Nota: artículo del año 2012, no actualizado. Lo publiqué antes de que el tribunal confirmara el suicidio del presidente Allende y descartara (nuevamente) los cuentos sobre su supuesto asesinato en el Palacio de la Moneda.
Es extraña la situación del allendismo
chileno: sus partidarios han repetido por décadas el dramático último discurso
del infortunado ex Presidente, y sin embargo han sido incapaces de comprender
que son las palabras de un hombre que se despide, que dice adiós a sus
compañeros y que ha tomado la decisión de ponerle fin a su vida, como lo haría
también el periodista y amigo suyo Augusto Olivares, allí mismo. ¿Qué más podría
significar un cierre como éste?:
Estas son mis
últimas palabras y tengo la certeza de que mi sacrificio no será en vano.
Tengo la certeza de que, por lo menos será una lección moral que castigará
la felonía, la cobardía y la traición.
Unos dirán que su radical decisión fue por no
entregarse a sus adversarios, llevándose su propia existencia antes que
ofrecerla a la hoguera del enemigo. Para otros, habrá llegado a la drástica
determinación a sabiendas de que sería humillado y sometido a juicios en su
contra por parte de los vencedores, haciéndole responsable de la crisis que
condujo al rompimiento. Como sea, al igual que en el caso del Presidente
Balmaceda, su suicidio le consagra ante la historia con características de valor
y rectitud, acaso heroicas, propias de todo aquel que siente inmolarse por
causas superiores… Pero no todos quieren verlo así.
EL MITO DEL ASESINATO
Por años, partidarios de Allende sembraron la
idea de que el Presidente había sido ejecutado, asiéndose de uno de los varios
chistes de humor negro que lanzó esa mañana de septiembre de 1973 el General
Pinochet en medio de la asonada golpista, y que ni siquiera guardaba relación
con cómo fue la muerte final del mandatario, pues sugería tirarlo con avión y
todo en la cordillera.
Conscientes del valor propagandístico del mito
del asesinato, además, los ex integrantes de su guardia personal callaron por
años en sus lugares de exilio, guardando para sí los detalles del suicidio. Esta actitud es inexcusable.
Lo que muchos predicadores de la idea del
asesinato desconocían, sin embargo, era que esa versión de su muerte fue
sólo una de varias otras que circulaban entonces. Alguna de ellas, por ejemplo,
difundida por el colaborador de Allende don Luis Renato González (quien no fue
testigo de los hechos) alegaba que un militar intentó hacer que Allende se
rindiera al entrar a La Moneda y éste, encañonado y demostrando su
férrea decisión de no entregarse, se negó siendo asesinado en el acto. Ésta es
la versión que, al parecer, tomó el tirano cubano Fidel Castro cuando hizo un
sentido discurso en memoria suya a los pocos días de su muerte. Ha sido repetida
o aludida tácitamente, desde entonces, por una serie de autores que van desde el
escritor Gabriel García Márquez hasta el documentalista Michael Moore, por
supuesto que sin advertir que no existe ningún testigo o prueba de semejantes
hechos.
Existen otras historias extravagantes sobre
la muerte, pero sin duda que una de las más famosas y decoradas decía que su
cuerpo había quedado envuelto en una bandera chilena, allí junto al sillón, para
darle un toque de profundo simbolismo a su deceso. Aunque este detalle ha sido
negado por testigos y las propias fotografías, parecería ser en base a esta creencia
que la estatua de Allende en la Plaza de la Constitución lo
muestra saliendo precisamente del pabellón nacional, como si resucitara desde
él.
PERO EL MITO NAUFRAGA...
La primera en admitir explícitamente que
Salvador Allende se había quitado la vida por su propia mano, fue quizás Miria
Contreras, alias La Payita, su amiga, secretaria y al parecer también
compañera sentimental aunque muchos se esfuercen ahora por tratar de presentar
esta relación como un cuento antiallendista. Después de muchos años de silencio,
ella confesó cómo Salvador Allende se perdería del grupo que saldría a la calle,
asegurando que iría al final, y de pronto escucharon todos la ráfaga de
metralleta con que se quitó la vida; acto seguido, el intendente de Palacio don
Enrique Huerta gritó a todos: “¡El Presidente ha muerto!”.
La descripción era bastante aclarcadora,
pero la gente cree sólo lo que quiere creer, y La Payita fue calumniada
y atacada por los propios admiradores del ex Presidente a través de los
pasquines opositores hacia fines de los ochentas, poniendo en duda su
revelación.
