UNA CONTROVERSIA FINANCIERA DE 1547 EN EL SANTIAGO DEL NUEVO EXTREMO

 

 Navío del tipo de la San Pedro y la Santiaguillo.
El conquistador Pedro de Valdivia y sus milicianos siempre debieron lidiar estoicamente con un problema que llegó a ser vernáculo en el Chile del siglo XVI: la permanente falta de presupuesto. Esta calamidad estuvo al borde de hacer naufragar sus proyectos y los de varios de sus sucesores, de hecho.
En el período más sombrío, prestamistas y usureros se habían negado a extender créditos a don Pedro. Juntando todos los recursos reunidos hasta entonces desde su salida hacia el sur de Perú, apenas había reunido la suma de $15.000 que se habían gastado casi totalmente en los preparativos de la misma expedición hacia Chile, en 1539. De no ser porque logró convencer providencialmente al comerciante de mercaderías y esclavos Francisco Martínez, para que se suscribiese a su empresa conquistadora a cambio de la mitad de lo que se produjera en la futura colonia, probablemente la historia chilena tendría un punto de partida bastante distinto al que hoy le conocemos.
La férrea voluntad de Valdivia para dar curso a aquellos planes también permitió reunir gente para la conquista de Chile, el recurso humano. Tarea nada fácil, considerando que prácticamente no había interesados en tierras peligrosas y con posibilidad de ofrecer sólo miserias, garantes únicamente de vidas sumidas en la pobreza y dificultades para quienes se aventuraran en ellas. En parte, esto se debía a que el adelantado don Diego de Almagro se había encargado de publicitar la más oscura descripción de estos territorios indómitos. Y, para peor, Pero Sancho de la Hoz había irrumpido súbitamente en medio de los preparativos de Valdivia y con sus propios planes, contando con mayores recursos y simpatías de las autoridades para emprender la conquista de Chile.
Otra vez, Valdivia estaba al borde de ver fracasadas sus aspiraciones y ambiciones, por lo que debió redoblar esfuerzos para convencer a Francisco Pizarro de cederle la campaña, aunque en sociedad con Sancho de la Hoz. Valdivia firmó el nuevo contrato convencido de que debía deshacerse de este intruso tan pronto como la oportunidad se le presentase, y en esta situación salió desde el Cuzco hacia principios de 1540, en su tortuoso y épico viaje a Chile.
Con unos 20 hombres, entonces, Valdivia vería nuevamente en peligro sus planes al llegar a Tarapacá: sus fuerzas no lograban aumentar ni avanzar a los territorios de más al sur con tan escaso contingente. Intentarlo con estas desventajas ya parecía prácticamente un suicidio. Esta vez, sin embargo, la incorporación de Francisco de Villagra, Juan Bohón, Juan Jufré, Jerónimo de Alderete y otros hombres a la expedición, permitió al conquistador restaurar su propósito y seguir adelante.
101 almas llegó a acumular para salir hacia Atacama, entonces. Ni siquiera el intento de asesinarle por mano de Sancho de la Hoz y otros conjurados, persuadió a Valdivia de dar un paso atrás en aquel camino sin retorno. Poco después, tomaba posesión del valle de Copiapó.
Como se sabe, la expedición de Valdivia llegó al valle del Mapocho hacia fines de 1540. En febrero del año siguiente, fundó la ciudad de Santiago del Nuevo Extremo, sentando la colonia de la que sería la gran ciudad de nuestros días y sobre un asentamiento anterior leal al destruido Tawantinsuyo. Originalmente, la ciudad capital hispana estaba pensada para ser una posada o parada en el camino hacia el sur, que era el verdadero interés de Valdivia, pero no tardaría en convertirse en el centro administrativo de la presencia castellana en los territorios del actual Chile.
Durante el mes que continuó se establecería en Santiago el primer cabildo, organismo de mayor poder dentro del territorio después de la gobernación. Así, Valdivia se hizo elegir gobernador y capitán general por voto de los vecinos, quedando a la espera de que sus títulos e investidura fueran reconocidos en Lima.
Ciertamente, la influencia de Valdivia sobre los procesos del cabildo en favor de sus intereses, fueron lindantes en el campo de lo que hoy podríamos asociar a los vicios de abuso de poder y personalismo. Sin embargo, el nuevo orden político de Chile había comenzado a gestarse con aquellos actos administrativos concretos.
