Navío del tipo de la San Pedro y la Santiaguillo.
El conquistador Pedro de Valdivia y sus milicianos siempre debieron lidiar estoicamente con un problema que llegó a ser vernáculo en el Chile del siglo XVI: la permanente falta de
presupuesto. Esta calamidad estuvo al borde de hacer naufragar
sus proyectos y los de varios de sus sucesores, de hecho.
En el período más sombrío, prestamistas y usureros se habían negado a extender créditos a don Pedro. Juntando
todos los recursos reunidos hasta entonces desde su salida hacia el sur de Perú, apenas había reunido la suma de $15.000 que se habían gastado
casi totalmente en los preparativos de la misma expedición hacia Chile, en
1539. De no ser porque logró convencer providencialmente al comerciante de mercaderías y
esclavos Francisco Martínez, para que se suscribiese a su empresa
conquistadora a cambio de la mitad de lo que se produjera en la futura
colonia, probablemente la historia chilena tendría un punto de
partida bastante distinto al que hoy le conocemos.
La férrea voluntad de Valdivia para dar curso a aquellos planes también
permitió reunir gente para la conquista de Chile, el recurso humano. Tarea nada fácil,
considerando que prácticamente no había interesados en tierras
peligrosas y con posibilidad de ofrecer sólo miserias, garantes únicamente de vidas sumidas en la pobreza y dificultades para quienes se aventuraran en ellas. En parte, esto se debía a que el adelantado don Diego de Almagro se había encargado de publicitar la
más oscura descripción de estos territorios indómitos. Y, para peor, Pero
Sancho de la Hoz había irrumpido súbitamente en medio de los
preparativos de Valdivia y con sus propios planes, contando con mayores recursos y simpatías de
las autoridades para emprender la conquista de Chile.
Otra vez, Valdivia estaba al borde de ver fracasadas sus aspiraciones y ambiciones, por
lo que debió redoblar esfuerzos para convencer a Francisco Pizarro de
cederle la campaña, aunque en sociedad con Sancho de la Hoz. Valdivia
firmó el nuevo contrato convencido de que debía deshacerse de este
intruso tan pronto como la oportunidad se le presentase, y en esta
situación salió desde el Cuzco hacia principios de 1540, en su tortuoso y épico viaje
a Chile.
Con unos 20 hombres, entonces, Valdivia vería nuevamente en peligro sus planes al
llegar a Tarapacá: sus fuerzas no lograban aumentar ni avanzar a los
territorios de más al sur con tan escaso contingente. Intentarlo con estas desventajas ya parecía prácticamente
un suicidio. Esta vez, sin embargo, la incorporación de Francisco de Villagra, Juan
Bohón, Juan Jufré, Jerónimo de Alderete y otros hombres a la expedición, permitió al conquistador restaurar su propósito y seguir adelante.
101 almas llegó a acumular para salir hacia Atacama, entonces. Ni siquiera el
intento de asesinarle por mano de Sancho de la Hoz y otros conjurados,
persuadió a Valdivia de dar un paso atrás en aquel camino sin retorno. Poco después, tomaba posesión
del valle de Copiapó.
Como se sabe, la expedición de Valdivia llegó al valle del Mapocho hacia
fines de 1540. En febrero del año siguiente, fundó la ciudad de Santiago
del Nuevo Extremo, sentando la colonia de la que sería la gran ciudad de
nuestros días y sobre un asentamiento anterior leal al destruido Tawantinsuyo. Originalmente, la ciudad capital hispana estaba pensada para
ser una posada o parada en el camino hacia el sur, que era el verdadero interés
de Valdivia, pero no tardaría en convertirse en el centro administrativo de la presencia castellana en los territorios del actual Chile.
Durante el mes que continuó se establecería en Santiago el primer cabildo, organismo de
mayor poder dentro del territorio después de la gobernación. Así, Valdivia se hizo
elegir gobernador y capitán general por voto de los vecinos, quedando a
la espera de que sus títulos e investidura fueran reconocidos en Lima.
Ciertamente, la influencia de Valdivia sobre los procesos del cabildo en
favor de sus intereses, fueron lindantes en el campo de lo que hoy
podríamos asociar a los vicios de abuso
de poder y personalismo. Sin embargo, el nuevo orden
político de Chile había comenzado a gestarse con aquellos actos administrativos concretos.
