“Vivimos
en un mundo lleno de conflictos entre Estados, lo cual es una amenaza
para la paz y la seguridad internacional. La ONU es el foro mundial
permanente para debatir y analizar estos asuntos entre los gobiernos”.
(Definición de las funciones de la ONU en la página web de su Centro de Información)
Nota: publiqué este artículo por primera vez en mi sitio URBATORIVM en abril de 2013, un año antes de que se cumplieran exactamente los malos pronósticos anunciados en el texto. Por ser un tema relacionado con las consecuencias de largo plazo de la Guerra del Pacífico y el Tratado de 1929 de Tacna-Arica, lo dejaré acá para los interesados.
Aunque
suene a descalificación cliché y gratuita, debo admitir que soy un
convencido de que pocas castas políticas generacionales en el mundo
quizás puedan tener el mérito de alcanzar la ineptitud e inoperancia de
sus colegas acá en Chile, con el beneficio de contar -además- con una
masa votante en gran porcentaje poco ilustrada, adicta a las bajas
pasiones de la ideología sin ideas y domesticada en la comodidad
de que otros piensen y generen opiniones por ella. Es un escenario
tenebroso, en el que mucha de la bonanza y del actual crecimiento
chileno parecen favores de alguna buena estrella que nos ha
acompañado desde los orígenes, más que al esfuerzo concreto de
prohombres buscando grandes y trascendentales objetivos nacionales.
Sin
embargo, la falta de visión estratégica y de anticipación inteligente
de este mismo rebaño político ya casi benemérito podría estar haciendo
tambalear con sus dislates el flujo benigno de aquella buena estrella
nacional, particularmente en el caso que nos distrae en la Corte
Internacional de Justicia de La Haya a causa de la demanda interpuesta
por Perú en contra nuestra y la calentada de motores que está pegándose
ahora Bolivia, de la mano de un Evo Morales obsesionado con la idea de
ingresar a la historia como el caudillo del buceo en el Pacífico.
En
efecto, la comunicación de masas ha sido deplorable en su misión de
abordar todos los aspectos y alcances profundos de este grave asunto del
Tribunal Internacional, cuadrándose así con la idiotez promedio de las
vocerías políticas y partidistas. Y, cuando no, con el más abyecto y
traicionero entreguismo que abunda en la cáfila politicastra de la
izquierda a la derecha.
Para las formas de operar del internacionalismo desatado, pues, también rige la arcana máxima teológica: “Misteriosos son los caminos del Señor”.
Se
ha repetido hasta el hastío que los tribunales internacionales se
apegan estrictamente al derecho y que las circunstancias históricas o
“ambientales” no afectan el curso que conduce a las sentencias. También
se nos ha invitado a confiar ciegamente (casi como en el rito de la
logia, del que debe saltar vendado al vacío) en esta idealización de las
funciones de las cortes y dar por sentado que el respaldo jurídico de
la defensa chilena ante las ambiciones marítimas de Perú y ante una
eventual demanda de Bolivia, bastará por su propio peso y contundencia
para bloquear estas pretensiones y permitirle a nuestro país salir
airoso de ambas situaciones haciéndole burla y morisquetas a la parte
demandante… Pero, bueno, ya lo sabemos: la realidad del
internacionalismo es muy-muy distinta, para desgracia de los optimistas.
Un
ejemplo que serviría de justificación legítima a las dudas sobre la
objetividad de los tribunales internacionales, lo tenemos bastante
cerca: el del Laudo Arbitral de 1902 entre Chile y Argentina, encargado a
la corona británica conforme a lo dispuesto en el Tratado de 1881 y
que, al tiempo de resolver profundas discrepancias sobre la aplicación
de este mismo tratado, desató -por otro lado- una madeja de nuevos
problemas que incluyen todos los que abultaron los roces entre ambos
países durante el resto del siglo XX. A pesar de que el árbitro
británico debía ajustarse entonces estrictamente a derecho, sucedió que
la corte arbitral excedió sus propias limitaciones estableciendo
criterios nuevos y ajenos al espíritu del tratado de marras,
especialmente en lo referido a la divisoria de aguas. La razón: el
árbitro no era totalmente objetivo y autónomo, como no lo es ni lo ha
sido jamás ningún juez en la historia de la humanidad.
A la influencia
de los problemas generados por la Guerra de los Boers en Sudáfrica sobre
el comportamiento apresurado y poco juicioso que tuvieron los
británicos en la primera parte del proceso, se sumó la insólita
interferencia de las poderosas casas financieras Rothschild y Baring
para ampliar las atribuciones del tribunal, por petición de poderosos
asociados de este lado del mundo. Como si fuera poco, Sir Clements E.
