LA PRIMERA ETAPA DE LA EXPEDICIÓN DE VALDIVIA A CHILE (1538-1540) Y LAS VARIAS VECES EN QUE CASI NAUFRAGÓ SU PROYECTO
Cuadro de don Pedro de Valdivia obsequiado por la Reina Isabel II de España,
en 1854, a la Municipalidad de Santiago. Autor: F. L. Mandiola.
No soy de los que se entretiene especulando con el concepto del "qué
habría sucedido si..." en temas de historia, algo criticado y
ridiculizado por el propio Voltaire en algún momento, pero no deja de ser
interesante verificar las dificultades que tuvo Pedro de Valdivia para
concretar su expedición conquistadora a Chile, incluyendo intentos de
asesinato por parte sus propios hombres, y todas las veces que logró sacar
adelante su plan a pesar de que cada señal del destino le invitaba a
desistir y devolverse sobre sus pasos.
De alguna manera, la empresa de conquista de Valdivia prácticamente fue
sacada adelante con todo en contra, merced únicamente a su porfiada
obstinación, que a veces -varias, en verdad- le llevó a actuar sin medir
costos ni consecuencias, seducido por los objetivos de una misión
autoimpuesta.
Como se recordará, la Batalla de las Salinas había tenido lugar el 6 de
abril de 1538. En esta contienda, en la que Pedro de Valdivia se desempeño
admirablemente como cuartel maestre de Francisco Pizarro, los Pizarro
lograron derrotar a Diego de Almagro cuando recién retornaba desde su
exploración en Chile, tomando el control de la disputada ciudad del Cuzco y
dirigiendo desde allí el resto de proceso de conquista de Perú. Almagro fue
vilmente ejecutado después, el 8 de julio, suplicando por su vida y rogando
misericordia en vano.
Ese mismo día en que se citaría con la muerte, intentando lograr la
protección real para su hijo antes de arrebatársele la existencia, Almagro
firmó un codicilo, documento testamentario donde legaba todos sus bienes a
Carlos V. Fueron testigos de este trámite con su última voluntad cuatro
religiosos, el conquistador Alonso de Toro y el propio capitán Valdivia.
Nacido en 1497 en Villanueva de la Serena, en la Extremadura, don Pedro iba
a ser quien retomaría el proyecto de avance hacia Chile, curiosamente, que
en principio perteneciera al ejecutado.

VALDIVIA LOGRA LA AUTORIZACIÓN PARA IR A CHILE Y ENFRENTA UN PRIMER
PROBLEMA: EL FINANCIAMIENTO
Después de celebrar su victoria en el Cuzco, Pizarro se había llenado de
solicitudes de otros militares decididos a completar el avance hacia el
resto del Imperio Inca, pero nadie había pedido una autorización parecida
para con el caso de las tierras del Sur, Chile, ese paisaje desdeñado tan
misterioso, desconocido, temido y del que sólo se sabía de dificultades y
escaseces extremas.
A la sazón, el desempeño de Valdivia en la batalla ya le había hecho ganarse
la confianza y la deuda, recibiendo por sus méritos la encomienda del rico
Valle de la Canela (posteriormente repartido entre tres encomenderos que
hicieron fortuna con él) y una valiosa mina de Porco. En vez de vivir de
esta holgura y comodidad, sin embargo, el capitán fue el único que solicitó
a Pizarro permiso para expedicionar en el Sur, para sorpresa suya. De hecho,
debió insistir varias veces en su intención, hasta lograr autorización.
Por fin, en abril de 1539, su perseverancia se vio respondida al recibir el
título de teniente de gobernador con el permiso correspondiente. Así
describe Alonso de Góngora y Marmolejo esta situación, en su "Historia de
Chile desde su descubrimiento hasta el año de 1575":
Y así, después de sosegadas las discordias del Pirú, pareciéronle a
Valdivia, aunque Francisco Pizarro le diese de comer como en efecto se
lo daba, no había de ser más de un vecino particular, como hombre que
tenía los pensamientos grandes, hallando aparejo para que hubiese efecto
su pretensión por la obligación en que le había puesto, trató con
Francisco Pizarro, que como su capitán y en nombre suyo le enviase con
gente a poblar la tierra de Chille; entendiendo que puesto en ella,
cualquiera que al Pirú viniese le conformaría el gobierno de aquel
reino, o todo faltando, lo negociaría con su Majestad. Francisco Pizarro
le quiso pagar y agradecer lo que le había servido en el Pirú; pues lo
que le pedía no era cosa que a él paraba perjuicio, antes acrecentaba su
imperio, le respondió y dijo: que se holgaba darle contento en todo lo
que él quisiere. Concertados de esta manera, le dio comisión para que
como su capitán hiciese gente y se fuese cuando quisiese.
El instrumento jurídico al que se aferró Valdivia para dar inicio a su
empresa, fue el de la Real Cédula de 1537, que le otorgaba facultades para
continuar la conquista de la capitulación de Nueva Toledo (una de las cuatro
distribuciones administrativas creadas por Carlos V en 1534) en caso de
morir Almagro, como había sucedido.
Sin embargo, los problemas de su osada determinación recién comenzarían para
él.
No bien recibió la autorización, Valdivia puso su esfuerzo en preparar los
pertrechos y las provisiones del viaje. Como la disposición de Pizarro no
incluía apoyo logístico de ninguna especie, Valdivia recordaría más tarde
que "me adeudé por lo poco que hallé prestado, demás de lo que al
presente yo tenía". Y dice al respecto, Diego Barros Arana en su
"Historia General de Chile":
Los recursos de que podía disponer Valdivia, contando con lo que obtuvo
en préstamo bajo pesadas condiciones, no pasaban de nueve mil pesos de
oro, y esa suma se agotó muy pronto. Aunque los caballos, las armas y la
ropa comenzaban a tener un precio más bajo que el de los primeros días
de la Conquista, eran todavía tan costosos que la empresa estuvo a punto
de fracasar por falta de dinero.
Así las cosas, a poco de empezar, notó que estaba totalmente solo en estos
propósitos y que haber convencido a Pizarro era sólo el primer problema:
ahora debía reclutar a los abastecedores y acompañantes, para lo que
necesitaba recursos. Sin embargo, al abandonar su encomienda para seguir con
este proyecto y carecer de respaldo, se le cerraron todas las posibilidades
de acceder a buen crédito: los escasos $15.000 que había logrado reunir en
total con préstamos y recursos propios, apenas le habían alcanzado sólo para
los primeros gastos. No pocos llegaron a pensar que Valdivia deliraba con
sus decisiones precipitadas e insensatas, dilapidando dinero en una quimera.
Tras meses de angustia, estaba por fracasar el plan de expedición cuando,
providencialmente, aparece en escena el comerciante y prestamista español
Francisco Martínez, quien acababa de regresar desde Europa con un cargamento
de esclavos negros, herrajes, ropajes, armas y caballos. Poniendo a pruebas
sus dotes de negociador ante el mercader, Valdivia logró convencerlo de
sumarse en su proyecto, y así se proveyó también de semillas, animales de
corral y herramientas para completar su sueño obsesivo.
Martínez se comprometió a aportarle $9.827 en mercadería cuyo precio fue
arbitrariamente fijado por el propio comerciante, el 10 de octubre de 1539.