Persistiendo la falta de financiamiento de la empresa conquistadora, esta fue mantenida por
entonces gracias a los lavaderos de oro del Marga-Marga, en donde trabajaban las comunidades indígenas allí residentes. Conspiradores
como Solier aprovecharon de empujar contra Valdivia los sentimientos de encono y
frustración que comenzaban a surgir entre la comunidad, en tanto. Caudillos nativos como el mítico Michimalonco se encargarían de hacer más difícil la situación de lo hispanos que habían llegado decididos a quedarse.
El levantamiento de los indios de los lavaderos en el
Aconcagua y luego la terrible destrucción de la colonia de Santiago, con
el
ataque del 11 de septiembre de 1541 dirigido por el propio Michimalonco, arrastaron las ilusiones de
Valdivia otra vez hasta los límites del fracaso rotundo. Coincidentemente, había
sido enviado con carácter de urgencia al Perú, por entonces, don Alonso de Monroy: iba con la misión de reunir material e insumos para la adolorida y sufrida colonia.
Monroy llegó al Cuzco en noviembre de ese año, siete largos meses después de
haber salido.
En tanto, la situación de la colonia de Santiago era ya desastrosa: faltaba
todo, incluso las prendas básicas de vestir y abrigarse. Hacia mediados de 1542 la pobreza
y el hambre eran tales que todos sospechaban sobre el inminente final
del experimento de colonización de estas tierras fatales. Sin embargo,
autores clásicos como Francisco A. Encina hacían notar que el origen humilde de la mayoría de
los conquistadores les permitió soportar las duras condiciones hasta lo
impensable, ya acostumbrados a lidiar con las carencias de una vida dura.
Afortunadamente, además, el comerciante, encomendero y minero Lucas Martínez Vegaso,
padre de Francisco Martínez, se enteró de la angustiante situación de la población de Santiago por comentarios de Monroy en su paso por el valle de Tarapacá y de
camino al Perú. Martínez Vegaso, amigo de Valdivia, decidió tenderle la
mano y mandó a Chile un cargamento con armas, ropas y otros productos para
socorrer a los infelices.
La generosa carga llegó en la nave Santiaguillo (llamado en realidad Santiago, pero más conocida con ese nombre) al mando de Diego García
de Villalón, siendo recibida por Villagra.
Poco después, don Pedro
obtenía más generosas ayudas, esta vez directamente económicas. El ángel benefactor fue el acaudalado señor Cristóbal
de Escobar, quien suscribió a su propio hijo, Alonso, en estos proyectos
de conquista.
Sin embargo, al poco tiempo Francisco Martínez comenzó a percibir que la colonia
santiaguina tendría un destino de pobreza interminable. Frustrado y pesimista, acabaría abandonando sus
acuerdos con Valdivia. El 11 de octubre de 1543 presentó un
escrito ante los alcaldes de Santiago, donde dice
justificando su decisión:
...pensando que aquel dicho gobernador tuviera mucha
cantidad de peso de oro y otras cosas de que hubiese mi
parte como tal compañero suyo, he visto que la tierra está
perdida y no tiene dicho gobernador un real, sino antes debe
$50.000 y ahora para socorrer a su gente y soldados adeuda
otros $50.000 y cada día se adeuda más, por donde a mí se me
recrece muy gran daño y perjuicio y no puedo ganar nada en
tener la dicha compañía, sino antes perder y estar toda mi
vida adeudado...
Valdivia logró desprenderse de este contrato con Martínez
pagando al renunciado la suma de $5.000 de oro, fijados por los árbitros que fueron
García de Villalón y Alonso Galiano. Empero, era claro que su
situación financiera caía de nuevo en un punto agobiante y
angustioso, para peor en precisos momentos en que le resultaba urgente
continuar recorriendo su gobernación más al sur del Cachapoal,
hasta donde no le había sido posible llegar aún.
Mal le iría a Valdivia en sus nuevas expediciones, entonces: los indios del
Maule y luego las huestes del terrible Michimalongo del valle
de Aconcagua obligaron a retroceder en dos ocasiones hasta
los contornos de Santiago. Pese a todo, en 1544 logró
implementar una nueva caravana al mando de Bohón, para fundar la
ciudad de La Serena, otro poblado-posada a medio camino entre
Copiapó y Santiago. Por el sur, en cambio, siguieron las fundaciones de San Pedro y
Valdivia.
