Fragmento del plano de 1793 de don Andrés
Baleato, hecho a instancias del Virrey del Perú, y donde se observa al
Desierto de Atacama como territorio de Chile. La posesión de Atacama fue la
simiente de la disputa territorial Chile-Bolivia, la posterior Guerra del
Pacífico y, por supuesto, la tensión diplomática que hasta ahora se
sostiene.
Nota: artículo del año 2011, no actualizado.
La
tentación autodestructiva de los mandatarios bolivianos por arrojar al mar
(al mismo que aspiran) todas las negociaciones que se han tratado de llevar
con Chile desde la Guerra del Pacífico en adelante, aparentemente acaba de
cobrarse otra cuota con la reciente decisión del Presidente Evo Morales de
desahuciar tácitamente las conversaciones que se veían sosteniendo desde el
gobierno anterior para optar por una delirante apuesta internacional,
alineándose con las influencias estratégicas del vecindario: por un lado, la
seducción connatural de participar en las pretensiones de Perú sobre las
aguas oceánicas de Arica, y por otro, con la toma de posiciones de los
países atlánticos del eje izquierdista liderado por Venezuela.
Así
pues, por legítimo que sea el nuevo lineamiento decidido por La Paz para su
propio destino, el hecho probable es que ahora habrá de partir a la Corte
Internacional de La Haya a exigir la tácita caducidad del Tratado de 1904 y
la restauración del estatus territorial que ambos países tenían en la
ambigüedad de los tratados anteriores que sólo sirvieron para ser simientes
de perpetuidad a los efectos de la conflagración del salitre.
En
un cálculo frío y racional, la determinación de Morales es diplomáticamente
un disparate y un absurdo hasta para el más obtuso y menos versado de los
hombres que conozcan las aguas de la diplomacia. No obstante, el afán de la
Corte Internacional de Justicia por erigirse como la sala magna del mundo
puede jugarles muy a favor, y lo sabemos.
Desde
el país altiplánico todo parte de la obsesión y los laureles caudillistas
que, desgraciadamente, le han metido en la cabeza dos asesores jurídicos
altiplánicos cuyos nombres son casi desconocidos acá en Chile: los hermanos
Víctor Hugo y Wilfredo Chávez Serrano, quienes venía insistiendo en su tesis
a los distintos mandatarios bolivianos desde los tiempos del Presidente
Carlos Mesa, sin que los tomara en serio. No son los primeros ni los
últimos, pero parecen estar en el punto decisivo de lo que ha sucedido.
De
ahí el espectacular giro de Morales con respecto a lo que habían sido sus
declaraciones horas antes de anunciar la decisión de golpear las puertas del
tribunal internacional, pues todo indica que cayó en la hipnosis de las
cobras sólo en estos días de marzo recientemente pasados, cuando hizo
público su plan y declaró haber sido engañado por el Chile en estos
cinco años de negociación a “agenda abierta”. Posteriormente, avisó de
agregar el tópico del río Silala a la misma cuestión.
Habría que tener una candidez extraterrestre para creer que La Haya se
allanaría a anular un tratado limítrofe desatando una escalada de posibles
reclamaciones internacionales solicitando lo mismo; pero el escenario que se
ha procurado en este caso es el mismo que reinó en todo el siglo XX y sí
tiene chance para el internacionalismo invasivo de estos estamentos. O sea,
el discurso boliviano del encierro secular, de la virtual sofocación por la
carencia de costas propias y, por sobre todo, acusar una negativa constante
de parte de Chile a resolver el tema de una cesión de “salida al mar”
a pesar de las veces que ha tratado el tema, eufemismo que, en realidad,
debiese ser un “acceso al mar”. El líder cocalero se arrojó de lleno
a esta nueva-vieja retórica, en sólo cosa de un amanecer a otro.
Así
pues, se describe un estado de enclaustramiento en la que se señala a Chile
no sólo como el responsable originario sino que, además, el decidido a
mantener y hacer perdurar semejante encierro por la vía de la negativa a
negociar y del incumplimiento de acuerdos con esa inclinación o posibilidad.
“Quieren hacer perder otros 132 años más”, ha dicho Morales en una de
sus varias declaraciones histriónicas y altisonantes, dadas como metralleta
en los escasos días transcurridos desde que anunció su marcha hacia La Haya.