Sin embargo, cuando se constituyó la sociedad contractual entre ambos, los
árbitros Diego García de Villalón y Antonio de Galiano tasaron la mercadería
en sólo $5.000, estableciéndose que Martínez recibiría por ella la mitad de
las utilidades que se produjera con la expedición de Valdivia en Chile o la
Nueva Extremadura, como le llamaría el Conquistador.
El primer gran escollo del proyecto de Conquista de Chile, fue resuelto de
esta singular manera.

El Cuzco, Perú. Grabado de 1153, de Pedro de Cieza.
TERCER PROBLEMA A LA VISTA: LA FALTA DE RECURSO HUMANO
Nada fácil seguía siendo el desafío de sacar adelante su plan que, según
diría después el propio Valdivia, lo tenía motivado "para dejar memoria y
fama de sí", como principal propósito.
El pesimismo se justificaba de sobra, considerando el resabio amargo que
había dejado la fracasada experiencia de Almagro por aquellas mismas tierras
a las que pretendía avanzar. Además, el acaudalado Almagro había contado con
muchísimas más garantías de riqueza disponible y hombres, que sumaban más de
500.
De esta manera, como todos coincidían en creer que era casi un suicidio
partir hacia el Sur con los pocos recursos y aventureros de los que se había
hecho, el segundo gran problema de Valdivia fue arreglárselas para reclutar
hombres suficientes en su temible y peligrosa travesía. Ni siquiera los
derrotados almagristas, que habían caído en la miseria y pasaban más de un
año ya penurias, accedieron a participar de la propuesta tan personal, a
pesar de las esperanzas que Valdivia había colocado en ellos.
Los meses que siguieron, entonces, hasta la llegada del verano austral,
fueron para Valdivia una extenuante y afligida búsqueda de hombres que lo
acompañasen en este viaje, debiendo consultarlos de a uno con admirable
paciencia y esmero, sintiendo encima la amenaza del fracaso durante todo
este período. Algunos hombres que según ciertos cronistas acompañaron al
Conquistador, habían formado parte ya del fallido pero mucho mejor provisto
intento de Almagro, como fray Antonio Rendón y el soldado Juan Ruiz Tobillo,
se negaron rotundamente a participar de este nuevo viaje, aunque el último
accedió después a alcanzar la caravana en otro grupo.
A duras penas, entonces, logró reunir cerca de diez valientes, suficientes
para el empeño y la determinación que llevaba por principal motivación para
asumir los riesgos y las apuestas de esta empresa.
Muchos cronistas coloniales como Mariño de Lovera o Góngora y Marmolejo, e
historiadores clásicos como Barros Arana y Vicuña Mackenna, comulgaron con
la idea de que Valdivia salió del Cuzco con los 150 hombres que llegaría al
Valle del Mapocho. Pero veremos que estos datos debieron ser revisados
radicalmente, en especial después que José Toribio Medina transcribiera y
publicara información novedosa en su célebre "Colección de documentos
inéditos para la Historia de Chile", aparecidos en volúmenes a partir de
1888.
Firme entre aquellos soldados suscritos al proyecto, estaba la única mujer,
fuera de las yanaconas: doña Inés de Suárez, concubina de Valdivia, quien
decidió unirse a la expedición únicamente empujada por el lazo emocional con
él, debiendo el conquistador solicitar una autorización especial de Pizarro
por carta en la que, para evitar el escrutinio moralista de la Iglesia, se
justificaba su participación realizando labores como sirviente doméstica.

UN NUEVO INCONVENIENTE LLAMADO PERO SANCHO DE LA HOZ. LA PARTIDA DE LA
EXPEDICIÓN
Valdivia creía resueltos ya todos los problemas que debió sortear el inicio
de su expedición, cuando llegó de vuelta a Perú el antiguo secretario,
escribano general y cronista por encargo de Pizarro, Pero Sancho de la Hoz,
hombre de cierta influencia y enormes ambiciones. Regresaba desde España ya
sin la fortuna con la que había marchado pocos años antes, tras sus
servicios en el Nuevo Mundo.
A mayor abundamiento, el controvertido personaje había partido desde suelo
americano con 50 mil ducados que le correspondían del botín tomado por los
hispanos en el incumplido rescate del Emperador Atahualpa y de otras grandes
riquezas de oro que había conseguido del destruido corazón del Imperio Inca.
Ostentando esta fortuna, Sancho de la Hoz casó en España con una modesta
dama llamada Guiomar de Aragón, que a pesar de pertenecer a una familia
empobrecida ostentaba algunos títulos y prestigios útiles a las altanerías
de su esposo. A pesar de su gran cultura y educación, sin embargo, se había
dado una vida de comodidades y ocios, con la que no tardó en dilapidar todos
sus recursos, por lo que en dos o tres años estaba ya como al principio,
arruinado y rogando a Su Majestad el Rey que le concediese una provisión
para volver a Perú. Su cercanía a Pizarro ya le había abierto las puertas de
la Corte de Madrid y la confianza de muchas autoridades de la Península,
recibiendo algunas mercedes y usando -para subirse el perfil- el apellido
"De Hoz" y "De la Hoz", que hasta algunos pocos años antes no utilizaba.
Tras sus ruegos e insistencias, Sancho de la Hoz consiguió del soberano un
nombramiento como gobernador de las nuevas tierras que fuese descubriendo y
que no estuviesen consideradas ya dentro de las correspondientes a Diego de
Almagro, Pedro de Mendoza y Francisco de Camargo, este último en sucesión de
Simón de Alcazaba, que había perecido asesinado por sus propios hombres
durante la exploración de la Patagonia Oriental, en el actual sector de la
provincia del Chubut.
Autores como Barros Arana y más tarde Francisco A. Encina, interpretan que
la autorización que llevaba Sancho de la Hoz, no le daba facultades para
conquistar el territorio chileno repartido entre las capitulaciones que
pertenecían al finado Almagro y los otros dos nombrados. Sin embargo, en el
estado de urgencias en que se encontraba, no iba a dejar pasar la
oportunidad de obtener la mayor cantidad de beneficios que le fuese posible
a sus provisiones y autoridad. Y es así que dice otro autor,
Aurelio Díaz Meza, que la cédula real que se le concedió a Sancho de la
Hoz, lo declaraba Gobernador y Capitán General del siguiente territorio:
...en las partes de la costa del Mar del Sur donde tienen sus
gobernaciones el Marqués don Francisco Pizarro y don Diego de Almagro...
Hasta el Estrecho de Magallanes y tierra que está de otra parte de él y
en las islas que descubriéredes de ida o de vuelta y por doquiera que
fuéredes a hacer el dicho descubrimiento, así por mar como por tierra.
El caso es que, cuando llegó al Callao desde España a bordo de la "San
Cristóbal" produciendo gran noticia entre los residentes y armado de sus
pergaminos y su hambre de riqueza, Sancho de la Hoz se encontró con el balde
de agua fría: Valdivia preparándose para ir a los territorios que creía
reservados para sí.