Volvió a Chile la democracia poco después, en
1990, y comenzaron a aparecer también las versiones de otros testigos de la
muerte de Allende, confirmando el suicidio. El más directo e importante de ellos
fue el médico Patricio Guijón Klein, quien retrasó su salida con la demás gente
a la que Allende ordenó abandonar el bombardeado palacio, y vio personalmente
cómo el derrocado mandatario se suicidaba sentado en un sillón presidencial del
Salón Rojo tras colocar el arma entre sus piernas y dispararla en mentón.
La
ráfaga fue devastadora: había destapado la mitad del cráneo y el encéfalo casi
completo había quedado pegado en el techo, algo coherente con la dirección de
las balas, como lo demuestran fotografías y filmaciones realizadas minutos
después cuando La Moneda fue ocupada por las fuerzas golpistas. Y aunque muchos
intentan sacar conclusiones extrañas alrededor de la posición del arma sobre el
cuerpo del fallecido en esas imágenes, el propio doctor Guijón explicó que, en
su desesperación al ver la escena, se arrojó a tratar de asistir al fallecido y
hasta intentando tomarle el pulso, pero todo ya era inútil tras semejante
lesión.
Otro médico allí presente, José Quiroga,
también guardó silencio por años fomentando el mito del asesinato, hasta que al
fin habló admitiendo una versión similar a la de su colega Guijón. La segunda
autopsia realizada al cuerpo confirmó lo mismo, siendo aceptada como causa de
muerte por sus familiares. Y en 1991, finalmente, el Informe de la Comisión de
Verdad y Reconciliación (Comisión Rettig) estableció lo siguiente (los
destacados son nuestros):
El día y las
circunstancias en que el Presidente Allende SE QUITÓ LA VIDA marcan un
extremo de división en la sociedad chilena.
En definitiva, poco y nada había para
respaldar ya la leyenda negra del asesinato del Presidente Salvador Allende, con
todas las evidencias apuntando con claridad al suicidio que anuncia tácitamente
en su último discurso… Pero la tozudez de algunos fue más fuerte, como siempre.
Incapaces de aceptar cómo fue realmente su
muerte y habiendo perdido de manos ya la oportunidad de señalar a los militares
como autores del imaginario asesinato, un grupo de persistentes testarudos
(entre los que figura el primer juez-opinólogo de la historia de Chile) se ha
resistido a aceptar desde entonces los hechos y, luego de muchas vueltas, han
presentado una nueva tesis más ecléctica e integrista para salvar la idea del
crimen, aunque ésta no resistiría ni tener cerca siquiera al cuchillo de
Occam: el ex mandatario intentó suicidarse pero no lo consiguió, así que
debió ser asistido por un agente especial que le dio muerte. Según esta extraña
idea, el autor final de la muerte habría sido el propio intendente de Palacio,
Sr. Huerta.
Veamos cómo llegaron a semejante conclusión…
CÓMO INDUCIR A FALSAS PREGUNTAS
Sin dejar pasar la oportunidad, como gran
adalid de esta nueva ofensiva en favor de la leyenda negra, se vuelve protagonista de pronto
el periodista y ocasional escritor Camilo Taufic, cuyo nombre me resulta
ácidamente conocido, pues -a riesgo de viciar esta exposición la falacia del argumento ad hominem- es la misma persona que hace un par de años me acusó a mis
espaldas y sin mencionarme directamente en la administración de Google blogs
por un supuesto plagio que -según él- yo habría practicado sobre un
artículo suyo relativo al
origen de la historia de Melville sobre la ballena Moby Dick. Al parecer, Taufic quería ser el único que tenía publicado en
castellano algún artículo relativo a esta historia y al origen de la leyenda de
la ballena blanca en las costas chilenas, y no soportó que existiera otro texto
más completo y detallado que el suyo a este respecto.
Así pues, como soy una fuente con tendencias
quizá prejuiciadas hacia este señor (por justificadas o no que estén), de quien
sólo conozco una plétora de afirmaciones temerarias publicadas en formato libro
con el título “Un extraterrestre en la Moneda y otras crónicas asombrosas”,
veamos qué dice uno de sus propios amigos a propósito de una crítica al mismo
libro suyo: “A Camilo Taufic, como a cualquier oriundo de la Patagonia, no
se le puede creer mucho”. Creo
que esto aplica perfectamente en este caso, en consecuencia.