Persistiendo la falta de financiamiento de la empresa conquistadora, esta fue mantenida por entonces gracias a los lavaderos de oro del Marga-Marga, en donde trabajaban las comunidades indígenas allí residentes. Conspiradores como Solier aprovecharon de empujar contra Valdivia los sentimientos de encono y frustración que comenzaban a surgir entre la comunidad, en tanto. Caudillos nativos como el mítico Michimalonco se encargarían de hacer más difícil la situación de lo hispanos que habían llegado decididos a quedarse.
El levantamiento de los indios de los lavaderos en el Aconcagua y luego la terrible destrucción de la colonia de Santiago, con el ataque del 11 de septiembre de 1541 dirigido por el propio Michimalonco, arrastaron las ilusiones de Valdivia otra vez hasta los límites del fracaso rotundo. Coincidentemente, había sido enviado con carácter de urgencia al Perú, por entonces, don Alonso de Monroy: iba con la misión de reunir material e insumos para la adolorida y sufrida colonia. Monroy llegó al Cuzco en noviembre de ese año, siete largos meses después de haber salido.
En tanto, la situación de la colonia de Santiago era ya desastrosa: faltaba todo, incluso las prendas básicas de vestir y abrigarse. Hacia mediados de 1542 la pobreza y el hambre eran tales que todos sospechaban sobre el inminente final del experimento de colonización de estas tierras fatales. Sin embargo, autores clásicos como Francisco A. Encina hacían notar que el origen humilde de la mayoría de los conquistadores les permitió soportar las duras condiciones hasta lo impensable, ya acostumbrados a lidiar con las carencias de una vida dura.
Afortunadamente, además, el comerciante, encomendero y minero Lucas Martínez Vegaso, padre de Francisco Martínez, se enteró de la angustiante situación de la población de Santiago por comentarios de Monroy en su paso por el valle de Tarapacá y de camino al Perú. Martínez Vegaso, amigo de Valdivia, decidió tenderle la mano y mandó a Chile un cargamento con armas, ropas y otros productos para socorrer a los infelices.
La generosa carga llegó en la nave Santiaguillo (llamado en realidad Santiago, pero más conocida con ese nombre) al mando de Diego García de Villalón, siendo recibida por Villagra.
Poco después, don Pedro obtenía más generosas ayudas, esta vez directamente económicas. El ángel benefactor fue el acaudalado señor Cristóbal de Escobar, quien suscribió a su propio hijo, Alonso, en estos proyectos de conquista.
Sin embargo, al poco tiempo Francisco Martínez comenzó a percibir que la colonia santiaguina tendría un destino de pobreza interminable. Frustrado y pesimista, acabaría abandonando sus acuerdos con Valdivia. El 11 de octubre de 1543 presentó un escrito ante los alcaldes de Santiago, donde dice justificando su decisión:
...pensando que aquel dicho gobernador tuviera mucha cantidad de peso de oro y otras cosas de que hubiese mi parte como tal compañero suyo, he visto que la tierra está perdida y no tiene dicho gobernador un real, sino antes debe $50.000 y ahora para socorrer a su gente y soldados adeuda otros $50.000 y cada día se adeuda más, por donde a mí se me recrece muy gran daño y perjuicio y no puedo ganar nada en tener la dicha compañía, sino antes perder y estar toda mi vida adeudado...
Valdivia logró desprenderse de este contrato con Martínez pagando al renunciado la suma de $5.000 de oro, fijados por los árbitros que fueron García de Villalón y Alonso Galiano. Empero, era claro que su situación financiera caía de nuevo en un punto agobiante y angustioso, para peor en precisos momentos en que le resultaba urgente continuar recorriendo su gobernación más al sur del Cachapoal, hasta donde no le había sido posible llegar aún.
Mal le iría a Valdivia en sus nuevas expediciones, entonces: los indios del Maule y luego las huestes del terrible Michimalongo del valle de Aconcagua obligaron a retroceder en dos ocasiones hasta los contornos de Santiago. Pese a todo, en 1544 logró implementar una nueva caravana al mando de Bohón, para fundar la ciudad de La Serena, otro poblado-posada a medio camino entre Copiapó y Santiago. Por el sur, en cambio, siguieron las fundaciones de San Pedro y Valdivia. 