Al
mismo tiempo, el mandatario ordenó a su equipo de militares y estrategas
revisar todos los tratados limítrofes con Chile para ver si queda por ahí
algo que estrujarle al tubo dentífrico. “Yo no soy experto, ni
historiador, pero la necesidad nos obliga a revisar documentos desde la
invasión europea, por eso sería un buen aporte para el pueblo boliviano”,
dijo también con vehemencia.
Por
su parte, su nuevo diablillo en el hombro, don Víctor Hugo Chávez, agregó de
su cosecha a otro medio boliviano:
…debemos lamentar que Chile, como antes y ahora, quiere ignorar el
diferendo que tiene con nosotros, quiere hacer ver a la comunidad
internacional que no existe problema alguno, pero que ellos, en un
espíritu de generosidad, quieren ayudar a nuestro país, cuando en
realidad nos despojaron de territorio y acceso al mar.
Empero, contraria a la verdad boliviana están los hechos: sus
interpretaciones serán discutibles, quizás, pero son hechos únicos y
sólidos; por lo tanto, también incómodos y molestos, de modo que sólo el
negacionismo diplomático puede zafarles de su presencia en la construcción
de un escenario jurídicamente favorable, tal como aquí sucede.
Y
estos hechos señalan que las negociaciones para la mentada “salida al mar”
se han producido entre Chile y Bolivia en al menos cinco oportunidades:
-
Los Protocolos cesión territorial de 1895-1896.
-
Las negociaciones de un corredor al mar entre 1948-1950.
-
Los famosos Acuerdos de Charaña de 1975 a 1977.
-
Las conversaciones de Montevideo de 1985.
-
Las negociaciones “gas-por mar” del año 2000 que casi establecieron un comodato gasífero para ese país en territorio costero chileno.
O
debiésemos decir que serían casi seis oportunidades, más bien, si Morales
hubiese permitido que avanzara sólo un poco más la que actualmente se
sostenía y que ahora anda por el limbo.
Pero
como en todas las ocasiones anteriores, fue La Paz la que les puso abrupto
final o al menos aseguró la frustración de la misma. Así como suena: lo más
sorprendente de todo es que ha sido la propia Bolivia la que ha hecho
fracasar todas estas negociaciones, ora por conflictos políticos internos,
ora por la eterna rivalidad entre “practicistas” y “reivindicacionistas”,
ora por acercamientos estratégicos con Perú. Que a Chile le haya convenido
estratégicamente este retiro, a la larga y en todos los casos, es otro
cuento.
De
hecho, tan errada está la estrategia ideada (aunque Morales aún no admita la
mano detrás de estas decisiones y de parte de la línea que finalmente,
llevará a La Haya), que en la misma queda confirmada la existencia de estos
anteriores intentos por resolver las aspiraciones marítimas de Bolivia y
cómo ha sido su país el que las descartó.
La
parte basada en esta ingenua estrategia de los Chávez y del Vicepresidente
Álvaro García Linera (verdadera voluntad del Poder Ejecutivo de Bolivia,
según muchas opiniones), por ejemplo, parece realmente impresentable, por lo
que no es de extrañarse que evolucione a otro enfoque de aquí a algún tiempo
más, como la de sostener un compromiso pendiente de Chile por darle mar a
Bolivia pero a partir de los intentos de acuerdo posteriores, probablemente
enfatizando aquellos en territorio ajeno al Tratado de 1904 (los ex
territorios peruanos).
Logotipo del grupo GAC-Pumas de la Fuerza Aérea de Bolivia.
Vamos viendo…
El
primer intento de negociación entre ambos países a propósito de este tema,
viene a tener lugar con el Presidente Jorge Montt y el Canciller Luis Barros
Borgoño, cuando se firman con el plenipotenciario boliviano Heriberto
Gutiérrez, el 18 de mayo de 1895, tres acuerdos o convenios protocolares:
uno de paz, otro de comercio y el tercero de transferencia de territorios de
Arica y/o Tacna, que a la sazón se encontraban bajo soberanía chilena tras
el Tratado de Ancón con Perú. Esto es un tema de vital importancia para el
punto central de argumentación propuesto para la potencial aventura
boliviana ante La Haya, como veremos, en su trabajo anunciado ya desde el
año 2001 (vuelto a presentar en 2004 y ahora en 2011, al fin con efectos) y
que circula por allí en formatos digitales.
