, cuando ambas fragatas llegaron con bandera de Grecia a
Inglaterra para terminar de armar su artillería, Lynch dio aviso a la
Real Armada Británica de la impostura y los buques fueron retenidos como
acatamiento de la neutralidad, no siendo liberadas hasta que concluyera
la guerra.
Simultáneamente,
Blest Gana, Lynch y sus agentes debían ingeniárselas para eludir las
mismas neutralidades y así obtener armas para Chile, como se observa en
el detalle de este capítulo del libro. Era una tarea difícil, porque a
diferencia de lo que sucedía en Sudmérica, los peruanos sí habían
implementado un servicio de inteligencia en Europa dirigido por don
Carlos de Piérola, hermano del Presidente Nicolás de Piérola, junto al
empresario Guillermo Bogardus y el diplomático Toribio Sanz, este último
cabecilla del grupo de inteligencia que intentó anular las operaciones
chilenas en el mismo continente.
Tan
decidida era la acción de estos agentes peruanos que al diplomático
chileno Carlos Morla Vicuña, también vinculado a la red, llegaron a
ponerle un muchacho que no se despegaba de él, ni de noche ni de día.
Morla lo encontró una vez en un tren suizo, una noche, en un pasillo
muerto de frío y sueño, por lo que el chileno le llevó una chaqueta
diciéndole: "Si usted va a espiarme, por lo menos espíeme cómodo". Así, ambos terminaron siendo amigos, como comentó el historiador Mario Barros van Buren.
Una
grave situación para la inteligencia chilena y abordada por Parvex, fue
la del incendio del mercante "Almvick Castle" en Hamburgo, en abril de
1880. El barco había sido fletado por Chile a la Blackwall Line para
traer armas y pertrechos militares, con Morla Vicuña a la cabeza, gran
parte de ellos perdidos en el siniestro. Aunque había serias sospechas
de que los súbditos peruanos se habían enterado de la carga y sabotearon
el envío con el incendio, Luis Lynch prefirió guardar silencio de esto
para no comprometer ni retrasar el pago de los seguros de las compañías
británicas.
Por
otro lado, en agosto de 1880, los agentes en Europa lograron impedir la
captura de los navíos "Genovese" y "Glenelg", zarpados desde Francia
hacia Valparaíso con material de guerra para Chile. De alguna forma, los
espías peruanos se enteraron del embarque y fue por esta razón que la
corbeta "Unión" estuvo haciendo guardia en aguas Magallánicas, esperando
interceptar a los mercantes. Afortunadamente para Chile, sus redes
habían logrado entrarse del contenido de los telegramas peruanos y
advirtieron a tiempo a la Intendencia de Valparaíso, que dio orden de ir
a escoltar a los barcos a la corbeta "O'Higgins" y el transporte
"Amazonas", provocando la huida de la "Unión" al verlas aproximándose a
Punta Arenas, en donde pudieron recalar tranquilamente el "Genovese" y
el "Glenelg" con sus valiosa cargas.
La
incipiente contrainteligencia en Francia nació con el refuerzo de la
red 1881, dadas las circunstancias, por lo que entra en acción el
Teniente Coronel de la Guardia Nacional, don Álvaro Casanova Zenteno,
quien era un conocido pintor y miembro de la Academia de Bellas Artes de
París. Su servicio fue sumamente pintoresco y curioso: como era
habitual verlo cargando su atril o pintando en las calles de la capital
francesa, comenzó a fingir que retrataba dibujos o acuarelas de la
ciudad mientras en realidad observaba cuidadosamente la actividad de los
agentes peruanos en la zona, sin despertar sospechas, para informar de
ellas a Blest Gana.
Súmese
a todo esto, las dificultades de entonces para poder sostener de la
forma más expedita posible la comunicación por el cable telegráfico
submarino y por las notas llevadas por mano a través de los vapores.
Parvex reproduce algunas importantes informaciones que hace llegar Blest
Gana al Gobierno de Chile, durante estas funciones.