Empero, tuvo la suerte de hallar un Pizarro bastante maleable y predispuesto
a complacer a su ex secretario, quizás temiendo que el Rey no aceptara una
desobediencia o bien que estuviese probando lealtades después de la nada
decorosa muerte de Almagro. Sancho de la Hoz, de alguna forma, estaba
sometido ya directamente a la voluntad del Rey, no pasando por Pizarro,
estatus que le dio bastante de su inicial reconocimiento social en Perú.
De este modo, Pizarro accedió a la idea de obligar a incluir al recién
llegado en la sociedad de Valdivia y Martínez, viéndose así en una forzada
situación de cumplimiento de las disposiciones del monarca sin pasar por
encima de los compromisos contraídos ya con su capitán. Todo esto decidido
sin participación de Valdivia, por supuesto, que se encontraba fuera del
Cuzco preparando su viaje, acompañado por su criado Luis de Cartagena, quien
había sido provisto ya por un escribano de la categoría de secretario del
teniente de gobernador.
Pero el convidado de piedra no tenía nada para aportar a la sociedad, en
aquel momento. Para poder asegurar su ingreso al proyecto, entonces, en el
escrito formal se comprometió en conseguir dos navíos con las cargas
necesarias para la expedición, además de caballos y corazas, dándose un
plazo de cuatro meses para cumplimiento de su parte. A pesar de que el
original se habría perdido (algunos creen que destruido después por el
propio Valdivia), dicho documento decía según Díaz Meza, algo como lo que
sigue:
En la ciudad del Cuzco, a 28 días de diciembre de 1539 años, estando en
las casas del Marqués don Francisco Pizarro, en la sala de su comer, se
concertaron Pero Sancho de Hoz y Pedro de Valdivia... e yo, Pero Santo
de Hoz, digo: iré a la ciudad de los Reyes e de ella os traeré 50
caballos o yeguas; y más digo: que traeré dos navíos cargados de las
cosas necesarias que se requieren para la dicha armada; e más digo: que
traeré doscientos pares de coracinas
(nota: 20 corazas, en otras versiones) para que se den a la gente que
vos, el dicho Capitán Pedro de Valdivia, tuviéredes, todo lo cual, como
dicho es, digo que lo cumpliré dentro de los cuatro meses primeros
siguientes; e yo el dicho Capitán Pedro de Valdivia digo: que por mejor
servir a Su Majestad en la dicha jornada que tengo comenzada, que acepto
dicha compañía... siempre que vos el dicho Pero Sancho de Hoz cumpláis
lo por vos dicho e aquí contenido, e firmámoslo de nuestros nombres.
Es casi seguro que Valdivia aceptó de mala gana este nuevo contrato, después
de ser informado del cambio en su casa que funcionaba como cuartel de
enganche. Lo hizo sólo para salvar su empresa y con la idea de excluir a
Sancho de la Hoz no bien se le presentase ocasión, de la misma manera que
Sancho de la Hoz razonaba con respecto a su obligado socio. Lo cree también
así Barros Arana:
Aunque Valdivia necesitara los artículos que su socio debía aportar a
la compañía, este contrato que venía a restringir sus poderes y a
menoscabar las probables utilidades de la empresa, era una gran
contrariedad. Otro hombre de menos resolución que la suya, sobre todo
tratándose de una conquista tan desacreditada como la de Chile, habría
renunciado a llevarla a cabo. Valdivia, sin embargo, no se desalentó un
solo instante. Era sobradamente sagaz para no conocer en qué venían a
parar en las Indias estos contratos de sociedad para hacer conquistas.
Valdivia había podido comprender que el socio que le imponía Pizarro no
sería un obstáculo a sus proyectos, y que, de un modo u otro, lograría
apartarlo en breve de la compañía, para constituirse en jefe único de la
empresa. La confianza en su propia superioridad fue, sin duda, la
columna que lo sostuvo firme e inquebrantable en esta prueba, en que un
hombre de menos prudencia se habría dejado abatir renunciando a toda
participación en la campaña que no podía dirigir como exclusivo jefe.
Ocho días más tarde, Sancho de la Hoz partía hacia Lima para adquirir lo
comprometido -deber que, finalmente, no cumplió- y Pedro de Valdivia
iniciaba su tortuoso pero sorprendente viaje hacia Chile, que duraría once
sacrificados meses.
Por fin, a principios del año 1540 y mientras se esperaba que Sancho de la
Hoz consiguiese lo comprometido, Valdivia había podido salir del Cuzco.
Partieron el día 20 de enero según consigna el cronista José Pérez García,
hacia el primer tramo con festino a Oropeza. Años después, Valdivia le
escribía al emperador recordando su salida desde la ciudad:
Por enero del año de cuarenta salí del Cuzco para seguir mi viaje, no
con tanto aparejo como era menester, pero con el ánimo que sobraba a los
trabajos que se podrían pasar y pasaron por el camino; por ser el que
vuestra merced sabe despoblado e con indios no domados, antes muy
desvergonzados y animados contra los cristianos por lo creer que sus
fuerzas fueron causa para costreñir los primeros que acá vinieron a dar
vuelta.
Los hombres comenzaron su viaje ante la atención de los locales en
ceremoniosa despedida, donde estuvieron presentes Pizarro, su teniente y
secretario Picado, el Padre Gonzalo Fernández y frailes dominicos como el
propio Rendón, el encomendero Lucas Martínez Vegazo, el acaudalado vecino
Diego Resavio, entre muchos otros. Iban sólo 11 a 13 hombres de armas, según
autores como Crescente Errázuriz o Thayer Ojeda, a los que había logrado
reunirse en los ocho arduos meses, además de 900 a 1.000 indios yanaconas
auxiliares, animales de corral y víveres.
Pero las dificultades estaban lejos de haber terminado, otra vez.

La estatua ecuestre de don Pedro de Valdivia en la Plaza de Armas de
Santiago, antes de ser volteada mirando hacia el poniente en 1999.
Originalmente dispuesta en la salida Norte del Cerro Santa Lucía, esta obra
pertenece al escultor Enrique Pérez Comendador y fue obsequiada por la
colonia española en Chile, al cumplirse 150 años de la Independencia. Fue
inaugurada en 1963 y trasladada a la Plaza de Armas en 1966.
OTRO PROBLEMA: LA FALTA DE SOLDADOS EN RUTA. UN INESPERADO SALVAVIDAS LE
LLEGA AL PROYECTO
Reclutando algunos españoles más en caseríos y aldeas de la ruta, el grupo
en marcha llegó a contar con 24 soldados tras salir del Cuzco. Valdivia
tenía la esperanza de poder hallar otros interesados en el camino,
especialmente entre los restos de las expediciones a los territorios
chunchos, chiriguanos y moxos del Alto Perú.
La expedición de Valdivia no contaba con todos los elementos que había
tomado por necesarios, según la revisada confesión suya, pero de todos modos
la determinación de los hombres era suficiente para salir con ella por la
misma ruta que Almagro había tomado de vuelta a Perú a través del desierto
de Atacama, siguiendo en su caso la recomendación de
Calvo de Barrientos, español residente en el sector de Aconcagua, quien
junto a don Antón Cerrada de las localidades junto al estero Conchalí,
fueron los primeros europeos residentes en territorio chileno, aceptados por
comunidades indígenas locales.
Sin embargo, los hombres que Valdivia había logrado reunir al salir y
durante la primera parte de su camino, habrían de bajar a 20 en pocos días.
