
Para
mi gusto, más allá de que uno comulgue o no con sus enfoques, uno de
los libros documentales más interesantes que se hayan escrito en Chile
durante el siglo XX, es “Lo que supo un Auditor de Guerra”, del ex
Auditor Militar entre 1937 y 1938, General de Brigada ® Leonidas Bravo
Ríos. El libro fue publicado por la Editorial del Pacífico en Santiago
de Chile, en 1955.
Su
trabajo es una recopilación enorme de apuntes y recuerdos en tan
comprometedora labor, retratando una historia casi paralela a la
oficial, donde se describen -con objetividades y con sesgos- los hechos
determinantes de la política y la vida militar del país durante la
primera mitad del siglo, pasando por casi todos los grandes
acontecimientos históricos que contuvieron los meandros en este agitado
período nacional, configurando gran parte de la estructura
político-partidista que sobrevive hasta nuestros días.
Leonidas
Bravo había nacido en 1904, ingresando en su juventud a la Escuela
Militar. En septiembre de 1931, con sólo 27 años, fue incorporado al
Servicio de Justicia Militar con el cargo de Secretario de Fiscalía de
Primera Clase, grado equivalente a Teniente. Siendo Vicepresidente de la
República don Manuel Trucco y Ministro de Guerra y Aviación el General
Carlos Vergara Montero, tras la inestabilidad dejada por la caída del
Gobierno de Carlos Ibáñez del Campo, Bravo fue llamado para colaborar
con el servicio de Auditoría de Guerra, que entonces era dirigido por el
General Ramón Contreras Arriagada.
El país despertaba en ese instante de la dolorosa pesadilla que fue la sublevación de la Marinería –escribe-
y si bien sentía la alegría del triunfo, aún no captaba la profundidad
del abismo en que estuvo a punto de despeñarse, y no sentía, tampoco,
absoluta seguridad de su destino.
En
este contexto, su primera investigación importante se relacionó con
acusaciones de tortura y vejámenes por parte de la Policía de
Investigaciones y de Carabineros de Chile a los perpetradores de un
frustrado atentado explosivo dirigido contra el tren presidencial de
Ibáñez del Campo.
En
1938, asumió como Secretario del Juzgado Militar de Santiago. Y, en
abril de 1943, fue ascendido a Fiscal de la Primera Fiscalía Militar de
Santiago, en mérito a su rendimiento. En abril de 1946 volvió a la
Secretaría de la Auditoría General de Guerra. Entre 1939 y 1950, además,
tuvo en sus manos el cargo de Auditor del Mando Militar de los
Ferrocarriles del Estado. Este último año asumió la Auditoría General de
Guerra, retirándose un tiempo más tarde.
Así,
Bravo siempre estuvo en la primera fila de los acontecimientos de la
época, por lo que fue comprensible su necesidad fervorosa de escribir
sobre estos hechos en su magnífico libro, casi apenas jubilado.

Vista del Palacio de la Moneda hacia 1930
LA REPÚBLICA SOCIALISTA Y EL ALZAMIENTO DEL BUIN
Luego
de revisar los acontecimientos del levantamiento de las tripulaciones
en 1931 y el asalto al cuartel del regimiento “Esmeralda” de Copiapó en
la Navidad de ese mismo año, además de exponer lo que él define como una
naturaleza comunista que acusa patente en la agitación que
encendió estos controvertidos episodios de la historia chilena, Bravo
regresa su relato a Santiago recordando el levantamiento del Regimiento
Buin del 16 de junio de 1932, poco después de la sublevación del día 4
por parte de un sector de la aviación, dirigido por el Coronel Marmaduke
Grove. El nuevo alzamiento puso a Carlos Dávila en el Poder, en lugar
de la flamante Junta de la República Socialista.
…me dirigí al Comando de la Segunda División –rememora en su obra-,
que estaba instalado en una ala del viejo edificio del Ministerio de
Guerra. Logré entrar por una puerta de la calle Teatinos y, ya en el
interior, vi una gran cantidad de oficiales de la guarnición, todos de
civil, que inquirían noticias. En la calle, rodeando el Palacio de la
Moneda, en actitud de ataque, se encontraban la Escuela de Infantería y
el Regimiento Buin, en tanto que en el interior del Palacio se había
atrincherado el Regimiento 'Cazadores'. Por las ventanas entreabiertas
de los salones presidenciales se veían la bocas de las ametralladoras,
listas para hacer fuego sobre las unidades que circunvalaban la Moneda.