A esas alturas, el gobernador seguía encargando afanosamente la extracción
de oro a los indígenas yanaconas de los
lavaderos. Pero las dificultades y angustias de la incipiente
sociedad chilena fueron aprovechadas por Sancho de la Hoz para
planear un nuevo atentado, reclutando algunos
gañanes en Santiago para tal propósito. Sin embargo, cuando
intentaron suscribir a Villagra al complot, este dio inmediato
aviso a Valdivia, quien ordenó apresar a Sancho de la Hoz aunque,
por segunda vez, le perdonaría la vida.
El conquistador de Chile tenía otras urgencias en mente, en esos momentos:
arreglar un nuevo viaje al Perú para poder conseguir el sustento
de la colonia y el reconocimiento de sus grados administrativos.
Ante las dificultades y los fracasos de las misiones anteriores,
decidió partir personalmente hasta Lima.


Encargó entonces al marino genovés Juan Bautista Pastene, quien había
llegado a Chile en la nave San Pedro y viajado por los territorios del sur de la gobernación, echar anclas del navío Santiaguillo en el
puerto de Valparaíso. Y, siguiendo cuidadosamente un astuto plan surgido solo en la creatividad de un desesperado, Valdivia
informó a la colonia que había extendido órdenes a Villagra y a Alderete
para viajar ir a Perú en busca de materiales y más hombres para la
población.
Sin embargo, cumpliendo con su estratagema, anunció también la existencia de una autorización de salida desde
la gobernación junto a los enviados, para cualquiera de los vecinos que
quisiera hacerlo. Como condición, sólo debía pagarse en oro una tasa
moderada, como matrícula para ejercicio de este derecho.
Es preciso observar que Valdivia ya no tenía dinero hacia fines de 1547: los envíos de remesas
en cantidades de $60.000 y luego $70.000 para obtener materiales y
recursos lo habían dejado sin oro y sin alguna posibilidad de obtener
créditos financieros en el Perú. Empeorando la quiebra administrativa, crecía también el temor de la
inminente llegada de nuevos aventureros dispuestos a tomar posesión de
los territorios que se le habían asignado, especialmente hacia el
extremo sur, en el Estrecho de Magallanes.
Su situación era, por lo
tanto, terminal, a menos que optara por tomar una decisión radical que
apostara al futuro de la propia colonia en un juego del todo por el
todo. Y así lo hizo...
No sabemos si los cerca de 15 vecinos que pagaron la truculenta licencia lo
hicieron realmente motivados por la idea de adquirir productos y
materiales para la colonia en el Perú o más bien con la esperanza de
zafarse de las penurias que por aquí se vivían, escapando de tantas pesadillas sin intenciones de regresar. Tendemos a creer más
bien en lo segundo, por supuesto.
El caso es que terminarían siendo defraudados: cuando los matriculados
llegaron dificultosamente al puerto y abordaron la nave Santiaguillo en
Valparaíso, Valdivia, quien ya estaba allá esperándolos con la supuesta
intención de darles la despedida, les hizo llegar la invitación a una comida
antes de que zarpasen. Los vecinos bajaron y se registraron en un
puesto, entonces, dejando en este registro información sobre la cantidad de oro que traían
para pagar el monto de la licencia y que ya habían dejado arriba del
barco.
Fue en ese momento, entonces, cuando Valdivia abordó de forma rauda un bote y subió
furtivamente al Santiaguillo, tomando todo el oro aportado por
los ingenuos vecinos de la gobernación. Estos vieron con indignación y espanto lo
que sucedía en el muelle, y comenzaron a insultar furiosos al gobernador desde la costa, posesos por los efectos de la peor y más humillante
vergüenza.
En su desesperación, uno de los ofendidos intentó perseguir en vano el
bote de Valdivia. Otro, el escribano Juan Pinel, quien tenía intenciones
de llevar hasta Granada una modesta suma de dinero para su familia,
"se volvió loco de pesar" según las crónicas. Valdivia le había pedido
todo su oro para lucirlo en Perú junto a su fina armadura, montura y
armas usadas para una puesta en escena y así reclutar gente que vendría
atraída por la falsa creencia de que en Chile abundaban las riquezas, además
de ganarse con sus ostentaciones la confianza de ilusos comerciantes.
Incluso un músico se enfureció tanto al saberse estafado que destruyó
su valiosa trompeta, poseso de la ira incontrolable.