A mayor abundamiento, con las afirmaciones
vertidas en sus columnas de “La Nación” y que sirvieron de base para ese libro,
podemos evaluar la seriedad investigativa del autor: sobre la famosa y
truculenta “autopsia de un extraterreste” de 1995, por ejemplo, que ya ha sido
demostrada como falsa y producto de un cuidadoso negocio que involucró todo el
montaje hecho con un muñeco de goma relleno con órganos verdaderos de animales,
el periodista aseguraba que “aparte del público británico, nadie volvió a
ver completo el film”, pues, según él “los servicios secretos de una
gran potencia occidental, que sistemáticamente bloquean cualquier prueba
medianamente aceptable sobre la existencia de seres inteligentes en otros
planetas, inmediatamente fabricaron miles de ‘copias truchas’, denunció el
diario ‘Crónica’ de Buenos Aires”. (Diario “La Nación Domingo”, 30 de
abril de 2006).
Notable intento por insistir en que el Rey
está vestido cuando a la vista de todos camina desnudo... Así, siempre atrapado en su
extrema credulidad para con temas de ufología y vida extraterrestre, un tiempo
después publica una calurosa defensa del charlatán profesional ufológico el
empresario digital Joe Firmage. Y conste que no me parece mal periodista: simplemente,
teniendo algunos puntos bastante positivos en sus crónicas, guatea y decae
gravemente cuando se propone a sí mismo como gran revelador de verdades ocultas…
Como el asesinato de Allende, por ejemplo.
En fin, Taufic es ahora el personaje que ha
asumido la loable tarea (personal o por encargo, no sabemos) de intentar poner
en duda el suicidio del ex presidente, pedir “aclarar” el caso y motivar a los
tribunales de justicia de Chile, con una combinación de temas de derechos
humanos y de efectismos políticos de contexto, en la misma causa
seudo-revisionista… En realidad tenía el perfil ideal para ello, con sus
antecedentes a la vista.
PRIMER ACTO: "SEMBRAR DUDAS"
Bien, ¿qué es lo que dice este caso típico de
la imprecisión, politización y la falta de rigurosidad investigativa, sobre la
muerte del ex Presidente Salvador Allende?
Aunque Taufic, particularmente, ya puede
haber acariciado la idea en su libro “Chile en la Hoguera. Instantánea del Golpe
Militar”, de 1974 (no opinaré de un libro que no he leído, ni leeré), comenzó
tímidamente a reponer el mito proponiendo dudas sobre el tipo de arma regalada
por Fidel Castro al mandatario y con la que se habría quitado la vida (“La
Nación” del martes 25 de septiembre de 2007). Como no fue refutado a tiempo,
prendió rápido tomando vuelo y de la duda pasó a la certeza de que Allende fue
asesinado, predicando como pregón este producto editorial en nuestros días.
“Suicidio asistido”, será su teoría.
Coincidió que ciertas especulaciones sobre la
muerte de Allende comenzaron a rondar luego de la publicación de
un autor extranjero que aseguraba que el presidente fue ultimado por agentes de
su propia escolta en La Moneda y bajo mando cubano. Ya veremos más al respecto.
Al mismo tiempo, un informe publicado por el médico forense Luis Ravanal también
intentó poner el duda los resultados de la última autopsia que confirmaba el
suicidio.
La versión del asesinato por eventual “fuego
amigo” incluso fue rechazada por el muy antimarxista Hermógenes Pérez de Arce en
su columna del diario “El Mercurio”. Otros, en cambio, vieron en ella la ocasión
de restaurar el mito. Así, la gesta de esta cruzada comienza formalmente en los
tribunales. La propaganda de Human Rights Watch hizo el resto pidiendo
“aclarar” la muerte, partiendo -por supuesto- de la tesis
internacionalizada por la publicidad de la izquierda en sus años de exilio y
represiones, todavía popular fuera de Chile, respecto de que Allende fue
asesinado y no se suicidó. Hablando siempre en potencial, para abrirle espacio
a las dudas, el director de HRW para Latinoamérica, José Miguel Vivanco, declaró
en una radio:
Hay que actuar con la mayor
transparencia, hay que dar todas las facilidades a la Justicia, que se ha
mostrado independiente y objetiva, para que llegue al fondo de la discusión
y se establezca la verdad de lo que ahí ocurrió (…). Hay dudas respecto de
la muerte de un líder en las condiciones que se produjo esa muerte, en pleno
bombardeo de La Moneda, y pudiera haber evidencia que demuestre una tesis
distinta.
(Portal Terra.cl, 29 de enero
de 2011)
O sea, si pudo ocurrir, entonces ocurrió…
Y fue así como el 6 de enero de 2011 se dio curso para investigar 726 casos de
violaciones a los derechos humanos hasta ahora desconocidos, pero entre los
cuales se metió casi como cuña forzada la muerte del Presidente Allende,
desestimando los comentarios que el propio Informe Rettig formuló en su momento
sobre la naturaleza diferente de la muerte del ex presidente con respecto a los
demás casos de violaciones a dichos derechos. Quedarían en manos del ministro en
visita de la Corte de Apelaciones de Santiago, Mario Carroza.