Su maestre de campo y delegado inmediato en cuestiones militares, el veedor
y factor real Alvar Gómez de Almagro, había muerto después de salir con él
desde el Cuzco. A pesar de ser consanguíneo del asesinado Almagro, Gómez era
muy leal a Valdivia, al punto de que había tomado con casi trágico malestar
la noticia de la integración de Sancho de la Hoz a la sociedad, disputándole
el liderazgo a su superior. Falleció en la segunda o tercera jornada del
Cuzco, casi como presagio de las nuevas dificultades que se venían encima.
Fue la primera pérdida humana del grupo, además.
Entrando en detalles sobre su trágico deceso, Alvar se había desvanecido en
el camino de Quijicaña a Cheucape, cayendo pesadamente desde la altura de su
caballo y golpeando su cabeza y cuerpo contra el suelo. Inés de Suárez
intentó darle los auxilios que conocía, pero todo fue en vano, falleciendo
tres horas después del accidente. Empero, su hijo Juan Gómez, alguacil mayor
y protagonista de una idílica aventura amorosa con la princesa inca Collca
(bautizada como cristiana con el nombre Cecilia), continuó en la expedición.
NÓMINA DE LOS 136 ESPAÑOLES QUE HABRÍAN SALIDO EN LA EXPEDICIÓN DE
1540 DESDE ATACAMA Y LLEGARON A COPIAPÓ:
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Poco después, el segundo socio Martínez estaba herido y con posibilidades de
morir si no regresaba, siendo devuelto hasta Arequipa con dos de los
soldados de la caravana, su hermano menor Bautista Ventura y Juan de
Almonacid, que después se reincorporaría a la expedición. Fue una escaramuza
con indígenas belicosos del trayecto de Soguanay, Moquegua y Locumba, lo
había dejado a Martínez fuera de toda posibilidad de seguir en este desafío.
Durante todas estas semanas, además, no tuvieron noticias de Sancho de la
Hoz, que debía incorporarse a la caravana con su parte comprometida antes de
llegar al territorio chileno que él consideraba "suyo" por la disposición
real que había logrado (o excediéndola, no lo sabemos a ciencia cierta). Sin
embargo, todas sus gestiones para aumentar lo necesario en la empresa de
guerra, habían resultado prácticamente inútiles, haciendo cada vez más
distante su posibilidad de cumplir con lo comprometido y lo que necesitaba
ahora mismo para ir hasta Valdivia antes de expirar el plazo.
A la sazón, siguiendo las rutas relacionadas con el ancestral Camino del
Inca, Valdivia se detuvo en Tarapacá, intentando reunir más hombres para
compensar las recientes bajas. Su parada debió tener lugar en el oasis de la
Quebrada de Tarapacá, con antiguos caseríos indígenas en las márgenes del
río del mismo nombre. Tenía la esperanza de poder reunir más personas
durante esta parada, principalmente dispersos de expediciones y avances
anteriores, pero no los hallaba. Tampoco pudo encontrar más soldados Pedro
Gómez de don Benito en el Callao, hasta donde Valdivia lo había enviado para
reclutar gente.
Nuevamente, entonces, parecía que el intento de Valdivia por llegar a las
tierras del Sur se estaba haciendo imposible. Las dificultades y pruebas de
fuego que llenaron de leyendas asombrosas, misterios sin resolver e
historias de ciudades perdidas aquel territorio chileno, seguían sin poder
ser conjuradas aún.
Pero justo entonces, cuando la perdición parecía ya irreversible, comenzaron
a ser preparados en el Callao parte de los pertrechos, vituallas y hombres
que Sancho de la Hoz se había comprometido a aportar en el Cuzco. Y llegaron
noticias también de los restos de otras expediciones comprometidas ahora con
la de Valdivia, como la de Rodrigo de Araya, que había salido desde Tarija
con 16 hombres. A los pocos días, entre 60 y 70 hombres más entrarían al
grupo, varios de ellos provenientes desde los Chunchos, hasta donde habían
llegado conducidos por Pedro Anzúrez unos y Rodrigo de Quiroga otros,
buscando pueblos indígenas que pudiesen ser amistosos a los hispanos,
mientras que otros se habían bajado de la expedición de Diego de Rojas,
enterados de la ejecución de la dirigida por Valdivia, probablemente por
emisarios suyos.
Abundando un poco en la expedición de Rojas hacia el Oriente del Titicaca,
estos hombres venían regresando desde Tarija hacia Cuzco o cerca, justo
cuando Valdivia iba saliendo de esta ciudad. Salvo por los jefes militares
del grupo, todos pizarristas, muchos de ellos en la tropa eran ex
almagristas que habían sobrevivido a las represalias después de la Batalla
de las Salinas, debiendo marchar a pie con sus arcabuces, ballestas y
artillería como castigo a la filiación con el bando perdedor. Lo que quedaba
de esta sufrida expedición a los Moxos, pues, había manifestado ya su
preferencia por cambiarse al lado de Valdivia después de los padecimientos
en la selva, sobreviviendo cerca de 80 de los 300 españoles que habían
salido en tal aventura, pereciendo los negros e indios de servicio que
originalmente se les habían asignado, y que algunos cálculos llegan a
numerar en 10 mil. Según recordaría Quiroga, que era parte de esta odisea:
...se iban quedando los cristianos de tres en tres y de cuatro en
cuatro, fatigados e desfallecidos e enfermos de hambre y cansancio, e
abrazados unos con otros, morían o pasaban de esta vida.
En este sacrificado grupo venía también el capellán castrense Rodrigo
González de Marmolejo, futuro obispo de Santiago del Nuevo Extremo, quien
testimoniara que todos estaban tan fatigados y cansados, que debió enterrar
en un cementerio de indios del camino, todos "los ornamentos y vasos
sagrados" para aliviar la carga, muy a su pesar. El hambre, además, los
llevó a sacrificar a casi todos los animales que formaban parte de aquella
expedición, según agrega el clérigo:
Se agotaron todos los recursos, pues se comieron casi todos los
caballos y los perros, y viéndose ya en salvo, los hombres besaban la
tierra. Venían desnudos, llagados los pies y espaldas, tan flacos y
desfigurados que no se conocían y tan estragados sus estómagos que les
hacía mal cualquier comida.
El Capitán Anzúrez, por su parte, intentó repetir esta experiencia usando
otros caminos, convencido de poder llegar a la conquista de los chiriguanos
y en buenas condiciones a Tarija, en donde estaba la seguridad del ejército
destacado allí por Pizarro. Sin embargo, fue relevado en el mando por Rojas
quien, estando en el camino de Potosí-Huanchacha cerca ya de Tarija, se
enteró de la expedición en proceso de Valdivia. La información era entregada
por el soldado Luis de Toledo justo tras fracasar estrepitosamente, otra
vez, la aventura de Rojas en la región cercana al Brasil y la Banda
Oriental, al tal punto que los indios yanaconas habían terminado cometiendo
asesinatos y canibalismo entre sí.
La idea de reclutarse en el viaje de Valdivia, de esta manera, se convirtió
en una opción razonable para muchos de estos jefes militares y sus hombres,
pues ya nada podía parecerles peor.