Páginas
del libro con los acorazados franceses "Solferino" y "La Gloire", que
estuvieron apunto de ser adquiridos por Perú, de no interferir la
inteligencia chilena en Europa.
Las
sorpresas que puede ofrecer "Servicio Secreto Chileno en la Guerra del
Pacífico" siguen asombrando al lector en cada nueva página, en especial
cuando verificamos que algunas de las tareas más complejas de la red
internacional de inteligencia chilena las realizó don Marcial Martínez
Cuadros, plenipotenciario de Chile en los Estados Unidos, país que no
escondió su posición proclive a los aliados durante los primeros años de
la Guerra del Pacífico, como hemos dicho.
El
plenipotenciario en Washington había logrado obtener los nombres de los
principales agentes peruanos en Norteamérica, gracias a la información
capturada por la inteligencia chilena en Perú, en especial por
telegramas limeños encriptados que logró descifrar el agente Enrique
Garland von Lotten, hijo de un gerente de la famosa Casa Gibbs.
También pudo saber que la mayoría de las adquisiciones de armas en
Estados Unidos la hacían a través de la Casa Grace, de Lima. Por esta
razón, también se implementó un área de contrainteligencia en América
del Norte, con grandes resultados para la diplomacia chilena.
Uno
de los agentes que trabajaba encubierto como corredor de seguros en New
York, por ejemplo, impuso a Martínez de la adquisición de armas y
pertrechos que iban a Perú en el vapor inglés "Colombia", en octubre de
1879. Al conseguir los chilenos el detalle de la carga, descubrieron que
además de fusiles y municiones, iba la lancha torpedera "Alay", armada
en los astilleros de Rhode Island, por lo que dieron aviso al cónsul
chileno en Panamá, don Antonio Jiménez, para que lograra detener el
navío cuando tocara puerto en Colón. Jiménez puso en alerta a la
Secretaría de Estado panameña y el cargamento fue retenido, pero no la
torpedera, que salió por tierra desde el puerto con la complicidad de
los agentes aduaneros y bajo la excusa de que correspondía mercancía de
libre tránsito proveniente de los Estados Unidos.
La
controversia en Panamá provocó la protesta del representante chileno,
mientras los peruanos ponían a prueba a la "Alay" y la armaban en el
camino. Sin embargo, no sabían que lo hacían bajo la mirada atenta de
espías chilenos que informaban al encargado de negocios de Chile en
Colombia, don Francisco Valdés Vergara, quien puso al tanto a Martínez
sobre la salida de la torpedera en puertos del Pacífico y cuál sería su
ruta. Así pudo ser capturada por el transporte "Amazonas", al mando del
Capitán Manuel Thompson, el 23 de diciembre de ese año, en Ballenitas,
Ecuador. Fue incorporada de inmediato a la Armada de Chile, con el
nombre de "Guacolda".
Con
el resto de América mucho más favorable a los aliados y en contra de
Chile, no extraña que por intermedio del General Domingo Vásquez, que
había sido representante de Honduras en Lima, el Gobierno de Costa Rica
haya realizado otras adquisiciones militares para Perú en los Estados
Unidos, de las que también se enteró Martínez, elevando el Canciller
Amunátegui las protestas correspondientes hacia octubre de 1879, a
través del representante chileno Adolfo Carrasco Albano. Costa Rica negó
su participación y fingió desconocer los hechos, situación resultaría
sumamente polémica y delicada cuando los chilenos encontraron pruebas de
la gestión de compra y entrega de armas en la Cancillería de Perú, al
momento de ocupar Lima en 1881.