Siguiendo con la estratagema de confundir en
donde no se puede convencer, correspondió al diputado comunista Hugo Gutiérrez
seguir abonando a la gestación de dudas infundadas, con una conferencia ofrecida
a principios del mes siguiente y en la que expresó:
Creo que hay personas que todavía
tienen dudas del suicidio del ex Presidente Salvador Allende (…) me incluyo
en los que exigen certeza judicial, en consecuencia yo no sé si Salvador
Allende se suicidó o lo mataron. Lo que yo pido es certeza judicial, una
investigación de un poder del Estado que establezca qué fue lo que ocurrió
(Portal Noticias123.cl, 2 de febrero de
2011)
SEGUNDO ACTO: "DAR POR HECHO EL ASESINATO"
Coincidentemente (o no tanto), el 4 de
febrero siguiente los representantes de un movimiento llamado Acción Socialista
Allendista presentaron el primer recurso judicial pidiendo también “aclarar”
la muerte del presidente Salvador Allende. Específicamente, se trataba de
una querella por el delito de homicidio calificado… La conjura había
surtido efecto, como se ve.
Pero como resulta imposible “aclarar” lo que
ya está claro, su abogado Eduardo Gutiérrez intentó plantear también un
escenario difuso y nebuloso como inspiración de la querella, con una descripción
ambigua como motivación de las medidas cumpliendo así, tal vez, con la consabida
estrategia de algunos hombres de leyes de intentar fabricar certezas como
alternativa de explicación para inexistentes dudas:
…aún en la hipótesis de que el
Presidente Allende se hubiera suicidado, lo que hizo fue que cercado,
posterior a un bombardeo, bajo fuego de metralla, no se entregó vivo. Por lo
tanto aquí hay una inducción, un intento de asesinato y un crimen de lesa
humanidad contra un presidente de la República.
(Portal Terra.cl, 4 de febrero de 2011)
Es decir, como sea que muriera Salvador
Allende, su fallecimiento pudo ser un crimen, con lo que queda sentado entonces
lo “razonable” de toda duda sobre su suicidio. He ahí el cumplimiento de la fase
siguiente para darle veracidad a lo que no lo tiene, entonces: la prensa no ha
parado de hablar del “homicidio de Allende”, incluso un diario que es
señalado por esos mismos grupos propagandísticos como representante de la fuerza
editorial derechista que monopolizaría los principales medios de prensa
nacionales, y que ha publicado:
El pasado cuatro de febrero, el
movimiento socialismo allendista presentó una querella por el delito de
homicidio calificado del ex presidente Salvador Allende, en la que sostienen
que aún en el caso del suicidio, que según ellos sería inducido y forzado,
existirían responsabilidades penales.
(“La Tercera” del viernes 11 de febrero de 2011)
Al no recibir noticias de la resolución que
le debía dar tramitación a la querella, el mismo día se presentó en la Corte de
Apelaciones el abogado Roberto Ávila, para insistir en que se avance con el
asunto. En tanto, sin embargo, la desinformación ya se valía de los agitadores
de siempre y en terreno propio. Así pues, el cineasta Miguel Littín también se
levantó raudo a hacer su parte, declarando con gran propiedad y vehemencia,
resucitando la vieja tesis publicitaria de la muerte de Allende:
Todo indica que el presidente Allende
fue asesinado, porque las tropas que entraron a La Moneda no entraron a
saludarlo, entraron a matar a su enemigo, que en ese minuto era Allende.
(Portal PrensaLatina de Cuba, 29 de enero de
2011)
De paso, ¡bingo!: el director de cine anunció
un oportuno proyecto fílmico suyo que retrataría los últimos momentos de
Salvador Allende y las nuevas teorías sobre su muerte… A estas declaraciones se
sumarán, además, las de la presidenta de la Agrupación de Familiares de
Ejecutados Políticos, hablando directamente del “magnicidio” de Allende, con lo
que ya se da por hecho su asesinato, entonces.
TERCER ACTO: "TOMADURA DE PELO"
Decía ese principio proclamado por Voltaire:
“Miente, miente… que al final, algo queda”… Frase infame que ha sido
erróneamente atribuida a los nazis por las mismas corrientes políticas que ahora
intentan dar por hecho el mito del asesinato de Allende, cumpliendo cabalmente
con la indicación de semejante exhorto.
Correspondió, entonces, el momento en que
sale al baile nuestro mencionado Taufic, aportando la parte que faltaba a la
campaña para sostener las razones de ir a golpear las puertas de los tribunales.