A esas alturas, el gobernador seguía encargando afanosamente la extracción de oro a los indígenas yanaconas de los lavaderos. Pero las dificultades y angustias de la incipiente sociedad chilena fueron aprovechadas por Sancho de la Hoz para planear un nuevo atentado, reclutando algunos gañanes en Santiago para tal propósito. Sin embargo, cuando intentaron suscribir a Villagra al complot, este dio inmediato aviso a Valdivia, quien ordenó apresar a Sancho de la Hoz aunque, por segunda vez, le perdonaría la vida.
El conquistador de Chile tenía otras urgencias en mente, en esos momentos: arreglar un nuevo viaje al Perú para poder conseguir el sustento de la colonia y el reconocimiento de sus grados administrativos. Ante las dificultades y los fracasos de las misiones anteriores, decidió partir personalmente hasta Lima.
Encargó entonces al marino genovés Juan Bautista Pastene, quien había llegado a Chile en la nave San Pedro y viajado por los territorios del sur de la gobernación, echar anclas del navío Santiaguillo en el puerto de Valparaíso. Y, siguiendo cuidadosamente un astuto plan surgido solo en la creatividad de un desesperado, Valdivia informó a la colonia que había extendido órdenes a Villagra y a Alderete para viajar ir a Perú en busca de materiales y más hombres para la población.
Sin embargo, cumpliendo con su estratagema, anunció también la existencia de una autorización de salida desde la gobernación junto a los enviados, para cualquiera de los vecinos que quisiera hacerlo. Como condición, sólo debía pagarse en oro una tasa moderada, como matrícula para ejercicio de este derecho.
Es preciso observar que Valdivia ya no tenía dinero hacia fines de 1547: los envíos de remesas en cantidades de $60.000 y luego $70.000 para obtener materiales y recursos lo habían dejado sin oro y sin alguna posibilidad de obtener créditos financieros en el Perú. Empeorando la quiebra administrativa, crecía también el temor de la inminente llegada de nuevos aventureros dispuestos a tomar posesión de los territorios que se le habían asignado, especialmente hacia el extremo sur, en el Estrecho de Magallanes.
Su situación era, por lo tanto, terminal, a menos que optara por tomar una decisión radical que apostara al futuro de la propia colonia en un juego del todo por el todo. Y así lo hizo...
No sabemos si los cerca de 15 vecinos que pagaron la truculenta licencia lo hicieron realmente motivados por la idea de adquirir productos y materiales para la colonia en el Perú o más bien con la esperanza de zafarse de las penurias que por aquí se vivían, escapando de tantas pesadillas sin intenciones de regresar. Tendemos a creer más bien en lo segundo, por supuesto.
El caso es que terminarían siendo defraudados: cuando los matriculados llegaron dificultosamente al puerto y abordaron la nave Santiaguillo en Valparaíso, Valdivia, quien ya estaba allá esperándolos con la supuesta intención de darles la despedida, les hizo llegar la invitación a una comida antes de que zarpasen. Los vecinos bajaron y se registraron en un puesto, entonces, dejando en este registro información sobre la cantidad de oro que traían para pagar el monto de la licencia y que ya habían dejado arriba del barco.
Fue en ese momento, entonces, cuando Valdivia abordó de forma rauda un bote y subió furtivamente al Santiaguillo, tomando todo el oro aportado por los ingenuos vecinos de la gobernación. Estos vieron con indignación y espanto lo que sucedía en el muelle, y comenzaron a insultar furiosos al gobernador desde la costa, posesos por los efectos de la peor y más humillante vergüenza.
En su desesperación, uno de los ofendidos intentó perseguir en vano el bote de Valdivia. Otro, el escribano Juan Pinel, quien tenía intenciones de llevar hasta Granada una modesta suma de dinero para su familia, "se volvió loco de pesar" según las crónicas. Valdivia le había pedido todo su oro para lucirlo en Perú junto a su fina armadura, montura y armas usadas para una puesta en escena y así reclutar gente que vendría atraída por la falsa creencia de que en Chile abundaban las riquezas, además de ganarse con sus ostentaciones la confianza de ilusos comerciantes. Incluso un músico se enfureció tanto al saberse estafado que destruyó su valiosa trompeta, poseso de la ira incontrolable.