Fue el conquistador Francisco de Villagra quien se arrogó el desafío de
convencer a estos desgraciados aventureros de participar ahora en la
expedición de Valdivia, incluso advirtiéndoles de las dificultades que
enfrentaba y seguiría enfrentando la inmensa empresa. Salió así en compañía
de, entre otros pioneros, su primo Pedro de Villagra, Juan Bohón, Juan
Jufré, Juan Fernández de Alderete, Juan de Cuevas, el mencionado bachiller
González de Marmolejo y Jerónimo de Alderete, el mismo que había llegado con
Valdivia hasta América.
Rodrigo de Araya, por su lado, salió con cerca de 20 soldados, por el camino
de Potosí, uniéndose a Valdivia. La fuerza alcanzó unas 36 almas, gracias a
los suyos. Le siguió Francisco de Aguirre, desde Tupiza, con 25 soldados,
tomando el camino Suipacha, Quinca, Sapoleri, Aguas Calientes y, finalmente,
Atacama la Grande. El último en llegar fue el propio Villagra con
Bohón, quienes partieron por Tarija rumbo a Tarapacá.
NUEVOS ESCOLLOS: ABASTECIMIENTO Y NÚMERO DE HOMBRES PARA EL CRUCE DE ATACAMA
110 europeos llegaron a conformar la expedición que salvó el proyecto de
Pedro de Valdivia, los mismos que formarían parte de la base étnica del
mestizaje chileno y la formación del pueblo criollo en nuestro territorio,
además del de la Provincia de Cuyo. Con ellos pudo partir, por fin, desde
Tarapacá hacia Atacama.
Así describió Jerónimo de Vivar esta travesía, en su "Crónica y relación
copiosa y verdadera de los Reinos de Chile":
Salió el general Pedro de Valdivia de Tarapacá con su gente puesta en
orden para el valle de Atacama que está de allí setenta leguas. Es valle
ancho y fértil; tiene las poblaciones a la falda de las sierras que es
parte provechosa para ofender y defender. A causa de estar tan alejados
de los pueblos de los cristianos ha mucho tiempo que no sirven y están
de guerra. El más cercano pueblo que tiene de cristianos es la Villa de
la Plata, que los indios llaman Chuquisaca, que podrá haber más de
sesenta leguas, la mayor parte despoblado. Tiene grandes llanos de
salitrales; en las partes que hay sierras son agrias con grandes
quebradas.
Cabe hacer notar que, fuera de Valdivia y de Alvar Gómez, entre otros pocos,
la mayoría de los que habían partido desde el Cuzco eran españoles muy
jóvenes, promediando quizás los 20 a 23 años, en un caso incluso de 15 ó 16
años. Una formidable inyección de energía y vitalidad para tal desafío, sin
duda, pero también un lastre de eventual falta de experiencia. Urgía aún
enganchar más hombres experimentados y en mayor cantidad, por lo mismo.
Desconfiados con los extraños, los indígenas alertados de la cercanía de la
caravana, solían esconder sus alimentos y agua, según se cree por sugerencia
del inca Manco esparcidas por los chasquis entre los caseríos atacameños.
Esto complicó bastante a los españoles, además del frío de las noches del
desierto, por lo que Valdivia envió a Juan Jufré desde Guatacondo, al
Sureste de Iquique, hasta Potosí, en la actual Bolivia. Su misión era reunir
más gente, al igual que la de Gaspar de Vergara, enviado con el mismo
propósito a Porco. Sin embargo, ambos regresaron sin haber podido adicionar
un solo hombre.
A pesar de las dificultades, no hubo pérdidas humanas en este período y la
cohesión del grupo se pudo preservar.
Por los primeros días de junio de 1540, Valdivia partió con un adelanto de
una decena de hombres a caballo desde la proximidad de Atacama la Chica,
el pueblo de Chiu-Chiu, hacia Atacama la Grande, correspondiente al
poblado de San Pedro de Atacama.
Francisco de Aguirre, que volvía desde Tupiza, debía reunirse con él en este
pueblo, donde Valdivia esperaba encontrar comida y preparar el alojamiento
para sus hombres, la razón de su adelantamiento. Además, como sabía que
entraba ya en los territorios que ahora tenía asignados Sancho de la Hoz,
hacia el Sur del Río Loa, Valdivia esperaba el arribo de Sancho de la Hoz,
su socio obligatorio en esta empresa, algo que ha sido utilizado después a
favor de Chile en la discusión con Bolivia sobre la posesión o pertenencia
de estos territorios en tiempos coloniales. La espera se iba a prolongar
varios días, y luego semanas, sin embargo.
Allá se encontraron ambos conquistadores, entonces. Aguirre había servido
como subalterno en las expediciones de Pedro de Candia, Pedro Anzúrez y
Diego de Rojas, pero al fracasar estas fue escalando jefatura hasta quedar a
cargo de las mismas, consiguiendo reunir 15 jinetes y diez arcabuceros y
ballesteros con los que había llegado a Atacama, para unirlos al proyecto de
Valdivia. Por lo mismo, Aguirre llevaba dos meses esperando allí mismo que
la expedición apareciera en Atacama, reuniendo para ellos provisiones y
mucho maíz.
La adición de estos hombres y los preparativos de Valdivia para recibir a su
gente en el oasis atacameño, entonces, permitieron salvar otra vez la
expedición y aumentar las probabilidades de éxito de su empresa.
Sin embargo, el Perú había grandes e inesperadas dificultades:. Sancho de la
Hoz había regresado desde Europa con sus no menos codiciosos amigos Juan y
Diego de Guzmán, primos de su esposa y famosos en Burgos por su vida
licenciosa y escandalosa, identificándoselos allá como gente de mal vivir y
buscapleitos, según Díaz Meza. Como ambos hermanos eran de la confianza de
Sancho de la Hoz, para cumplir su parte del contrato dejó a Diego en el
Cuzco, encargándole conseguir caballos, corazas y soldados dentro del plazo
establecido. Pero apenas lograría juntar seis caballos, llevándolos hasta
Valdivia en Tarapacá o la proximidad de este territorio.
Juan, en tanto, acompañó a Sancho de la Hoz hasta Lima, donde pretendió
hacer valer sus influencias y falsas riquezas. Sin embargo, le salió al paso
el experto contador Ortum Malaver, quien demostró que el controvertido
personaje no sólo estaba absolutamente falto de activos, sino que cargaba
con una gran cantidad de deudas, que incluían esclavos negros fallecidos en
el alzamiento del Callao, costas judiciales, cuentas por pagar, gastos del
letrado no cumplidos, etc.
Incapaz de cubrir las deudas y de salvar su reputación ostentando abolengos
imaginarios, el oficial de Alguacil Mayor de Lima, el mulato Jerónimo, lo
condujo hasta un enfurecido Alcalde Juan Tello, quien decidió ponerlo tras
las rejas. Acabó metiéndose en los más serios problemas financieros, de esta
manera, por sus malas artes con los antiguos acreedores y encerrado en un
calabozo junto a su cuñado y socio directo.
Entonces, el ahora preso Sancho de la Hoz fraguó un siniestro complot para
sacar a Valdivia del liderazgo del proyecto, visualizándolo como única
salida a sus desdichas, como veremos.