Así pues, sin perder minuto, presentó a la agencia EFE sus investigaciones
“de los últimos años” en donde concluye que la muerte de Allende fue un
suicidio asistido, pues el mandatario intentó quitarse la vida sin
conseguirlo, quedó mal herido a consecuencia de ello y uno de sus escoltas del
GAP debió darle el tiro de gracia para consumar la muerte.
Para Taufic, fue el
propio intendente de palacio, el señor Enrique Huerta, quien dio este tiro
definitivo en la cabeza del derrocado mandatario, valiéndose de un fusil. Muy
conveniente elección para endosar el pretendido crimen, por supuesto, porque
desde ese mismo día Enrique Huerta figura como detenido desaparecido y fuera de
toda posibilidad de defenderse de tales imputaciones.
Desde ahí, enlaza su relato de
nuevo con testimonios como el de La Payita, que a continuación ven a
Huerta “llorando, vuelto loco, diciendo que había muerto el presidente”,
según sus palabras.
Hasta aquí pareciera que la historieta del
asesinato se ajusta a una versión caribeña de que Allende fue asesinado por sus
propios hombres, pero el periodista y ufólogo aficionado agrega un detalle
adicional que salva del ocaso las acusaciones por las culpas que recaerían
directamente sobre los militares alzados por el supuesto magnicidio, al decir
que ellos montaron la escena del crimen por encargo del General Javier Palacios,
militar a cargo del asalto a La Moneda:
…empuñando un arma rusa, regalada por
un jefe de Estado comunista, con la cual se dispararía en defensa de su
Gobierno, ligando el fracaso de la vía pacífica y la vía armada al
socialismo. (…) Palacios los convenció de que era más decoroso y digno para
la historia que todos dijeran que se suicidó con la metralleta de Fidel
Castro.
(Portal Terra.cl, 4 de febrero de
2011)
Aunque no se ofrece prueba, concluye en que
Palacios no dirigió la toma y desalojo de La Moneda, sin embargo, sino que sólo
estuvo allí para montar esa escena de la muerte de Allende… Y ¡bingo otra vez!:
como Littín lo hará en su área de cine, Taufic tiene la intención de publicar
también un trabajo literario dedicado enteramente a explicar desde su tesis la
muerte de Allende.
CUIDANDO EL PELLEJO AL GAP Y A CUBA
Pero como todas las mentiras son complicadas
y complejas en su necesidad de adaptarse a los hechos ciertos, la nueva novela
sobre la muerte de Allende se vuelve una maraña de enredos y conspiraciones que
se ve enfrentada al peligro de salpicar las culpas directamente al Grupo de
Amigos Personales del Presidente (GAP) y a los extranjeros de confianza del ex
mandatario que le han servido también de informantes al periodista, en algunos
casos. Su tejido requería también de algunos elementos para expiar por
anticipado posibles culpas entre los de sus propias filas izquierdosas.
Vamos viendo, entonces... Para rescatar de
culpas a los GAP, por ejemplo, agrega Taufic de su cosecha a toda la
reconstrucción que pretendidamente ha logrado entrevistando a fuentes
confiables:
Que nadie interprete que a Allende lo
mató un GAP; Huerta completó el suicidio como un acto de solidaridad humana
y política con su presidente.
(Portal
Terra.cl, 4 de febrero de 2011)
Es decir, toda la responsabilidad material de
la muerte, incluido el “tiro de gracia” que declara sobre Allende, es culpa
indivisible de los golpistas y no de quienes dispararon la supuesta arma
homicida. Se le han ahorrado no sabemos cuántos meses o años a los tribunales de
justicia chilenos con esta conclusión, por lo pronto.
La otra manipulación evidente que se hace
sobre la propia teoría, es ocultar que ésta se basa esencialmente en
investigaciones de autores como Enrique Ros y Eduardo Mackenzi, respecto de que
habrían sido los propios agentes cubanos los que dieron muerte a Allende,
particularmente Patricio de la Guarda siguiendo órdenes explícitas de Fidel
Castro a este respecto. Pero como el tenor de esta idea está en el lenguaje
anticomunista que tanto incomoda, el mismo señor Taufic que me acusaba
creativamente hace poco de plagiarle con disimulo su artículo de Moby Dick, se
toma ahora la libertad de construir la historia del suicidio asistido con el mismo recurso ladino,
omitiendo algunos de los detalles aportados por Ros y Mackenzi, para no
complicar a amigos. Es decir, propone un subproducto de esas teorías… El propio
Ros lo ha dicho recientemente:
El periodista de ahora, días atrás,
afirma que 'Allende falló al suicidarse y un escolta le dio el tiro de
gracia' y menciona en su retorcida versión, los nombres que en mi anterior
artículo yo citaba: el GAP, Danilo Bertulín, Patricio Guijón, Víctor Pey y
Joan Garcés. Omite, entre otros, el de Patricio la Guardia en un intento,
pueril, de alejar La Habana del crimen cometido en la Casa de la Moneda, el
palacio presidencial de Santiago de Chile.