Celebrando su hazaña, Valdivia ordenó a Villagra llevar hasta el barco el inventario con los dineros reunidos que se había hecho en el puesto y los comparó con la cantidad de oro que había ya en la nave. Acto seguido, ordenó asumir ante los afectados el compromiso de pagar estos montos con el oro que se irían obteniendo paulatinamente de los lavaderos auríferos, solución que no resolvió en nada la molestia y la indignación de los estafados.
El Santiaguillo no zarpó inmediatamente a pesar de la indignación de los embaucados, sino unos días más tarde: hacia el 13 de diciembre. En tanto, hubo duras reacciones en Santiago al conocerse la noticia... Pero parece que no terminó allí la tropelía.
Si bien el conquistador reconoció después haber tomado el oro desde las manos de los burlados pagadores de la licencia, su reporte sobre la cantidad de dinero con el que llegó a Perú sumaba 100.000 castellanos: $40.000 directamente tomados del oro sustraído en tan escandalosa treta y $70.000 entre lo reunido por su caudal propio y lo tomado en préstamo. Sin embargo, del informe presentado por don Pedro de La Gasca se entiende que el oro apropiado por Valdivia con su engaño, era en realidad de $70.000... Es decir, había $30.000 menos que los reportados por los informes del gobernador.
Coincidentemente, cuando Pedro de Valdivia llegó a Perú, La Gasca estaba investido con plenos poderes por decisión de la corona, otorgándole al gobernador de Chile un reconocimiento formal como tal y como Capitán General de la Nueva Extremadura en 1548, asignándole un sueldo de $2.000 anuales desde ahí en adelante, tomados desde los fondos del rey; o sea, de los quintos que correspondían a Chile de la corona. En consecuencia, Chile era oficialmente y desde ese momento una capitanía general.
Pero no duró mucho aquel buen entendimiento con La Gasca. Al poco tiempo, cuando Valdivia pretendía enfilar proa de vuelta a Chile, La Gasca ordenó su detención luego de recibir información que lo comprometía en actos que se le habían prohibido expresamente, como embarcar a indios peruanos y agitadores pizarristas como Luis de Chávez, de quien habría recibido una cantidad de dinero a modo de préstamo. Cuando Lorenzo de Aldana quiso subir a sus buques para realizar inspecciones, Valdivia se lo prohibió, por lo que el agente había corrido a informar de esto a La Gasca. También preocupaban hondamente las noticias sobre el estado en que había quedado Chile y sobre la muerte de Sancho de la Hoz.
El capitán general fue detenido cerca de Arequipa y obligado a volver a Lima, en consecuencia. La Gasca lo recibió allá, aunque agradeciendo la obediencia del detenido. Tras escuchar testimonios a favor y en contra de Valdivia, decidió liberarlo y eximirlo de los cargos el 19 de noviembre de 1548.
Pese a todo, y con el cabildo de Santiago totalmente a favor de Valdivia, cuando Villagra regresó al valle del Mapocho para asumir provisoriamente la gobernación dejada por don Pedro, el 7 de diciembre 1547 el organismo decidió seguir a las órdenes de este hasta que regresara del Perú, a menos que su majestad decidiera otra cosa. Se le reconoció a Villagra, mientras tanto, la condición de gobernador interino, tal como lo había procurado Valdivia.
Así las cosas, el descontento había comenzado a hacerse incontenible desde los días inmediatos de ausencia del gobernador: muchos colonos que habían sido perjudicados económicamente por el nuevo régimen de encomiendas hicieron un frente común de protestas, aliafos con los que se sintieron estafados por la curiosa decisión de Valdivia. La colonia de Santiago, entonces, estaba en crisis otra vez.
Aquella ira popular había sido aprovechada nuevamente por los conspiradores y enemigos de Valdivia durante su ausencia. Uno de los cercanos de Sancho de la Hoz, don Juan de Romero, decidió fraguar otra asonada y logró suscribir en ella al caballero Hernán Rodríguez de Monroy, quien había intentado planificar un golpe para atacar el barco de Valdivia y arrebatarle el oro apropiado. Sancho de la Hoz había estado al tanto de todos los detalles de la conspiración, pero no se atrevió a asumir la dirección. Rodríguez de Monroy había tratado de integrar a personajes con el peso del alcalde de segundo voto Rodrigo de Araya, el clérigo Juan Lobo y el regidor Alonso de Córdoba.