En
el mencionado protocolo, Bolivia reconocía la soberanía absoluta de Chile
desde el Loa hacia el Sur (sobre los territorios atacameños que antes se
habían disputado) y devolvía la atención del Altiplano sobre esos puertos
otrora peruanos, pero que siempre habían sido de su interés incluso en
tiempos coloniales, cuando se le concedieron ciertas facilidades de uso
aunque sin jurisdicción sobre Arica.
Ahora bien, el problema estaba sujeto a la solución de las controversias con
Perú, país que seguía reclamando ambos territorios como propios y cuya
situación debía ser soluciona por un plebiscito de los habitantes, de
acuerdo a la paz de Ancón. Una vez superado teóricamente este escollo, el
acuerdo contemplaba la cesión territorial a Bolivia entre caleta Vítor y
Camarones, a cambio de lo cual La Paz indemnizaría la entrega con 5 millones
de pesos en plata.
Aunque los historiadores bolivianos culpan casi en perfecto coro gregoriano
a Chile del fracaso de esta negociación, existe un antecedente histórico que
pone de manifiesto desde dónde se gestaría su defunción, cuando los
representantes de Perú y Argentina fueron puestos en conocimiento de la
existencia de ellos gracias parlamentarios bolivianos contrarios a dicha
gestión, violando la confidencialidad de los acuerdos. La prueba de ello es
que el gobierno de Buenos Aires envió raudamente a Bolivia, el 6 de agosto,
al controvertido agente diplomático Dardo Rocha y Arana, amigo y ex
colaborador del General Julio Roca y ambicioso aspirante frustrado a
sucederlo en el cargo presidencial.
Rocha llegó al Altiplano especialmente instruido de informar a su ministerio
del desarrollo de estas negociaciones e intentar intervenir en favor de
desahuciar el acuerdo, ya que Argentina tenía particular interés en las
controversias del Pacífico y cómo estas afectarían sus aspiraciones sobre la
Puna de Atacama, otro territorio que también estaba en disputa con Chile.
Por otro lado, como los gobiernos bolivianos de los presidentes Mariano
Baptista y Severo Fernández Alonso fueron víctimas de una radical
impopularidad, sus enemigos políticos no cejaron en atacarlos haciendo
pública la negociación de Tacna y Arica, reclamando de regreso los
territorios “cautivos” de Antofagasta y sin perder un día en torpedear los
acuerdos.
En
este clima hostil, el representante chileno Juan Gonzalo Matta intentó
salvar los tres acuerdos de mayo firmando un nuevo protocolo en La Paz, con
fecha 9 de diciembre, donde se los presentaba como un todo indivisible y sin
la posibilidad de ser aprobados por separado o modificados. Ante este nuevo
panorama que ponía en peligro sus propósitos, Rocha no tuvo escrúpulos en
correr a persuadir a los opositores apenas entró el protocolo a la Asamblea
del Altiplano, violando los mínimos preceptos de prudencia diplomática y de
no intervención en asuntos extranjeros. Sin embargo, la tentación de los
asambleístas por Tacna y Arica fue mayor y se lo aprobó con gran mayoría
ante la desazón suya y de los políticos bolivianos más duros.
Iba
viento en popa el destino del acuerdo que habría sacado a Bolivia del
encierro geográfico que hasta hoy nos reprocha, cuando sucedió lo impensado,
justo en los meses en que correspondió la suscripción de un protocolo
adicional aclaratorio del 30 de abril de 1896, donde Chile reafirmaba su
compromiso a cumplir con la cesión territorial, pero con la condición de que
Bolivia ratificara los Protocolos de Crédito y Aclaratorio, ambos, algo de
vital importancia para comprender el desenlace de esta negociación.
Como
Lima ya estaba al tanto de estas conversaciones, el Presidente del Perú don
Nicolás de Piérola y su Canciller Ortiz de Zeballos comprensiblemente
saltaron como heridos por el rayo al ver peligrar sus expectativas de
recuperación de Tacna y Arica, por lo que ordenaron con urgencia a su
representante en Chile, Melitón Porras, presentarse en la Cancillería de
Chile el 10 de julio para asegurar que Perú jamás aceptaría ceder esos
territorios a Bolivia, aunque estuviesen bajo dominio chileno. La bravata no
fue suficiente, sin embargo, y las esperanzas chilenas de salvar el
protocolo continuaron al frente.
En
tanto, sin embargo, agentes peruanos en Bolivia lograron hacerse de
documentación secreta que lograron obtener directamente desde la Asamblea y
la hicieron pública, provocando un estallido de iras populares hábilmente
conducidas por los opositores, como queda testimoniado también en la prensa
paceña de la época.
