Nota: este artículo estuvo publicado en mi sitio URBATORIVM por mucho tiempo en una versión resumida y más corta, pues iba a
ser llevado a otro blog con temáticas más propias de su contenido. No me
gusta modificar textos ya publicados, pero como este corresponde al
principal y que fue redactado hacia la misma época en que publiqué su
resumen acá, he decidido reemplazarlo sobre el anterior para evitar
confusiones y redundancias en las entradas. Espero que el lector me perdone
esta pequeña licencia, sólo por respeto a la cronología en que fueron hechas
y la unidad de los contenidos dentro de cada entrada del blog.
La epopeya de Iquique-Punta Gruesa, que recientemente iluminó otra vez
nuestro calendario de efemérides, pudo haber sido mucho más que un caso para
exposición escolar de valentía heroica o sólo una fuente de simbología
patriótica, pues constituyó un hito de profundas y muy reales consecuencias
diplomáticas que, en la práctica, aseguraron el futuro de Chile en aquella
contienda y volcaron el curso que estaba tomando hasta ese momento la
proyección de los aliados, particularmente en relación al involucramiento de
la República Argentina en el conflicto bélico.
Se recordará que, además de la cuestión territorial en el Norte, a la sazón
continuaba vigente la disputa con el país platense por la posesión de la
Patagonia Oriental y Magallanes. Era casi imposible que lo sucedido en
Iquique no tuviese algún alcance en este complicado y ardiente contexto.
Argentina tenía aprobada en la Cámara de Diputados y por amplia mayoría (48
votos contra 10) la declaración de guerra contra Chile, desde septiembre de
1873. No era otra cosa que su respuesta a la invitación que, secretamente,
estaban formulando Bolivia y Perú para entrar a la alianza, indignando al
diputado argentino Guillermo Rawson que fue parte de la votación por la
negativa, y quien escribía reservadamente a su amigo Plácido Bustamante, el
21 de septiembre:
…nosotros,
en fin, aceptamos sin condiciones el pacto formado por la inspiración de
intereses que no son nuestros y conspiramos tenebrosamente en el sigilo
contra la república más adelantada de Sudamérica, nuestra vecina,
nuestra hermana en la lucha de la Independencia, nuestra amiga de hoy...
Siendo inminente la entrada argentina a la alianza, la buena estrella de
Chile vino a manifestarse con el empeoramiento de las relaciones entre
Argentina y Brasil justo en esos meses, dejando pendiente la aprobación del
Senado al proyecto de ley luego que éste decidiera darse un tiempo para
estudiarlo, motivando inquietudes y malestar en la diplomacia peruana que
hizo saber a Buenos Aires su temor de que terminara apartándose del
compromiso. Para la alianza, además, pesaba también que la cuestión entre
Bolivia y Argentina por la posesión de Tarija aún no estaba resuelta, y el
temor de que pudiese provocarse un acercamiento estratégico entre Chile y
Brasil si llegaba a ser conocida esta negociación.
Justo en este período de espera y estudio del proyecto, vino a firmarse casi
providencialmente el acuerdo entre Chile y Bolivia que permitió arribar en
el Tratado de 1874, distendiendo parte de la rigidez por la cuestión
territorial al eliminar mecanismos como el condominio y la repartición de
riquezas, que se habían establecido en el tratado de 1866 y que sólo
acabaron irritando más las relaciones entre ambos países en disputa por la
posesión de Atacama.
Sin embargo, el estallido de la guerra y la gesta de Iquique tendrían lugar
justo cuando se transitaba por un momento crucial para que el Senado
platense decidiera, por fin, si entraría a la alianza de Perú y Bolivia, con
el proyecto repuesto en el tapete ante el escenario del conflicto y las
exigencias aliadas por cumplir con el mismo.
A tal punto había llegado el interés para que Argentina aprobara el proyecto
de guerra, que el ministro representante argentino en Perú, José Evaristo
Uriburu, recibió por una intermediación del Ministro de Justicia de Bolivia,
don Julio Méndez, una propuesta de franja territorial en el Pacífico desde
el paralelo 24º al 27º, que La Paz le ofrecía como moneda de cambio para
entrar a la guerra. Ya el 26 de marzo, entonces, la Cancillería del Perú
había instruido a su agente en la capital argentina, Aníbal Víctor de la
Torre, para que consiguiera la adhesión de Buenos Aires basándola en esta
singular propuesta, agregando que su patria
"vería con placer que la Argentina tomase asiento entre los Estados del
Pacífico".