En
este estado de tensión, la Guardia de Carabineros de la Moneda recibió
la orden de retirarse y la Junta de Gobierno quedó prácticamente
abandonada, pues el regimiento “Cazadores” era minoritario. A las 23:00
horas, Dávila salió del Ministerio de Guerra a asumir la jefatura del
Estado en la Moneda. El mando de la República Socialista, así, cambiaba
de manos, transposición que muchos autores consideran el verdadero final
del experimento militar-socialista luego de sólo dos semanas (los
historiadores aún discuten si fue o no parte de la misma este cambio de
mando).
Pero
la inestabilidad continuó y, en septiembre siguiente, Dávila debió
renunciar presionado por altos militares que colocaron en su lugar al
General Bartolomé Blanche. De esta manera, todo el experimento iniciado
por la República Socialista llegaba a su irremediable fin.
Poco
después, tras las elecciones, se debía entregar pacíficamente el poder y
el Palacio de la Moneda al Presidente Arturo Alessandri.

Ministerio de Guerra y Marina, frente al Palacio de la Moneda, hacia 1910, en donde hoy se encuentra la Plaza Constitución.
ESPIONAJE ARGENTINO EN 1937-1938
Tras
repasar una serie de casos controvertidos en donde aparecían
funcionarios policiales cometiendo insubordinaciones o incluso abusos
criminales, además de estudiar el origen y la función de las polémicas Milicias Republicanas,
Bravo comenta los hechos relativos al escandaloso caso de espionaje
argentino ocurrido en 1937 y 1938, y que comprometiera a dos edecanes
militares de la Legación de Buenos Aires en Santiago, ambos futuros
presidentes de su patria: Perón y Lonardi.
El
entonces oficial Juan Domingo Perón había sido destacado en la Embajada
Argentina con la secreta misión de obtener secretos militares de la
defensa chilena, razón por la cual se relacionó con un indisciplinado y
poco escrupuloso ex alumno de la Escuela Militar, llamado Leopoldo
Haniez, quien aceptó servir para el espionaje argentino bajo
remuneración. De este mismo personaje se han escrito muchas cosas, por
cierto, pero el historiador Oscar Espinosa Moraga fue uno de los que más
indagó sobre el caso asegurando que Haniez había sido un cadete de
origen judío adaptado de la misma escuela por sus comportamientos,
aunque mantenía cierto grado de amistad con miembros de la institución.
Dice
el Auditor Bravo que Haniez, ya reclutado por Perón, se contactó con un
alto militar que había sido compañero suyo, intentando convencerlo de
proveerle de información clasificada. Éste fingió interés, pero a su
espalda dio aviso a sus superiores, quienes le tendieron entonces una
trampa a los argentinos en una reunión que tuvo lugar en un departamento
del Pasaje Matte, en pleno Centro de Santiago, donde vivía el ciudadano
argentino Guido Arzeno, quien trabajaba en la industria
cinematográfica.
El
departamento fue allanado y todos fueron detenidos. Empero, Perón había
sido reemplazado en el cargo de agregado militar por el Mayor Eduardo
Lonardi, justo por esas fechas. En consecuencia, Lonardi fue capturado
al día siguiente cuando abordaba un avión, siendo trasladado hasta la
Penitenciaría de Santiago.
A
pesar de la gravedad de los hechos, por controvertidas circunstancias
que nunca quedaron bien aclaradas, todos los argentinos involucrados
fueron puestos en libertad y devueltos a su patria, al parecer con
directa influencia del Presidente Alessandri en favor de los espías.
Haniez, en tanto, fue expulsado del país.

Foto
actual de la entrada Sureste del Pasaje Matte. En este edificio se
intentó realizar la reunión de los miembros de la red de espionaje
argentino instalada en Santiago.

Juan Domingo Perón, siendo coronel.
LA MASACRE DEL SEGURO OBRERO EN 1938
Recientemente,
hemos abundado sobre este caso que ya cumplió 70 años desde ocurrido:
la Masacre del Seguro Obrero. Bravo fue testigo en primera fila también
de los hechos en torno a estaa horrenda matanza del 5 de septiembre de 1938, cometida por funcionarios de Carabineros de Chile en la Torre del Seguro Obrero (hoy
Ministerio de Justicia) situada en Morandé con Moneda, a metros del
Palacio de la Moneda. El asesinato de los 59 jóvenes nacionalsocialistas
rendidos tras un intento de alzamiento, salpicó de culpas al Director
General de Carabineros Coronel Humberto Arriagada, y al propio
Presidente de la República don Arturo Alessandri Palma.