Más
grave aún fue el caso de Guatemala, también comentado por Parvex como
parte de los logros del servicio chileno de inteligencia implementado en
los Estados Unidos. Tres mil fusiles y un millón de tiros salieron
desde New York hacia Guatemala, gracias a gestiones secretas de los
agentes peruanos. Guatemala estaba al servicio de Perú en esta
operación, detectada en agosto de 1880; de hecho, la compra había sido
ejecutada por el cónsul general de Perú en Guatemala, el Coronel
Larrañaga, en complicidad con el gobierno local. Era tan evidente la
participación guatemalteca que el Gobierno de Chile emplazó al país a no
autorizar el envío a Lima de dicho material y amenazó con considerar
rota la neutralidad, exponiéndose a una respuesta militar. Acorralada
ante los hechos, Guatemala canceló la operación, destinó las armas a su
Guardia Nacional y reembolsó a Perú una parte de las adquisiciones.
A
todo esto, tras la liberación de Domingo Godoy y Belisario Vial de su
cautiverio en Perú, ambos diplomáticos chilenos pudieron volver a Chile y
retomar la misión que se les había encargado hacía tantos meses ya. Sus
desventuras en cárceles peruanas aparecen descritas en uno de sus
informes del plenipotenciario al gobierno, reproducido por Parvex. Godoy
llegó a Ecuador en enero de 1880, desde donde se avocó a la labor de
mantener la neutralidad y la observación de operaciones enemigas.
La
confirmación de una red coordinada de la inteligencia chilena, queda
expuesta por el hecho de que había un intercambio y manejo estratégico
de la información obtenida por los agentes de Estados Unidos y de
América Central, comparada con la que manejaban los espías en Perú y los
que estaban en Europa, muy organizadamente a pesar de las
precariedades. Resulta impresionante, por lo mismo, el nivel de
eficiencia que lograron en un quehacer que hasta entonces parecía tan
ajeno a la actividad diplomática y militar de Chile, además de superar
las limitaciones materiales, la falta de recursos y la informalidad en
que debía desplazarse el trabajo del servicio secreto.

Marcial Martínez Cuadros.
Al
haber aumentado los controles del Ejército y la Marina de Perú, el
grupo de espías en Lima tenía grandes dificultades para proveer a Máximo
Lira de la información requerida para la inteligencia chilena,
valiéndose del cable telegráfico submarino que hasta fue cortado en unas
tres ocasiones por los peruanos.
Parvex
observa el alejamiento de Harvey de estas funciones en tal período,
pero destaca la participación en la agencia en Lima del mencionado
agente Garland, además de Ramón Bryce López-Aldana, empleado de la
mencionada Casa Grace que realizaba gran parte de las operaciones de
abastecimiento militar de Perú en el extranjero. Sus despachos se hacían
desde las instalaciones de la Agencia Telegráfica Angloamericana,
extendiéndose esta actividad hasta la caída de Lima en manos chilenas.
Contaban también con una buena cantidad de contactos e informantes en
empresas navieras y otras casas comerciales.
La
tarea de ambos fue una de las más peligrosas y comprometedoras de todo
el servicio, por lo que utilizaban una codificación encriptada de sus
mensajes a Chile y basadas en las llamadas libretas de claves,
que Parvex describe con detalle en el libro. Eran tan diestros en este
procedimiento que, varias veces, detectaron y vulneraron los envíos
telegráficos peruanos también encriptados, que se destinaban a Europa y a
los Estados Unidos. Proporcionaron importante información militar antes
de la batalla del Tacna, por ejemplo, y también advirtieron de una
trampa explosiva que esperaba a los navíos chilenos en el Callao, aunque
esto no impidió que el transporte "Loa" cayese en ella en julio de
1880, por una inexcusable desinteligencia de la Armada que costó la vida
a 118 hombres.
En
octubre tuvo lugar el fracasado intento de negociación de paz en el
buque "Lackawanna", en Arica. Como a la sazón José Francisco Vergara,
que era parte de la delegación chilena, ya estaba al corriente de las
actividades de la inteligencia chilena en Europa encabezada por Blest
Gana y asegurando la neutralidad, desestimó casi en forma desafiante la
advertencia que allí le hiciera el mediador norteamericano Thomas
Orborn, respecto de una posible intervención europea en el conflicto del
Pacífico Sur cuando se supiera del fracaso de aquella negociación.