(“Diario Las Américas” de Miami, viernes 11
de febrero de 2011)
En efecto, la teoría de Ros que sirviera de
base para el nuevo cuento, dice que fueron el cubanismo enquistado en la Unidad
Popular y sus agentes los que decidieron darle muerte a Allende para elevarlo a
categoría de héroe o mártir y adicionar utilitariamente su ejemplo a la causa.
Por lo visto, la capacidad de adaptación de
argumentos por parte del periodismo pseudo-revisionista es otro rasgo
admirable, aunque los resultados sean de todos modos rebuscados y poco
creíbles.
LOS ARGUMENTOS Y LOS ARGUMENTANTES
Para poder dar solidez a tan disparatada y
confusa teoría, donde enemigos conspiran por alguna secreta inspiración común
contra la verdad de la muerte de Allende, se procede a asociar un presunto pacto
de darle muerte con el tercer médico que estaba presente en La Moneda aquella
mañana: Danilo Bartulin, precisamente el que menos ha dado testimonios y que
vivirá retirado en Cuba. Para desacreditar al doctor Guijón, en cambio, que sí
ha dado su testimonio y que sí observó en persona el suicidio o, cuando menos,
los segundos inmediatos al mismo, el periodista se le arroja encima poniendo en
duda su versión de haberse devuelto hasta las dependencias donde estaba Allende
mientras los demás iban saliendo, definiendo como “algo absolutamente
absurdo” que el médico explique su deseo de regresar por haber ido a buscar
una máscara antigás u otra motivación.
Sobre
el arma con que se quitó la vida, se asegura también que la AK-47 de
Allende no estaba en La Moneda, sino que la
atesoraba en su casa de El Cañaveral y de allí nunca salía. Para
sostener esto, algunos me sugieren recurrir al testimonio de los
asesores españoles del ex mandatario, Víctor Pey
y Joan Garcés, de los que da plena fe… Los mismos que fueran señalados
en la operación judicial relativa a la propiedad del diario “El Clarín”
que podía sacarle millonarias multas al
Estado de Chile, dicho se a de paso, aprovechando de una gestión de
compra que el
propio Allende le había confiado a Pey y que quedó inconclusa con el
advenimiento del golpe militar, permitiéndole a este último presentarse
después
como el propietario de ese medio. Pero esa es otra historia.
Entregando sus confianzas a estos
personajes y torciendo sus testimonios, se sostiene que el ex Presidente intentó suicidarse en realidad con
un revólver que guardaba en su escritorio según “testigos de la época”,
sin conseguirlo y siendo rematado por Huerta. Se agrega como confirmación un
informe del año 2008 emitido por el mencionado doctor Ravanal, ex tanatólogo del
Instituto Médico Legal, según el cual había un posible error en los resultados
de la autopsia del cuerpo que no habría estimado la presencia de dos impactos de
balas de distintos calibres y armas en el cráneo de Allende.
No
está por demás advertir -otra vez asumiedo los riesgos de juzgar al
mensajero y no al mensaje, lo admito- que el médico aludido es
todo un personaje en estas aguas nigromantes, también ducho en la misión
de
sembrar dudas: tras sostener una fuerte polémica con las autoridades del
Servicio
Médico Legal el año 2004 y desde que debió abandonar esta institución,
se ha
dedicado a cuestionar los resultados varias investigaciones de la misma
con
respecto a casos de derechos humanos o crímenes de gran connotación
pública,
como es el de la universitaria Cynthia Cortés. También echó mano a
antiguos
y controversiales casos como el de Rodrigo Anfruns y de José Tohá,
siempre
acusando errores, manipulaciones y otras denuncias que lo han hecho
virtualmente
popular en el revisionismo forense.
Pero el mismo tanatólogo fue
fuertemente
cuestionado durante el reciente desarrollo del caso de “La Quintrala”
(los
crímenes por encargo de Pilar Pérez) cuando, trabajando como perito,
habría ofrecido pruebas que exculpaban al sicario Ruz y a las que la
fiscalía respondió
demostrando que el médico ya se había puesto en cinco casos anteriores
del lado
de las defensas con informes que fueron desacreditados por los propios
tribunales respectivos. Por ejemplo: había intentado sostener antes la
causa de
muerte súbita en el fallecimiento de un niño cuyo deceso se debió, según
se pudo
establecer, por parricidio cometido por su propios padres. En otro caso,
presentó la muerte de un indigente como accidente vascular, pero su
muerte se
precisó, finalmente, en una golpiza.