Las
descripciones que da Bravo sobre este caso son, por algunos momentos,
tristes y escalofriantes, pero singularmente detalladas:
Fácilmente
atravesé los cordones de carabineros y poco después me encontraba en la
ventana de la Auditoría mirando hacia la plaza, cuando vimos desembocar
por la calle Morandé, viniendo de la Alameda, una larga fila de
individuos con los brazos en alto y que marchaban entre una doble hilera
de carabineros con sus armas preparadas. Eran los que se habían rendido
en la Universidad de Chile. La columna avanzó por Morandé y atravesó el
cruce de Agustinas con dirección hacia el norte. Cuando el término de
la fila iba a llegar a Agustinas, apareció un oficial de carabineros
que, de carrera, la alcanzó y dio una orden. Se hizo alto y se dio media
vuelta, emprendiéndose nuevamente la marcha para internarse el edificio
del Seguro Obligatorio.
Allí,
dentro de la torre, son reunidos con los demás alzados que se habían
apostado en este edificio, tras convencerlos también de rendirse. Bravo
confiesa haber comenzado a sospechar que algo dramático iba a ocurrir,
aunque ya no puede ver desde su lugar lo que sucede dentro del Seguro
Obrero.
Regresé
a la calle San Ignacio, y me encontraba relatando a los oficiales del
Cuartel General lo que había visto, cuando llegó el chofer del General
Bari con orden de que me trasladara donde él. Tomé apresuradamente mis
Códigos Militares y en el mismo automóvil me dirigí al lugar de los
hechos.
Al
llegar, Bravo esperó largo rato a que salieran los detenidos desde la
torre, pero esto no sucedía. Pasadas las seis de la tarde, dio aviso al
General Bari de no haber recibido aún el parte policial, por lo que iría
a solicitarlo personalmente. Sin embargo, le fue negado. Eran las nueve
de la noche y aún no lo recibía. Sólo a las una y media de la madrugada
comenzó a enterarse por rumores de que los muchachos habían sido
asesinados.
Había sucedido así que, tras revisar el desastre que había quedado en la Universidad de Chile después de la intentona, Bravo partió hasta el edificio del Seguro Obrero
justo en el momento en que entraba el Comandante en Jefe del Ejército,
General Oscar Novoa Fuentes, acompañado de otros altos militares:
Empezamos
a subir lentamente por una escala de mármol roja de sangre, debiendo a
cada vuelta hacernos a un lado para dejar paso a los carabineros que
descendían con las camillas fúnebres. Desde el primer instante nos llamó
la atención que todos los cuerpos se encontraban con los brazos
abiertos firmemente, como signo acusador de que su muerte no obedecía a
ley alguna de la civilización humana.
La
descripción que realiza es dantesca: algunos de los acompañantes de la
comitiva no fueron capaces de soportar tantas escenas de horror y
prefirieron quedarse en los pisos inferiores. Finalmente, nadie pudo
continuar, debiendo descender atormentados por las imágenes de atrocidad
sin límites que testimoniaron en las escaleras de la torre.
Esa noche ninguno de nosotros durmió, pues la tensión nerviosa lo impedía totalmente.
Bravo
comenta las acciones de los días siguientes; cómo se fue revelando la
repugnante realidad de lo ocurrido. Habla largamente de los procesos que
se siguieron a los responsables de la matanza, y cómo salieron libres
de polvo y paja todos los involucrados. Ya hemos abordado anteriormente
estos puntos, en la entrada sobre la Masacre del Seguro Obrero.
Es, por lejos, uno de los capítulos más interesantes y conmovedores de su libro.

Los nacistas detenidos siendo conducidos al interior de la Torre del Seguro Obrero, el 5 de septiembre de 1938.
CRISIS DEL TRANSPORTE PÚBLICO
Bravo
aporta también datos de sumo interés relativos sus funciones
solicitadas en servicio de la administración pública. Una de ellas tiene
que ver con la recopilación que debió hacer en 1946, la Auditoría
General a todos los textos vigentes sobre leyes de dictadas sobre
regulación de sueldos después del Decreto Ley de 1927, y que eran
contradictorias entre sí o bien sujetas a plazos de vigencia, generando
un caos legislativo. Bravo estuvo en el grupo de trabajo que logró
ordenar todo este desastre, dando origen al Código de Sueldos publicado
por el Decreto Supremo Nº 1.982.