Las
noticias llegadas a las redes en Lima a través de Garland, sin embargo,
informaban por entonces que las fuerzas peruanas repartidas por el
territorio no ocupado, eran muy superiores a lo que se creía en Chile.
El autor de "Servicio Secreto Chileno en la Guerra del Pacífico" las
reproduce. Esto generó nuevas necesidades de ampliar el servicio y así
Vicuña Mackenna recomendó a Birkedal para que Vergara le asignara la
tarea de reconocer las fortificaciones y las plazas militares. Empero,
fue entonces que, al llegar al Callao, acabó siendo detenido por los
peruanos, aunque sin que pudiesen demostrarse los cargos de espionaje.
El danés explicó su retorno a Lima por las necesidades de trabajo.
Ya
liberado, Birkedal se puso en contacto con su amigo peruano el Mayor de
Ejército Antonio Carrasco y con el industrial noruego Adolfo Beck,
además de algunos ingenieros peruanos encargados de defensas en Perú. Su
roce era tal que llegó a entrar a los círculos de Piérola y otras
autoridades limeñas, acompañándolos en las obras de defensas, correrías
amorosas, celebraciones y toda instancia que le permitiese recolectar
datos estratégicos para el interés chileno. Esto le sirvió para advertir
a Chile de la existencia de las controvertidas minas explosivas y
"polvorazos" que los peruanos habían preparado en los territorios,
entregando valiosa información sobre la ubicación de las mismas. Eran,
pues, las mismas bombas que iría desactivando sigilosamente en Arica el
valiente soldado voluntario y mensajero Arturo Villarroel Garezón, el
célebre "General Dinamita".
Sin
embargo, como el danés rechazó una invitación para entrar al Ejército
de Perú, se levantaron algunas sospechas sobre él, ordenándosele salir
del país rumbo a Panamá. Hasta el último momento, aprovechó de continuar
sus funciones y logró salir rumbo a Arica fugándose con ayuda del
pescador italiano Augusto Paglieri, para informar de todo a Lira, en una
extraordinaria aventura que también podrá ser conocida con mayores
sabrosuras en el libro.
Se destaca, además, la curiosa participación de los chinos culíes que
eran liberados en las covaderas y guaneras por los soldados en el
avance hacia Lima, donde trabajaban en régimen de virtual esclavitud.
Estos trabajadores chinos se enrolaban voluntariamente en servicios del
Ejército de Chile, como agradecimiento a su liberación. Uno de ellos,
que había adoptado el nombre español de Baltazar López, fue gran
colaborador de Bryce, partiendo ambos en noviembre de 1880 hacia Pisco e
Ica, en donde contactaron a otro exesclavo ya liberado, Quintín
Quintana, quien se volvería el líder natural de los chinos adscritos a
la causa chilena y bajo mando del Coronel Patricio Lynch y, unos años
después, oficial de la Policía de Santiago. Entre los tres hombres,
realizaron una exploración y levantamiento puntilloso de la región, que
hicieron llegar al cuartel de inteligencia chilena.
Tras
dejar al mítico Quintana en Ica, Bryce y López continuaron revisando
las defensas peruanas en su regreso a Lima. Su informe completo fue
enviado por mano a Arica a través de un vapor inglés, influyendo de
inmediato en las decisiones del mando chileno para lo que sería la
continuación de la guerra con el desembarco en Paracas y después el más
masivo, de Curayaco y Lurín.
Los
reconocimientos continuaron realizándose en este período por solicitud
del General Manuel Baquedano, con participación de Layseca, Silva Montt y
misiones del Coronel Orozimbo Barbosa. Al mismo tiempo, Quintana atraía
al Ejército de Chile a más de mil chinos que realizaron importantes
labores de apoyo, asistencia y exploración.