El
ambiente rancio y nacionalista logró volcar la situación de mayorías y
minorías del año anterior, y el revanchismo cundió como el fuego en el pasto
seco. Para peor, el día 13 de agosto murió asesinado en la Plaza de Armas de
Sucre el plenipotenciario chileno Matta, aparentemente víctima de un crimen
pasional, aunque su verdugo, José Cuellar, jamás fue castigado pues se le
hizo pasar por demente.
Finalmente, triunfando el clima opositor y antichileno dirigido por los
exaltados, la Asamblea cedió a la presión del ala contumaz y, tras
extenuantes sesiones de debate y discusiones, declaraba con inusitada
prepotencia el 7 de noviembre, que Bolivia se reservaba el derecho “de
calificar si el puerto o zona que pudiese ofrecer Chile en cualesquiera de
los eventos previstos como subsidiarios de Arica, reunía o no las
condiciones establecidas en los pactos”.
Es
decir, La Paz elegiría a dedo el puerto de su gusto para ser cedido por
Chile para no perturbar los entendibles deseos peruanos de recuperación de
Arica.
Y
más aún: como correspondía la siguiente palabra legislativa a Chile, la
aprobación del acuerdo y la entrada en vigencia del mismo quedaban
condicionadas sólo a si el Congreso de Santiago lo ratificaba con esta
ladina observación adicional, sin otra alternativa. Esto es tan obvio que ha
sido reconocido tantos años más tarde por el propio encargado de la página
editorial del diario “La Razón” de La Paz, en una fuerte crítica a la
estrategia de los Chávez publicada el 3 de abril pasado, que acabamos de
encontrar haciendo algunas consultas en la prensa para este mismo artículo.
Evidentemente, la voltereta de carnero dada en aquel entonces sobre la
intención del acuerdo original por parte de Bolivia, pretendía descartar
Tacna y Arica para no dañar las pretensiones recuperacionistas del Perú
sobre esos territorios, y además complacía el deseo de los grupos
“reinvindicacionistas” altiplánicos con los ojos puestos sobre Antofagasta
y/o Mejillones, las “cautivas”, por mucho que los historiadores bolivianos y
sus simpatizantes incluso acá en Chile traten de minimizar este acto para
reducirlo de la verdadera dimensión que ocupa, como causal del aborto a los
protocolos de 1895 y 1896.
Así,
sin más remedio que el desahucio de las negociaciones, La Moneda dejó atrás
el proyecto de acuerdo, por lo que jamás fue aprobado en suelo chileno. De
ahí en adelante, todo se dirigió al Tratado de 1904 que, si bien acercó a
Bolivia como nunca antes a las costas del Pacífico gracias a las facilidades
procuradas para usar los puertos chilenos, no complacía sus aspiraciones
nacionalistas de costas propias, como sí lo habrían hecho las trasferencias
territoriales planificadas antes en los protocolos.
Pasado ya más de un siglo, los hermanos Chávez están convencidos de haber
descubierto un punto de partida para el eventual reclamo boliviano ante La
Haya, a partir del fracaso de esta negociación de fines del siglo XIX. Junto
con desconocer que la misma fue abandonada por la audacia y temeridad de La
Paz, prefiriendo la idea que dicta el dogma esencial de la historiografía
diplomática del país altiplánico y que responsabiliza a Chile por no darles
aprobación, los nuevos asesores indirectos o putativos del Presidente
Morales han propuesto como uno de los pilares de su llamado al tribunal
internacional, el hecho de que el Protocolo del 18 de mayo de 1895 nunca
fue cumplido por Santiago.
Es
decir, Chile se comprometió a entregar salida al mar en Tacna y/o Arica y
nunca lo hizo, así que merece ser llevado de una oreja hasta la corte de
arbitrajes para que cumpla con su deuda.
La
estrategia de La Paz, en este sentido, será proponer a Chile como el país
que incumplió los convenios y condujo por la fuerza al Tratado de 1904 que,
por ironía pragmática, Bolivia pretende mantener vigente por un lado (el de
las facilidades de uso de puertos, por eso nos acusa de no estarlo
cumpliendo cabalmente) y por otro pretende revisar para poder acceder a
costas propias y soberanas no contempladas en el mismo (pero sí en el
Protocolo de 1895, como hemos visto).