Sin embargo, la situación aparentemente favorable a los enemigos del gobernador, se volcó diametralmente cuando Lobo y Córdoba decidieron informar a Villagra de lo que estaba sucediendo a espaldas suyas, sólo un rato antes del momento que se había elegido para iniciar el conato revolucionario, que incluía los asesinatos de Pedro y de Francisco de Villagra, entre otros. Al enterarse de que las autoridades estaban en conocimiento de lo que se venía, Rodríguez de Monroy también se pasó al bando de los delatores informando del complot por carta que entregó personalmente a Villagra ese mismo día 8 de diciembre de 1547.
Las detenciones se habían efectuado de inmediato. Romero fue apresado cuando se dirigía a la Plaza de Armas para reunirse con los demás complotados: fue colgado de cabeza desde un cepo. Sancho de la Hoz fue detenido en su propia casa por el alguacil mayor Juan Gómez de Almagro, siendo llevado hasta la casa de Francisco de Aguirre, en la esquina norte de la esquina de Estado con Merced, mientras era escoltado por el propio Villagra. Aunque Sancho de la Hoz no puso resistencia, la molestia en la colonia contra Valdivia era tal que en el camino estuvieron al borde de ser emboscados por un grupo armado de vecinos. Para fortuna de Villagra, nada ocurrió, aunque el camino hasta la casa de Aguirre se le hizo eterno y tenso, temiendo por su vida.
Luego de enseñada la carta con la confesión de Rodríguez de Monroy, se ordenó decapitar a Sancho de la Hoz. La ejecución se realizó en la propia casa donde estaba detenido junto a la plaza, resguardada por unos 30 hombres armados ante el temor de que los planes de alzamiento continuaran entre los caldeados ánimos de las chusmas. Al rato, los curiosos y los partidarios del complot vieron pasar la cabeza de Sancho de la Hoz en las manos de un negro, seguida del cuerpo decapitado arrastrado por otros hombres. Villagra se asomó por una de las ventanas y conminó a los presentes a retirarse a sus casas.
En el día siguiente, tocó su hora a Romero, quien fue colgado. Sin embargo, antes de morir confesó a Villagra la identidad de los demás conjurados contra Valdivia. Eran tantos y había entre ellos nombres tan importantes que el gobernador Interino prefirió detener su relato y decidió guardar silencio sobre los detalles de lo que había admitido el condenado. La mano dura con que actuó, sin embargo, consiguió horrorizar a los descontentos ciudadanos obligándolos a la resignación, pese a los ánimos que había desatado desde la oscura treta de Valdivia.
Mientras tanto, y para cuando a Valdivia se le había reconocido en Lima su título de capital general en 1548 (que ostentaba desde hacía siete años en Chile), gran parte de los dineros que había tomado en Valparaíso estaban ya parcialmente devueltos o asegurados a sus enfurecidos dueños, alcanzando los abonos la suma de más de 46.000 castellanos. Sin embargo, el descontento seguía siendo un principio activo en la sociedad santiaguina, que continuó sintiéndose vejada tras esperar con pintura de guerra el regreso del gobernador.
Los efectos de tal tropelía perduraron largo tiempo. Pinel incluso se suicidó, en 1550, agobiado por la pobreza y la desesperación de no haber recibido de vuelta su parte del oro a pesar de sus insistentes súplicas a Valdivia. Con ese dinero, el desgraciado señor había pretendido irse del territorio y abandonar las penurias de Chile. El suyo fue el primer caso de suicidio formalmente registrado en el país, además.
Sin duda que ha de ser una situación atenuante el que los destinos de los dineros apropiados por Valdivia hayan tenido, finalmente y en su mayoría hasta donde es posible rastrear, una orientación en favor de preservar la colonia. Tampoco puede minimizarse el hecho de que fueron repuestos en su mayor parte, aún cuando esto no reparó el daño causado a los que, de buena fe, habían pagado la matrícula de viaje con oro, conservado a veces con grandes sacrificios y dificultades.
Sin embargo, la estratagema diseñada y realizada por Valdivia para apropiarse de aquel dinero cumplió en gran medida con una ambición personal; casi obsesión de conquista y de obtener posiciones de titularidad en en el Nuevo Mundo. Mas, de no ser por ella, la historia colonial de la ciudad de Santiago y todo el país de seguro habría tomado cursos por meandros muy diferentes a los que hoy conocemos.

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