Celebrando su hazaña, Valdivia ordenó a Villagra llevar hasta el barco
el inventario con los dineros reunidos que se había hecho en el puesto y
los comparó con la cantidad de oro que había ya en la nave. Acto
seguido, ordenó asumir ante los afectados el compromiso de pagar
estos montos con el oro que se irían obteniendo paulatinamente de los
lavaderos auríferos, solución que no resolvió en nada la molestia y la
indignación de los estafados.
El Santiaguillo no zarpó inmediatamente a pesar de la indignación de los embaucados,
sino unos días más tarde: hacia el 13 de diciembre. En tanto,
hubo duras reacciones en Santiago al conocerse la noticia... Pero parece que no terminó allí la
tropelía.
Si bien el conquistador reconoció después haber tomado el oro desde las
manos de los burlados pagadores de la licencia, su reporte sobre la
cantidad de dinero con el que llegó a Perú sumaba 100.000 castellanos:
$40.000 directamente tomados del oro sustraído en tan escandalosa treta y $70.000 entre lo reunido por su caudal propio y lo tomado en préstamo.
Sin embargo, del informe presentado por don Pedro de La Gasca se
entiende que el oro apropiado por Valdivia con su engaño, era en
realidad de $70.000... Es decir, había $30.000 menos que los reportados por
los informes del gobernador.
Coincidentemente, cuando Pedro de Valdivia llegó a Perú, La Gasca estaba
investido con plenos poderes por decisión de la corona, otorgándole al gobernador de Chile un reconocimiento formal como tal y como Capitán General de
la Nueva Extremadura en 1548, asignándole un sueldo de $2.000 anuales
desde ahí en adelante, tomados desde los fondos del rey; o sea, de
los quintos que correspondían a Chile de la corona. En consecuencia,
Chile era oficialmente y desde ese momento una capitanía general.
Pero no duró mucho aquel buen entendimiento con La Gasca. Al poco tiempo, cuando Valdivia
pretendía enfilar proa de vuelta a Chile, La Gasca ordenó su detención
luego de recibir información que lo comprometía en actos que se
le habían prohibido expresamente, como embarcar a indios peruanos y agitadores pizarristas como Luis de Chávez, de quien habría recibido una
cantidad de dinero a modo de préstamo. Cuando Lorenzo de Aldana quiso
subir a sus buques para realizar inspecciones, Valdivia se lo prohibió,
por lo que el agente había corrido a informar de esto a La Gasca. También
preocupaban hondamente las noticias sobre el estado en que había quedado
Chile y sobre la muerte de Sancho de la Hoz.
El capitán general fue
detenido cerca de Arequipa y obligado a volver a Lima, en consecuencia. La Gasca lo
recibió allá, aunque agradeciendo la obediencia del detenido. Tras escuchar testimonios a favor y en contra de Valdivia, decidió
liberarlo y eximirlo de los cargos el 19 de noviembre de 1548.
Pese a todo, y con el cabildo de Santiago totalmente a favor de Valdivia, cuando
Villagra regresó al valle del Mapocho para asumir provisoriamente la gobernación
dejada por don Pedro, el 7 de diciembre 1547 el organismo decidió
seguir a las órdenes de este hasta que regresara del Perú, a menos que su majestad decidiera otra cosa. Se le reconoció a Villagra, mientras
tanto, la condición de gobernador interino, tal como lo había procurado
Valdivia.
Así las cosas, el descontento había comenzado a hacerse incontenible desde los días inmediatos de ausencia del gobernador: muchos colonos que
habían sido perjudicados económicamente por el nuevo régimen de
encomiendas hicieron un frente común de protestas, aliafos con los que se
sintieron estafados por la curiosa decisión de Valdivia. La colonia de
Santiago, entonces, estaba en crisis otra vez.
Aquella ira popular había sido aprovechada nuevamente por los conspiradores y enemigos
de Valdivia durante su ausencia. Uno de los cercanos de Sancho de la Hoz, don
Juan de Romero, decidió fraguar otra asonada y logró suscribir en
ella al caballero Hernán Rodríguez de Monroy, quien había intentado
planificar un golpe para atacar el barco de Valdivia
y arrebatarle el oro apropiado. Sancho de la Hoz había estado al tanto de
todos los detalles de la conspiración, pero no se atrevió a asumir la
dirección. Rodríguez de Monroy había tratado de integrar a personajes
con el peso del alcalde de segundo voto Rodrigo de Araya, el clérigo
Juan Lobo y el regidor Alonso de Córdoba.