La
famosa controversia entre el ataque frontal recomendado por Baquedano
para destruir las defensas peruanas y el movimiento envolvente defendido
por el Ministro Vergara en este período en que había asumido ya el
ministerio tras la súbita muerte de Rafael Sotomayor, queda explicado
precisamente por la actividad secreta que respaldó la decisión del
Estado Mayor: aunque algunos investigadores de la Guerra del Pacífico
jamás han aceptado darle la razón a Baquedano, el hecho es que el ataque
de frente estaba respaldado por informes de Juliet y luego de Silva
Montt, haciendo notar la precariedad de los caminos, la falta de agua y
la hostil topografía, que impedían tomar por segura la opción de
Vergara.
La
decisión de qué hacer con las líneas de defensa de Chorrillos y
Miraflores, se tomó en un consejo de guerra del 11 de enero de 1881, en
la que participó incluso Joaquín Godoy, que ya había dejado la Legación
de Chile en los Estados Unidos y ahora defendía la propuesta Baquedano,
tomando por base los informes de la inteligencia. Tras las dos cruentas
batallas, Baquedano recibió la noticia de la rendición incondicional de
Lima, procediendo a la ocupación el 17 de enero de 1881.

Quintín Quintana.
La
actividad del servicio secreto chileno, o al menos los registros de la
misma, comenzará a decaer tras la entrada a la capital peruana, momento
en que es asumida en una última etapa por don Joaquín Godoy. Por
recomendación suya, además, Vergara encargó tareas policiales a una
delegación civil del Ministerio de Guerra, establecida en el cuartel del
Batallón Bulnes.
Silva
Montt, Quintana y Birkedal también estaban allí en Lima, llegados con
las tropas chilenas, reuniéndose así con Bryce, Garland y López en la
misma noche de la caída de la ciudad, en el Palacio de los Virreyes. Por
primera vez estaban reunidos todos los principales agentes del servicio
en Perú.
Silva
Montt fue delegado por Godoy en la dirección del servicio secreto,
anotándose un gran punto al atraer a don José Eusebio Sánchez, exhombre
de confianza de Piérola. Sánchez había sido designado plenipotenciario
por aquel para una negociación de paz con Chile, a través de
intervención de potencias extranjeras, plan que confesó a los agentes
chilenos. A la sazón, Piérola estaba refugiado con sus fuerzas leales en
Ayacucho y Arequipa.
Enterados
en La Moneda de aquella información y de las intenciones de Piérola, la
posibilidad fue desahuciada por un anuncio del Gobierno de Chile del 22
de febrero de 1881, abortando cualquier intento peruano por iniciarlas
siquiera.
Aparentemente,
mucha de la actividad del servicio llegó hasta este punto, y se
alejaron de la agencia Birkedal, Bryce, Granja y López. Empero, Patricio
Lynch reorganizó las redes de operaciones en el país incásico, cuando
fue designado General en Jefe de las fuerzas chilenas y Jefe Militar y
Político de Perú, dejándolas encomendadas a Silva Montt y asimilándolas
después en la Secretaría General del Ejército de Ocupación.
Corrían
los días del Gobierno Provisional de La Magdalena en Perú, encabezado
por Francisco García Calderón. Sin embargo, la incapacidad operativa y
debilidad del gobierno provisorio desalentaron rápidamente a Lynch y al
plenipotenciario Godoy en su expectativa de conseguir la rendición. El
trabajo de inteligencia de Garland, por encargo de Silva Montt, además,
permitió comprender que García Calderón sólo tenía intenciones de darse
atribuciones de gobernante y hasta iba a decretar la creación de una
policía armada en Lima, junto de reestructurar la Guardia Urbana. Sin
reconocer su autoridad, Godoy encargó a Lynch notificar discretamente a
García Calderón que no se permitirían cuerpos armados en Lima y que la
seguridad policial estaba a cargo de los chilenos, cumpliendo con esta
solicitud.
La
red, integrada ya a la Secretaría General, contaba ahora con la
colaboración de oficiales peruanos como los excomandantes Federico
Vargas, José Meza y Carlos Herrera. Y cabe comentar que, hacia fines de
año, el chino Quintana lograría reclutar varios otros militares peruanos
como informantes, varios de ellos exsimpatizantes del Gobierno de La
Magdalena, en algunos casos atraídos por sobornos al servicio secreto
chileno. Entre ellos estuvieron los coroneles Gonzáles, Moreno, Alfaro y
Benavides, y el Teniente Coronel Saavedra.