Una leyenda cuenta que el alférez Juan Romero, cazador de la expedición de
Valdivia, se acercó por entonces a éste, advirtiéndole de un posible plan de
traición. Faltando casi nada ya para la llegada de las expediciones desde
los chiriguanos, el muchacho había capturado con su honda una torcaza y le
habría sacado el corazón aún palpitante al ave, señalándole a Valdivia que
los latidos de tres en tres que daba el órgano, anunciaban que tendría
enormes dificultades nuevas que sortear, incluyendo las traiciones, pero de
todos modos cumpliría con su objetivo. Romero hasta le avisó a su superior
en la noche que se habría "salvado", aludiendo al frustrado plan de
asesinato que había quedado abortado en el campamento, como también podremos
ver.

Pedro de Valdivia, Francisco de Villagra y Jerónimo de Alderete, en base al
grabado publicado por Alonso de Ovalle en 1646.
EL COMPLOT DE SANCHO DE LA HOZ CASI ARRUINA TODO. ESTADÍA DE LOS VIAJEROS EN
ATACAMA
Luego de un rato en la jaula, Sancho de la Hoz sería liberado para que
pudiese pagar sus deudas y con este objetivo reunió dinero entre sus
amistades más cercanas, incluyendo a Juan de Guzmán y otros personajes como
el soldado Juan Ortiz de Pacheco y Gonzalo de los Ríos, este último
incorporado recientemente a los negocios, desconociendo el pésimo currículo
que cargaba el endeudado.
Estos mismos hombres habían logrado sacarlo de las rejas insistiendo en que
su socio no pagaría ni podía pagar deudas estando encerrado, y que de todos
modos tendrían que liberarlo tarde o temprano, porque Pizarro ya preparaba
una orden que llegaría pronto a Lima. Así convencieron al notario Domingo de
la Presa, quien representaba la parte acreedora de la mayor cantidad de
dineros. Éste partió a reunirse con el prisionero y, después, con el mismo
hasta el despacho del Alcalde Tello. La autoridad judicial accedió a
concederle la libertad con la condición de que jamás volviese a la cuidad
sin traer a De la Presa lo que adeudaba, al tiempo que Juan de Guzmán se
comprometía a pagar cuatro pesos de oro de ley a cada uno de los alguaciles
que lo habían aprehendido y seis pesos de la misma denominación cada un día
al carcelero Jerónimo.
Sus salvadores, además, eran quienes acompañarían a Sancho de la Hoz en su
salida desde Lima para alcanzar la expedición de Valdivia, en un grupo de
unos 20 hombres. Entre ellos, incluso iba el hasta hacía poco reacio a
participar Juan Ruiz Tobillo, que había logrado ser convencido por Sancho de
la Hoz, cuyas capacidades para embaucar y hacer morder carnadas seguían
intactas, según parece. Adhirieron a su viaje también el veterano Antonio de
Pastrana y su yerno el mozo de 25 años, Alonso de Chinchilla, dos
intrigantes casi de profesión.
Sin embargo, ya le habían llegado al mal socio las noticias de las
dificultades de los dos primeros meses de avance de Valdivia, llegando a
pensar en algún momento, de que su sociedad ya no tenía sentido y que podría
imponer sus intereses. A pesar de todo, Diego de Guzmán ya se había
adelantado a Arequipa para alcanzar a proveerse de hombres y equipos,
reuniéndose esta nueva caravana con él en el camino. En Pachica, además, se
enteraron de que los expedicionarios habían partido hacía unos ocho días,
para reunirse con Aguirre y a la espera de la llegada de Villagra y Bohón.
Convencido de que podía conseguir la jefatura de esta empresa de conquista,
entonces, en Arequipa Sancho de la Hoz compró dos o tres puñales con los que
pretendía dar muerte a Valdivia en complicidad con Antonio de Ulloa y Juan
de Guzmán, quienes lo debían asesinar cuando lo abrazara al momento del
reencuentro, para hacer más vil el plan criminal. Se reunieron en Acari,
precisamente para planear su sangriento objetivo. El cuarto cómplice, Alonso
de Chinchilla, se quedaría rezagado intentando reclutar más hombres para lo
que iba a ser la nueva etapa de la expedición, con el conspirador al mando.
Su suegro Pastrana también estaba al tanto, y probablemente haya sido la
voluntad que movió a Chinchilla como su marioneta en este sucio plan.
Apresurando su avance, Sancho de la Hoz y el grupo de complotados llegaron
al campamento que los expedicionarios habían establecido 12 leguas antes de
Atacama la Chica, en horas de la medianoche. Como no vieron a
Valdivia, que por feliz casualidad o acaso siguiendo la supersticiosa señal
de Romero había salido ya hacia Atacama la Grande sin regresar aún,
comenzaron a buscarlo, confundiendo su carpa con la de Bartolomé Díaz, a
quien Sancho de la Hoz y los demás conjurados sorprendieron con su urgencia
de hallar al capitán. Además del conspirador principal, venían con él Diego
de Ávalos y los mencionados hermanos Juan y Diego de Guzmán, este último
unido al grupo allí mismo, de camino a concretar el crimen.
Cuando identificaron la tienda que correspondía a Valdivia, verificaron que
sólo estaba ocupada por doña Inés de Suárez, que hasta ese momento dormía
ignorante de lo que sucedía. La mujer le habría recriminado la imprudencia a
Sancho de la Hoz, que a excusas poco creíbles intentaba explicar su actitud
aquella noche. El alboroto atrajo a don Luis de Toledo, haciendo más
sospechosa la situación a ojos de todos y, así, el plan de asesinato se
desmoronó por sí solo.
Siendo evidente que algo extraño sucedía, Pero Gómez de Don Benito, que era
el encargado del campamento en ausencia de Valdivia, encaró a Sancho de la
Hoz y sus hombres, que por sólo unas horas de diferencia no pudieron
encontrar al conquistador en el lugar, para darle muerte.
Por más que negaron sus planes, no lograron convencerlo. Sin embargo,
temiendo que el culpable pudiese tener aún "santos en la corte" y que su
muerte podría provocar un conflicto con las máximas autoridades coloniales,
decidió no colgarlo a él ni a los otros complotados, como correspondía en
esta grave situación. Prefirió, en su lugar, informar primero a Valdivia,
redactándole una nota esa misma noche, enviada por la vía de un mensajero.

García Hurtado de Mendoza, Pedro de Villagra y Rodrigo de Quiroga, en base
al grabado publicado por Alonso de Ovalle en 1646.
NUEVO OBSTÁCULO: INTENTOS POR SUBLEVAR A LA TROPA. SANCHO DE LA HOZ ACABA
SIENDO APARTADO DE LA SOCIEDAD
Creyendo que la oportunidad aún no estaba perdida, en la espera Sancho de la
Hoz no cejó en sus afanes e intentó provocar un alzamiento del campamento,
azuzando los ánimos de los menos conformes, al igual que lo haría Antonio de
Pastrana y Juan Ruiz Tobillo, que actuaron como caudillos conflictivos
durante todo el viaje, prácticamente.