Sin embargo, la situación aparentemente favorable a los enemigos del gobernador, se volcó diametralmente cuando Lobo y Córdoba decidieron
informar a Villagra de lo que estaba sucediendo a espaldas suyas, sólo
un rato antes del momento que se había elegido para iniciar el conato
revolucionario, que incluía los asesinatos de Pedro y de Francisco de
Villagra, entre otros. Al enterarse de que las autoridades estaban en
conocimiento de lo que se venía, Rodríguez de Monroy también se pasó al
bando de los delatores informando del complot por carta que entregó
personalmente a Villagra ese mismo día 8 de diciembre de 1547.
Las detenciones se habían efectuado de inmediato. Romero fue apresado cuando se
dirigía a la Plaza de Armas para reunirse con los demás complotados:
fue colgado de cabeza desde un cepo. Sancho de la Hoz fue detenido en su
propia casa por el alguacil mayor Juan Gómez de Almagro, siendo llevado
hasta la casa de Francisco de Aguirre, en la esquina norte de la esquina
de Estado con Merced, mientras era escoltado por el propio Villagra.
Aunque Sancho de la Hoz no puso resistencia, la molestia en la colonia
contra Valdivia era tal que en el camino estuvieron al borde de ser
emboscados por un grupo armado de vecinos. Para fortuna de Villagra,
nada ocurrió, aunque el camino hasta la casa de Aguirre se le hizo eterno
y tenso, temiendo por su vida.
Luego de enseñada la carta con la confesión de Rodríguez de Monroy,
se ordenó decapitar a Sancho de la Hoz. La ejecución se realizó en la
propia casa donde estaba detenido junto a la plaza,
resguardada por unos 30 hombres armados ante el temor de que los planes
de alzamiento continuaran entre los caldeados ánimos de las chusmas.
Al rato, los curiosos y los partidarios del complot vieron
pasar la cabeza de Sancho de la Hoz en las manos de un negro, seguida
del cuerpo decapitado arrastrado por otros hombres. Villagra se asomó
por una de las ventanas y conminó a los presentes a retirarse a sus
casas.
En el día siguiente, tocó su hora a Romero, quien fue colgado. Sin
embargo, antes de morir confesó a Villagra la identidad de los demás conjurados contra Valdivia. Eran tantos y había entre ellos nombres
tan importantes que el gobernador Interino prefirió detener su relato y
decidió guardar silencio sobre los detalles de lo que había admitido el
condenado. La mano dura con que actuó, sin embargo, consiguió horrorizar
a los descontentos ciudadanos obligándolos a la resignación, pese a los
ánimos que había desatado desde la oscura treta de Valdivia.
Mientras tanto, y para cuando a Valdivia se le había reconocido en Lima su título de capital general en
1548 (que ostentaba desde hacía siete años en Chile), gran parte de los dineros que había tomado en
Valparaíso estaban ya parcialmente devueltos o asegurados a sus enfurecidos
dueños, alcanzando los abonos la suma de más de 46.000 castellanos.
Sin embargo, el
descontento seguía siendo un principio activo en la sociedad
santiaguina, que continuó sintiéndose vejada tras esperar con pintura de
guerra el regreso del gobernador.
Los efectos de tal tropelía perduraron largo tiempo. Pinel incluso se suicidó, en 1550, agobiado por la pobreza y la
desesperación de no haber recibido de vuelta su parte del oro a pesar de sus
insistentes súplicas a Valdivia. Con ese dinero, el desgraciado señor había pretendido irse del territorio y abandonar las penurias
de Chile. El suyo fue el primer caso de suicidio formalmente
registrado en el país, además.
Sin duda que ha de ser una situación atenuante el que los destinos de
los dineros apropiados por Valdivia hayan tenido, finalmente y en su mayoría hasta donde es posible rastrear, una
orientación en favor de preservar la colonia. Tampoco puede minimizarse
el hecho de que fueron repuestos en su mayor parte, aún cuando esto no reparó el daño
causado a los que, de buena fe, habían pagado la matrícula de viaje con
oro, conservado a veces con grandes sacrificios y dificultades.
Sin embargo, la estratagema diseñada y realizada por Valdivia para
apropiarse de aquel dinero cumplió en gran medida con una ambición
personal; casi obsesión de conquista y de obtener posiciones de titularidad en en el Nuevo Mundo. Mas, de no ser por ella, la historia colonial de la ciudad de Santiago y todo el país de seguro habría tomado cursos por meandros muy diferentes a los que hoy conocemos.
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