Los
informes extendidos hacia agosto de 1881, habían motivado a Silva Montt
a desaconsejar la mantención del Gobierno de La Magdalena, ante la
inminencia de que las fuerzas peruanas se reagrupaban en la sierra para
proceder a la guerra irregular de guerrillas y montoneras. Con estos
antecedentes y autorizado por La Moneda, entonces, Lynch procedió a
disolver la guardia militar peruana del gobierno provisional, echando su
suerte. Las explicaciones profundas para esta decisión las proporciona
el propio contraalmirante en su memoria extendida al año siguiente,
también reproducida por Parvex.
En
este nuevo escenario, Silva Montt realizaría exploraciones en La Oroya y
Tarma, para hacerse de información sobre las fuerzas peruanas agrupadas
en las sierras bajo mando del Coronel Andrés Avelino Cáceres,
entregando sus impresiones a Lynch en octubre de 1881. Éste, por
recomendación de Silva Montt, comenzó a crear en diciembre un equipo de
exploradores y observadores del territorio enemigo oriental, destacando
otra vez Layseca en estos servicios, quien a su vez recomendó la
compañía del oficial José Miguel Varela, a la sazón en Santiago en el
Regimiento Cazadores. El informe resultante fue entregado por Layseca a
Lynch en junio de 1882.
Lamentablemente,
las órdenes de repliegue que motivaron las advertencias de Layseca no
tuvieron la celeridad requerida, dadas las distancias y la geografía
dificultosa, por lo que los refuerzos llegaron demasiado tarde al poblado de La Concepción,
en donde un puñado de soldados chilenos al mando de Ignacio Carrera
Pinto ya habían sido masacrados por las fuerzas peruanas, tras una
férrea resistencia en los días 9 y 10 de julio de ese año.
El
informante peruano Coronel González, por su lado, aportaría a Quintana
información sobre Tarma, permaneciendo a su servicio hasta 1883, según
documentación del Archivo Histórico del Ministerio de Relaciones
Exteriores de Chile. Sin embargo, hay poquísima información disponible
sobre la actividad de la secretaría en aquel año, en que se firmara la
tregua de octubre conocida como el Tratado de Ancón.
Parvex
verifica que Silva Montt desaparece del servicio a comienzos de 1883, y
Quintana se aparta en julio, mismo mes en que concluye sus actividades
exploratorias Layseca. El servicio secreto de Chile en la Guerra del
Pacífico, de esta manera, desaparecía en la misma forma silenciosa y
comedida que había surgido una década antes, discreción que privó a sus
valerosos protagonistas del merecido reconocimiento, de la gratitud del
recuerdo y, en algunos casos, de mantener sus nombres siquiera lejos del
fantasma del olvido.
Se
cerraba así uno de los capítulos más increíbles y fascinantes de la
historia militar y diplomática chilena, tan poco explorado y tan
escasamente contado, que el lector tendrá íntegramente disponible ahora
en las páginas de "Servicio Secreto Chileno en la Guerra
del Pacífico" de Guillermo Parvex.
Mensaje recuperado desde el lugar de primera publicación de este artículo, en el sitio URBATORIVM:
ResponderEliminarSergio Torres Vial26 de diciembre de 2017, 02:53
Personalmente yo me conseguí el libro Servicio Secreto, y aunque tiene información interesante de varios personajes, cierto es que gran parte del texto contiene información que ya se conocía, como es el caso de Blest Gana, pero, lamentablemente, también pude percatarme que el Sr. Parvex cometió algunas "tergiversaciones" sobre ciertas personas, principalmente por el mal uso de fuentes, en lo personal, sería necesario someter el texto a una segunda revisión, pues hay varias cosas notorias que no son consistentes a la realidad entre lo que es la fuente y lo que es su escrito.