Pastrana, de hecho, venía explorando el ánimo de los soldados desde su
llegada a Tarapacá y si no antes, al tiempo que intentaba poner en
entredicho el liderazgo de Valdivia para debilitar su credibilidad entre sus
subalternos. Sabía que podría contar con nombres como los de Diego de
Guzmán, Francisco de Escobar y el propio Juan Ruiz Tobillo, aunque este
último era peligroso por su destemplado comportamiento y su falta de astucia
como intrigante, debiendo mantenerlo bajo vigilancia y correa, como se haría
con un perro rabioso. También podía contar con Martín de Solier, el segundo
"don" que se habría de unir a la expedición, después de que lo hiciera "don"
Francisco Ponce de León.
Así las cosas, un grupo reducido de unos siete hombres que ya estaban
alineados con Pastrana desde antes de la llegada de Sancho de la Hoz y
todavía después de su fracaso, se tentó con la explosión de rebeldía
amenazando la estabilidad del grupo. Ambos hermanos Guzmán colaboraron en el
nuevo intento de conato, e incluso coquetearon con la idea de traicionar a
Sancho de la Hoz apuñalándolo, tratando de ofrecer al leal de Valdivia, Juan
Godínez, la oportunidad participar en el crimen a cambio del cargo de
alguacil mayor.
Sin embargo, Gómez de Don Benito y los demás jefes fieles a Valdivia,
volvieron a intervenir y esta vez los amenazó directamente con llevarlos a
la horca. Los demás hombres del campamento, de hecho, estaban deseosos de
matar a los desagradables y molestos conspiradores.
Justo regresaría Valdivia hasta allí, luego de tres días de ausencia,
encontrándose con este escenario de conflicto que no le costó silenciar con
sus 25 acompañantes, entre ellos Aguirre. Juan Jiménez lo puso al tanto de
los detalles de la traición y Valdivia se mostró firme y decidido. Empero,
prefiriendo salvar la unidad del proyecto, los perdonó en el momento y se
fingió amable con Sancho de la Hoz, pidiéndoles continuar la expedición.
Sin embargo, cuando llegaron a Atacama la Grande, los conspiradores y
alzados fueron detenidos, encerrados y se inició un proceso sumarial contra
ellos. Estuvieron al borde de ser colgados, pero por insistencia de los
clérigos, la vida se les perdonó otra vez, devolviendo a tres de los
conspiradores hasta Perú y dejando a Sancho de la Hoz engrillado y con
guardias permanentes, conminándolo a abandonar la sociedad en vista de su
comportamiento y de la amnistía recibida, durante los cerca de dos meses que
permanecieron todos estacionados en este poblado. Los hermanos Guzmán y el
no menos sátrapa López de Ávalos, fueron los expulsados de vuelta hasta
Pizarro, para alegría del inicio de las líneas generacionales del pueblo
chileno.
Sabiéndose atrapado en su propia telaraña, Sancho de la Hoz accedió a
abandonar la sociedad de 1539, por escritura redactada, firmada y jurada en
el mismo pueblo de Atacama el día 12 de agosto de 1540, ante el escribano y
testigo Luis de Cartagena, no obstante que seguiría siendo parte de la
expedición y que Valdivia se comprometía a darle las manutenciones
correspondientes. Este documento es considerado la primera escritura firmada
en la historia notarial y archivera de Chile.
Santiago de Ulloa, en cambio, logró convencer a Valdivia de que sus
lealtades estarían desde ahora en adelante con él, salvándose así del
destierro y permaneciendo incorporado en la expedición.
El que más cerca estuvo de la muerte fue Escobar, para quien se había
levantado ya una horca de plaza, quizás la primera que se haya conocido en
Chile. Fue llevado hasta ella, se pasó el nudo por su cuello y,
milagrosamente, al momento de ser empujado de la escalera a la que había
subido hasta su ejecución, la cuerda se cortó, y cayó como saco al suelo.
Los propios hombres presentes comenzaron a implorar "perdón" a Valdivia, tal
vez creyendo que se trataba de una señal divina. El conquistador accedió a
la petición, y Escobar se comprometió a regresar a España, encerrándose en
los claustros de la Orden de San Francisco, como efectivamente hizo por el
resto de su vida.
A la sazón, además, con la llegada de altos jefes militares como Francisco
de Villagra y los dos capitales de origen alemán Juan Bohón y Bartolomé
Blumenthal (apellido después traducido a Flores), con sus respectivos
hombres, la figura que antes parecía imponente y convincente de Pastrana, se
habría de diluir y quedar relegada al claroscuro dentro de la expedición,
subordinándose a las circunstancias y dejando de ser un peligro, al menos
por ahora.
Partiendo desde Atacama tras superar este nuevo impasse y cumplir con
la larga pausa del viaje, esta vez 136 hombres tomarían un desafío que se
abría ante los ojos de Valdivia, al tener que atravesar el duro desierto en
un gran vacío de vida que se prolongaba hasta el oasis del Valle de Copiapó.

Imagen del
Monumento de don Francisco de Aguirre en La Serena, del diario "El Día",
septiembre de 1955, cuando el monumento aún se encontraba instalado en el
Parque Pedro de Valdivia.
LA HOSTILIDAD DE LOS INDÍGENAS Y NUEVOS INTENTOS DE REBELIÓN. EL DIFÍCIL
VIAJE HASTA COPIAPÓ
Si hasta aquel momento, la poca simpatía de los indígenas para con los
españoles se había manifestado a través de desconfianzas y escasa
colaboración a sus necesidades, a partir de la salida desde Atacama hacia el
Sur cobraría cuerpo con cada vez mayores agresiones. Como muchas aldeas
estaban advertidas del avance de estos intrusos, también había algunos
caseríos que habían sido abandonados y en los que los alimentos que no
habían podido llevar con ellos sus habitantes, había acabado destruidos,
para que no fueran utilizados por los hispanos.
Recurro a las palabras del cronista Diego de Rosales en su "Historia general
del Reino de Chile. Flandes Indiano":
Como se vio en don Pedro de Valdivia y en su gente, que en Atacama, de
donde Almagro había salido, comenzó a hallar dificultades y a no
sujetarse a ellas, sino a vencerlas con el ánimo y valor. Tenían ya los
indios noticia de su venida, y retirando las comidas, así por no
perderlas porque los españoles no se aprovechasen de ellas, se pusieron
en arma. Dividió su gente en dos trozos y peleó y venció a los indios y
pasó al primer valle, donde hizo alto para que descansase la gente y las
cabalgaduras y que tomasen aliento para pasar el despoblado y esperar a
un capitán que de las Charcas llegó con veinte hombres, todos guzmanes,
personas principales y de valor, y por serlo y no de la fracción de los
Pizarros, odiados de ellos, marchando Valdivia en buen orden con toda su
gente tuvo aviso cómo a las puertas del despoblado estaban muchos indios
juntos y encastillados en un cerro empinado para desde allí arrojarle
muchas galgas y piedras al pasar de una angostura, donde iban a dar con
gran violencia; envió al capitán Francisco de Aguirre, natural de
Talavera de la Reina, su grande amigo y de mucha fama en el Perú por sus
valerosos hechos, con cincuenta soldados a que los rompiese; acometió el
capitán al fuerte con gallardo ánimo, más como los de adentro estaban
bien prevenidos de lo necesario de lo necesario para defenderse y
determinados de hacer en el caso hasta lo último de potencia, trabose la
pelea de tal suerte que en mucho tiempo no se pudo conocer la ventaja de
ninguna parte. Y viendo Francisco de Aguirre la porfía con que se
defendía y considerando que aquella era la primera fracción que su
general le había encargado, mostrando tener de él más satisfacción que
de otros con igual ánimo la pudieran tomar a cargo, y que consistía su
reputación en salir con ella, animó los soldados de tal manera con un
breve y eficaz razonamiento, que les hizo que cerrando con el fuerte con
ímpetu español, le ganaron, enseñoreándose de él con muerte de muchos
enemigos; y consigue cuanto quiere una buena determinación con
perseverancia.