Tan
frágil es este plan, fraguado por los hermanos en su folleto titulado
“Proyecto de demanda marítima boliviana” donde se lo sintetiza y presenta,
que sus propios gestores han intentado darle un poco más de cuerpo
anticipando uno de los refuerzos que permitirían a Bolivia aparecer ante el
tribunal alegando que Chile es la parte incumplidora: por surrealista que
suene, los Chávez esgrimen como demostración empírica de su tesis el ejemplo
del Tratado de Paucarpata del 17 de noviembre 1837, cual prueba del
incumplimiento histórico chileno (ver periódico paceño “Cambio”, del 3 de
abril de 2011).
En otras
palabras,
se presentará un intento de acuerdo firmado entre el Protector Santa Cruz y
el Almirante Blanco Encalada, sin atribuciones para tal acto y con el único
propósito de evitar llevar a las manos a ambos ejércitos, que además nunca
fue aprobado, no sólo siendo anulado instantáneamente cuando llegó a Chile,
sino que le valió un bullado juicio militar al uniformado del que salió
limpio sólo por sus fuertes influencias dentro de los cuarteles y la
política, con la sentencia publicada con el título “Defensa del Jeneral
Blanco, dictamen fiscal y sentencia de la corte marcial que confirma la
absolución pronunciada por el Consejo de Guerra de oficiales jenerales sobre
los cargos que se hacían a dicho jeneral por su conducta en la campaña del
Perú”, de 1838.
Así
pues, Bolivia parte a presentarse a La Haya con un pie cortado y
hemorrágico: con la fotocopia de un protocolo que fue anulado por los otros
dos siguientes del 9 de diciembre de 1895 y del 30 de mayo de 1896, por
cuanto ambos establecían al anterior una carga modal de cumplimiento y
vigencia como compromiso, que era precisamente la condición de ser aprobado
en su conjunto por la Asamblea de Bolivia y en los términos ya propuestos,
cosa que ya hemos visto no sucedió, por decisión del propio país vecino que
prefirió alterar los términos de la cesión territorial y tomarse la libertad
de escoger a su acomodo un sitio en el litoral. No será de sorprender si
modifica sobre la marcha su postura argumental y quizás hasta su estrategia
general.
Al
parecer, los "asesores" no han caído en cuenta de que estos dos convenios
posteriores están directamente relacionados con la validez del anterior de
cesión territorial, por lo que si acaso se está en otro juego negacionista,
llevarlo así como se lee al tribunal sólo expondrá a Bolivia a verse como la
misma parte incumplidora que pretende ser imputada a Chile, además de
demostrar la legitimidad de las negociaciones posteriores que arribaron en
el vilipendiado y despreciado Tratado de 1904, lejos de haber sido firmado
con el corvo al cuello, como sostiene sempiternamente el discurso oficial
paceño.
De
paso, además, bastaría un par de minutos para que la representación chilena
demuestre, en base al mismo argumento expuesto por los juristas bolivianos,
que el Protocolo de 1895 que se alega “incumplido”, en realidad quedó
totalmente anulado y descartado el mismo día 7 de noviembre de 1896 en que
la propia Bolivia le dio el golpe de muerte con su cambio esencial sobre el
mismo, descartándose así toda supuesta vigencia que hubiese tenido ya al
momento en que debía ser ratificado por Chile, cosa que tampoco sucedió, por
lo mismo. En otras palabras, no hay NADA pendiente de cumplir al respecto.
Parece un hecho ya cómo evaluarán este bochornoso tránsito diplomático los
historiadores bolivianos del futuro, cuando hablen de “negociaciones
llevadas adelante con los gobiernos de Bachelet y Piñera”, que
parecieron promisorias pero que “debieron ser descartadas por el
Presidente Morales” ante la actitud de desidia y la presión chilena
“por hacerlos fracasar engañando a Bolivia”. Total, el papel, la
internet y hasta los libros de historia que más academicismo presuman,
finalmente aguantan de todo...
Y
ojo, porque es de sospechar que también lo puede hacer La Haya, así que no
hay garantías en esto.
Comentario recuperado desde el lugar anterior de publicación de este artículo:
ResponderEliminarUnknown11 de septiembre de 2016, 14:23
Gracias compatriota por vuestro excelente y bien documentado comentario, sólo lamento que blogs como el tuyo, que defienden nuestro territorio no se constituyan en permanentes, en luchadores incansables de la defensa de nuestra soberanía. Un abrazo.