Generalmente,
cuando los biógrafos del Libertador Bernardo O’Higgins Riquelme se
refieren a su temprana conciencia territorial sobre la naciente
República de Chile, no suelen ir más allá del famoso mantra “Magallanes, Magallanes…” que repitiera el prócer delirando ya en su lecho de muerte, en el exilio en Perú.
Bien: estamos de acuerdo en que O’Higgins consideraba a Magallanes, la Finis Terrae,
como la llave del futuro para su patria, y por eso se llevó hasta su
último aliento. Lo dice textualmente en sus misivas a amigos y camaradas
de armas. Sin embargo, cabe detenerse en una pregunta: ¿La llave PARA
QUÉ?
La
Patagonia y Magallanes tenían un valor propio que O’Higgins le conocía
perfectamente, a diferencia de la mayoría de sus demás compatriotas en
la época, según se deriva conclusión de las cartas que enviaba a las
autoridades chilenas, abogando fervorosamente por la pronta toma de
posesión del Estrecho. El 24 de octubre de 1830, por ejemplo, escribe al
futuro Presidente Joaquín Prieto insistiéndole en la necesidad de
incorporar a la República a todos los chilenos que vivían en las partes
más aisladas del territorio, demostrando sus convencimientos sobre los
chilenos de la Patagonia Oriental:
Estas
materias, repito, que ocupan mi imaginación, me permiten, mi querido
General, no solamente recomendarle, sino también imprimir en usted la
grande importancia de calcular y adquirir por todos los medios posibles
la amistad no solamente de los araucanos, sino con más vigor de los
pehuenches y huilliches, conviniendo, como yo convengo con Molina, que
todos los habitantes de los valles del Este así como del Oeste de los
Andes son chilenos. Yo considero a los pehuenches, puelches y patagones
por tan paisanos nuestros como los demás nacidos al norte del Biobío; y
después de la independencia de nuestra Patria ningún acontecimiento
favorable podría darme mayor satisfacción que presenciar la civilización
de todos los hijos de Chile en ambas bandas de la gran cordillera y de
su unión en una gran familia. Estas son las aspiraciones en que se ha
lisonjeado mi ambición en mi retiro.
Pero,
¿era sólo esa la visualización que O’Higgins le hacía a la Patagonia y
al extremo Sur del continente: el valor intrínseco del Estrecho en la
navegación mundial y en el comercio internacional? ¿O había algo más en
la conciencia del ex Director Supremo, particularmente por la proyección
de este territorio sobre la Antártica?
El
diplomático y escritor Carlos Silva Vildósola realizó uno de los
hallazgos más notables sobre el pensamiento de O’Higgins, mientras
escarbaba en el Archivo General del Foreign Office de Londres,
traduciéndolo al español y publicándolo en Santiago en el Tomo XVII de
la "Revista Chilena" de 1923. El extraordinario descubrimiento confirma
todas las sospechas sobre el conocimiento que Bernardo O’Higgins tenía
en relación a la soberanía antártica de Chile. Se trata de una carta
informativa fechada el 20 de agosto de 1831, firmada por el propio
Libertador y dirigida al miembro de la Real Marina Británica, Capitán
Coghlan. La nota iba acompañada de un "bosquejo comparativo" de las
ventajas geográficas de Estados Unidos de Norteamérica y la República de
Chile, situadas en extremos opuestos del continente pero, sin embargo y
por lo mismo, en posiciones de privilegio para alcanzar el poder
hemisférico.
Optimista
y visiblemente entusiasmado con el futuro que le pronostica a su país,
O’Higgins comenta la conveniencia de un plan de colonización chilena de
los territorios de la República, proponiéndole a Coghlan que dicho
poblamiento se hiciera con inmigrantes irlandeses, tal como se hacía en
buena parte de Norteamérica por esos días. Cuando el prócer señala la
frontera Sur de su patria (y aquí viene la gran sorpresa), indica que
ésta se situaba en la costa Atlántica desde la Península San José a
Nueva Shetland; es decir, en la Península Antártica, la misma que hoy
lleva su apellido en la cartografía oficial de Chile.
Dice O’Higgins al Capitán británico, entonces:
Chile
viejo y nuevo se extiende en el Pacífico desde la bahía de Mejillones
hasta Nueva Shetland del Sur, en latitud 65º Sur y en el Atlántico desde
la península de San José en latitud 42º hasta Nueva Shetland del Sur, o
sea, 23º con una superabundancia de excelentes puertos en ambos
océanos, y todos ellos salubres en todas las estaciones.
Abundando en sus buenos presagios, agrega alegremente a punto seguido:
Una
simple mirada al mapa de Sud-América basta para probar que Chile, tal
como queda descrito, posee las llaves de esa vasta porción del Atlántico
Sur...
El Capitán Coghlan consideró tan interesante este informe que lo envió personalmente al Foreign Office de
Londres, con el objeto de que fuese estudiado. Allí lo encontraría
Silva Vildósola, casi un siglo más tarde. Se entiende, así, por qué la
incorporación de la Finis Terrae le quitó el sueño hasta en su
último instante de existencia a don Bernardo. El 4 de agosto de 1842, le
escribía nuevamente al Presidente Bulnes, esta vez con un lenguaje
cruel e inquisidor:
No
ocultaré del conocimiento de Ud. la opinión y el pensamiento que ha
ocupado siempre mi imaginación. Que entre todas las medidas de mi
Gobierno no hubo alguna en que haya incurrido en mayor responsabilidad
ante Dios y los hombres, que al sancionar la ley por la que los límites
de nuestra Patria se hacían extensivos hasta el Cabo de Hornos, sin
tomar al mismo tiempo medidas efectivas para conferir las bendiciones de
la civilización y la religión sobre todos los habitantes comprendidos
dentro de estos límites. Yo por lo tanto me consideraría el más
desgraciado si no estuviese plenamente satisfecho que los autores de la
revolución del 28 de enero de 1823, fueron solamente los responsables
por el vergonzoso descrédito que recayó sobre la nación a consecuencia
del total abandono demostrado a la moral, a la religión y condición
física de los desgraciados, desnudos e ignorantes habitantes de la
Patagonia occidental y de la Tierra del Fuego, desde el año 1822, en que
se hicieron ciudadanos chilenos en virtud de la ley que declaró su
suelo parte integrante de la República.
El
General Bulnes ya estaba próximo a ser convencido por el comerciante
norteamericano George Mabon y por el exiliado platense Domingo F.
Sarmiento (futuro presidente de la Argentina) de fundar la colonia
chilena del Estrecho de Magallanes. Le propuso a O’Higgins regresar y
hacerse testigo en primera fila de los acontecimientos que tendrían
lugar. Lamentablemente, la salud de O’Higgins empeoró, falleciendo en la
hacienda de Montalbán el 24 de octubre siguiente.
El
sueño póstumo de O’Higgins quedó concluido el 21 de septiembre de 1843,
con la fundación del Fuerte Bulnes y la ocupación formal del Estrecho.
No
quedan dudas, entonces, de que -al menos en estas cargas- O’Higgins tenía una clarísima visión
territorial y proyectual para la soberanía de Chile en tiempos en que
las fronteras y los límites eran sólo una relación vaga e imprecisa
entre las repúblicas de la joven América emancipada. Y lo que es más
importante: el Libertador sabía perfectamente que había una relación
vincular entre Chile (y por extensión, el Cono Sur de América) y la
maravillosa tierra de la Antártida.
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