Posteriormente,
el Coronel Bernardo Escobar Moreira, recién nombrado Asesor de la
Dirección de Transporte y Tránsito Público, le invitó a participar de
esta oficina. En aquellos días, según comenta, el caótico tránsito en
Santiago “había llegado a un estado que constituía una verdadera alarma pública”...
Como se podrá deducir en nuestros días de Transantiago y colapso del
servicio del Metro, pues, la historia es irreversiblemente cíclica.
A
poco de ingresar, Bravo advirtió que había cierta competencia entre el
Coronel Escobar y el Jefe de la Dirección, Waldo Palma Miranda. Para su
sorpresa, tras haberse acordado una reunión a los pocos días, renunció
Escobar, noticia que Bravo supo por la prensa. Le reemplazó en el cargo
el Coronel Samuel Correa Baeza, quien asumió con plenos poderes al ser
trasladado Palma a otro cargo público.
Allí
trabajó entonces Bravo, primero en la creación de un estatuto para
hacer eficiente el funcionamiento del organismo, y luego para echar
manos al ordenamiento del sistema de transportes, que por entonces era
controlado por sólo dos compañías: la Empresa de Transportes Públicos y
la Asociación Particular de Micros y Autobuses. Infelizmente, la primera
presentaba una situación catastrófica de pérdidas.
La
Empresa tenía una circulación entre Tranvías motores, acoplados,
microbuses y trolleybuses 425 vehículos, y para el servicio de estos
contaba con 1.412 obreros y 2.998 empleados. Sólo el servicio sanitario
contaba con 110 empleados de los cuales 32 eran médicos. Los inspectores
para 425 vehículos eran 311. Para apreciar esta cifra baste decir que
los 1.920 buses particulares requerían solamente 253 inspectores.
Estos
números son suficientes para indicar el estado en que se encontraba la
Empresa, y es fácil comprender que esa situación tenía que repercutir en
el servicio diario de pasajeros.
Y con relación a las Asociaciones particulares de transporte, que sumaban 47, escribe:
…cuando
la Dirección de Transporte procuraba introducir nuevas máquinas,
recurrían al boicot, y al sabotaje, hasta que hacían desistir al
interesado. Para este efecto, en el momento de comenzar su recorrido una
máquina no reconocida por ellos, enviaban dos máquinas, una adelante y
otra detrás. La primera tomaba todos los pasajeros que había en los
paraderos, y la segunda le impedía distanciarse para recoger nuevo
público. En tal forma el intruso tenía que capitular.
Cada
Asociación determinaba la frecuencia de las máquinas no por las
necesidades del público, sino por el interés de los empresarios, que
deseaban que éstas siempre anduviesen completas. De ahí la larga fila de
buses detenidos en los terminales.
Cabe
señalar, además, que Bravo también participó del equipo que asesoró al
Mando Militar de Ferrocarriles del Estado, creado para mantener el
servicio por sobre los movimientos huelguísticos o incluso subversivos
de la época.
Nos
pareció interesante traer a colación estos hechos en una época en que,
60 años después, tenemos la misma clase de problemas con el nefasto
Transantiago y la virtual destrucción que significó esto en el
eternamente deficiente sistema de transporte colectivo de la capital
chilena.

Antiguo vehículo del sistema de transporte público por el centro de Santiago
VIOLENCIA POLÍTICA ENTRE 1947 Y 1949
Otro
de los capítulos más interesantes de las memorias sobre los sucesos
acaecidos en Santiago, dice relación con lo que el Auditor Bravo señala
como la lucha del Gobierno de Gabriel González Videla contra la
agitación comunista de entre los años 1947 y 1949.
Entre
otras cosas, el autor revela cómo los levantamientos de Lota y Coronel
(ambos con grandes dosis de artificialidad) pretendían paralizar el país
y proceder así a conspirar contra los ferrocarriles y el transporte
público de la capital. Según señala allí, la idea de los insurgentes en
Santiago era similar a la de los protagonistas del asalto e incendio de
Santa Fe de Bogotá, para tomarse el poder en medio del desorden social
que se generaría. Contaban para ello con ayudas de las Embajadas de
Rusia y Yugoslavia.