Coincidía que, desde fines de ese mes, el futuro Presidente de Chile, don
José Manuel Balmaceda, había llegado a Buenos Aires como enviado especial de
Santiago para tratar de asegurar la neutralidad del Plata y cumplir los
compromisos de solución de la cuestión territorial entre Chile y Argentina,
encabezando una complicada misión integrada por su hermano José Ramón, los
secretarios Adolfo Carrasco Albano y Guillermo Puelma Tupper y el adicto
Cornelio Saavedra Rivera.
Su presencia allá se había convertido en un infierno desde recién
desembarcado, debiendo soportar diariamente manifestaciones de grupos
belicistas argentinas a favor de los aliados y ataques a la legación chilena
o su comitiva. Una turba exaltada permanecía concentrada frente al edificio,
casi acampando allí y protestando ruidosamente contra la presencia del
ministro, proclamando simpatías por los aliados e ignorando las voces más
sensatas que había en Buenos Aires y que desaconsejaban estas provocaciones.
De hecho, el mismo día 5 de abril en que Balmaceda presentó credenciales,
durante la noche se realizó una controvertida reunión de confraternidad
dirigida por Oficiales del Ejército argentino, brindando abiertamente
"por la próxima victoria sobre Chile" por parte de los aliados.

José
Manuel Balmaceda (1840-1891).
Justo vino a tener lugar la gesta heroica de Iquique en el mes siguiente,
uno de los más complejos y peligrosos que haya visto la legación chilena en
Buenos Aires durante su historia. Tanto era así que el Canciller Domingo
Santa María había pedido a Balmaceda cancelar la misión y volver a Chile, el
día 2 de mayo, recibiendo la negativa del enviado como respuesta. Balmaceda,
aferrado a los últimos sentimientos americanistas que profesó por tanto
tiempo y estaban próximos a caer heridos de muerte como consecuencia de su
calvario en Buenos Aires, aún confiaba en obtener una respuesta
satisfactoria de las autoridades locales.
Se sabe que las primeras noticias difundidas sobre la doble gesta del 21 de
mayo, con los combates de la Rada de Iquique y de Punta Gruesa, fueron muy
fraccionadas y confusas, perturbadas por las dificultades de la comunicación
de esos años y también por la ansiedad de la propia situación en pleno
ambiente de guerra. Por las distancias, entonces, la información sobre la
muerte en combate del capitán Arturo Prat y los héroes chilenos de la
"Esmeralda", arribó a Buenos Aires doblemente contaminada por la parcialidad
y por la pasión patriótica aliada, a partir de los días 23 y 24.
Una serie de historias imprecisas y especulativas venían dándose por hecho
desde hacía semanas en Argentina: que Bolivia había recuperado Calama, que
el "Huáscar" había echado a pique a la nave chilena "O’Higgins", etc. Ahora,
pues, endeblemente informados sobre lo que acababa de suceder ese 21 de
mayo, los grupos más belicistas se enteraron o bien se concentraron en solo
la mitad de la historia: que la "Esmeralda" había sido destruida por el
"Huáscar" cuando intentaba huir, anotando un triunfo peruano.
Eufóricos, los exaltados improvisaron un verdadero carnaval callejero de
festejos y luego aparecieron titulares delirantes de la prensa, donde se
aseguraba que la "Covadonga" se había rendido de manera humillante y que
ahora la flota peruana marchaba para bombardear Valparaíso. Sólo
editoriales de periódicos como "La Tribuna" y "La República", además de la
prensa extranjera, evitaron caer en esta extravagante precipitación y
llamaron a la mesura. Y luego, dando por hecho que ahora Argentina entraría
al apoyo directo de Perú y Bolivia dada esta eventual destrucción del poder
naval chileno, a las pocas horas organizaron una masiva velada en el Teatro
Colón de Buenos Aires, presidida nada más y nada menos que por Bernardo de
Irigoyen, los Generales Frías y Guido y varias otras autoridades, celebrando
el "triunfo aliado" en Iquique.