Markham, Presidente del Tribunal Arbitral, se había reconocido
partidario de los intereses aliados durante la Guerra del Pacífico, pues
había vivido y trabajado en Perú un par de veces enviado originalmente
para labores científicas, mientras que el Vicepresidente del mismo, el
Coronel Church, tenía negocios estrechos con los intereses argentinos y
hasta sería elegido después en Buenos Aires como parte del directorio de
Ferrocarriles de la República Argentina…
Ése
fue el tribunal “objetivo” y “apegado al derecho” de entonces, mismo
que nos sorprendió con otro de los fallos más dañinos al interés
territorial chileno que se han emitido en toda nuestra historia
diplomática.
Ya sé que algunos estarían dispuestos a ponerse a esculcar en las diferencias entre un tribunal de arbitraje creado ad hoc
y una corte permanente y establecida, pero, ¿qué tan lejos estamos hoy
de una situación poco decorosa como fue la del festival de influencias
oscuras en el Laudo Arbitral de 1902 y varios otros casos de cortes
internacionales que también abordaron con vicios problemas territoriales
entre países (y que por tiempo no detallaré aquí)? Parte de la
respuesta tiene un nombre en particular, para el caso de Chile y Perú
ante La Haya: Alain Pellet, el abogado francés contratado como cabecilla
de la demanda por Perú, que alguna vez se desempeñó en la mismísima
Comisión de Derecho Internacional de las Naciones Unidas y quien, en
cierto momento de su holgada y connotada existencia, descubrió que el
futuro de su vida estaba en representar partes litigantes ante el propio
tribunal del organismo, en La Haya, dedicándose desde entonces casi
exclusivamente a esta función.
Recuérdese,
en tanto: la objetividad e independencia total de los tribunales existe
sólo en la biblioteca, como una quimera de los románticos de la
diplomacia y del derecho… Es, por lo tanto, imposible pensar que la sola
presencia y estampa de Pellet no tenga alguna clase de influencia
aromática sobre la Corte Internacional de Justicia en La Haya. Y tómese
en cuenta, además, que el cambio de giro en la boleta de actividades del
prestigioso jurisconsulto demuestra que hay una lucrativa motivación
por convertir toda diferencia internacional en sabrosos y rentables
litigios dignos de ser resueltos en tales instancias internacionalistas,
precisamente como sucede con la Corte de La Haya.
Sin
embargo, el peor peligro para Chile no se encuentra sólo en las
posibilidades de la máxima careta seria de la representación peruana
ante el tribunal, sino en un asunto que parece haber pasado inadvertido a
todos los analistas, o al menos a los del lado chileno…
Ocurre
que la Organización de las Naciones Unidas lleva arrastrando la quizás
peor década de credibilidad de toda su historia: una crisis de
justificación ante la comunidad planetaria que la ha dejado reducida ya a
un organismo menos que consultivo, cuanto mucho orientador, cada vez
más cuestionado y sin influencia ni determinación real frente a los
conflictos internacionales, especialmente después de la catastrófica
administración del pusilánime Secretario General Kofi Annan frente a la
tensión de Medio Oriente y muy en particular ante las invasiones
norteamericanas de Afganistán e Irak, aprovechando la circunstancia de
los peligros de terrorismo internacional.
La
ONU, en otras palabras, marcha hace rato y derechito hacia la total
ilegitimidad e incapacidad en un mundo donde la fuerza, la imposición de
intereses y la ley del más fuerte parecen seguir siendo el principal
regulador de las relaciones entre potencias. Sus últimas secretarías
generales han sido una demostración total e incontestable de su
incapacidad de hacer respetar el imperio de la ley y los acuerdos
vigentes en la convivencia internacional. Y ni hablar del poco conocido
historial de escándalos y controversias siniestras que han involucrado
al organismo, gran cantidad de ellas recopiladas en el libro del
periodista de origen peruano-español Eric Frattini titulado “ONU
Historia de la corrupción”, de 2005.
¿Se
puede creer en este escenario, entonces, que la Corte Internacional de
Justicia de la misma ONU, no sienta como algo positivo la caída en sus
tribunales de una generación de nuevos reclamos y demandas, que le den
justificación de existir y permitan recuperar la debilitada influencia
del organismo sobre la convivencia internacional? Ya he comentado en
otro artículo de este blog, además, cómo la estrategia general de Perú,
buscó provocar ciertas cargas “ambientales” previas con respecto a Chile
y la motivación de interferencias mediadoras apartadas de la rigidez
del derecho estricto, como sucede con sus constantes acusaciones de
armamentismo y de predisposición belicosa.