Tras
relatar cómo se apagaron pacíficamente los levantamientos de las
carboníferas, provocadas en gran parte por las amenazas y azuzamientos
realizados por los agitadores contra los obreros, Bravo recuerda el paro
de los ferrocarriles del 4 de diciembre de 1947, que él presenció en la
platea de su cargo de Auditor de esta empresa del Estado, denunciando
que las motivaciones económicas con las que se le justificó la huelga
eran sólo una fachada para paralizar la comunicación de las grandes
ciudades y sumirlas en la agitación revolucionaria, según él.
El
veneno comunista se encontraba hondamente infiltrado en la Empresa,
como lo prueba el hecho que había altos jefes comprometidos.
Aunque
el paro fracasó, el Ejecutivo solicitó nuevas facultades en febrero de
1948, cuando vencían la Ley de Facultades Extraordinarias,
concediéndoselas por seis meses más. La aplicación de la infame "Ley
Maldita" estaba por empezar.
De acuerdo a lo que interpreta y expresa Bravo, al
ver frustrados sus planes en las carboníferas y en los ferrocarriles,
los agitadores habrían planificado un nuevo golpe y el domingo 5 de
junio de 1949 iniciaron una movilización a través del Frente Nacional
Democrático, nombre adoptado por el Partido Comunista tras su
proscripción. Ese día, a través de su filial Federación de Obreros de la
Construcción, se debía realizar una manifestación en el Teatro
Caupolicán, de Avenida San Diego. Sin embargo, como desde temprano
llegaron revoltosos decididos a provocar incidentes (relatamos siempre
siguiendo lo expresado por Bravo), el administrador del recinto canceló
la reunión y llamó a Carabineros. Los exaltados avanzaron hacia Avenida
Matta hacia las 11:30, donde fueron disueltos por las fuerzas de orden
público. Pero volvieron a reunirse hacia el mediodía entre las calles
San Diego y Arturo Prat, intentando salvar la realización del mitin, en
el que estaban presentes los diputados Humberto Martones y Víctor
Galleguillos. Carabineros intentó acercarse para persuadirlos de
disolverse a través del diálogo con los parlamentarios, pero fueron
atacados a balazos, por lo que los uniformados respondieron. Cuatro de
ellos y 20 civiles terminaron heridos. Los manifestantes se refugiaron
en la Parroquia de San Rafael, en Avenida Matta, donde después se
encontraría abundante armamento y municiones.
Lo
peor ocurriría el 16 y 17 de agosto siguiente, cuando estudiantes
secundarios afiliados bajo cuerdas al Frente, iniciaron un levantamiento
callejero en pleno centro de Santiago. Una huelga general se estaba
desatando ese día en reacción inmediata al alzamiento de 20 centavos en
el transporte público recién ocurrida, y conocida para la posteridad
como la Huelga de la Chaucha.
Para entonces, Bravo
había sido asignado ya en la Auditoría del Comando en Jefe del
Ejército, pero el General Santiago Danús consideró innecesario enviarlo
al sitio a investigar en tanto los incidentes no fueran mayores. Se creó
entonces un “anillo de seguridad” en torno a las calles Amunátegui,
Alonso de Ovalle, Mac Iver y Santo Domingo. Se podía salir de él sin
problemas, pero para entrar había que demostrar razones valederas.
Desatados ya los hechos, hacia
las 11:00 de la mañana del día 17, la violencia se apoderó del sector
de Alameda con Bulnes, cuando súbitamente apareció una turba que detuvo
un camión con materiales de construcción y lo saqueó para hacer
barricadas y usar su carga de piedras como proyectiles. Bravo observó
desde el Ministerio cómo un tipo atacó a pedradas un autobús que pasaba
por Alameda entre Bandera y Teatinos, rompiéndole el vidrio. Un militar
que custodiaba el vehículo respondió con una bala, que le quitó la vida
al manifestante. Fue acaso la primera de varias otras muertes, durante
esa aciaga jornada.
La
escalada llegó a tal nivel de violencia que debieron ser traídas
unidades desde los regimientos de Los Andes, Linares, San Fernando y
Quillota hasta Santiago, operaciones en las que también participó Bravo
organizando el servicio de ferrocarriles. Como las fuerzas llegaron a la
capital en la madrugada del día 18, desvaneciendo las manifestaciones,
la intentona se trasladó de vuelta a Lota y el día 20 comenzaron otra
vez las tomas de las minas, nuevamente frustradas.