Más intrigante aún fue el caso de
un
empresario acusado por abusos sexuales de sus hijos y condenado por lo
mismo, mientras que Ravanal había presentado un informe en favor del
acusado.
REFUTACIONES
La senadora Isabel Allende, hija del
fallecido mandatario, fue una de las primeras en refutar la versión del
asesinato que comenzaba a tratar de ser introducida. Entrevistada por un radio,
declaró:
Si el doctor Ravanal quiere tener esa
opinión, está bien, que la tenga; pero la familia Allende, desde hace muchos
años que hemos sustentado fidedignamente lo que establecieron los médicos
que lo acompañaron hasta el final (…) No hubo ningún militar que subiera
hasta el segundo piso al momento de la muerte del presidente Allende, no hay
por donde sustentar aquello. Es más, sería tan grave como desconocer la
palabra de todos los que estuvieron con él, lo que además los pondría como
sospechosos porque no había ningún militar que subiera hasta ese momento (…)
Ya deberían tener respeto, si es que alguna vez lo sintieron, por los
dolores de una familia y de un país. Ya está bueno que entendamos -por lo
menos desde el punto de vista nacional-que para nosotros la única versión
fidedigna es la tienen los médicos.
(El
Mercurio” del miércoles 10 de septiembre de 2008)
Cuando comenzó la investigación del ministro
Carroza y sin poder guardar silencio ante los hechos de los que era el único
testigo directo, el doctor Guijón también sacó la voz otra vez y declaró en
forma tajante respecto de esta nueva indagación:
Yo creo que es muy poco probable que
cambie las cosas, porque yo no puedo cambiar la declaración que ya hice. Las
declaraciones mías siempre han sido exactamente iguales porque yo viví todo
eso que fue una experiencia extraordinariamente difícil (…) Es difícil
reproducir tal cómo fueron las cosas, paso a paso, los interesados tendrían
que ver eso y eso no lo van a conseguir porque ya no existe prácticamente
nada de lo que había. La Moneda está bastante cambiada así que reproducir
las cosas actualmente es bastante difícil (…) Lo que yo vi figura claramente
en todas las declaraciones que me han pedido y fui interrogado por el
Ejército, por los diarios, por todas partes… Mi declaración no ha cambiado
durante todos estos años. Yo he hecho una vida normal y apolítica durante
todos estos años, para mí ver eso, por más médico que sea, no es un
espectáculo que se me vaya a olvidar fácilmente.
(Portal Terra.cl, 28 de enero de 2011)
Sin embargo, antes de que alcanzara a primar
la sensatez, saltó a la palestra la versión sensacional del asesinato y volvió a
cobrar cuerpo. Como hemos visto, ya estaba sugiriendo desde el año anterior
algunas dudas que alimentaran la tesis del magnicidio. Pero su propuesta tan
apropiadamente lanzada justo en este actual contexto de querellas y movimientos
judiciales al respecto, también arroja al caudal una nueva instancia de
refutaciones a los débiles argumentos con los que construye una historia de la
muerte de Allende partiendo, precisamente, del resultado del informe del doctor
Ravanal.
El principal y más importante detractor de la
teoría de Taufic y compañía, además de ser importantísimo como fuente pues estuvo presente
en aquellos hechos, fue el ex detective Juan Seoane, quien lideraba al grupo de
efectivos policiales que acompañaron a Allende el día 11 de septiembre de 1973.
Mientras era entrevistado en un medio radial, fue categórico en decir:
…no hay ninguna posibilidad de que el
señor Huerta haya asesinado al Presidente. Él estaba junto con nosotros al
salir de La Moneda. lo tendría que haber visto yo, habían 20 personas en los
alrededores. Es imposible que haya sucedido eso (…) El suicidio no se
cuestiona. El que cuestiona es el señor Taufic que dice algo que no sé de
dónde lo sacó. Todos los disparos fueron determinados por el Instituto
Médico Legal por profesionales de toda nuestra confianza.
(Portal Terra.cl, 10 de febrero de 2011)
Y metiendo el dedo en yaga sobre las
motivaciones de difundir las versiones freaks sobre el asesinato del
mandatario, agregó:
…son novedosas para tratar que la
gente compre los libros. La verdad de las cosas es como nosotros la decimos.