Sin embargo, la amarga sorpresa se la llevaron el día 25, cuando llegó la
totalidad de la historia sobre lo que había sucedido: los chilenos actuaron
con coraje y bravura impresionantes, siendo saludado su arrojo por todos los
veedores internacionales y la prensa extranjera. Y para peor, la marina de
guerra peruana acababa de perder una de sus naves más importantes con la
destrucción de la "Independencia" por la sagacidad de Carlos Condell y los
hombres de la débil "Covadonga", en una batalla prácticamente sin parangón
desde la lucha de David y Goliat.
La instantánea decepción de los grupos belicistas en la capital argentina
fue mayúscula. La gran concentración que por semanas había hostigado con
bombos e insultos a la legación chilena, día y noche, desapareció de súbito
y sin dejar huellas. Y ya en horas de la noche de ese mismo día, el canciller argentino Montes de la Oca acudió a felicitar a Balmaceda porque
"la Marina de Chile se ha cubierto de glorias".
Era lo que el enviado chileno necesitaba para entender la fiebre pro-aliada
opositora a la neutralidad había sido herida de muerte.
Desde aquel instante, entonces, la actitud de Buenos Aires estuvo expectante,
marginando las voces de los que habían presionado para una intervención y
que veían con triunfalismo la entrada a la alianza. Fueron meses de
contención y de exasperaciones, en que se venía la hora de enfrentar el tema
decisivo para Argentina: la ratificación o el rechazo del Senado a la ley
que autorizaba al Ejecutivo para declarar la guerra a Chile, compromiso que
Perú insistía desesperadamente en que Buenos Aires cumpliese, al ver
destruidas sus posibilidades de haber decidido la guerra en el mar. Lo
propio hacía Bolivia, con el envío de Antonio Quijarro a la capital
platense.
Sin embargo, tras la destrucción de la "Independencia" era algo quimérico ya
esperar que Buenos Aires se comprometiera directamente en la guerra luego de
tantos años de postergaciones y también de vacilaciones por el lado de la parte peruana, considerando que la creencia en una
superioridad de la marina de guerra del país incásico -en calidad y material- era uno
de los conceptos que movilizaron la confianza para allanarse a conversar
sobre la entrada a la alianza secreta y su aprobación en la Cámara de
Diputados.
Era esperable lo que sucedió en el Congreso de Argentina, entonces: el
Senado dejó prácticamente detenida la discusión del proyecto de ley, prolongándola por
todos esos meses a la espera de noticias aliadas favorables que nunca llegaron. El
proyecto se vio frenado y aplastado, de esta manera, por las dudas generadas
tras lo ocurrido en Iquique, pues se había confiado fundamentalmente en el
desempeño peruano en el mar para tomar la decisión de aprobar la
declaratoria, quedando ésta en tenso y angustiante suspenso.
La razón para decidir abortar el proyecto llegaría sola: con la muerte del almirante Miguel Grau y la caída del "Huáscar" en manos chilenas, capturado
en Angamos el 8 de octubre de ese mismo año, fue sellado definitivamente el destino de la
guerra en los mares y de la participación argentina en la misma. Acto
seguido, el Senado que había postergado la discusión de la declaratoria de
guerra a Chile ya para el período de legislatura extraordinaria de ese año,
retiró el proyecto de ley a mediados de ese mismo mes de octubre,
visualizando imposible a esas alturas alguna forma en que los aliados
pudieran ofrecer las condiciones necesarias para embarcar su país en
semejante aventura.
Dicho de otra manera, entonces, la doble epopeya del sacrificio de Prat y
los héroes de la "Esmeralda", sumada a la victoria de Condell y sus hombres
en la "Covadonga", fueron lo que comenzó a abatir el optimismo de las
fuerzas políticas simpatizantes con la incorporación de Argentina a la
alianza con Perú y Bolivia, y así el enviado Balmaceda pudo encontrar el
clima necesario para la neutralidad durante la guerra, situación que a la
larga, sería definitiva para los resultados en la conflagración.
Hay muchas razones para considerar que la Guerra del Pacífico fue ganada por
los chilenos a partir de ese 21 de mayo de 1879, a pesar de que quedaban aún
largos cinco años para terminar. Incluimos en tal conclusión, entonces, el
alcance diplomático que también tuvo sobre el conflicto entre Chile y
Argentina, a pesar de todas las observaciones que puedan hacerse sobre el
posterior desarrollo de la controversia territorial sobre la Patagonia y
Magallanes y de la propia guerra con los dos países aliados...
...Dos, que casi fueron tres.
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