Los
activistas intentaron una última acción de movimiento social en
noviembre de 1949, durante las fiestas de la primavera, con un mitin en
la Plaza de Armas. La refriega comenzó cuando intentaron atacar a
Carabineros, con un saldo de 24 heridos de ambos lados.

Funerales de algunas de las víctimas civiles de las violentas revueltas políticas de fines de los años cuarenta.

EL “COMPLOT DE LAS PATITAS DE CHANCHO” EN 1948
El
Auditor Bravo aporta gran información también sobre el extraño suceso
de nuestra historia llamado “Complot de las Patitas de Chancho”, una
sombría conspiración dirigida por oficiales afines al General Ibáñez del
Campo, con asistencia de sus amigos peronistas argentinos y en contra
del Gobierno de González Videla.
Todo
comenzó cuando el escritor de tendencias nacionalsocialistas Miguel
Serrano Fernández, acudió a La Moneda a denunciar la existencia de un
plan conspirador fraguado por nacionalistas partidarios del ibañismo,
hacia fines de 1948. He tenido ocasión de conversar alguna vez y
largamente con el señor Serrano sobre este episodio, y confirmar así la
precisión del relato de Bravo al respecto.
El
proyecto de intentona venía a ser una suerte de resucitación de los
intentos del peronismo argentino por intervenir en la realidad chilena
durante los tiempos de la Segunda Guerra Mundial, perfume que sedujo a
la que muchos ingenuos entre los nacionalistas de Chile. Los conspiradores pertenecían ahora, principalmente, a la logia masónica “La Montaña” fundada y establecida ad hoc a
estos objetivos, y a la Acción Chilena Anticomunista. Inicialmente, se
reunían en algún restaurante de San Bernardo para trazar sus planes
conspiradores mientras comían “causeo” de patas de chancho. De ahí
proviene el nombre con que se apodó al complot.
A la sazón, además, y liderados
por el retirado Coronel de Aviación Ramón Vergara Montero, los
oficiales del Ejército y la Fuerza Aérea querían derrocar a González
Videla para colocar al propio Ibáñez del Campo otra vez en el mando,
según lo decidieron hacia el final de sus jornadas de planes. Una de las
últimas reuniones la habían realizado en la dirección de Alameda 2224,
cerca de República, en la casona donde residía la suegra de Ibáñez.
Al
desbaratarse el complot, sin embargo, Bravo consideró necesario
procesar al General Ibáñez, pero el Juez Militar, General Danús, no lo
consideró así. El Auditor cuenta también de las oscuras intervenciones
de militares y agentes argentinos en estas maniobras, interesados en
colocar un Gobierno acorde a sus planes hegemónicos sobre la región
continental.

General Carlos Ibáñez del Campo, siendo presidente.
VALOR HISTÓRICO DE LAS MEMORIAS
Como
era de esperar y, como hemos visto a través de estas citas y
comentarios tomados de las memorias del Auditor Bravo, la ciudad de
Santiago tiene un papel protagónico en los recuerdos de su autor, a lo
largo y ancho de su libro: aquí desfilan conspiraciones, crisis
sociales, huelgas, masacres y planes siniestros desbaratados, siempre
relacionados -de un modo u otro- con el centralismo administrativo de la
capital.
En
conclusión, “Lo que supo un Auditor de Guerra” termina siendo, también
–y sin proponérselo, quizás-, una descripción leal del escenario social y
político de Santiago y de Chile en general, en aquellos
confrontacionales años; una fotografía de inagotables detalles, pese a
no tener ni una sola imagen en ninguna de sus casi 300 cautivantes
páginas. Incluso con sus bemoles y tropiezos en la objetividad, es un
documento tremendo de investigación.
Son
muchísimos más los pasajes contenidos en la obra del Auditor, por
supuesto, pero sólo hemos querido exponer aquí los más importantes y
asombrosos, sin dañar las sorpresas que “Lo que supo un Auditor de
Guerra” sigue reservándole al lector.
Leonidas
Bravo falleció en 1961, sólo seis años después de escribir estas
impactantes memorias. Por la trascendencia y ajuste a hechos históricos
de inmensa relevancia para nuestro país, además de su origen en un
testigo privilegiado de los acontecimientos descritos, la obra es hoy
una joya entre los coleccionistas y estudiosos de los documentos y
crónicas de la época.
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