Es lo mismo que decían que el Presidente murió en el sillón presidencial
envuelto en una bandera. La versión más real es la que vivimos quienes
estábamos ahí.
(Portal Terra.cl, 10 de
febrero de 2011)
ALLENDE ANTE LA VIEJA-NUEVA IZQUIERDA
Personalmente, pondría serias dudas sobre la
credibilidad que merecen los edecanes de la idea delirante del asesinato de
Allende, tan insostenible que de seguro se demostrará carente de pruebas, fundada sólo en
chismes y torciones de los nudos de la realidad. Además, va contra los propios
criterios usados en los casos de violaciones de los derechos humanos, donde
buena parte de la investigación se basa en testimonios directos, que en este
caso debiesen ser desechados para proceder a validar complicadas versiones de
terceros que ni siquiera formaron parte de los hechos en estudio.
El intento por poner a Allende en el rango
lastimero de la víctima de un magnicidio, demuestra también que una parte de la
izquierda chilena jamás comprendió el interés del mandatario por su proyecto
social, fracasado o sólo frustrado según el punto de vista. Ni ahora, ni
entonces, cuando era el propio secretario general del Partido Socialista, el
nefasto señor Carlos Altamirano, quien salía al podio a desconocer y ridiculizar
el propio discurso de Allende y a sus insistencias en la idea de su vía pacífica
al socialismo, sin el enfrentamiento armado que muchos de sus demás
correligionarios pedían a gritos.
También se hace patente que el viejo y
gastado discurso de la más monolítica izquierda se resiste a aceptar actos de
sacrificio o entrega de la propia vida como hechos dignificantes. No cabe en la
cabeza del marxista de vieja escuela que un hombre se ponga un arma en la boca y
la dispare decidido a ofrendar su vida si es necesario por una causa que
considera superior… No: en su mundo de las conveniencias de narraciones
históricas y de dogmas intocables de materialismo social, sólo la muerte
torturada, dolorosa y martirial -en manos de una bestia enemiga- es digna, porque
cada pieza del engranaje es políticamente explotable por la propaganda política,
incluso si es la del presidente.
“Si los hechos no se ajustan a la verdad,
lástima por los hechos”, decía Lenin. Su sucesor, Stalin, llevó el
principio a la práctica extrema y borró de todas las fotos oficiales a su
enemigo-camarada Trosky, antes y después de encargar su muerte. “Las ideas
son más peligrosas que las armas, y si no dejamos a un enemigo tener armas, ¿por
qué dejarlos tener ideas propias?”, decía con desparpajo el Hombre de
Hierro de la Rusia Bolchevique. Y más tarde, él mismo fue renegado y
demonizado por quienes pretendieron endilgarle las culpas de todo el sangriento
currículo histórico del movimiento que lideró.
La realidad y el discurso corren,
así, por líneas paralelas pero radicalmente distintas, donde una intenta
eclipsar a la otra en una trenza infinita.
De esta manera, es claro que el allendismo
chileno jamás entendió a Allende: no entendió siquiera su último discurso, que
repitieron como papagayos casi 40 años sin un ápice de comprensión, salvo en la
vibración de su elocuencia. De ahí que ni siquiera recuerden ya su litro de
leche para todos los niños neonatos, su intento de crear una un automóvil del
pueblo (el “yagán”), su casi quimérico fomento a la lectura popular vía
“Quimantú” o su decisión de cerrar el cruel servicio sanitario de la perrera… Es
mejor hablar de abstracciones, de desvaríos subjetivos, de buenas intenciones,
de revoluciones pendientes, de venganzas en la agenda y así jamás aterrizar su
imagen. Tampoco entendieron la naturaleza de su vía chilena al socialismo, que
algunos irresponsables quisieron arrastrar a la vieja doctrina que salta de la
lucha de clases directamente a la confrontación explosiva, condenando así su
destino.
Finalmente, lo único que se necesita
“aclarar” a estas alturas sobre la muerte del aludido, es cómo puede haber aún
quienes siguen haciendo industria de su imagen y ni siquiera han sido capaces de
absorber la naturaleza altruista y digna de su suicidio, enfermándola con
especulaciones de asesinatos y tiros de gracia que sólo ayudarán a establecer la
distancia entre el verdadero presidente Salvador Allende y el que se ha
fabricado para los blasones y la iconografía de la neo-izquierda o del progresismo chic
que, en realidad, no es otra cosa que la misma y cada vez más marchita
vieja
guardia o “clásicos” de la historia del marxismo en Chile, adoptados por
nuevas generaciones ya sin los elementos románticos y auténticamente
combativos de antaño.
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