En algunos momentos, la expedición debió recurrir a lo que tuviese a mano
para poder sobrevivir, como por ejemplo comer frutos de cactos del desierto
y de las aldeas. Nuevamente, la sombra oscura del desastre se cernía sobre
la aventura de estos hombres, pero ya no había posibilidades de vuelta
atrás.
Tras superar los 700 kilómetros de sufrido viaje, llegaron en estas
deplorables condiciones hasta el Valle de Copiapó, reuniéndose en el último
tramo con Gonzalo de los Ríos, el controvertido Alonso de Chinchilla y otros
20 hombres, además de Juan Jufré y Gaspar Vergara que volvían sin haber
podido lograr reunir más hombres para la expedición, que ahora sumaba unas
150 almas, incluyendo a los clérigos. El resto eran los indígenas de
servicio.
El arribo a Copiapó fue la superación de una durísima prueba para los
miembros de esta increíble aventura. Decidido a dejar su huella y celebrar
la toma de posesión del primer poblado importante que encontraban en la ruta
por Chile, Valdivia lo llamó Valle de la Posesión. Allá se habían
adelantado De los Ríos, como dijimos, y Ortiz Pacheco, los otros conjurados
del frustrado plan de golpe. Y dice el cronista Vicente Carvallo y Goyeneche
en su "Descripción histórico-geográfica del Reino de Chile":
Acampando el ejército sobre la ribera meridional del río Copiapó y
puesto sobre las armas, dieron gracias al Dios de los ejércitos con una
misa solemne, y después de una descarga de artillería y mosquetería,
echaron el
viva el rey. Los indios desampararon el valle y se retiraron a los
montes.
Sin embargo, la llegada a las proximidades del oasis debió verse manchada
por una situación que pareció inevitable ya, a esas alturas: la ejecución de
Juan Ruiz, cuya personalidad rebelde e indómita le llevó a seguir probando
con provocar motines durante todo el trayecto. Denunciado por Gómez de Don
Benito, la actitud de Ruiz colmó la paciencia de Valdivia y ordenó que fuese
colgado sin derecho a confesarse siquiera, logrando desmotivar con ello a
los más problemáticos que seguían en la caravana.
Ruiz no tendría la suerte de Escobar, pues su cuerda no se cortó y, por el
contrario, se mantuvo firme balanceando su cadáver al Sol del desierto. La
leyenda dice que Valdivia había vuelto a ser advertido por el agüero Romero
de este nuevo conato, sofocado por sus hombres y tan duramente castigado.

Michimalonco o Michimalongo, en imagen de Editorial Talcahuano.
ÚLTIMOS ENFRENTAMIENTOS ANTES DE LLEGAR AL MAPOCHO. FIN DE LA PRIMERA ETAPA
DE LA EMPRESA DE CONQUISTA DE CHILE
Lamentablemente para los hispanos, las penurias y la resistencia contra
ellos continuaba aumentando a medida que iban agregando grados en su
descenso hacia el Sur de estos territorios.
Sin embargo, Valdivia seguía confiado en su campaña, convencido de que
semejante deseo debía salir adelante con la protección divina que invocaba,
tanto la de
Santiago Apóstol, santo patrono de los ejércitos españoles a quien dedicaría
el nombre de su primera ciudad, como de la Virgen del Socorro
(originalmente, de la Asunción o de la Inmaculada Concepción), a cuya efigie
en talla de bulto llevaba el conquistador en el arzón de la silla de su
montura, tras hacer un voto y encomendarse a ella en el Cuzco antes de
partir.
Ni bien pasaron por Copiapó, comenzaron a enfrentar fuertes emboscadas de
los indígenas diaguitas, llegando medirse con un ataque de ocho mil
guerreros, según Mariño de Lovera, y trampas en el camino dirigidas por el
sagaz cacique Michimalongo, señor del Valle de Chile en Aconcagua,
además de acciones de Catiputo, Tanjalongo y otros jefes militares nativos.
Los españoles estaban advertidos de estas hostilidades, sin embargo, según
lo que escribieron cronistas como Carvallo y Goyeneche:
Alonso de Monroy, comandante de la vanguardia, encargado por Pedro de
Valdivia que hiciese tomar a alguno para orientarse en sus designios,
envió luego dos de ellos y una india. Examinados separadamente,
declararon: que al aviso de los centinelas de que bajaban por la
cordillera hombres como los que entraron con el adelantado Diego de
Almagro, se habían retirado a los bosques para tratar sobre el asunto, y
que el cacique Hualimi votaba por la guerra, pero que Galdiquin era de
sentir fuesen recibidos en paz, si pasaban adelante como los primeros.
En el Valle del Huasco, producto de estos enfrentamientos, murió un soldado
de apellido Olea, primer caído en combate durante la expedición. Para peor,
en Coquimbo se fugaron de la expedición 400 indios auxiliares, casi la mitad
de los que le acompañaban, temerosos de morir de hambre y amedrentados por
la incertidumbre sobre lo que se venía para ellos en este viaje. Siguiendo
al Sur, Michimalongo fue especialmente agresivo y previsor en el sector del
Valle del Río Aconcagua, en el actual sector de Putaendo, aunque no logró
frenar el avance de la caravana hacia Lampa y Quilicura.
Doña Inés de Suárez, entre sus labores "domésticas" para tal centenar y
medio de hombres, muchas veces más debió asumir tareas de enfermería para
los heridos, primeros servicios de este tipo por parte de una mujer en Chile
y que la ponen, según algunas opiniones, en los antecedentes de la medicina
del país. Y, como dato curioso, medio centenar de chiquillos nacieron de las
indias que acompañaban la expedición durante este viaje hasta el río
Mapocho, hijos de varones yanaconas o de los propios expedicionarios en
algunos casos, que debieron haber sido asistidas también en el parto, de
alguna forma.
Faltando un mes para completar el año de marcha, luego de atravesar todo el
territorio hostil, Valdivia y los expedicionarios llegaron por fin al Valle
del Mapocho en diciembre de 1540, concluyendo así la primera etapa de esta
asombrosa empresa de terquedad, ambición y perseverancia, para dar inicio a
la
fundación de la ciudad de Santiago del Nuevo Extremo y toda la posterior
campaña de conquista más hacia el Sur del país.
Muchas cosas pueden decirse en nuestros días de Pedro de Valdivia y de su
aún controversial cruzada de conquista, sin lugar a dudas, pero que fuera un
sujeto extraordinariamente decidido, voluntarioso y tenaz frente a las
adversidades más variadas e inesperadas, queda fuera de todo
cuestionamiento.
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