Se
ha dicho también en la parte chilena, con supina candidez, que la Corte
Internacional de La Haya no se arriesgaría a desatar una avalancha de
nuevos reclamos desconociendo acuerdos o principios que ya estén
vigentes, como sería el caso de que ordenara alterar el límite marítimo
entre Chile y Perú, o bien si en un futuro obligara a nuestro país a
otorgarle una salida al mar propia y soberana a Bolivia con pelícanos,
huiros y todo, para ambos casos sentándose sobre lo que ya está
comprometido… Empero, ¿qué tan real es esta seguridad y qué garantía hay
de que esto así suceda? ¿Acaso no sería conveniente a la Corte
Internacional de La Haya, en casi todos los sentidos, procurar su parte
en la recuperación de la importancia de la ONU como parte ante
diferendos internacionales y que su función así se vea urgentemente
magnificada? ¿Y no sería, acaso, un impulso extraordinario a este
propósito la apertura hacia nuevas peticiones, solicitudes y demandas
entre países que ya creían tener resueltos sus puntos, a través de
fallos “revisores” de lo ya pactado? ¿Acaso la ONU no está deseosa de
hacerse “necesaria” otra vez, y poder ser llamada así a problemas y
litigios donde le corresponda intervenir, haciendo vista gorda con esto a
aquellas crisis y situaciones internacionales donde su rol ha resultado
un rotundo fiasco y hasta un aliciente para empeorar los problemas?
Por
más que los versados y los duchos repitan que esta situación es sólo
una fábula hipotética, sigue penando en el carnaval de credibilidad el
caso del Arbitraje de 1902, que nació como una mediación estricta y
esencialmente apegada al derecho y a la palabra jurada, pero que terminó
siendo casi una improvisación experimental para la definición de
fronteras entre Chile y Argentina, que volvería a llevarnos de vuelta a
tribunales internaciones en al menos cuatro veces más durante la
centuria y hasta al borde de una guerra en 1978.
El
fallo del diferendo marítimo entre Nicaragua y Colombia que culminó con
la salida del país afectado del Pacto de Bogotá, demuestra que al
Tribunal Internacional de La Haya poco y nada le interesan las pataletas
y ataques de histeria, ni las consecuencias insospechadas o las
progresiones de problemas desatados por sus sentencias. Con que se quede
adentro la parte beneficiada, le basta y le sobra, pues las tensiones
diplomáticas nunca faltarán. Tampoco parece tener necesidades tortuosas
de ajustarse a principios generales que ella misma había establecido, en
aquel caso con su primer fallo de 2007. En otra prueba de imposición
internacionalista, pues, la corte no se mostró interesada en respetar
criterios originales ya acordados, como el Tratado de 1928, optando por
priorizar instrumentos nuevos como la Convención sobre el Derecho del
Mar de las Naciones Unidas, acuerdo del que Colombia no formaba parte,
siendo el país perjudicado con esta sentencia del año 2012.
No
obstante, un detalle interesante es que las autoridades colombianas y
sus representantes, convencidos de que el fallo se ajustaría
“matemáticamente” a derecho, repitieron casi hasta el último instante
antes de la sentencia algunas expresiones de optimismo sobre lo que se
resolvería y su convencimiento de que los instrumentos vigentes
bastarían para mantener en línea recta al tribunal, sin fluctuaciones ni
interpretaciones especiales… Pregunto al lector chileno, pues: ¿Le
suena conocido este discurso?
En
lugar de intentar comprender las consecuencias generales del fallo
Nicaragua-Colombia, sin embargo, nuestras autoridades se apresuraron a
explicar que se trataba de casos “totalmente distintos” y sin punto de
comparación en causas, desarrollo o resultados. Probablemente tengan
razón, pero ninguna obnubilación alegre y patriota podrá reducir el
hecho cierto de que el Tribunal de La Haya, en aquel caso, introdujo
criterios nuevos como la prolongación de las líneas limítrofes
marítimas, algo que suena bastante parecido a lo que ahora se discute en
el litigio Perú-Chile (en orden de ambiciones). El resultado anterior,
como se recordará, fue una radical decisión inapelable: Colombia no tuvo
más remedio que acatar, fustigándola con una inocente retirada del
Pacto de Bogotá que probablemente termine siendo revisada a futuro,
cuando vuelva a imponerse la crueldad del globalismo (o global-invasionismo) y sus leyes de hierro.
No
puedo mentirme con pasiones de optimismo patriota, entonces; ni
siquiera cuando comience a sonar la plegaria triunfal de todo el tropel
viviendo a expensas de la política partidista y haciendo uso-abuso de
nuestra comentada buena estrella: existe la posibilidad cierta,
la “grieta” si se quiere ver así, para que el Tribunal Internacional de
Justicia de La Haya pase por encima de los acuerdos vigentes e intente
experimentar con alguna solución adaptativa, torciendo el derecho con el
alicate de la plenitud de poderes de los que goza esta corte y la
inapelabilidad de sus fallos, por mucho que lo nieguen con vehemencia
los expertos, juristas y analistas de turno, en un coro al unísono digno
de un villancico de los Niños Cantores de Viena.
Quizá digan algunos que es una posibilidad remota y especulativa la de que esta trampa se
active justo al paso del conejo; empero, creo modestamente que la
esta existe y es muy cierta. Llámenlo paranoia, pero la sombra
existe tal como la ficha “pierde todo” o la casilla negra de los juegos
de salón; nadie quiere caer allí, todos contamos con que no caeremos y
hasta procuramos olvidarla para no aguar la entretención, pero
precisamente para eso están: para caer.
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